jueves, 10 de diciembre de 2015

El pacto de adoración

Hola a todos. Hubo una época, hace dos años más o menos, en la que vivía con una sensación de seguridad y de fuerza personal, de estar parado sobre un pilar sólido, con la certeza de que en toda tormenta de la vida, en toda situación difícil, iba a salir, de alguna forma, bien parado, porque Dios está conmigo. A veces, la imagen de salir bien parado aparecía en mi cabeza como lograr lo que me proponía, o solucionar el problema. Otras veces se me aparecía como permanecer firme a pesar de que las cosas salieran mal. Una especie de certeza de que, incluso lo que hoy salió mal, puede ser un paso para un bien mucho mayor que ni siquiera imagino ni puedo llegar a visualizar hoy.

Pero cuando me quise acordar, esa seguridad se había ido diluyendo casi hasta desaparecer, y yo ni siquiera me había dado cuenta del cambio. Me fui acostumbrando a vivir de otra manera, sin certeza, sin confianza, sin seguridad, sin ánimo. Como si de repente, mi vitalidad se hubiera apagado. Hace unas reflexiones hablaba de los "ríos de agua viva" que habían dejado de fluir. Durante varios meses me pregunté por qué, es decir, de qué manera, por qué causa. Cómo llegué a ese punto.
Hace poco, me crucé con un pasaje que me hizo empezar a entender algunas cosas:

"«El Señor su Dios expulsará a esas naciones de estas tierras, y ustedes tomarán posesión de ellas, tal como él lo ha prometido. Por lo tanto, esfuércense por cumplir todo lo que está escrito en el libro de la ley de Moisés. No se aparten de esa ley para nada. No se mezclen con las naciones que aún quedan entre ustedes. No rindan culto a sus dioses ni juren por ellos. Permanezcan fieles a Dios, como lo han hecho hasta ahora. El Señor ha expulsado a esas grandes naciones que se han enfrentado con ustedes, y hasta ahora ninguna de ellas ha podido resistirlos. Uno solo de ustedes hace huir a mil enemigos, porque el Señor pelea por ustedes, tal como lo ha prometido. Hagan, pues, todo lo que está de su parte para amar al Señor su Dios. Porque si ustedes le dan la espalda a Dios y se unen a las naciones que aún quedan entre ustedes, mezclándose y formando matrimonios con ellas, tengan por cierto que el Señor su Dios no expulsará de entre ustedes a esas naciones. Por el contrario, ellas serán como red y trampa contra ustedes, como látigos en sus espaldas y espinas en sus ojos, hasta que ustedes desaparezcan de esta buena tierra que el Señor su Dios les ha entregado.»" (Josué 23:5-13).

"El Señor su Dios expulsará a esas naciones de estas tierras, y ustedes tomarán posesión de ellas, tal como él lo ha prometido" (23:5). En esa época segura de mi vida, sentía que Dios había hecho esto en mi vida, expulsar a las naciones que me impedían disfrutar de la tierra abundante que tenía en mi persona y a mi alrededor. Esas "naciones" para mí representaban determinados hábitos o actitudes que me habían perjudicado bastante, como mi tendencia a estar siempre tratando de agradar o complacer a otros, algunas formas de tratar a otros, la dificultad para aceptar mis propios errores o para convivir con ellos, culpas y miedos basados en una lectura equivocada de las cosas, y alguna que otra cosa más. Sentía que había tomado posesión de mi propia persona, aunque todavía quedaban "naciones" dentro mío, que tenían que ver con la influencia de mi familia y de algunas personas particulares sobre mi manera de pensar y de vivir, además de algunas costumbres o puntos de vista que tenía todavía muy incorporados de mi época anterior a conocer al Señor.

Quiero detenerme un momento en este punto. Creo que nuestra vida está hecha de relaciones con otras personas, y lo que vivimos en esas relaciones nos deja marcas que van conformando nuestra persona, desde muy chicos. Supongo que traemos una predisposición determinada hacia determinados comportamientos, unas características innatas de nuestra personalidad, pero mucho de ella se va moldeando a medida que nos relacionamos con todas las personas que nos rodean desde chicos. Por decirlo de alguna manera, las personas que vamos conociendo desde que nacemos van construyendo "ciudades" dentro de nuestro territorio afectivo. Van poblando nuestra vida. Esas ciudades pueden crecer, reducirse, ser abandonadas, fortalecer nuestra vida o debilitarla. A veces esas ciudades nos esclavizan. Y no hablo de las personas que "las construyeron", porque esas personas pueden tener muy buenas intenciones hacia nosotros. Pero según cómo sea esa relación, la presencia de esa relación en nuestra vida nos va a fortalecer o debilitar.

Creo que es por eso que la biblia le da tanta importancia a las relaciones entre las personas. Es un tema para desarrollar extensamente en otro momento, pero basta con decir que las marcas que esas relaciones tienen sobre mí son justamente lo que en este caso entiendo como "naciones". En particular las marcas que me debilitan en mi autonomía como persona, que me ponen presiones o condenas sobre algunas de mis maneras de pensar y de vivir, en lugar de amor y aceptación. A lo largo de nuestra vida, necesitamos que Dios vaya expulsando esas "naciones" para que podamos movernos libremente en nuestro territorio personal, tomar libremente nuestras decisiones, disfrutar libremente de lo que nos gusta hacer, decidir libremente cómo queremos encarar nuestra vida. ¿Qué relaciones ejercen esa clase de influencia en nuestras vidas? ¿Tenemos relaciones que aporten libertad en lugar de presiones, que nos estimulen a vivir libremente, sin sentirnos culpables por lo que elegimos hacer, pensar, creer, y demás? Más allá de que las personas involucradas en esas relaciones se den cuenta o no de la presión que ejercen, o de la libertad que aportan.

Claro, mucho de esto no lo había pensado todavía en aquel momento que describí al principio. En esa época vivía tranquilo, y firme en esos principios que me daban fuerza como persona, pero todavía no conocía toda esta cuestión de las motivaciones más profundas e invisibles, o de las presiones sutiles, que me llevaban a vivir de la manera que vivía. Supongo que ahí está la importancia de las grandes crisis que a veces atravesamos como personas; nos llevan a descubrir cosas nuevas que pueden llevarnos a un mejor lugar como personas.

El texto sigue. "Por lo tanto, esfuércense por cumplir todo lo que está escrito en el libro de la ley de Moisés. No se aparten de esa ley para nada" (23:6). Está claro que nadie puede cumplir todo lo que dice la ley de Moisés. Por eso la clave acá es, para mí, "esfuércense". Más adelante lo pone en otras palabras: "hagan, pues, todo lo que está de su parte para amar al Señor su Dios" (23:11). Mantengan el rumbo, "no se aparten" del camino de la ley de Dios. Ahora, imagínense al pueblo de Israel conviviendo en el mismo territorio con otras naciones que seguían otras leyes. ¿No les pasa a ustedes que quieren vivir de la manera que Dios nos alienta a vivir (que es siempre la manera más sana), pero a nuestro alrededor hay personas que con mucho cariño, buen trato y buenos deseos para nosotros (y muchas veces sin darse cuenta) nos empuja a vivir de una manera distinta? ¿O no les pasa que algunas personas con las que tienen una relación de mucho afecto no valoran o no aprueban su manera de encarar la vida, basada en las enseñanzas del Señor?

En mi caso, esto tuvo un efecto bastante devastador: aislar esa característica de mi persona, empezar a esconder ese lado mío (que más que un lado, era el centro), por un miedo muy irracional de no seguir recibiendo el afecto de esas personas. Y ojo, no fue una decisión. Fue una reacción totalmente inconsciente, fui escondiendo mi fe para sobrevivir en mis relaciones. Me fui mezclando con las "naciones", tratando de pasar desapercibido en lo que me distinguía en cuanto a la manera de vivir. Esto tiene que ver con algo que decía en la publicación pasada: necesitamos saber que somos amados, saberlo en lo más profundo, en lo más afectivo de nuestra persona, y para eso necesitamos recibir amor real en todas las cosas que hacen a nuestra persona. Cuando recibimos condena en vez de amor, nuestra reacción es, lógicamente, escondernos.

Ahora, consideren las consecuencias de esto. No estaba dejando a un costado una actividad linda, una idea copada, un gusto superficial. Estaba dejando a un costado mi fuente de vida. Básicamente. No es sorprendente, a la luz de este hecho, que me haya apagado. ¿A alguno le pasó eso alguna vez? ¿A alguno le está pasando ahora? Creo que es una pregunta en la que vale la pena meditar, porque es difícil darse cuenta automáticamente de estas cosas, sin empezar a explorar más allá de la forma en la que inmediatamente creemos que vivimos.

Esconder mi fuente de vida me desconecta de ella. Dios nunca dejó de enviar los "ríos de agua viva" hacia mi vida, sólo que cuando estaba conectado, cuando las esclusas estaban abiertas, el río fluía. Fui yo mismo el que cerró las esclusas, sin darme cuenta. Hasta entonces, vivía confiado, y creo que vivía confiado porque tenía la sensación de que estaba haciendo bien las cosas. Creo que eso fue otro error en mi punto de vista. Si vivía con tanta seguridad y firmeza (en comparación con cómo vivo ahora) era porque estaba esforzándome en cumplir la ley de Dios.

Pero creo que este pasaje desmiente totalmente esa idea. "El Señor ha expulsado a esas grandes naciones que se han enfrentado con ustedes, y hasta ahora ninguna de ellas ha podido resistirlos. Uno solo de ustedes hace huir a mil enemigos, porque el Señor pelea por ustedes, tal como lo ha prometido. Hagan, pues, todo lo que está de su parte para amar al Señor su Dios" (23:9-11). Hacía huir a mis "enemigos", expulsaba de mí esas presiones que ejercía mi entorno, porque Dios peleaba por mí, no porque yo estuviera haciendo un esfuerzo grande para obedecer a Dios. Parecería que son dos caras de la misma moneda, pero no. Dios ya se lo había advertido  a Moisés: "«cuando el Señor tu Dios los haya arrojado lejos de ti, no vayas a pensar: "El Señor me ha traído hasta aquí, por mi propia justicia, para tomar posesión de esta tierra". ¡No! El Señor expulsará a esas naciones por la maldad que las caracteriza. De modo que no es por tu justicia ni por tu rectitud por lo que vas a tomar posesión de su tierra»" (Deuteronomio 9:4-5).

Y no es que, como castigo por pensar de esa manera, Dios dejó de expulsar a las naciones, o trajo otras. Es que perder de vista que es por Dios, y no por mi justicia, me lleva a darle menos importancia a estar conectado con mi fuente de vida, justamente. Es básicamente ignorar la fidelidad de Dios: si Dios pelea por mí es precisamente porque él es fiel al pacto que hizo con su pueblo. El texto lo dice claramente, "pelea por ustedes, tal como lo ha prometido". Y el pacto que hizo con su pueblo, en la época de Abraham, es éste: "«yo seré tu Dios, y el Dios de tus descendientes. A ti y a tu descendencia les daré, en posesión perpetua, toda la tierra de Canaán, donde ahora andan peregrinando. Y yo seré su Dios»" (Génesis 17:7-8). Él es fiel a lo que prometió desde el principio, y me trata como si fuera mi Dios. Me acompaña, pelea por mí, me entrega la tierra en la que andaba peregrinando (me gusta la imagen, porque andaba como errante en mi propia vida por causa de mi inseguridad como persona, hasta que llegué a sentirme confiado en el Señor).

Pero evidentemente, mi confianza se fue desplazando de la fidelidad de Dios a mi esfuerzo por ser un "buen cristiano". De nuevo, no hubo una decisión consciente. Pero la crisis de seguridad que viví después funcionó como un buen llamado de atención, para entender algo fundamental: yo no estaba cumpliendo con mi parte del pacto, que era tenerlo a él como mi Dios. El pasaje de Josué, otra vez, es claro: "No se mezclen con las naciones que aún quedan entre ustedes. No rindan culto a sus dioses ni juren por ellos. Permanezcan fieles a Dios, como lo han hecho hasta ahora" (23:7). Creo que lo que está en juego acá es fundirse con las costumbres y creencias del mundo que nos rodea: familia, amigos, medios sociales en los que nos movemos. Lo que Dios dice es, cuidado, porque cada uno elige la manera en la que quiere vivir, y a qué dioses quiere adorar, que reglas de vida quiere seguir. Cada uno elige si quiere guiarse por los códigos del Señor, "la ley de Moisés", o los códigos sociales. Cada uno elige si quiere encarar la espiritualidad de la forma que el Señor nos enseña, o de la forma que su medio le propone.

Cada uno elige dónde quiere poner su corazón, qué es lo que quiere perseguir con todas sus fuerzas: si el dinero, el poder, el prestigio, el sexo, la fama, y otros tesoros de este mundo, o en la relación con Dios y todo lo que la construye y le da forma. Jesús establece la diferencia entre acumular tesoros en la tierra y acumular tesoros en el cielo, y la conclusión que nos deja es poderosa: "donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón" (Mateo 6:19-21). Donde pongo la prioridad, pongo el corazón. Y donde pongo el corazón, como dije en la reflexión pasada, pongo mi adoración.

Y acá hay una trampa: con mi cabeza racional puedo tener determinadas prioridades, pero después en la vida real tener otras. Tal vez creía que mi prioridad era que el Señor fuera mi Dios, pero con mis actitudes y comportamientos reales le estaba dando ese lugar, en mi caso, a otras personas, para que decidieran cómo iba a vivir mi vida. ¿A qué le estamos dando prioridad? Necesitamos ir más allá de lo que pensamos que tiene prioridad en nuestra vida, y analizar, sin miedo, nuestro comportamiento real. ¿Es la forma de encarar la vida que Dios recomienda para mí? ¿Estoy viviendo con sus reglas de vida como guía en mi comportamiento real? Porque es como dice Pablo, "en lo íntimo de mi ser me deleito en la ley de Dios, pero me doy cuenta de que en los miembros de mi cuerpo hay otra ley" (Romanos 7:22-23). No es lo mismo la persona que querríamos ser que la persona que realmente somos.

No es necesario desesperarse por esto. Dios es amor. Y Dios sabe que vivimos divididos entre querer hacer las cosas bien, pero en la práctica hacerlas mal. Necesitamos entender de qué forma específica hacemos las cosas mal para poder empezar a desarmar esos comportamientos que no deberíamos tener, y saber que lleva tiempo, y que seguramente incluya dar tres pasos y retroceder uno o dos. Y lo necesitamos, porque necesitamos despejar nuestro corazón de costumbres y dioses de otros pueblos que no son el pueblo de Dios, para poder cumplir nuestra parte del pacto y de esa manera estar conectados con nuestra fuente de vida. Si nos desconectamos del pacto, nos desconectamos de la fuente.

¿De qué se trata el pacto? Alguien podría pensar que es esforzarse por cumplir la ley de Moisés. Pero el pacto es tan sencillo como "yo seré su Dios", o dicho de otra forma, ténganme como su Dios. Nuestra parte del pacto es darle a Dios el lugar de Dios. Dejar que sus reglas de vida nos marquen el territorio, nos corrijan, nos alienten, nos enseñen a vivir, y dedicarnos a conocer cómo es su punto de vista sobre las cosas, para ir moldeando nuestra manera de pensar de acuerdo a la suya. Digamos, que mi relación con él sea la que más me influya en mi manera de vivir, porque es la única manera de ser empujado hacia la libertad. Justamente porque él me recibe tal como soy y estoy, me brinda amor en cada parte de mi persona. Dios no es condena, Dios es amor. Cuando dejo que él sea mi Dios, estoy permitiendo que la fuente de amor inagotable sea el centro de mis decisiones, de mis ideas, de mis creencias. Y eso empieza a destrabar mi vida.

En mi caso, tuve que empezar a esforzarme por no esconderme. Y esto no tiene nada que ver con esforzarme por cumplir una ley, sino con entregarme de corazón al Dios que me puede dar vida otra vez. Todavía estoy en proceso, pero tengo más clara una cosa: "nadie puede servir a dos señores, pues menospreciará a uno y amará al otro, o querrá mucho a uno y despreciará al otro" (Mateo 6:24). No puedo buscar de todo corazón la aceptación de las personas que quiero y la libertad que Dios me ofrece, que es la que me da vitalidad y fuerza. La solución que Jesús nos da, en todo caso, es poner mi prioridad en ser libre con Dios, y confiar en que las demás cosas "serán añadidas" (Mateo 6:33). Necesito recibir el amor de los demás, sí. Pero necesito también confiar en que eso es algo que Dios va a proveerme, porque él sí es fiel a su parte del pacto, incluso cuando yo no lo fui.

De hecho, estoy empezando a encontrar nuevas relaciones de afecto donde mi forma de vivir basada en el Señor tiene valor. Soy consciente de que me va a llevar tiempo, pero sé que cumplir mi parte del pacto, tratar al Señor como mi Dios, es el camino para seguir ganando terreno en mi persona, porque "El Señor su Dios expulsará a esas naciones de estas tierras, y ustedes tomarán posesión de ellas, tal como él lo ha prometido" (23:5). Y no digo que "expulsar a las naciones" sea apartarme de las otras relaciones, sobre todo porque son relaciones muy cercanas, de muchos años y con personas con las que comparto otras cosas. Pero sí creo que necesito empezar a priorizar las relaciones que más me fortalecen por sobre las que más me debilitan, y decidir sabiamente hasta dónde voy a exponerme afectivamente en cada relación, y hasta dónde voy a dejar que los demás influyan en mi persona.

Que el Dios del pacto renueve en nosotros la fe, la confianza en la fidelidad de Dios, para que nos llenemos de amor al Señor y podamos ser fieles, dándole el lugar de Dios en nuestro corazón, y recibir de él la libertad que necesitamos para vivir seguros. ¡Amén!

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¿Querés compartir tus propias reflexiones sobre el tema?