jueves, 26 de septiembre de 2013

La nueva vida 4 - La mala palabra

Hola a todos. Vengo postergando esta publicación desde hace bastante, por diferentes motivos. Como ya dije, la idea era publicar mucho más seguido, pero al final, inevitablemente, y para bien, Dios es el que decide cuándo ocurre cualquier cosa en particular.

Dios nos propone una vida totalmente diferente a la que teníamos, o a la que la sociedad nos propone desde que nacemos. Pero tenemos que entender esta nueva vida si queremos aprovecharla y disfrutarla al máximo. En primer lugar, tenemos que entender que la base de esta nueva vida está en tener una relación personal con Jesús, hablar con él, acercarnos cada día a él. Por otro lado tenemos que conocer su palabra. Conocerla y creerla, entender que es totalmente verdadera y acertada. Finalmente, tenemos que estar dispuestos a dejar de lado el "sentido común" que se nos enseña por todos lados y que no necesariamente tiene en cuenta a Dios, y las cosas que para él son normales, lógicas o sensatas. A veces, como parte de esta nueva vida, Dios nos va a proponer cosas que a primera impresión parecen locas. Pero son las que realmente le van a dar sentido a nuestro caminar.

Lo más difícil es hacer coincidir esta nueva vida, los nuevos valores y parámetros, con nuestras actividades cotidianas. En algún momento tenemos que enfrentar la decisión básica sobre qué principios quiero seguir y aplicar en mi vida: los de la sociedad, o los de Dios. El punto de partida, digamos, la forma de entender el mundo. Es una encrucijada que tenemos que superar si queremos vivir a pleno esta vida nueva. Pero no es fácil: seguramente va a requerir que arriesgue cosas que me son muy queridas o valoradas, o incluso relaciones. Jesús estuvo dispuesto a pagar un altísimo precio para ofrecernos esta posibilidad de vivir una vida llena de sentido. La pregunta que cada uno tiene que hacerse es: ¿cuánto estoy dispuesto a dar, qué precio estoy dispuesto a pagar, para obtener esta vida plena que él me ofrece? Vale la pena, eso es seguro.

"Por medio de un solo hombre el pecado entró en el mundo, y por medio del pecado entró la muerte; fue así como la muerte pasó a toda la humanidad, porque todos pecaron".
(Romanos 5:12)

"Si el malvado se arrepiente de todos los pecados que ha cometido, y obedece todos mis decretos y practica el derecho y la justicia, no morirá; vivirá por practicar la justicia, y Dios se olvidará de todos los pecados que ese malvado haya cometido".
(Ezequiel 18:21-22)

"Ya que Cristo sufrió en el cuerpo, asuman también ustedes la misma actitud; porque el que ha sufrido en el cuerpo ha roto con el pecado, para vivir el resto de su vida terrenal no satisfaciendo sus pasiones humanas sino cumpliendo la voluntad de Dios"
(1 Pedro 4:1-5)

Parece haber en principio dos palabras asociadas con la iglesia cristiana que conviene no nombrar fuera de ese ámbito: pecado y arrepentimiento. Las dos palabras están tan cargadas de tantos significados y, sobre todo, de prejuicios, que creo que ya nadie entiende de qué hablamos cuando las decimos, a veces ni siquiera los propios cristianos.

La muerte es eso que se opone a la vida, y la vida es estar con Dios. Dice el versículo de Romanos que la muerte, o sea, la separación de cada uno de nosotros con Dios, es una consecuencia del pecado. Entonces nos encontramos con que entender el pecado es crucial para poder vivir la vida tal como Dios la entiende, para poder vivir llenos de sentido. Pero, ¿qué es?

Generalmente cuando escuchamos hablar de él, es en plural, "pecados", y tiene que ver con transgredir ciertos límites morales. La palabra "pecador" se refiere también, casi siempre, a una persona que es inmoral según los parámetros que establece nuestra cultura. Ahora, ¿cuál es el límite entre lo que es pecado y lo que no? Varias veces escuché una frase como ésta: "no es lo mejor que podés hacer, pero tampoco sos un pecador si lo hacés". ¿Será que se trata de eso? ¿De hacer o no hacer ciertas cosas? ¿Hay una lista de cosas que son "pecado"?

Una vez más, Romanos tiene algo que decir al respecto: "como estimaron que no valía la pena tomar en cuenta el conocimiento de Dios, él a su vez los entregó a la depravación mental, para que hicieran lo que no debían hacer. Se han llenado de toda clase de maldad, perversidad, avaricia y depravación. Están repletos de envidia, homicidios, disensiones, engaño y malicia. Son chismosos, calumniadores, enemigos de Dios, insolentes, soberbios y arrogantes; se ingenian maldades; se rebelan contra sus padres; son insensatos, desleales, insensibles, despiadados" (Romanos 1:28-31).

Está hablando, por supuesto, de la humanidad en su conjunto. ¡Qué cuadro! Crudo, pero, ¿quién podría negarlo? Describe de manera precisa lo que todos los días podemos ver con sólo salir a la calle o mirar las noticias. Y cada uno de nosotros es parte de esa humanidad. Por supuesto, ninguna persona tiene en sí mismo todas estas cosas, pero, ¿quién no fue nunca desleal en nada, o insensible frente a otra persona? ¿Quién puede afirmar que nunca mintió, o que nunca desobedeció a sus padres? Expone duramente el hecho de que nadie está exento. "Todos han pecado y están privados de la gloria de Dios" (Romanos 3:23). Todos, sin excepción. Poco antes dice que no hay ni un solo justo en toda la humanidad, excepto Jesús. "Todos han pecado": ya está hecho.

Por lo tanto, el pecado tiene que ser más que determinadas acciones, porque esta lista abarca desde maldades moralmente graves como matar, hasta meros pensamientos desagradables. En mi opinión, el pecado aparece acá como algo más de fondo, de raíz. "Estimaron que no valía la pena tener en cuenta el conocimiento de Dios". Para mí, ahí está la clave, en el versículo 28. Es una actitud, es la actitud de no reconocer que Dios es Dios. Es correrse del proyecto que Dios tiene para mí, y para todos los seres humanos. Esto ocurrió una vez, con Adán, y las consecuencias se multiplicaron hasta hoy. Esto es visible y concreto: de nuevo, basta con salir a la calle.

Ahora, corrernos del plan de Dios es malo. ¿Porque lo dice la moral? ¿Porque Dios es caprichoso y quiere que hagamos las cosas de esa manera, entonces dice que es malo? No. No es moralmente malo. Es malo de forma práctica, porque tiene consecuencias negativas para nosotros mismos en la experiencia concreta. Consecuencias para mí o para los que me rodean, o ambas. Incluso consecuencias para el medio ambiente.

Tenemos que distinguir, entonces, entre pecado y pecados. El pecado es la actitud de rebelarse contra Dios, o de no tenerlo en cuenta, de no considerar que tenga algo para decirnos ni que sea importante para nuestras vidas. Los pecados son las acciones concretas y visibles que se derivan de esa actitud. El pecador, entonces, no es el que comete pecados, sino el que vive en el pecado, o sea, el que ignora a Dios y lo que él quiere para nuestras vidas. El pecador, entonces, desde el punto de vista del que venimos hablando, esta muerto. Lo reformulo para que se vea a qué me refiero: el que niega a Dios en su actitud, está, de una, por principio, separado de Dios, y por voluntad propia.

Pero frente a este panorama, ¿qué hacemos? Bueno, ahí entra en juego la segunda palabra: arrepentirse. Esta palabra siempre suele aparecer asociada con la culpa. Me siento culpable, entonces me arrepiento, desearía no haber hecho lo que hice. ¿Se trata de eso? ¿Sirve de algo desear no haberlo hecho? En realidad, sólo trae más problemas, porque en definitiva lo que ya hice, lo hice.

Pienso que, como el pecado, es algo mucho más profundo. El pasaje de Ezequiel dice que el malvado, podríamos leer "el pecador", ahora que está un poco más claro, tiene que arrepentirse. El malvado sería algo así como "el que vive haciendo lo que contradice a Dios sin reflexionar al respecto". ¿Y el arrepentimiento? ¿Es lo mismo que sentir culpa? ¿Cómo se habilita la posibilidad de estar con Dios cuando ya desde el principio estamos separados de él?

La culpa, en realidad, es bastante mala en sí misma. Simplemente nos recuerda el cuadro desagradable que pinta Romanos 1. Nos recuerda que no importa cuánto tratemos, vamos a seguir haciendo las cosas mal. La culpa mira al pasado. Pero el pasaje de 1 Pedro nos propone algo diferente. Primero que nada, habla de sufrir en el cuerpo. Tenemos que entender el cuerpo como la experiencia humana concreta. Sufrir en el cuerpo podría ser estar dispuestos a limitar voluntariamente nuestra experiencia humana si es necesario. Es una de las cosas que tenemos que arriesgar, y una de las que van en contra del sentido común que se nos enseña desde chicos. ¿No estamos hablando de vivir la vida a pleno? ¿Vivir la vida a pleno no es aprovechar al máximo la experiencia humana?

Si volvemos a la idea central, rápidamente descubrimos que no: vivir la vida a pleno es aprovechar al máximo la experiencia de estar con Dios, y a veces eso va a requerir que sacrifiquemos o posterguemos alguna parte de nuestra experiencia humana. Para mí esto es, en definitiva, la base de lo que Pedro llama "romper con el pecado". La actitud de desobediencia hacia Dios nace del deseo del hombre de hacer lo que él mismo quiere, sin importarle lo que Dios diga al respecto. Hacer lo que sus impulsos y pasiones le dictan. Si me atrevo a decirle que no a mis impulsos y pasiones, tal vez sufra un poco, pero es la puerta para empezar a cambiar.

Y eso es el arrepentimiento: empezar a cambiar de actitud. Mirar hacia adelante y no hacia atrás. No mirar lo que hice mal, sino mirar cómo voy a mejorarlo en un futuro. Predisponerme a vivir el resto de mi vida terrenal como Dios quiere que la viva, siguiendo sus pautas y no las que me dicta mi propia experiencia humana o las personas que me rodean. Cambiar de una actitud de desconocer lo que Dios me recomienda y me pide, a tenerlo en cuenta siempre. El arrepentimiento, dice Ezequiel, es el remedio contra la muerte. El que practica el derecho y la justicia, o sea, el que permanentemente tiene el deseo de obedecer, va a vivir, es decir, va a poder disfrutar de estar con Dios, y por lo tanto, de la vida plena y llena de sentido que él ofrece. El que vive teniendo en cuenta el conocimiento de Dios como algo muy valioso, va a conocer a Dios cada vez más y va a estar siempre con él, viviendo la vida a pleno.

Entonces, el arrepentimiento y la culpa van por lugares distintos. La culpa mira al pasado, y me dice que no hay ni un solo justo, y que no hay chances de que cambie lo que está mal. El arrepentimiento me recuerda que sí hay un justo: Jesús. Y que Jesús me ofrece la posibilidad de ser cambiado, de dejar atrás mi pasado y empezar de nuevo. Me hace mirar para adelante y pensar en todo lo que puedo llegar a lograr si me acerco a Dios.

¿Qué pasa con el tiempo que ya perdí haciendo las cosas mal? Bueno, ese tiempo no vuelve. Muchas veces, las heridas que causé tardan mucho en sanar, y el daño que hice a veces es irreversible. Pero no importa qué tan malo haya sido, que tanto haya negado a Dios, qué tanto haya ignorado su conocimiento, qué tan lejos haya ido o qué tan bajo haya caído: Dios siempre, SIEMPRE nos espera con los brazos abiertos a que cambiemos de actitud y dejemos atrás la maldad que teníamos y la culpa que tal vez nos generó cuando nos dimos cuenta. Dios no nos culpa: nos perdona. Nos perdona y nos transforma, de eso voy a hablar la próxima vez.

El que niega a Dios en su actitud, está, de una, por principio, separado de Dios, y por voluntad propia. El que vive teniendo en cuenta el conocimiento de Dios como algo muy valioso, va a conocer a Dios cada vez más y va a estar siempre con él, viviendo la vida a pleno. El arrepentimiento es ese cambio entre la primera afirmación, y la segunda. Es la puerta a la vida nueva que Dios nos propone. Es esa toma de conciencia y de decisión, de abandonar mi antigua manera de vivir para darle paso a una nueva manera de vivir. No es solamente decir "bueno, ya está, ya lo hice, qué mas da". Tampoco es decir "mirá lo malo que soy, pero bueno, soy así, lo lamento mucho". Es más bien decir "hice todas estas cosas malas, pero Dios puede cambiar mi forma de vivir, así que voy a empezar a tenerlo en cuenta".

Es un proceso, y los pecados van a seguir apareciendo, pero ya no van a ser el centro de nuestras vidas, ni nos van a dominar, ni nos van a significar una limitación para vivir plenamente, porque Jesús venció al pecado. Él es el único justo, y dice Romanos 5:19 que "así como por la desobediencia de uno solo muchos fueron constituidos pecadores, también por la obediencia de uno solo muchos serán constituidos justos".

Hay una sola vida, y está en Jesús. Es una vida llena de sentido, pero requiere de mí un cambio de mentalidad, que me haga pasar de ignorar a Dios a tenerlo en cuenta en primer lugar, antes que a cualquier otra cosa o persona. Esto me puede hacer arriesgar hasta mis propias pasiones y deseos más fuertes. A veces voy a tener que ponerle límites a mi propia experiencia humana para poder vivir a pleno la experiencia divina. Pero no podemos no vivir esta vida, porque lo otro no es vida. Si quiero vivir con un sentido pleno, disfrutando al máximo, tengo que arriesgarme. Si no lo hago, voy a vivir a medias, a mitad de camino, no llegando nunca a ser todo lo que puedo llegar a ser, ni a tener todo lo que puedo llegar a tener. No importa cuánto consiga ser, hacer o tener por fuera del proyecto de Dios: siempre va a ser mucho menos que lo que alcanzaría si lo hiciera dentro de él. Por eso estar separado de Dios se llama muerte, porque es una pérdida definitiva del potencial de nuestras vidas.

Espero que hayan sido desafiados y confrontados por esta reflexión tanto como yo lo estoy siendo mientras la publico, y que hayan entendido un poco más de qué se tratan el pecado y el arrepentimiento. No son malas palabras, ni conceptos abstractos. Tanto el pecado como el arrepentimiento son experiencias reales. Es mi oración y mi deseo que puedan reconocerlos.

Que el Dios de gracia, que perdona el pecado y los pecados, nos acompañe en el proceso de reconocer la maldad propia, superar la culpa y mirar hacia adelante, para que podamos aferrarnos de todo corazón al conocimiento de Dios y empezar a disfrutar de la transformación que él quiere hacer en cada uno de nosotros. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

lunes, 2 de septiembre de 2013

La nueva vida 3 - La gran apuesta

Hola a todos. Seguimos con esta serie sobre la nueva vida. Mi intención es publicar un poco más seguido, pero se me está haciendo complicado por cuestiones de tiempo. En cualquier caso, espero que puedan ir siguiendo la idea principal de estas reflexiones.

Hasta ahora dijimos que hay tres cosas básicas para poder empezar a entender la vida que nos propone Dios: la biblia, que es su palabra, y que es totalmente verdadera; la relación directa con él, sin la cual no podemos entender su palabra ni conocerlo a él; un cambio en el sentido común que conocemos, que nos enseñaron desde chicos, porque muchas cosas que Dios nos propone no encajan en él. Dijimos que existen a simple vista dos maneras de vivir, una como nos ofrece la sociedad, otra como nos ofrece Dios, y son incompatibles. En algún momento vamos a tener que decidir a cuál de los dos puntos de vista le voy a prestar más atención. Llamé a este momento la encrucijada. Para superarla, tengo que animarme a salir del molde que me impuso la sociedad en la que vivo. Una vez que doy este paso, empiezo a ser libre y tengo la posibilidad de seguir a Jesús de verdad, y disfrutar de la vida que él me ofrece.

"Sucedió que un hombre se acercó a Jesús y le preguntó:
-Maestro, ¿Qué de bueno tengo que hacer para obtener la vida eterna?
-¿Por qué me preguntas sobre lo que es bueno? -respondió Jesús-. Solamente hay uno que es bueno. Si quieres entrar en la vida, obedece los mandamientos.
-¿Cuáles? -preguntó el hombre.
Contestó Jesús:
-'No mates, no cometas adulterio, no robes, no presentes falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre', y 'ama a tu prójimo como a ti mismo'.
-Todos ésos los he cumplido -dijo el joven-. ¿Qué más me falta?
-Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo. Luego ven y sígueme.
Cuando el joven oyó esto, se fue triste porque tenía muchas riquezas".
(Mateo 19:16-22)

"Si alguien quiere ser mi discípulo, que se niegue a sí mismo, lleve su cruz cada día y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa, la salvará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se destruye a sí mismo?"
(Lucas 9:23-25)

Bueno, el primero es otro pasaje que me parece bastante fuerte. En algún momento dije que a mi entender había tres formas de hacer encajar nuestra fe en nuestras vidas: "cumplir y vivir", llevar dos vidas paralelas, y hacer lo inverso, encajar nuestra vida en nuestra fe, es decir, vivir siempre según mi fe. El caso de este pasaje parece ser un ejemplo claro del segundo modo. El joven rico quería obtener la vida eterna, pero para hacerlo estaba convencido de que tenía que hacer muchas cosas. Parecía muy comprometido, de hecho afirma que practica todas las primeras cosas que Jesús le menciona. Por supuesto que podríamos preguntarnos si realmente era tan así. Pero Jesús lo confronta en otro nivel. Le propone una apuesta diferente.

Y eso es un poco lo que pasa en nuestras vidas después de que superamos la encrucijada. Este hombre aparentemente había llegado ya a la conclusión de que los mandamientos eran buenos. Pero lo que Jesús le dice es mucho más profundo: no se trata de ser bueno o de hacer lo bueno. "Solamente hay uno que es bueno", dice Jesús. La clave para tener la vida que Jesús nos ofrece es otra: "si quieres ser perfecto, anda, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo" (19:21).

Ahora, ¿realmente es "vender todo" lo que Jesús le está proponiendo? Lo que a mí me parece es que Jesús, que va siempre más allá de lo evidente, está viendo que lo más importante para este hombre es su riqueza. Tal vez se apoyaba demasiado en ella. Entonces, Jesús va por ese lado, y le dice básicamente que si quiere realmente encontrar la vida nueva, tiene que estar dispuesto a sacrificar lo más preciado que tiene. Tiene que estar dispuesto a dejar ir todo lo que amaba en la "vida vieja", diríamos.

Pero entonces, para este hombre, vender todo probablemente equivalía a morir. Podemos imaginar que, ya que era rico, toda su vida hasta ahí se había dedicado a enriquecerse. Vender todo eso ahora era como tirar por la borda todo lo que había hecho durante su vida. O sea, morir.

Esa es en mi opinión la apuesta que nos pide Jesús: morir. Por supuesto, así como con el joven rico lo importante no era en sí vender todo, sino el hecho de dejar atrás todo lo que lo ataba a su propia vida, con esto de morir pasa lo mismo. No nos dice que tenemos que quitarnos la vida, sino que tenemos que renunciar, en nuestra mente, a todo lo que tenemos en alta estima en esta vida. Tomar cada día nuestra cruz, dice el pasaje de Lucas. La cruz es en definitiva el símbolo de lo que Jesús hizo por nosotros, y eso fue lo que él hizo, arriesgar hasta su propia vida, es más, arriesgó hasta lo más preciado que tenía, su comunión con el Padre. Se sintió abandonado por él cuando moría en la cruz. Arriesgó todo. Pienso que esa es la actitud que nos propone Jesús.

Dice Filipenses 3:7-8, "todo aquello que para mí era ganancia, ahora lo considero pérdida por causa de Cristo. Es más, todo lo considero pérdida por razón del incomparable valor de conocer a Cristo Jesús, mi Señor. Por él lo he perdido todo, y lo tengo por estiércol, a fin de ganar a Cristo". Pablo está diciendo que en comparación con estar cerca de Jesús y disfrutar de la nueva vida, todo es desechable. Él sabía de lo que hablaba, porque estaba preso cuando escribía esto. Sin embargo, prefería eso antes que tener una vida llena de cosas de este mundo, que no se comparan, dice él, con el valor de estar cerca de Jesús y disfrutar lo que él nos da.

Esto puede sonar muy fuerte. Jesús nos propone que nos desprendamos de todo lo que más amamos en esta vida, para poder así encontrar la plenitud de la vida que él tiene para ofrecernos. "Si quieres ser perfecto", yo diría que podemos parafrasearlo diciendo "si quieres estar completo". A veces no son cosas, a veces son relaciones, o incluso personas. A veces Jesús puede preguntarnos: "¿estás dispuesto a que esa persona deje de ocupar el centro de tus decisiones y tus motivaciones?". Lo que nos pide Jesús, en definitiva, es subir la apuesta. "¿Cuánto estarías dispuesto a dejar por mí, si fuera necesario?

La vida que nos propone Dios está llena de tesoros que tal vez sean invisibles o intangibles, pero no por eso son menos reales. Y si nuestros tesoros más importantes están en la tierra, no hay lugar en nosotros para esos tesoros que son del cielo. Por eso se nos pide esto. Por eso es como una apuesta. No vemos cuánto vamos a ganar, pero si no apostamos, nunca lo vamos a saber.

Entonces, Jesús nos invita a subir la apuesta. Tengo que simplemente estar dispuesto, de todo corazón, a desprenderme en mi mente, en mis motivaciones, en mis más profundos deseos, de aquello que es más importante para mí en esta vida. Porque es necesario que lo más importante de todo sea Jesús, en todo momento. Muchas veces este es el motivo por el que nos cuesta dar nuevos pasos en la fe. No nos animamos a arriesgar determinadas cosas, determinadas relaciones, determinados sueños. Sin embargo, Dios quiere darnos algo que seguramente es mucho mejor, ¡tal vez incluso terminemos multiplicando eso que teníamos miedo de perder! Jesús dice, en el mismo pasaje, poco más adelante, "todo el que por mi causa haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o terrenos, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna" (19:29).

En resumen, la vida verdadera, plena, está en Jesús. Es una vida mucho más completa y feliz que la vida que nos ofrece el mundo. Pero para recibir una vida nueva, tengo que dejar atrás la forma vieja de vivir. El proceso está lleno de pequeñas encrucijadas, donde voy a tener que decidir si me aferro a las cosas que ya tengo o confío en que Dios va a tener algo mejor. Cuando Dios me pide que suelte algo, es sólo para darme algo mejor. Tal vez no sea enseguida, pero por eso es como una apuesta. No puedo conocer de antemano el resultado. Tengo que confiar en que va a ser mejor. Ante semejantes desafíos de Jesús, tengo dos opciones: conformarme con lo que ya tengo y aferrarme a ello, o entender que podría estar recibiendo cosas mucho mejores y entonces no conformarme nunca, seguir siempre "vendiendo" todo lo que tengo para "comprar", o para recibir, todo lo que Jesús quiere ofrecerme.

Siempre puedo dar un paso más. Siempre puedo subir un poco más la apuesta. Sólo tengo que tomar la decisión. ¿Estoy dispuesto a morir, a renunciar a todo lo que amaba, con tal de conocer a Cristo? ¿O voy a dejar que el miedo de perder lo que tengo en esta vida me prive de los enormes regalos que Dios quiere hacerme por medio de él? La decisión es de cada uno.

Hay una sola vida, y hay que vivirla. Para eso es necesario salir del molde de nuestra sociedad, o incluso el molde que nosotros mismos construimos para nosotros, según lo que creemos mejor, y animarnos a vivir como Dios cree que es mejor para nosotros. Y esto va a implicar que arriesguemos cosas. Cuanto más estemos dispuestos a arriesgar, mayor porción vamos a alcanzar de lo que Dios quiere darnos. Como dice, otra vez, Filipenses, "olvidando lo que queda atrás y esforzándome por alcanzar lo que está adelante, sigo avanzando hacia la meta para ganar el premio que Dios ofrece mediante su llamamiento celestial en Cristo Jesús" (Filipenses 3:13-14).

Animémonos a arriesgarlo todo, a apostar todo por Jesús. Eso es confiar, eso es creer en Cristo, apostarlo todo por él con la certeza de que, sí o sí, salimos ganando. Y esto es algo de todos los días. Espero que hayan sido confrontados, desafiados y bendecidos por esta reflexión tanto como yo mismo al meditarlo la primera vez, hace un tiempo, y cada vez que vuelvo a reflexionar sobre esto.

Que el Dios de nuestro llamamiento celestial, el que nos ofrece la vida nueva y completa por medio de Cristo, nos ayude a ser fuertes y mantenernos firmes para que podamos apostarlo todo por él, y nos haga saber bien dentro de nosotros que nada, ninguna cosa a la que podamos aferrarnos, vale más la pena que la vida que él nos ofrece. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.