lunes, 27 de febrero de 2012

Armadura de Dios - El casco de la salvación

Hola a todos. Estamos llegando al final de esta serie de reflexiones. Probablemente todavía parece que todas las publicaciones fueron simplemente reflexiones sueltas, pero es importante tener en cuenta que todo este pasaje de la armadura de Dios está hablando de una sola cosa, y tiene que ver con cómo resistir los ataques del tentador, que es lo que había planteado en la reflexión sobre la resistencia. Pasemos al tema de hoy.

"Tomen el casco de la salvación..." (Efesios 6:17)
La salvación a veces parece algo difícil de entender. Es como una idea vaga que se nos escapa, un poco como pasaba con la fe. Tal vez la pregunta podría ser, ¿de qué somos salvados? La respuesta a esto es bastante directa, al menos en las Escrituras. Somos salvados del pecado y de la muerte. Ahora bien, ¿qué implica esto en la vida cotidiana? ¿De qué nos protege el casco de la salvación?

Pienso que la mente y la voluntad, es decir, los deseos de cada uno, están entre los más grandes misterios del hombre. A simple vista pareciera que son cosas parecidas, o van de la mano. Sin embargo es probable que nuestras propias vidas nos demuestren lo contrario. ¿Cuantas veces deseamos poderosamente hacer algo que sabemos que esta mal, o que va en contra de nuestra manera de pensar? Ahí, nuestra voluntad va en contra de nuestra mente.

En fin, pero creo que hay básicamente tres cosas de las que nuestra mente necesita ser protegida si queremos resistir las ofertas del tentador. Por supuesto, la tentación es una de ellas, pero hay tres cosas que están implícitas en la idea de salvación. Por un lado, las acusaciones y la culpa. No olvidemos que el mismo diablo es llamado en la palabra "el ángel acusador". Esa voz en la cabeza que pareciera gritarnos "¡culpable, culpable!" cada vez que fallamos es algo que nos daña, que no nos deja avanzar, que nos impide ver bien. Romanos 8:33 dice "¿Quién acusará a los que Dios ha escogido? Dios es el que justifica". Ya vimos que por nuestra fe en Cristo y nuestro arrepentimiento, Dios nos declara inocentes de todo cargo, aún si verdaderamente somos culpables. Podemos haber hecho algo mal, pero Dios no nos condena, sino todo lo contrario, nos perdona, nos limpia y nos restaura.

Otra cosa que afecta nuestra mente de vez en cuando son las dudas. Dudas no necesariamente sobre Dios mismo, o en nuestra fe, sino sobre nuestra salvación. Dudas sobre si realmente estamos salvados. Esto es algo que muchas veces está relacionado con lo anterior, con el hecho de ver cómo a pesar de haber creído en Cristo seguimos haciendo las cosas mal. Tal vez sea precisamente por esto que la Biblia insiste tanto en que la salvación se obtiene por medio de la fe y no por nuestras obras. Para que no pensemos que depende de nuestras acciones si seguimos estando salvados o no. Por supuesto, creer en Cristo implica querer hacer las cosas a su manera, y por eso es normal sentirnos mal cuando le fallamos. Pero eso no nos quita la salvación. Dice la palabra que fuimos salvados por el sacrificio de Cristo, que se ofreció "una vez y para siempre" (Hebreos 7:27).

Sin embargo, pensando en el tema de la resistencia, la cosa más importante con la que el casco tiene que protegernos es contra la mentalidad del pecado. Quiero volver sobre un concepto clave del que hablé cuando publiqué la reflexión sobre Romanos 1. Cuando hablo del pecado estoy hablando de la actitud desobediente que por naturaleza tenemos hacia Dios. Digo esto porque es una palabra que normalmente tiene a ser malinterpretada, pero este es el sentido más básico que a mi entender tiene la palabra "pecado". Dicho esto, vuelvo sobre esta idea.

ROMANOS 8:5,6; 1 CORINTIOS 2:10-16
El pasaje de Romanos habla de dos tipos de mentalidad. Una es la del pecado, que nos lleva a enfocarnos en aquello que desagrada a Dios. La otra es la del Espíritu, que nos lleva a la obediencia. Estas dos maneras de pensar son diametralmente opuestas, van en sentido contrario, y sin embargo parecieran coexistir en nuestras mentes. Sin embargo, no lo hacen pacíficamente. Nuestra mente, digamos, es un campo de batalla permanente entre estas dos fuerzas, entre estas dos mentalidades. Nosotros apoyamos a uno u otro bando cuando enfocamos nuestra mente en los deseos de una u otra mentalidad.

Por eso, ponernos el casco de la salvación quiere decir renovar nuestra mente. Romanos 12:2 dice "No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente". Cuanto más nos alejamos de la manera de pensar que teníamos antes de llegar al Señor, más fácil nos va a ser vivir de la manera que él nos ofrece. Una mente renovada por el Espíritu de Dios es una mente que se enfoca cada vez más en sus deseos, y por lo tanto menos en los de nuestra naturaleza desobediente. Se trata básicamente de sacar esas cosas viejas que quedaron en el sótano de nuestras vidas, y las cuales traemos para arriba cada tanto. Cambiar nuestra manera de pensar implica también cambiar nuestros parámetros, es decir, cómo y bajo qué medidas analizamos el mundo que nos rodea. Son éstas las cosas que es más fácil que cambiemos nosotros mismos. Dejar de medir las cosas según los parámetros del "mundo actual" es una manera directa de empezar a alejarnos de nuestra antigua manera de vivir.

Es, en definitiva, dejar de fijar la mente en los deseos de nuestra naturaleza de pecado, levar anclas y navegar hacia las aguas del Espíritu. Si vienen a mi mente cosas que van contra el Espíritu de Dios, no me tengo que enfocar en ellas sino rechazarlas, y enfocar mi mente en los deseos del Espíritu.

Ahora bien, ¿cuáles son los deseos del Espíritu? El pasaje de 1 Corintios dice que el Espíritu escudriña todo, hasta las profundidades de Dios. La mentalidad del Espíritu, entonces, consiste en mirar a Dios y buscar más conocimiento sobre él, un conocimiento cada vez más profundo y personal. El pasaje dice que "tenemos la mente de Cristo" (2:16). El Espíritu de Dios, entonces, no es otra cosa que Cristo mismo habitando en nuestra vida, en nuestra mente. Conocer los deseos de Cristo nos haría saber cuáles son los deseos del Espíritu.

No quiero detenerme mucho en esto por una cuestión de espacio, pero si analizamos la vida de Cristo en la tierra, podemos ver que tanto su mensaje como sus acciones siempre tienen tres temas básicos: la verdad, el amor y la alabanza. La verdad entendida por un lado como aquello que Dios considera justo y bueno, y también como la sinceridad y honestidad. El amor hacia Dios, hacia las personas y hacia nosotros mismos, un amor verdadero y completo, que nos lleve a la acción y al servicio. La alabanza como actitud de gratitud y admiración hacia Dios, manifestada en oración, reflexión y celebración.

Llenar nuestras vidas de estas cosas, entonces, es enfocarnos en la mentalidad del Espíritu. Tenemos que revestirnos de la mente de Cristo, de su manera de pensar, para pensar en las cosas del Espíritu. A veces va a ser más fácil, otras más difícil, pero de eso se trata ponernos el casco de la salvación. Y no olvidemos lo que decía el pasaje de Romanos 8:6, "la mentalidad pecaminosa es muerte, mientras que la mentalidad que proviene del Espíritu es vida y paz". La muerte es un estado. Si nuestra mente está anclada en el pecado, en nuestra vieja naturaleza, vamos a vivir de una manera pobre y vacía, pero si nos enfocamos en el Espíritu vamos a poder experimentar la alegría y la paz de la vida plena que nos ofrece Cristo.

1 Corintios 2:16 - "Nosotros por nuestra parte tenemos la mente de Cristo."

Que Dios, que entregó a su hijo Jesús por nuestra salvación una vez y para siempre, renueve sus mentes cada vez más, para que puedan disfrutar de la vida que proviene de la mentalidad del Espíritu. ¡AMÉN!

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