miércoles, 23 de noviembre de 2011

De cómo llegué a conocer a Jesús

VENGO de una familia católica no muy religiosa. Mis papás se separaron cuando yo era chico y yo me críe mayormente con mi mamá. Ella no es religiosa. Mi contacto con la religión católica fue durante mucho tiempo bautismos, comuniones o confirmaciones, nada más. Los más religiosos de mi familia son mi abuela, una tía y algunos de mis primos, entre ellos uno de mi edad, con el cual compartí la mayor parte de mi crecimiento. Casi un hermano.

LA EXPERIENCIA más religiosa que tuve en mi infancia fue que mi primo me presentara a una señora de mucha fe que me marcó mi manera de pensar en la religión. A partir de ahí sentía la necesidad, o al menos creía que era lo correcto, de informarme más. Pero sentía que no era para mí eso. Mi primo me llevó algunas veces a misa pero me sentía incómodo, sapo de otro pozo. No conocía las canciones, los rezos, las fórmulas. Definitivamente, no era para mí. Por otro lado no podía evitar pensar que existía un ser superior, tenía que existir. De algún modo sentía que eso era así. Tenía muchísimo sentido en mi cabeza. Las cosas capaz me cerraban sin él, pero me parecía obvio que él existía. Ahora, todo el rollo religioso me parecía innecesario. Creía que todas las religiones tenían un poquito de verdad y que entre todas llegaban a reunir un poco de toda la verdad.

EN CUANTO A MÍ, yo era una persona muy sensible, bastante despistada, desorganizada, muy dependiente de la aceptación de los demás, inseguro de mí mismo, indeciso, temeroso, orgulloso y discutidor; también era dulce, amable en general, más o menos sincero, divertido, curioso, siempre me gustó saber, expresivo, cariñoso y jovial. No me quería mucho a mí mismo, pero trataba de convivir armónicamente conmigo mismo, a pesar de las muchas máscaras que fui usando en mi vida para tratar de tener la aprobación de los demás.

UNA COSA que sin duda me caracterizaba era la soledad. Muchísimas veces en mi vida me sentí solo. Trataba de hacerme el copado para rodearme de gente y no sentirme así. Pero no me servía. Busqué por todos lados enamorarme, pero el problema era que cuando una chica me daba un poco de bola ya me obsesionaba con ella. Así perdí numerosas amistades con chicas. Necesitaba tener novia para dejar de sentirme solo, o eso pensaba.

EL PROBLEMA es que cuando tuve una novia en serio, no se acabó mi sentimiento de soledad. La relación fue linda, pero sentía que ahora que tenía novia seguía sin estar contento conmigo mismo. En el fondo me seguía sintiendo solo y tratando de rodearme de gente, especialmente chicas. Pero a mi novia eso le dolía y le molestaba muchísimo, y con razón.

PARA ESE ENTONCES, mi primo me había invitado a participar de un encuentro de jóvenes que lo organizaba un grupo de una iglesia que no era católica, y que para mí, por ser rara, me sonaba atractiva, y lo había pasado muy bien ahí. No era una actividad estrictamente religiosa, aunque algo de eso tenía, y entonces me enganché con el grupo de jóvenes. Me hice grandes amigos ahí, de hecho ahí conocí a mi novia. Me gustaba que enfocaran la religión desde otro lado, más concreto, más personal y aplicable.

UN DÍA nos habíamos ido de campamento y me acuerdo que en el fogón nos hablaron brevemente del universo, de la creación enorme de Dios. Yo de alguna manera creía esa parte, aunque de modo simbólico. Nos hicieron mirar las estrellas y pensar en que Dios nos había dado un lugar a nosotros, seres pequeños e insignificantes, dentro de una creación tan inmensa y sublime, demostrando lo importantes que éramos para él. Y yo pensé... ¿y nosotros qué hacemos? Pelota lo hacemos. Lo destrozamos. ¡Qué gente desagradecida! Me sentí mal. Me acuerdo que lloré, lo cual no es raro en mí.

PERO EL DOMINGO pasó algo inexplicable. A la mañana nos hicieron desayunar solos, bajo la consigna de tener un momento de intimidad con Dios. Un tiempo de reflexión como todos los sábados, pensé yo. Pobre de mí, no sabía lo que me esperaba. Nos dieron una hojita con un salmo, el 139, que hablaba de que Dios nos formó y nos modeló a cada uno, y que por lo tanto nos conoce perfectamente, y con unas preguntas de reflexión personal. Cuando terminé la reflexión no pude evitar recordar esa sensación de profunda ingratitud hacia un Dios que evidentemente nos quería muchísimo! Pensé en la injusticia social, las guerras, el medio ambiente y me puse a llorar desconsoladamente, muy angustiado. Así, de la nada, por primera vez, le hablé a Dios. Le dije algo así como: ¡Mirá Dios, mirá lo que hicimos! ¡Mirá cómo somos desagradecidos nosotros, los seres humanos! Rompimos todo lo que creaste, el amor, la paz, el planeta. ¡Somos horribles! No quiero formar parte de una humanidad desagradecida. ¡Perdoname, cambiame, por favor!

ME ACUERDO que me sentí, como de costumbre, horriblemente solo. Pero esto fue lo más extraño: esa soledad duró un instante muy breve. Enseguida, después de haber hablado con Dios, sentí una calma adentro mío que no podía entender. Alguien había venido a abrazarme... ¡pero alguien al que yo no podía ver! Me sentía de repente feliz, lleno. Fue como despertar de un sueño.

A PARTIR DE AHÍ las cosas cambiaron muchísimo. Nunca más me volví a experimentar soledad. Había encontrado la compañía que había buscado tanto tiempo. Mi mente sólo podía pensar una cosa sobre ese amigo invisible que me había abrazado en el campamento: ¡este no puede ser otro que Jesús! ¿Entonces qué hago? Me acuerdo que la semana siguiente era Semana Santa, que para mí siempre había sido un feriado largo, pero después de lo que había vivido el domingo quería darle más contenido. Un amigo me recomendó leer el evangelio de Juan. Leí sólo la parte de la muerte y resurrección, pero fue suficiente. Antes lo de la resurrección me parecía tan sólo un cuento lindo. Pero ahora cobraba sentido en mi cabeza. Yo había sentido a Jesús. Él había estado ahí, y yo lo sabía muy bien. Sólo tenía dos opciones: hago de cuenta que no viví nada, como un obstinado, o acepto que esto que estoy leyendo es verdad.

AFORTUNADAMENTE lo acepté. Empezó una etapa absolutamente nueva de mi vida. Dejé de buscar, porque había encontrado. Empecé a conocer a Jesús, poco a poco, y verdaderamente me enamoré de él. No podía creer que estuviera cambiando tantas cosas de las que no me gustaban de mí mismo a un ritmo tan rápido. ¡Estaba haciendo eso que le había pedido, cambiarme! Fui perdiendo casi todo mi orgullo, casi toda mi inseguridad, un poco de mi indecisión y temerosidad, perdí también mi tendencia a discutir y pelear. Y todas las cosas que me gustaban de mí cobraron nuevo brillo. Jesús las estaba lustrando, parecía.

HOY EN DÍA me quedan muchas cosas para que sigamos trabajando, o para que él siga trabajando, porque me parece que yo mucho no cambié de mí mismo, la mayor parte del trabajo sólo la podía hacer él. Pero estoy feliz de habérmelo encontrado en el camino de mi vida porque me hizo ver que no se trataba de una religión, sino de una persona. De una persona que en serio vivió, murió para pagar mi ingratitud, y volvió a la vida para venir a buscarme.

1 comentario:

  1. Excelente!!!! Me ha interesado mucho y lo he leído varias veces. Dios te bdendiga

    ResponderEliminar

¿Querés compartir tus propias reflexiones sobre el tema?