miércoles, 31 de agosto de 2016

El fruto el Espíritu 2 - Alegría

Hola a todos. Hace una semana empecé a compartir una reflexión sobre un tema que siento que está muchas veces mal abordado, y que tiene que ver con lo que significa y lo que implica tener vidas que dan fruto. En Eclesiastés 3:12-14 veíamos que el plan de Dios para nuestra vida es que nos alegremos y hagamos el bien, que no hay nada que sumarle ni restarle a esto y que está planeado así para que nuestras vidas glorifiquen a Dios. Gálatas 5:22-23 nos dice expresamente cuál es el resultado del Espíritu de Dios trabajando en nosotros para dar fruto: "amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio". Estas son nueve características que tiene ese fruto que Dios nos creó para dar, nueve matices del sabor de ese fruto.

Hoy me toca desarrollar un poco el tema de la alegría. Cuando hablé del amor, aclaré que estas cosas no son conductas que tenemos que adoptar, forzándolas desde lo externo, formas de actuar, sino que son formas de ser, y por lo tanto tenemos que trabajarlas desde el interior. Si no estamos mostrando alguna de estas características es porque algo pasa adentro nuestro que necesitamos sanar o atender. Somos lo que somos, no podemos obligarnos a ser. La forma de cambiar nuestra forma de ser es trabajando con nuestro corazón, es decir, nuestras motivaciones y creencias más profundas de la vida. Es fundamental entender esto para el caso de la alegría, porque es, en mi opinión, una de las características del fruto que más daño puede causar en las personas si se la enseña mal.

Empecemos por pensar qué no es la alegría si recorremos las Escrituras. En primer lugar, es claro que la alegría no es estar siempre sonrientes. Es decir, Dios no nos llama a estar siempre con una sonrisa en la cara. Y esto, que puede parecer una obviedad para algunos, a veces parecería no ser tan obvio para otros. No tenemos por qué estar siempre con una sonrisa en la cara o de buen humor, la alegría no se trata de eso. Alegría tampoco quiere decir pasarla siempre bien, ni siquiera pasarla bien en sí. Alegre y divertido no son sinónimos. Una persona que hace muchos chistes o una que se ríe mucho no necesariamente son personas alegres. Alegría no es necesariamente diversión.

Entonces, ¿qué es la alegría? Tal como pasaba con el amor, no encontramos en ningún lado una definición directa de la alegría. La palabra griega acá es CHARA, que está asociada al placer, al deleitarse y al estar animado. Podemos vislumbrar cuál es el sentido bíblico de la alegría en algunos pasajes como este:

"A quien Dios le concede abundancia y riquezas, también le concede comer de ellas, y tomar su parte y disfrutar de sus afanes, pues esto es don de Dios. Y como Dios le llena de alegría el corazón, muy poco reflexiona el hombre en cuanto a su vida" (Eclesiastés 5:19-20).

Por algunas cuestiones de la traducción (la versión es NVI), tal vez podamos perder un poco del sentido original, que es más complejo. La idea del pasaje sería algo así: Dios permite que podamos sacar jugo a lo que tenemos y a lo que hacemos. Y cuando esto pasa, una persona puede dejar de lado las preocupaciones de la vida y las angustias del pasado, y tener una actitud positiva y buen ánimo. Dicho de otra forma, la alegría tiene que ver con poder encontrar placer y sentido en nuestra vida, en lo que hacemos y en lo que tenemos.

+Alegría es encontrarle placer y significado a la vida.

Podríamos pensar que lo contrario a esto es la tristeza y el desánimo. Y quiero detenerme un momento en esto: que sea lo contrario no quiere decir que esté mal. La tristeza y el desánimo son contrarias a la alegría, pero no son en sí mismo pecados. Aclaro esto porque muchas veces, directa o indirectamente, se juzga o condena a las personas en las iglesias por estar tristes o desanimadas, como si por estar así no fueran suficientemente buenos o suficientemente cristianos. Rápidamente podemos ver que bíblicamente, esto no se sostiene, porque Jesús mismo estuvo triste en varias ocasiones (Marcos 3:5), y Moisés, por poner otro ejemplo, estuvo desanimado en más de una ocasión (Números 11:11-17), y Dios nunca lo reprendió por su desánimo. Podría extenderme mucho más sobre esto, pero no es el punto central. Simplemente quiero decir que si estás o estuviste desanimado/a o triste, y alguien te transmitió que no estabas siendo suficientemente espiritual o estabas fallándole a Dios por eso, estaba totalmente equivocado/a y podés quedarte tranquilo/a. Lo mismo si estás o estuviste deprimido/a. Dios te sigue amando y valorando.

Igual creo que es importante aclarar que en esta reflexión trato de referirme a algo más general. Podemos ser personas alegres y sin embargo pasar momentos tristes. No significa que nuestro fruto no tenga sabor a alegría. Lo mismo con el desánimo. Podemos estar animados con nuestra vida y desanimarnos con algo puntual, o incluso estar tristes o desanimados por un rato a causa de algo, aunque seamos personas que dan fruto de alegría. Pero perdemos el disfrute cuando tenemos un desánimo más profundo, una falta de significado general, de la vida. También pasa lo mismo con el "displacer", y con la tristeza. No es lo mismo entristecerse por algo puntual, que estar entristecido en el fondo, con la vida. Ahora, la pregunta que podemos hacernos es, ¿de dónde puede venir nuestra falta de alegría? ¿Cuáles son las trabas que tenemos para dar fruto con sabor a alegría?

En primer lugar, algo que nos impide encontrarle significado y placer a nuestra vida es la falta de libertad. Cuando no tenemos espacio para recrearnos y desplegar lo que tenemos dentro de nosotros (nuestra creatividad, nuestros recursos, nuestros deseos), o cuando esto está mal visto (generalmente por ser "improductivo" según los parámetros de nuestra cultura), terminamos sobreexigiéndonos, haciendo cosas para "cumplir" con exigencias que tenemos sin parar a descansar, y eso nos termina agotando. No podemos estar animados si estamos agotados y sin fuerzas. No podemos tener ese deseo de ir para adelante. Lo mismo pasa cuando por diferentes motivos no podemos vivir la clase de vida que nos gustaría estar viviendo, la clase de vida que nos haría sentir bien.

También puede pasar que las circunstancias mismas nos muestren que lo que estamos queriendo llevar a cabo no avanza, tenemos muchas trabas para desplegar nuestra vida. Es lo que le pasaba a Moisés en el pasaje de Números que mencioné. Quería cuidar y conducir al pueblo pero la carga era muy grande debido a las condiciones externas. Eso lo llevó al desánimo. Sentía que nada de lo que hacía para llevar adelante su objetivo tenía sentido, nada servía, nada daba resultado. Es difícil encontrar placer y sentido en algo que sentimos que no va para ningún lado.

Finalmente, hay momentos donde los aspectos negativos de la realidad que estamos viviendo nos desbordan, nos roban las fuerzas, nos derriban. En momentos así nos cuesta concentrarnos en lo que sí tenemos y en lo bueno de nuestra vida. Nos sale naturalmente enfocarnos en lo que no tenemos y quisiéramos tener, o en lo que está mal en nuestra vida y quisiéramos que esté bien. Si nuestra mente está anclada en lo negativo, es lógico que no encontremos placer ni motivos para tener ánimo. Suele hacernos sentir ingratitud e insatisfacción.

Pero entonces, ¿qué se puede hacer frente a esto? ¿Cómo destrabamos nuestras vidas para que el Espíritu de Dios pueda fluir en nosotros hacia la alegría? En primer lugar, tenemos que entender que la alegría de la vida no es característica sólo de algunas personas, sino que está a disposición de todas, hasta del más depresivo (sí, incluso para ellos hay esperanza), y no se produce por arte de magia, sino que se puede construir, se puede trabajar para traerlo a nuestra vida. No me voy a meter con el tema de la depresión porque no soy un experto y porque merecería una reflexión más profunda, sólida y específica (aunque no niego que algo de todo esto también les pueda servir en esos casos). Pero en todos los demás casos, es importante entender que yo soy el único que puede hacerme feliz a mí mismo, de la mano de Dios. No puedo esperar que la felicidad, el disfrute, la alegría, venga de afuera. Nadie me va a hacer feliz (aunque las compañías sí pueden contribuir a nuestra alegría, y obviamente muchas veces necesitamos ayuda).

Si quiero tener esa vida que me gustaría tener, avanzar hacia esa forma de vivir en la que pueda disfrutar más allá de las cosas malas de mi vida, tengo que yo mismo ir a buscarlo. Es decir, para tener la vida que me gustaría, tengo que vivir la vida que me gustaría. Hay varias cosas importantes que la biblia deja entrever como posibles caminos:

+ Clamar (Salmo 18:6). Dios nos invita a traer a sus pies nuestro desánimo, nuestra negatividad y nuestra angustia. Si nos falta alegría, lo mejor que podemos hacer es aceptarlo primero, presentárselo a Dios después, y finalmente hablarlo con personas que nos vayan a comprender y acompañar en el desánimo, y no tratar de cambiar nuestros sentimientos para que de la nada estemos bien. Obviamente que en algún momento necesitamos que nos den ánimo, pero si primero no nos aceptan con nuestros verdaderos sentimientos, es sólo humo, "pan para hoy y hambre para mañana", como solemos decir. De hecho, ya vimos la vez pasada que parte de la falta de amor en nuestra vida muchas veces tiene que ver con que no sentimos que nos reciban con lo que realmente sentimos en algún momento determinado. Y la falta de amor es otra posible causa de que tengamos trabada la alegría. Es difícil encontrarle sentido a nuestra vida si nos sentimos solos y abandonados. Necesitamos empezar por vincularnos. De hecho, creo que la falta de amor muchas veces puede estar de fondo en la ausencia de cualquier otra característica del fruto.

+ Descansar (Génesis 2:2-3). El sentido del "sábado" o del descanso es que podamos disfrutar de nuestra obra, es decir, del fruto de nuestra obra, y dar gracias a Dios por ella. Detenernos a pensar en todo lo bueno que pudimos hacer o en todas las pequeñas cosas que sí tenemos (esas que a veces damos por sentadas, como una computadora desde la que estar leyendo esta reflexión, un cerebro que funciona como para entender estas palabras, la habilidad de leer, y un interminable etc.), y dar gracias a Dios por todo eso. El sentido de apartar el "séptimo día", por lo que veo al comparar diferentes pasajes sobre eso, tiene que ver justamente con no agotarnos ni sobreexigirnos, sino dejar lugar para la recreación, es decir, para permitir que Dios nos renueve (nos "re-cree"). Después de todo, fuimos llamados a vivir en libertad (Gálatas 5:1).

+ Disfrutar (Eclesiastés 5:18). Parece mentira, pero este aspecto de la alegría a veces sí podemos forzarlo o empujarlo un poco. A veces necesitamos simplemente conformarnos con lo que tenemos antes de ir a buscar más. Por ahí nuestro desánimo viene muchas veces de expectativas desmedidas sobre la vida, y la única solución es dejar ir temporalmente esas expectativas para retomarlas cuando ya no estemos tan desanimados. No quiere decir renunciar a ellas, sino poder estar en paz con que hoy no lo tengamos, y ver qué cosas hoy sí tenemos a nuestro alcance. Muchas veces tener espacios de diversión ayuda a poder sentir que la vida tiene cosas lindas. Y también ayuda tener espacios donde poner en funcionamiento nuestras capacidades y habilidades, que justamente nos puede transmitir esa sensación de estar disfrutando de nuestros afanes. Nuestros espacios de servicio en la iglesia muchas veces pueden contribuir a esto.

Todo esto no es una receta infalible, y al mismo tiempo sólo funciona si incorporamos un poco de cada cosa. Si nos divertimos mucho pero no nos damos lugar para aceptar y darle la bienvenida a nuestros sentimientos, y hablarlo con Dios y con otros, es posible que no nos sirva para destrabar la alegría. El amor (vínculos) y la alegría (sentido y placer) van de la mano. Pero aunque no sea una receta infalible, la combinación de todo esto puede ayudarnos mucho a recuperar el ánimo en medio de circunstancias que nos desaniman. Y orar. Orar mucho. Eso es clave. Pero no sólo orar pidiendo, o incluso orar agradeciendo o alabando, sino orar expresando. Contarle a Dios cómo nos sentimos. No tengamos miedo de contarle a Dios que estamos desanimados o angustiados, no tengamos miedo de decirle que sentimos que nada tiene sentido o que todo es feo, porque él nos ama y quiere recibirnos tal como estamos. Él mismo lo dice: "«Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso»" (Mateo 11:28).

En definitiva, alegría es poder encontrar placer y significado en nuestra vida diaria, en lo que tenemos y en lo que hacemos. Muchas veces, por estar presionados, por estar estancados o por estar sumergidos en nuestra negatividad, nos cuesta vivir con alegría. Para destrabar esto, la biblia nos ofrece algunos caminos, el primero de los cuales es expresar lo que nos está pasando, a Dios y a otras personas. Una vez que hicimos esto, necesitamos condimentar nuestra vida con algunas actitudes, tanto como nos salga: resaltar lo bueno que hay, tener espacios de recreación y diversión, sumergirnos lo más que podamos en las cosas lindas cuando aparezcan y poner en funcionamiento tanto como podamos nuestras capacidades y habilidades, aquello que nos gusta hacer. Hacer lo que nos gusta hacer es algo productivo, porque contribuye a que funcionemos bien. Insisto: hacer lo que nos gusta hacer, ¡es algo productivo!

Que el Dios de alegría nos acompañe, nos cuide y abra nuestros ojos para poder apreciar todas las bendiciones que nos da, y nos ayude a abrir nuestro corazón para compartir nuestros desánimos y angustias con él y con otros, para que podamos sacar lo negativo afuera y dejar entrar lo lindo de la vida, y así volver a disfrutar, que es el deseo de Dios para nosotros. ¡Amén!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

domingo, 28 de agosto de 2016

El fruto del Espíritu 1 - Amor

Hola a todos. En la publicación anterior empecé a compartirles una serie de reflexiones que forman parte de una charla que me tocó dar.  Mi idea es aprovechar este espacio para expandir los puntos de esa charla, desarrollarlos y agregar también más base bíblica.

En la reflexión pasada, introduciendo el tema, decía que nuestras vidas fueron creadas por Dios para dar fruto, que quiere decir, básicamente, tener vidas que impactan positivamente a nuestro alrededor, y a la vez, vidas que podemos disfrutar nosotros mismos. En Eclesiastés 3:12-14 vimos que lo mejor que podemos hacer, en otras palabras, la voluntad de Dios para nuestras vidas, es hacer el bien y alegrarnos, es decir, disfrutar, y que a eso no hay nada que agregarle ni quitarle. En estos días descubrí que esto es perfectamente coherente con la muy breve descripción de la voluntad de Dios en Romanos 12:2, "buena, agradable y perfecta" ("buena": "hacer el bien"; "agradable": "alegrarse"; "perfecta": "nada que añadirle ni quitarle"). Y todo esto es un don de Dios, un regalo suyo, es decir, él mismo lo hace en nosotros.

Sin embargo, decíamos, nosotros tenemos una responsabilidad, que es cuidar de ese regalo, cultivar ese fruto. Y entonces traje a la reflexión el pasaje de Gálatas 5:22-23, "el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio". Hoy quisiera expandir un poco la cuestión del amor.

La palabra griega para "amor" en este pasaje, AGAPE, es bastante conocida, y se dice mucho sobre ella. Está asociada al amor desinteresado y sacrificial de Dios hacia nosotros. Pero quiero empezar por aclarar qué cosas no son amor, porque creo que en nuestra cultura tenemos un concepto bastante errado de lo que es el amor, incluso de lo que es no amar, y eso puede filtrarse con facilidad en nuestra interpretación del concepto bíblico de amor.

Cuando observamos el cuadro bíblico general sobre el amor, descubrimos cosas bastante interesantes. En primer lugar, el amor no es una emoción. Insisto: el amor no es una emoción. Involucra nuestras emociones, pero no es en sí una emoción. El amor no es lo mismo, obviamente, que estar enamorado, en el sentido que solemos usarlo. "Te amo" quiere decir mucho más que "estoy enamorado de vos", y eso puede ser un problema a veces. El amor no es ayudar siempre a todos. Esto ya puede ser más espinoso, pero quiero insistir: el amor no es ayudar siempre a todos. Tampoco, por supuesto, complacer siempre a todos. Y aunque alguien pueda querer apedrearme por esto, el amor no es descuidar mi vida por otros. Voy a explayarme un poco más sobre esto un poco más abajo, pero el amor no es descuidar mi vida por otros.

Pero entonces, ¿qué es el amor? Sabemos que tiene que ver con interesarnos por otros, y sabemos de muchos pasajes que describen al amor, pero en ningún lugar parecería estar definido. Sin embargo, Pablo nos dejó, inspirado por el Espíritu, una perlita:

"Llénenme de alegría teniendo un mismo parecer, un mismo amor, unidos en alma y pensamiento. No hagan nada por egoísmo o vanidad; más bien, con humildad, consideren a los demás como superiores a ustedes mismos. Cada uno debe velar no sólo por sus propios intereses sino también por los intereses de los demás" (Filipenses 2:2-4).

Entonces, creo que la definición bíblica de amor aparece acá bastante clara, y es coherente con lo que podemos ir recogiendo de las enseñanzas del resto de la Biblia:

+Amor es velar por las necesidades e intereses de otros, además de por las propias.

Esto implica muchísimas cosas: una persona que da frutos es una persona que cuida de sí misma, que se ocupa de sí misma, que se ama a sí misma, en este sentido. Una persona que está contenta consigo misma. Dios mismo considera que somos hermosos y dignos de ser amados (Isaías 43:4). Pero una vez que tengo cubierta la cuota adecuada (no más, pero tampoco menos) de amor hacia mí mismo, dar fruto significa que amo a los demás como a mí mismo. Es decir, que realmente (y esto es fundamental, realmente) me interesan las necesidades e intereses de los que tengo alrededor, o de los que se cruzan en mi camino. Esto es algo que no se puede obligar a sentir. No puedo pretender que me interesan. Si no me interesan, es un problema, pero que se resuelve desde el interior, desde el corazón, y no desde la conducta, o no sólo ni principalmente desde la conducta. Si cambio la conducta pero no cambio el corazón, mi amor es falso. Y Jesús es claro en eso (Lucas 11:39).

Entonces, ya sabemos cómo es esta característica del fruto. La pregunta es, ¿por qué puede ser que me esté faltando este "sabor" del fruto en mi vida? ¿Por qué puede ser que me esté costando interesarme genuinamente en los demás? Y ojo, es verdad que es un problema "serio", pero no es para desesperar. Recordemos que Dios nos ama incondicionalmente, y que nuestra salvación es por fe en la obra de Cristo, de principio a fin. Así que si nos falta una característica fundamental de un discípulo de Jesús, así y todo estamos salvados y aceptados, y seguimos siendo para Dios preciosos y dignos de honra. Pero seguramente, si amás a Dios y tenés este problema, te gustaría entender por qué, y hacer algo al respecto.

Bueno, cuando vemos lo que los psicólogos cristianos observan, podemos ver que la raíz de la falta de amor en nosotros es justamente, la falta de amor. Es decir, nos cuesta amar porque no tenemos suficiente "gasolina" de amor. El combustible del amor es el amor. Alguno puede pensar "pero yo creo firmemente que Dios me ama, y sin embargo me cuesta amar". Sí, pero muchas veces creemos con la cabeza y no con el corazón. Porque al corazón no lo podemos obligar. Si no recibimos suficiente amor de afuera, de las personas, a lo largo de nuestra vida, o lo recibimos de forma condicional o manchada de cosas que no eran amor, es muy lógico que nos cueste amar. Muchas veces nos convencemos a nosotros mismos de que creemos en el amor de Dios porque eso es lo cristianamente correcto. Sin embargo, Dios no tiene miedo de que no creamos en su amor. Al contrario, quiere que podamos aceptarlo, para poder empezar a hacer algo al respecto.

Entonces, a veces nos falta amor. ¿Cómo se manifiesta eso, o cómo afecta? Por un lado, puede que tengamos heridas de nuestro pasado sin sanar. Sobre todo, heridas que nos quedaron de cuando éramos chicos. Si fuimos muy lastimados, y nunca resolvimos ese dolor, podemos estar sufriendo silenciosamente, incluso sin darnos cuenta. Por ahí nos enseñaron que estar sufriendo estaba mal, entonces lo fuimos tapando hasta no verlo ni nosotros (y no hablo en abstracto, esto es perfectamente real). Si estamos sufriendo, nuestra cabeza, queramos o no, no tiene espacio para ocuparse de los demás porque está ocupada en mantener esta coraza que nos protege del sufrimiento. Hasta que no nos pongamos a ver cuál es ese dolor, no tenemos cabeza para ocuparnos de los demás.

También puede ser que hayamos experimentado mucho rechazo en nuestro pasado. En este caso, nos quedamos con miedo de ser rechazados otra vez, y entonces nos escondemos, desconfiamos de los demás, no nos abrimos afectivamente y eso nos impide relacionarnos también con las necesidades del otro. Nos volvemos, sin darnos cuenta, insensibles a lo que le pasa al otro. Cuando nos cuentan algo, no podemos abrirnos a recibir la experiencia del otro, sobre todo si se pisa con la nuestra, porque nos hace sentir que somos rechazados por lo que el otro siente, o porque estamos muy metidos en nuestra propia experiencia sobre el tema. Es particularmente difícil si lo que siente el otro tiene que ver con algo que yo estoy haciendo mal, o con algo de mí que al otro lo está afectando. Pero no sólo en esos casos.

Finalmente, puede ser que tenga pecados sin resolver. Es decir, puede que haya hecho cosas feas en el pasado que nunca pude confesarle a nadie por miedo, justamente, al rechazo, o al castigo, o al aislamiento o lo que fuera. Y en el fondo, siento que soy condenado por esos pecados. Justamente porque al no sacarlos a la luz, nunca experimenté un perdón exterior sobre eso. Y por lo tanto, difícilmente pueda perdonarme yo, o sentir que Dios me perdona realmente. Esto me hace vivir con culpa. Incluso, no siempre son pecados reales. A veces nos hicieron sentir que ciertas cosas eran condenables, o que nosotros éramos condenables por ciertas cosas, que para Dios no tienen nada de malo. Y nadie nunca nos dijo que para Dios no tienen nada de malo, entonces cargamos con la culpa y la condena por algo que ni siquiera es condenable.

Muchas veces, por causa de estas cosas, nos vamos al otro extremo de la falta de amor, que es la falta de límites. Decimos que sí a todo porque tenemos miedo de perder el amor de otros si decimos que no. Terminamos diciendo que sí a cosas que realmente no queremos, con lo cual o nos desgastamos terriblemente, y nos llenamos de resentimiento contra esas personas que "nos roban" tiempo, energía, etc. (no es que realmente nos roben, sino que nosotros les entregamos todo por miedo); o decimos que no a todo, y ponemos murallas contra los demás, justamente para que no nos "roben" el poco amor y la poca energía que tenemos.

Ahora, ¿qué se puede hacer frente a esto? ¿Cuál es el camino para aprender a amar? Es importante entender que no alcanza con forzarnos a salir de nosotros mismos, porque la motivación es incorrecta en el fondo. Seguiríamos haciéndolo, incluso sin saberlo, por miedo: por miedo a que nos dejen de querer por no ser suficientemente amorosos, o por miedo a que Dios nos rechace por no ser suficientemente amorosos. Necesitamos cubrir nuestra necesidad de amor antes de poder realmente amar más o mejor a otros. Si empezamos a hacer eso, entonces sí está bueno y es útil, al mismo tiempo, tratar de cambiar las conductas. ¿Cómo llenamos nuestra necesidad de amor?

La respuesta es: vinculándonos. Dios nos creó como seres comunitarios. El amor de Dios nos llega, en gran medida, a través de los demás, porque Dios así lo dispuso. Cuando nos amamos entre nosotros, aparece en la escena concreta y material el amor de Dios (1 Juan 4:12). Y para recibirlo, necesitamos hacer algunas cosas: en primer lugar, encontrar personas con las que nos sintamos seguros, que sepamos que no nos van a juzgar por lo que podamos traer a la luz. Especialmente porque necesitamos dejar de escondernos de los demás para recibir amor. En segundo lugar, necesitamos atrevernos a mostrarnos vulnerables con estas personas, permitirnos dejar de querer ser fuertes y de demostrar que nuestra vida está en orden, y que estamos "bien", y permitirnos mostrar nuestros costados débiles, esos que nos dan vergüenza. Mostrar que en realidad sí lloramos, que sí estamos tristes, que sí tenemos miedos (incluso esos miedos que sentimos que son "tontos"), que sí nos sentimos ridículos, que sí sentimos que no valemos nada, que sí sentimos que nadie nos quiere, o lo que sea que realmente estemos sintiendo en el fondo. A veces necesitamos ayuda de gente más experimentada para darnos cuenta de lo que realmente sentimos (un consejero, un psicólogo, un pastor, etc).

Y finalmente, necesitamos confesar esos pecados que sentimos que son imperdonables. Porque "a quien poco se le perdona, poco ama" (Lucas 7:47). Necesitamos poder sentirnos aceptados y queridos por las personas a pesar de nuestros pecados y defectos. Si no, no podemos sentirnos plenamente aceptados y perdonados por Dios en el fondo. Y esto traba nuestras fuentes de amor.

Es importantísimo entender esto. Es en las relaciones donde, a través de las heridas y la condicionalidad, se origina nuestra falta de amor; y por lo tanto es sólo en las relaciones donde sanamos y nos nutrimos de amor. Dios así lo dispuso. Necesitamos vincularnos en relaciones seguras donde el vínculo no esté en juego al exponernos, al revelar lo que sentimos e incluso al decir que no. Sólo así podemos aprender a amar, si tenemos problemas con eso. Sólo al sentir que no estamos solos en la vida y que nuestras necesidades e intereses son valiosos para alguien podemos empezar a sentir que las necesidades e intereses de los demás son valiosos para nosotros.

Y acá quiero terminar aclarando algo: el amor sacrificial es bíblico. Pero Jesús no entregó su vida porque sí. Él entregó su vida porque esa era la única manera de salvar a la humanidad. Jesús muchas veces dijo que no. Y amar sacrificialmente, servir sacrificialmente, y demás, no es algo que deberíamos hacer sin ganas. "Cada uno debe dar según lo que haya decidido en su corazón, no de mala gana ni por obligación" (2 Corintios 9:7). Si estamos dando poco, habrá que ver en todo caso qué pasa en mi corazón que no puedo interesarme más por el otro (heridas, rechazo, culpa, etc.). Pero no creer (ni enseñar) que Dios condena al que no se sacrifica por otros, como muchas veces pareciera que se enseña. Seamos comprensivos y compasivos con los que, por no tener suficiente amor adentro, no pueden dar más de sí mismos. Porque Jesús, otra vez, lo establece claramente: "vayan y aprendan lo que significa: "Lo que quiero de ustedes es misericordia y no sacrificios."" (Mateo 9:13).

Entonces, para terminar, el amor es ocuparme de mis necesidades e intereses, y también de los de los demás. Dios produce esto en nosotros al amarnos incondicionalmente y darnos perdón y aceptación, por sí mismo y a través de otros. Las relaciones son el recurso principal a través del cual él nos hace llegar ese amor, produciendo ese fruto en nosotros. No podemos producir fruto de amor si no estamos conectados al árbol de amor (el cuerpo de Cristo, la comunidad). Si tenemos envidia, rencor, desinterés o indiferencia por otros, necesitamos revisar qué nos pasa dentro, ver qué heridas, miedos y culpas tenemos y buscar relaciones seguras donde exponer esas cosas y recibir aceptación. Así, vamos a llenar nuestro tanque de amor y, les puedo asegurar por experiencia propia, vamos a empezar a tener un corazón más genuinamente interesado en el otro, en sus intereses y necesidades, y compasivo.

Que el Dios de amor incondicional nos haga sentir su presencia, su perdón, y su aceptación, que nos provea esas relaciones que necesitamos y que nos hacen falta, y que haga brotar de nosotros manantiales abundantes de amor para proveer también ese amor incondicional a los que nos rodean, creando una reacción en cadena de frutos de amor, y mostrando así al mundo su gloria. ¡Amén!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

Algunos libros de referencia:
- Henry Cloud, Cambios que sanan, Editorial Vida (2003).
- Henry Cloud y John Townsend, Límites, Editorial Vida (2006).
- Henry Cloud, Integridad, Editorial Vida (2008).
- Anselm Grün, Límites sanadores, Bonum (2005).

miércoles, 24 de agosto de 2016

Vidas que dan frutos

Hola a todos. Hace un tiempo me tocó dar una especie de charla sobre un tema que creo que en las iglesias se habla bastante, y hay varios libros dando vueltas, pero que pienso que muchas veces se entiende de una manera inapropiada. Me gustaría hacer una mirada más detenida y profunda, y plantear otra forma posible de entenderlo, que me parece más realista y más aplicable.

El tema es, ¿qué es una vida fructífera? ¿Qué es dar fruto?

No pretendo agotar el tema, ni nada. De hecho, en última instancia, esto no es más que simplemente una reflexión. Pero me gustaría empezar pensando en lo que no es tener una vida fructífera, según el cuadro general que muestra la biblia. Tener una vida fructífera no es ser exitoso, ni que te vaya bien en todo. Tampoco quiere decir ser perfectos. Cualquiera de estas dos cosas me parecen un verdadero error de comprensión, que sin embargo se nos mezclan muy seguido, me parece, con esta idea de ser fructíferos.

Si lo pensamos desde la idea de "fruto", en una árbol, el fruto representa, por un lado, parte de su propósito, podríamos decir que es lo trascendente del árbol. Es de donde van a salir sus retoños. Entonces, dar fruto parecería ser cumplir los propósitos de Dios para nosotros. Esto parece algo muy general y vago, pero la biblia nos muestra una y otra vez diferentes propósitos que como seres humanos tenemos. Fuimos creados de determinada manera, para funcionar de determinadas formas y para hacer determinadas cosas. Fuimos incluso llamados al reino para vivir de cierta forma, y eso es parte de nuestro propósito en este mundo, por el hecho de ser humanos.

Por otro lado, el fruto suele ser la parte del árbol que se puede saborear, que nos puede alimentar, que podemos disfrutar. Acá me parece que está la segunda cosa, el disfrute. De hecho, en nuestro idioma, las palabras "fruto" y "disfrutar" están emparentadas.

Entonces, una vida que da fruto es una vida que cumple su propósito, y que a la vez se disfruta.

"Yo sé que nada hay mejor para el hombre que alegrarse y hacer el bien mientras viva; y sé también que es un don de Dios que coma o beba, y que disfrute de todos sus afanes. Sé además que todo lo que Dios ha hecho permanece para siempre; que no hay nada que añadirle ni quitarle; y que Dios lo hizo así para que se le tema".
Eclesiastés 3:12-14

Creo que en este pasaje se ve claramente que disfrutar ("alegrarse") y cumplir con nuestro propósito divino ("hacer el bien") son lo mejor que nos puede tocar en esta vida. Es decir, tener una vida fructífera puede resumirse bíblicamente en esas dos cosas. "Nada hay mejor para el hombre". Ahora, disfrutar de nuestra vida, además, es algo que Dios produce en nosotros, es decir, no es que vamos a disfrutar sólo por esforzarnos más o por casualidad, sino que Dios lo hace en nosotros. "Es un don de Dios". Es un don que permanece para siempre, y que si lo recibimos, está completo. "No hay nada que añadirle ni quitarle". Por último, el pasaje nos revela cual es el sentido de recibir este don, y es, básicamente, darse a conocer a sí mismo, y que quede claro que él es Dios, y qué clase de Dios él es.

Estas cosas las voy a ir retomando más adelante, pero quiero decir primero un par de cosas más. Si quiero tener un árbol que dé frutos, hay ciertas cosas que tengo que hacer. Lo mismo pasa con nuestras vidas. Que este fruto sea don de Dios, no quiere decir que nosotros no tengamos ninguna responsabilidad en desarrollarlo y mantenerlo. De hecho, de eso se tratan estas reflexiones. De cuidar, regar, podar y mantener el fruto que Dios produce en nosotros. Dios es el que hace crecer ese fruto, y es el que decide el ritmo de su crecimiento y la forma del fruto. De hecho, la forma del fruto es básicamente su carácter, que él va desarrollando en nosotros (Romanos 8:29).

Entonces, Dios nos creó y nos llamó a su reino para que demos fruto, y para que disfrutemos de nuestra vida. También para que otros puedan disfrutar al formar parte de nuestras vidas. Dios quiere que tengamos vidas que dan fruto. Ahora, hay tres situaciones posibles: que no demos fruto, esos momentos de nuestras vidas en los que estamos trabados, y sentimos que no vamos ni para un lado, ni para el otro, y que no impactamos para nada en nuestro entorno; que demos fruto feo, como cuando sentimos que no podemos disfrutar de nuestra vida, y que impactamos a nuestro alrededor de manera negativa; y que demos fruto rico, como cuando llegamos a sentir que nuestra vida está buena, y vemos que causamos a nuestro alrededor también un lindo impacto. El deseo de Dios parecería ser que cada vez más, demos este tipo de fruto, rico, provechoso. A él le encanta que demos fruto rico y abundante (Juan 10:10).

A ese fruto rico y abundante, la biblia lo llama "el fruto del Espíritu". Lo encontramos descrito en el famoso pasaje de Gálatas 5:22-23: "el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio". Muchas veces se habla de este pasaje como una guía para nuestra conducta, para cómo debemos comportarnos para parecernos a Cristo. Sin embargo, quiero resaltar dos cosas: no es fruto de nuestro esfuerzo, es fruto del Espíritu. Es decir, es Dios el que va generando en nosotros estas cosas. Y lo otro: si bien es cierto que tenemos responsabilidad en formar nuestro carácter, no todo es conducta, y deberíamos trabajar primero en nuestro corazón si esperamos desarrollar determinada conducta sana. Cristo es claro en esto: "del corazón humano salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, la inmoralidad sexual, los robos, los falsos testimonios y las calumnias" (Mateo 15:19). Podemos esforzarnos todo lo que queramos en tener las conductas apropiadas, pero si no descubrimos por qué tenemos las conductas mal, y no trabajamos eso que nos mueve a comportarnos así (que generalmente son heridas o malos aprendizajes del pasado), es inútil, y tarde o temprano vamos a volver a dar malos frutos por ese mismo lado o por otro.

Lo que quiero plantear, entonces, es que lo que necesitamos hacer es entender qué características tiene el fruto del Espíritu (qué "sabor" tiene), cómo se ve cada una de esas características, qué trabas solemos tener para dar un fruto con esas características bien desarrolladas, y qué podemos hacer para obtener un fruto de mejor calidad, es decir, para dar un mejor fruto. No esperemos perfección: como dije antes, dar fruto no es ser perfecto. Sepamos que es un trabajo permanente, vamos y venimos, y cosas que teníamos muy claras puede que de repente tengamos que volver a ajustarlas. Y tenemos que pensar que cualquiera de estas características, si es forzada, es peor: caemos en la hipocresía o en los extremos no sanos. La manera correcta de desarrollar estas características es destrabarlas desde nuestro interior, y dejar que, justamente, el Espíritu trabaje en nosotros. Y confiar en que Dios quiere esto para nosotros, de modo que no es imposible. Todo lo contrario, está asegurado que vamos a poder desarrollar vidas cada vez más fructíferas. Dios nos ama, y quiere darnos una vida abundante. Quiere darse a conocer a nosotros, y también en nosotros.

A partir de la próxima publicación, voy a ir pasando por cada una de las nueve características del pasaje de Gálatas, y respondiéndonos esas tres preguntas, sobre la forma del fruto, las trabas que tenemos y lo que podemos hacer para destrabarnos. Dios está con nosotros. No descansemos en nuestras fuerzas y capacidad para "sostener" ese carácter de Cristo, y al mismo tiempo no nos olvidemos de que Dios no se cansa de hacer su obra en nosotros, precisamente, para que quede claro que él es Dios, y qué clase de Dios él es: un Dios de amor, un Dios fiel, un Dios bueno y nuestro creador.

Que el Dios que nos creó nos llene del Espíritu para que podamos preparar nuestros corazones para la obra que él quiere hacer en nosotros, y para que entendamos que el fruto de nuestra vida no depende de nuestro esfuerzo, sino de su guía, su poder y su amor, que forman en nosotros el carácter de Cristo. ¡Amén!

Hasta que volvamos a encontrarnos.