miércoles, 31 de octubre de 2012

En la lucha 1 - El gran engaño

Génesis 3:1-7; Mateo 7:24-27; Gálatas 5:19-26

Hola a todos. Cuando preparaba la reflexión anterior, la conclusión de la serie sobre la armadura de Dios, sentí una gran necesidad de informarme más acerca de lo que dice la biblia sobre esta pelea que sostenemos contra fuerzas espirituales que viven en el mundo invisible. Se me ocurrió que podía armar una serie sobre eso, y pensé que compartirla puede llegar a convertirse en una bendición para muchos. Espero que así sea, esa es mi oración por esta reflexión y las que siguen.

La verdad es que no planeé esto, pero me alegra que me haya sentado a compartir esta reflexión justo en la fecha en que muchas personas celebran Halloween. No voy a ponerme a explicar mucho sobre esto, porque igual hay muchos videos, blogs y ese tipo de recursos circulando por internet. Simplemente voy a compartir la reflexión que hice para mí sobre este tema de la batalla permanente que enfrentamos, aunque tal vez al final haga alguna aclaración sobre lo que a mi entender es el verdadero problema de Halloween hoy.

A lo largo del relato de la creación del hombre, desde Génesis 1:26 hasta el 2:25, podemos ver que Dios creó al hombre en forma material y espíritual, y con conciencia de lo material y lo espiritual. Podríamos decir que creó su lado "visible" y su lado "invisible", y que al principio podía "ver" ambos. El hecho de que interactuaran con Dios de manera directa nos da la pauta de esto. Probablemente entendían incluso las cosas desde una perspectiva más cercana a la de Dios.

Ahora bien, como vimos en la reflexión anterior, había alguien dando vueltas por la creación que quería arruinarla, torcerla. En el pasaje de esta reflexión aparece como una serpiente, pero como ya dijimos antes, era más que eso: era el diablo, un ser espiritual muy astuto y corrupto. Al hablar del diablo sé que estoy dejando de lado un montón de información que la biblia da sobre él, pero quiero evitar extenderme demasiado.

Para arruinar la creación de Dios, el diablo probablemente consideró que la manera más fácil y rápida era corromper a la corona de la creación, la parte que más había satisfecho a Dios, los señores de la creación visible: los humanos. Era una tarea en verdad arriesgada, pero si funcionaba, era un plan perfecto.

Había un problema con esto. Pareciera como si no hubiera podido convencerlos ni de agredirse entre ellos ni de hacer cosas que fueran en contra de Dios, porque la visión que tenían de las cosas estaba todavía muy clara, la perspectiva demasiado limpia. Antes de corromperlos, necesitaba oscurecer su visión.

Dios le había dado al hombre un sólo mandato para obedecer: que no comieran del árbol del conocimiento del bien y del mal. Este árbol, entonces, representaba para el ser humano varias cosas. Por un lado, la libertad de elegir, de obedecer a Dios libremente, no por fuerza sino por voluntad propia. No se acercaban al árbol porque creían que efectivamente era algo que no tenían que hacer y por lo tanto algo que no querían hacer.

También significaba para ellos todo un orden de cosas establecido por Dios. Él era la autoridad sobre ellos, y tenía por lo tanto el derecho de determinar qué se podía comer y qué no. Por otro lado, el hombre podía disponer de todos los demás árboles, porque era señor sobre la creación terrenal.

Finalmente, era para ellos la ley, porque no comer de su fruto era hasta entonces el único mandato directo de Dios y porque no cumplirlo les ocasionaría la muerte. Todos los demás aspectos de la ley estaban implícitos y el ser humano los obedecía naturalmente.

Evidentemente, éste árbol era el centro de la vida espiritual del ser humano. Era ahí donde el diablo tenía que atacar. Astutamente, él comprendió esto, y no se hizo esperar. Es interesante que la primera pregunta que le hace a la mujer es precisamente sobre la prohibición de Dios, pero cambiada, torcida: "¿Es verdad que Dios les dijo que no comieran de ningún árbol del jardín?" (3:1). Para hacerlos desobedecer a Dios tenía que cambiarles la perspectiva sobre él. Trata de presentarles a un Dios que les prohibe todo y no los deja vivir libremente.

Pero la respuesta de la mujer fue clara: no, no es cierto. Sólo nos prohibe comer de un árbol. Entonces, el diablo recurre a un plan B. Si no podía cambiar la perspectiva que tenían sobre Dios, tal vez podía cambiar la que tenían sobre su mandato. "¡No es cierto, no van a morir!" (3:4), dice.

Claro, desde un punto de vista esto era cierto. Antes hablé de dos conciencias: material y espiritual. Cuando Dios le dio al ser humano el mandato de no comer del árbol, y estableció como consecuencia la muerte, se refería muy probablemente a la muerte en el sentido más directo, al menos desde la perspectiva de Dios: si la vida es obra de Dios, y el propósito de la vida es estar en una relación personal con él, no vivir es ser separado de él. Eso es morir. Estar separado de Dios, no poder verlo o percibirlo. A esto se refería seguramente el Señor en un principio.

Sin embargo, desde el punto de vista material e inmediato, la afirmación del diablo era parcialmente cierta. Si comían del fruto del árbol no iban a desaparecer físicamente, no iban a perder su existencia material. Por supuesto, la separación espiritual de Dios eventualmente iba a causar la degeneración del cuerpo. Pero en este punto, el diablo sí tuvo éxito. Eva, y después también Adán, le creyó, y aceptó que por comer un fruto que además era evidentemente muy bueno no iba a morir.

Finalmente, el punto climático de la estrategia del enemigo fue engañarlos sobre la propia condición de ellos. Sembró en ellos una necesidad de ser como Dios, cuando ya habían sido creados lo más cerca posible a la naturaleza divina. No necesitaban ser como el Señor, porque ya lo eran: habían sido creados a su imagen y semejanza.

Un triple engaño entonces: sobre la naturaleza de Dios, sobre la naturaleza de sí mismos, y sobre la perspectiva más importante a la hora de entender la vida. Pero éste último creo que es central, el aspecto principal de la estrategia del diablo, el gran engaño que nos llevó a donde hoy estamos. Prestar más atención a lo visible y material que a lo invisible e inmaterial.  Lucas 11:42 dice: "'¡Ay de ustedes, fariseos!, que dan la décima parte de la menta, de la ruda y de toda clase de legumbres, pero descuidan la justicia y el amor de Dios. Debían haber practicado esto, sin dejar de hacer aquello'". Jesús está diciendo esto mismo: se ocupan tanto de lo material que descuidan lo inmaterial, que es incluso más importante. De hecho, una señal de que esto fue lo que les pasó a Adán y Eva es el hecho de que hayan considerado cubrirse por causa de su desnudez... ¡como si no hubiesen estado ya desnudos antes! ¿No será que antes lo visible y material parecía menos central?

Evidentemente, el diablo tenía claro que para alejar al hombre de Dios y así frustrar la creación necesitaba controlar sus acciones. No podía hacerlo de manera directa, así que tenía que recurrir al terreno del que las acciones nacen: la mente. A través de sus preguntas confusas y sus medias verdades logró finalmente su objetivo, un cambio de perspectiva, el cambio de mente que llevó a cometer el primer pecado, la primera desobediencia a Dios, de toda la historia de la humanidad. Pero si el cambio de mente lo produjo, el pecado en sí mismo está en el terreno de las acciones.

De eso se trata esta batalla permanente, y por lo tanto esta serie. La lucha por la vida es la lucha por las acciones. No por nada Jesús mismo enfatizó la importancia de poner en práctica sus palabras. Si escucho sus palabras, el diablo va a hacer todo lo posible para que NO las ponga en práctica: miedos, inseguridades, desconfianza, incredulidad, en fin, las tormentas de las que habla la parábola del pasaje. Cuando las pongo en práctica, doy fruto de vida. Cuando no las pongo en práctica, doy fruto de muerte. Fruto de vida es todo aquello que me acerca a Dios o que contagia a otros algo de la naturaleza de Dios. Fruto de muerte es aquello que me separa de la manera de pensar de Dios, o separa a otros de Dios o de su naturaleza. De esto habla el pasaje de Gálatas.

Y ese pasaje termina diciendo: "Si el Espíritu nos da vida, andemos guiados por el Espíritu. No dejemos que la vanidad nos lleve a irritarnos y a envidiarnos unos a otros" (5:25-26). De esto se trata el engaño del diablo, de hacer que nos enfoquemos en lo vano, en lo tangible, y desenfocar nuestra vista de lo invisible e inmaterial, restarle importancia. Pero ésta es la base de la desobediencia. Por eso, lo primordial es que nos enfoquemos ante todo en lo espiritual, cambiar la perspectiva otra vez, empezar a prestar más atención a lo que no se ve, para que podamos empezar a ganar terreno en el campo de batalla que es nuestra mente, y por lo tanto conquistar más acciones de nuestra vida para Dios.

Que el Dios de toda sabiduría les de la perspectiva adecuada en cada momento, para que puedan caminar guiados por el espíritu, aplicando las palabras de Jesús, y así dar fruto de vida. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

viernes, 26 de octubre de 2012

Armadura de Dios - Conclusión

Efesios 6:10-18

Hola a todos. Hace algunos meses había publicado una serie de reflexiones sobre la armadura de Dios, y había quedado pendiente hacer el cierre, la conclusión. Tal como había anticipado, el tema central de esta reflexión es un tema intenso, y a mi entender muy importante.

Me parece que el pasaje transmite una idea que es clave, y que como cristianos muchas veces olvidamos o dejamos guardado en el cajón, tal vez por miedo, tal vez por dudas, o por el motivo que sea. Dice el versículo 12 que "nuestra lucha no es contra seres humanos, sino contra poderes, contra autoridades, contra potestades que dominan este mundo de tinieblas, contra fuerzas espirituales malignas en las regiones celestiales". El texto habla por sí mismo, pero vamos a verlo un poco más de cerca.

Dice que "nuestra lucha no es contra seres humanos". Primer punto: dice que hay una lucha. Nosotros peleamos. Y podríamos decir bueno, por supuesto, de vez en cuando peleamos, nos enojamos con gente, y todo eso. Pero Pablo está yendo un poco más allá.

El ser humano está separado de Dios desde que nace. Ahora, tanto esta separación como la reunión con él al recibir a Cristo tienen lugar en un nivel de la vida que no llegamos a ver. Podríamos decir que es algo espiritual. O sea que existe un mundo espiritual, digamos, la parte invisible de la creación.

Este mundo espiritual es el que Pablo menciona como "regiones celestiales". Y es en este nivel donde ocurre la verdadera pelea, la única pelea que es verdaderamente válida, la única "buena batalla" (2 Timoteo 4:7). Entonces la pregunta sería, ¿contra quién peleamos?

Bueno, me parece que Pablo es muy claro. Tenemos ante todo un enemigo, uno que deberíamos aprender a reconocer y en el cual deberíamos creer, como cristianos, porque la propia palabra de Dios no deja dudas al respecto: el diablo.

Si prestamos atención, este espíritu está acechando al ser humano desde poco después de la creación del mundo. Génesis 3:1 habla de una "serpiente" que se le acercó a Eva para hablarle. No para decirle cualquier cosa, sino para hacerla dudar de la justicia y la provisión de Dios. ¡Nada menos! ¿Una serpiente? Tal vez, en su forma, pero sin duda era mucho más que una serpiente.

Podríamos pensar que los espíritus son, básicamente, formas de conciencia. Son, digamos, seres que están hechos pura y únicamente de mente, con todo lo que eso implica. La palabra "espíritu" en definitiva, tanto en el antiguo como en el nuevo testamento, tiene esta connotación. En el hombre, el espíritu es el lugar de los deseos y de las intenciones. Éstos seres que habitan el mundo invisible son, básicamente, deseos e intenciones con vida propia.

Entonces, no fue una simple serpiente la que intentó engañar a Eva, sino un espíritu. Y no cualquier espíritu, sino uno verdaderamente astuto, y sin duda con un objetivo claro: desviar al ser humano de su propósito. Evidentemente es un espíritu ambicioso el que hizo esto, y además poderoso, porque finalmente lo logra, a pesar de que el hombre, en aquel momento, era sin duda mucho más fuerte en conciencia que hoy, por su relación directa con Dios.

Éste espíritu es el diablo. Desde la creación del mundo tuvo la intención de destruirnos, de llevarnos a la ruina, apartándonos de Dios y de las intenciones que él tenía y tiene para nosotros. No podemos saber bien por qué nos detesta tanto, pero lo hace. Quiere vernos muertos, es decir, separados de Dios por toda la eternidad.

Para eso, sembró en nosotros la semilla de la desobediencia, lo que llamamos el "pecado original", que fue una acción concreta pero vino en definitiva como consecuencia de un pensamiento que se apartó de la obediencia a Dios. Donde Dios dijo "no hagas esto", primero pensamos "bueno, lo hago" y recién después lo hicimos. Desobediencia espiritual traducida en desobediencia material. Y así fue siempre desde ese momento hasta hoy. El diablo siembra pensamientos desobedientes en nosotros, que de por sí tenemos una mente rebelada contra Dios, y entonces nos lleva a realizar acciones desobedientes. Hoy, como siempre, quiere vernos separados de Dios.

¡Imagínense cuánto más quiere derribarnos a nosotros, que nos pusimos del lado de Dios! Quiere que nos equivoquemos, que hagamos las cosas mal, que no lleguemos a cumplir los propósitos de Dios. Quiere que abandonemos a Dios, que renunciemos a él, y por eso nos engaña con toda clase de mentiras. Por ejemplo, pensamientos como: "no soy suficientemente bueno para ser cristiano", "soy un desastre, Dios nunca me va a perdonar por estas cosas que hago", "¿cómo puede Dios perdonarme todas esas cosas que hice en mi pasado?", "si Dios realmente hubiera estado conmigo, esto no me hubiera pasado", y muchos más que seguramente ustedes mismos podrían tomar desde su propia experiencia.

Esto no son sólo pensamientos. Son espíritus que nos atacan. La biblia es clara al respecto. Cuando empecé a pensar en todo esto me dije a mí mismo "nah, dejá de fantasear". Pero después entendí que este tipo de pensamientos también forman parte del engaño del diablo. Para él es mucho mejor si no creemos que existe, porque de esa manera esconde su propia acción, y además genera muchas más dudas sobre Dios y sobre el plan que él tiene para nosotros. El diablo quiere que no veamos. Quiere que ignoremos.

Entonces, nuestra vida no se trata solamente de ir por ahí ayudando gente y hablando de Dios mientras soportamos algunos problemas. Como cristianos, tenemos que ver más allá y comprender que tenemos un montón de fuerzas peleando en nuestra contra y tratando de arrastrarnos. Estamos en una batalla permanente. Nuestra vida es un campo de batalla.

Del pasaje que leímos y el análisis que venimos haciendo podemos sacar en conclusión que tenemos básicamente tres enemigos.

Por un lado, la principal consecuencia del primer engaño del diablo: la mentalidad desobediente, o para usar el término bíblico, el pecado. Éste es un enemigo interno, y viendo la autonomía que Pablo le da especialmente en la carta a los Romanos, podríamos decir que es un espíritu también. El pecado vive en nosotros y quiere ayudar al diablo en sus planes de separarnos de Dios. Es, digamos, un espía enemigo en nuestro propio territorio.

Por otra parte, si aceptamos que cada una de las personas está en esta misma condición y por lo tanto invadida por este enemigo interno, tenemos un grupo entero que abarca a todos los seres humanos y que toman como grupo decisiones que desobedecen a Dios. De hecho, cada vez es más evidente. La biblia llama a este grupo "el mundo". Podríamos decir que es la sociedad en la que vivimos. Lo curioso de este enemigo es que es un enemigo mayormente inconsciente. La gente no se opone a nosotros ni se enfrenta entre sí de manera totalmente consciente. "El dios de este mundo ha cegado la mente de estos incrédulos", dice 2 Corintios 4:4, y Jesús mismo dijo que los que lo crucificaron no sabían lo que hacían. Actúan al servicio del diablo y de su plan sin saberlo, incluso sin poder ni siquiera sospecharlo, a veces desde lo individual, o a veces en general, formando una sociedad cada vez más alejada de Dios.

Y finalmente tenemos al gran artífice de toda esta guerra, el diablo. El enemigo que tenemos que enfrentar sin temor pero sin confiarnos en nuestra propia fuerza como seres humanos, porque es un enemigo invisible que pelea con armas invisibles. Un enemigo espiritual que pelea con armas espirituales.

Afortunadamente, los que seguimos a Cristo tenemos la capacidad de creer, y por lo tanto de "ver" lo invisible. Por supuesto, no podemos pretender que vamos a ver con los ojos a estos enemigos espirituales (aunque no descarto que hay gente que tiene cierta capacidad para esto), pero lo más importante es que, así como vemos a Dios de otra manera, también a estos espíritus los vemos de otra manera. Los percibimos, por más que sólo sea en forma de pensamientos. Y ésta es la clave para esta batalla.

Como no podemos hacer nada por nuestra cuenta contra ataques de ese tipo, Dios nos dejó una serie de herramientas para ayudarnos. Armas espirituales, para hacer frente a armas espirituales, y una armadura espiritual, para resistir ataques espirituales. Es importantísimo que cada día nos vistamos con esta armadura, porque la pelea va a tener lugar en cada momento de nuestro día, y muchas veces no nos vamos a dar cuenta. Es más fácil asegurarnos de estar siempre protegidos que tratar de ver cuándo nos están atacando.

Por eso, si la táctica del diablo es la mentira, necesitamos estar ajustados a la verdad. Si su arma es mostrarnos que somos injustos y llevarnos a hacer el mal, tenemos que aferrarnos a la justicia de Cristo. Si el mundo está esclavizado por el enemigo y nos ataca, nos defendemos proclamando el evangelio de la paz, y haciendo la paz. Si el diablo trata de avivar nuestro propio pecado con sus flechas encendidas, nos defendemos con nuestra confianza en Cristo y en su poder. A través de la fe, además, vemos lo invisible aunque el diablo se esfuerce por ocultarlo. Si quiere usar nuestra mente para sus fines y hacernos pensar de una manera contraria a Dios, nos mantenemos en los pensamientos de Cristo.

Ninguna de estas partes puede estar ausente en cada uno de nuestros días, porque el diablo está atento a cualquier hueco que pueda haber en la armadura, para atacar por ese lado. Sabe que si estamos adecuadamente protegidos con los recursos del Señor es muy poco lo que puede hacer contra nosotros. Por eso es tan importante, y Pablo insiste en esto, que nos pongamos toda la armadura de Dios.

Y finalmente, tenemos una poderosa arma para enfrentar a nuestros enemigos, a estos poderes, autoridades y potestades del mundo espiritual: la palabra de Dios. Por medio de ella, conociéndola, aplicándola y compartiéndola, podemos hacer retroceder a cada uno de esos espíritus, esos invasores de pensamientos, que quieren apartarnos del propósito de Dios por medio del engaño. Si conocemos cómo son las cosas, ¿quién va a poder engañarnos? Y si la palabra es la verdad, ¿qué soldado del ejército de la mentira va a poder permanecer en la posición que ya había ganado en nosotros?

Además, Pablo termina el pasaje poniendo el foco en otras dos herramientas que son la clave de esta batalla: la oración, nuestra única manera de intervenir de forma directa en el mundo espiritual; y la unidad como comunidad de creyentes, porque un ejército que se mantiene unido es mucho más difícil de doblegar.

En fin, espero que la extensión no haya sido un obstáculo. Como dije, la biblia es muy clara. No deja espacio para dudar de que existen todas estas fuerzas que no vemos y que intentan llevarnos lo más lejos posible de los planes que Dios tiene para nosotros. Creer o no creer depende de nosotros, como siempre. Si no creemos, no vemos, y por lo tanto vamos camino a la derrota. Si creemos, ya tenemos la victoria: "en todo esto somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó" (Romanos 8:37).

Que Dios llene sus corazones con su Espíritu para que puedan creer en todo esto, y para que puedan permanecer firmes vestidos con la armadura de Dios y resistir todos los ataques enemigos, fortalecidos ustedes con el gran poder del Señor. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

jueves, 11 de octubre de 2012

Dichosos serán ustedes - Conclusión

Mateo 5:3-12

Hola a todos. Como anticipé la semana pasada, hoy quiero hacer un cierre de esta serie de reflexiones sobre las bienaventuranzas, o como las vengo llamando, bendiciones de Dios. Cuando pensaba en un título para ponerle a la reflexión, me crucé con un detalle interesante, que me gustaría resaltar. Si pensamos en los versículos 11 y 12 como un cierre que Jesús le da al tema, podríamos decir que las bienaventuranzas terminan en el 10. Y si lo vemos de esta manera, la primera y la última de las actitudes traen la misma bendición: "el reino de los cielos les pertenece" (5:3,10). Esto me hace pensar en que todas estas actitudes y bendiciones forman una única cadena, que se va formando en nosotros a medida que tomamos esas actitudes.

Ahora bien, es importante preguntarnos qué significa que el reino de los cielos nos pertenezca. Creo que un poco lo planteé la vez pasada, y también en la reflexión sobre la primera de las bendiciones, pero para resumir la idea, me parece que lo que quiere decir esto es que el objetivo del Señor es establecer primero el reino en la tierra. Porque no dice que el reino de los cielos les pertenecerá, sino que les pertenece. Por lo tanto, empieza a tener efecto acá, ahora. Nosotros vendríamos a ser como embajadores en esta vida. Traemos en nosotros el sello del reino de Dios, ¡nada menos! 2 Corintios 5:20 coincide con esta idea: "así que somos embajadores de Cristo...". Ese pasaje igual merecería una reflexión aparte, pero ya habrá oportunidad.

Lo interesante es que aún así, no se queda en la tierra. Si acá somos embajadores, en el cielo no se nos considera embajadores. "...El reino de los cielos les pertenece"... ¡Allá se nos considera reyes! "Si somos hijos, somos herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo" (Romanos 8:17). Esa, nada menos que esa, es la bendición maestra de Dios. No por nada abre y cierra la lista de las bendiciones que vienen sobre los que tienen la actitud que Dios espera. Es la obra maestra de Dios en nosotros.

Y es que no nos tenemos que equivocar: la obra no la hago yo. No es que me esfuerzo por tener estas actitudes y lo consigo, sino que primero es el Espíritu el que interviene en cada uno de nosotros, el Espíritu de Dios. Si intento por mí mismo, jamás lo voy a lograr. Tengo que estar atento, sí, cuidar y observar mi actitud, corregirla, pero principalmente estar en permanente oración, en contacto con el Espíritu, con Jesús, estar bien cerca de Dios para que mi mente esté siempre renovándose hacia la actitud que él quiere que yo tenga.

Ahora, ¿de qué manera produce esto Dios en nosotros? ¿Cómo se llega de ser enemigos de Dios, como dice Colosenses 1:21, a ser reyes en su propio reino? Bueno, es por esta cadena de actitudes, que va en orden, y empieza por reconocer nuestra condición de desobedientes y por lo tanto de espíritu pobre, quebrado, roto.

Cuando reflexionamos sobre eso, dijimos que los "pobres de espíritu" eran los que reconocían su miseria, su situación espiritual. Reconocían su necesidad de él. Dios responde a esta necesidad con compasión, porque en definitiva, la palabra "misericordia" tiene que ver con eso, con que Dios lleve en su corazón nuestra miseria. Y esto une esa primera actitud con la de los compasivos. Si recibí la compasión de Dios reconociendo de manera auténtica mi necesidad, eso me lleva necesariamente a tener compasión con los demás. Entienen la condición quebrada del otro antes de juzgar, responder o condenar. Este punto creo yo que es uno de los más difíciles, y donde más evidente es la acción del Señor. Es muy difícil tener esa actitud de compasión, en particular cuando es algo grave lo que nos hacen, y en particular cuando no conocemos al que nos lo hace, por ejemplo cuando nos roban, o situaciones similares. Lucas 7:47 dice "Por esto te digo: si ella ha amado mucho, es que sus muchos pecados le han sido perdonados".

Ahora bien, creo que reconocer mi miseria interior es un paso difícil, porque puede causarnos cierta amargura, cierto sufrimiento. Sin embargo, vimos que Dios bendice a los que lloran, porque les da un consuelo que, como dijimos, no solamente hace que vuelvan a estar bien, sino que los lleva a estar mejor que antes. Y es que este sufrimiento que viene por reconocer mi quebrantamiento interno hace que mi corazón se limpie, se limpie de mis ganas de hacer lo que yo quiera cuando quiera, se limpie de mi compromiso con el pecado, con la desobediencia a Dios. Seguimos fallando y desobedeciendo, pero ya no con indiferencia de lo que Dios piense, sino todo lo contrario: sufrimos al hacerlo, nos molesta, nos incomoda. Por eso, pasamos a tener un corazón limpio. Y cuando esto pasa, decíamos, vemos a Dios.

Y si vemos a Dios, cambiamos nuestra actitud hacia él, porque empezamos a descubrir su inmensidad, su presencia extraordinaria. Si nuestra desobediencia inicial, la que como humanos nos alejó de él, fue producto del orgullo, contemplar su presencia con un corazón arrepentido nos lleva a la humildad. La humildad, dijimos en esa reflexión, nos lleva a ser mansos, pacíficos. Tener paz adentro de nosotros, porque tenemos paz con Dios. La humildad implica ver a todos como al mismo nivel que nosotros, y no considerar mis asuntos más importantes que los de los demás. Eso me hace respetar a los demás, y trabajar por la paz. Ver al otro como un par es la causa de la unión, y la unión, como vimos, es el significado de la palabra "paz".

Finalmente, al reconocer que no soy tan grande por mí mismo y querer trabajar por la paz, estoy haciendo honor a mi condición de hijo de Dios. Él lo dio todo por la paz. Y si yo estoy dispuesto a hacer lo mismo, reconozco y demuestro que soy su hijo. La paz viene del amor, y el amor es la base sobre la que Dios me justifica. Es decir, me transfiere su propia justicia, la de su Hijo, Jesús, que es el único hombre justo que caminó sobre la tierra. Y cuando nuestro deseo es trabajar por la paz, empezamos a tener hambre y sed de justicia, esa justicia que Dios nos confiere. Empezamos a querer que alguien nos justifique, porque vemos que somos injustos. Y como dice Romanos 8:33, "Dios es el que justifica".

Ahora, eso me hace actuar de manera diferente. El participar de Jesús, como vimos en esa reflexión, es lo que nos da justicia, lo que satisface nuestra sed. Y eso nos lleva a tener la actitud de querer hacer siempre lo bueno. Por supuesto, ni bien empezamos, aparecen dificultades. Internas, a veces, obstáculos que están en nuestra propia cabeza, pero también muchas veces de nuestro entorno, que reacciona contra una manera de actuar que lo incomoda, que choca con la manera de actuar, de pensar y de vivir de aquellos que no comparten nuestra visión o nuestra fe. Esto nos puede llegar a traer problemas de verdad, incluyendo persecuciones. A veces esas persecuciones son simplemente exclusión, burla, o ese tipo de cosas. Otras veces es violencia física, y en algunos lugares puede incluso ser prisión o daños más graves.

Pero ante ese cuadro, Dios nos dice: "Alégrense siempre en el Señor. Insisto: ¡Alégrense!" (Filipenses 4:4). Podríamos parafrasearlo y decir "alégrense siempre por hacer las cosas como el Señor les pide, pase lo que pase". Porque la recompensa es enorme en el cielo: ¡nos espera la gloria de Cristo! ¡Nosotros mismos convirtiéndonos en reyes junto con él! Y aún en esta vida, nos esperan nada menos que todas esas bendiciones que menciona el pasaje: seremos consolados, heredaremos la tierra, seremos saciados de justicia, seremos tratados con compasión, veremos a Dios y seremos llamados nada menos que "hijos de Dios".

De nuevo: "el reino de los cielos les pertenece". Con todo lo que eso significa.

Entonces, para terminar (y admito que se hizo largo), queda decir que hacer lo bueno no es un medio para lograr algo. Es vivir como reyes del cielo, o sea, es un fin en sí mismo. Hacer las cosas como Dios quiere, o tener esa actitud, trae una felicidad que no tiene comparación. No me lleva al paraíso: trae el paraíso a la tierra, o al menos un pedacito de él. Un disfrute celestial en esta vida terrenal.

Espero que la reflexión haya sido de mucha bendición para todos. Quiero cerrar esta reflexión con esta frase que me vino a la mente, como si fuera una bienaventuranza que las resume a todas:

Dichosos serán ustedes cuando hagan lo bueno y practiquen la justicia, porque disfrutarán de la felicidad del cielo aquí en la tierra. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

viernes, 5 de octubre de 2012

Dichosos 8 - Los perseguidos por causa de la justicia

Mateo 5:10-12

Hola a todos. Con esta reflexión estamos cerrando la serie sobre las bienaventuranzas. En realidad quedaría por hacer un repaso de todo el pasaje entero, una conclusión general, pero ésta es la última de las bienaventuranzas del pasaje.

Pienso que Jesús quería insistir puntualmente en este punto, porque de todas las bendiciones que viene marcando, ésta es la más larga. Me resulta interesante que diga directamente "los perseguidos por causa de la justicia", y "cuando por mi causa la gente los insulte, los persiga y levante contra ustedes toda clase de calumnias". No dice "si los persiguen", ni "si los insultan", sino "cuando". Jesús está dando por sentado que necesariamente la gente, en algunos momentos, nos va a maltratar por causa de la justicia.

La justicia, habíamos hablado en otra de las reflexiones, es la rectitud. Es hacer las cosas de la manera que Dios quiere que las hagamos. Esto implica necesariamente seguir los pasos de Jesús, caminar en nuestra vida a su lado. Uno podría preguntarse, ¿por qué eso es un problema para la gente?

Bueno, pienso que hay varios motivos, pero tal vez el más importante sea que no estamos acostumbrados a los métodos de Dios para vivir. La manera de vivir que él plantea choca con la inmoralidad con la que todos nos criamos, venimos a este mundo, y que enfrentamos diariamente dentro de nosotros. La sociedad propone un modelo de comportamiento y de pensamiento que se aleja cada vez más del que Dios tiene en mente. Por eso, cuando hacemos las cosas con justicia, es decir, buscando la guía del Espíritu Santo, estamos entrando en el terreno de la contracultura, estamos girando en dirección opuesta a la corriente.

La corriente trata de arrastrar aquello que se mueve en dirección opuesta. Es ahí donde la gente puede chocar con nosotros. Estamos muy acostumbrados a relativizar las cosas, por ejemplo. Creemos que está mal mentir, pero si es necesario para proteger nuestros intereses personales, hacemos la excepción. Si hay que hacer trampa, lo mismo. Si hay que sacar a alguien del medio, lo mismo. Pero Dios nos propone que seamos diferentes. "Cuando ustedes digan 'sí', que sea realmente sí; y cuando digan 'no', que sea no" (Mateo 5:37). Para Dios no hay excepciones. Si mentir está mal, está mal siempre. Por eso, a las personas puede resultarles incómodo a veces que nos esforcemos por actuar con tanta rectitud, especialmente si sienten que perjudica sus propios intereses.

Pero Dios tiene algo especial reservado para nosotros. Otra versión del pasaje dice "Dios bendice a los que son maltratados por practicar la justicia". Nos espera un premio muy grande cuando vivimos aplicando los valores de Dios. A veces pensamos que este premio es sólo en la otra fase de nuestra vida, cuando vayamos con el Señor. Sin embargo, pienso que estamos perdiendo de vista que la voluntad de Dios es que vivamos según sus parámetros. Y cuando hacemos la voluntad de Dios, abrimos las puertas a todas las bendiciones que él tiene preparadas para nosotros en esta vida.

Por eso, es importante entender que ser perseguidos, insultados o maltratados por obedecer las normas de Dios es una consecuencia inevitable y a la vez una buena señal. Significa que la diferencia es evidente. Cuando hacemos esto estamos glorificando a Dios. 1 Pedro 3:14 dice "¡Dichosos si sufren por causa de la justicia! «No teman lo que ellos temen, ni se dejen asustar.» Más bien, honren en su corazón a Cristo como Señor. Estén siempre preparados para responder a todo el que les pida razón de la esperanza que hay en ustedes". Dios nos llama a vivir diferente. No a hacer la diferencia, sino a ser la diferencia.

No podemos enfocarnos en agradar a las personas. Si buscamos quedar bien con todos, vamos a encontrarnos con que las exigencias son altas y que muchas veces sus caminos son contrarios a los de Dios. Nuestro foco tiene que estar en honrar a Dios y hacerle caso a él. Donde el mundo nos rechaza, nos recibe Dios. En él podemos encontrar refugio cuando las cosas se ponen difíciles, cuando somos agredidos de alguna manera por ser distintos. El profeta Isaías dice claramente "No teman lo que ellos temen, ni se dejen asustar" (Isaías 8:12). Cuando se nos plantea un punto de quiebre, una situación donde tenemos que optar si responder según parámetros sociales o según el modelo de Dios, él nos desafía a ser valientes y actuar con justicia, sin miedo.

Después de todo, tenemos un defensor todopoderoso en el cielo, que no está lejos, sino cerca, velando y cuidando de nosotros. No nos va a dejar solos cuando esto pase. Dice el pasaje de Isaías "no teman lo que ellos temen". Si esas personas le temerían a la opinión de los demás, nosotros no. Si le temerían a no conseguir lo que se proponen por hacer las cosas bien, nosotros no. No lo miremos desde el punto de vista de ellos, sino desde la mentalidad del Espíritu. Dios es soberano. Las cosas son como él quiere.

Finalmente, dice el pasaje de Mateo que "así también persiguieron a los profetas que los precedieron a ustedes" (5:12). Nosotros, en este punto, también somos profetas. "Estén siempre preparados para responder a todo el que les pida razón de la esperanza que hay en ustedes", decía Pedro. Tenemos un mensaje, y es un mensaje de transformación, un mensaje que a mucha gente puede parecerle una locura, pero aparte pone en evidencia el costado quebrado y malo del ser humano, porque plantear una restauración implica reconocer que necesitamos ser restaurados, o sea, que algo anda mal. Y nadie se alegra cuando descubren o ponen de manifiesto su costado oscuro. Es uno de los principales motivos por los que los líderes religiosos judíos quisieron crucificar a Jesús.

Sin embargo, Jesús tuvo claro que ésa era su misión, y no estaba dispuesto a renunciar a ella por miedo a los hombres. Los profetas vivieron algo similar. Jesús nos propone caminar en ese mismo camino, y dice "alégrense y llénense de júbilo". ¡Claro! Porque estamos participando del reino de Dios junto con él mismo, y con todos los profetas. Y recordemos que el reino de Dios, el cielo, el paraíso, no es la vida después de la muerte. Es un estado espiritual acá, ahora, en esta vida. Es la felicidad máxima que puede alcanzarse en este mundo.

Y en este punto, creo que se nos plantea una pregunta muy fuerte y desafiante. El reino de los cielos, nada menos que eso, "les pertenece" a los que son perseguidos por obedecer a Dios. Ellos demuestran ser verdaderos hijos del Rey porque no se apartan de su camino ante la presión de las personas. Esa es la gran bendición, la verdadera dicha que viene sobre los que son perseguidos. La pregunta, y me la hago yo mismo, porque éste es uno de los puntos que generalmente más me cuesta, es: ¿estoy dispuesto a ir tras la justicia a toda costa, es decir, cueste lo que cueste? ¿Estoy dispuesto a jugarme todo por el reino de Dios?

Que el Dios de la justicia y de toda bendición los llene de valentía para que puedan permanecer firmes cuando las personas los maltraten por seguirlo a él, y experimenten así la enorme felicidad de ser poseedores del reino de Dios. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.