miércoles, 5 de noviembre de 2014

Eclesiastés 5 - Los procesos, los resultados y los límites

"Yo sé que nada hay mejor para el hombre que alegrarse y hacer el bien mientras viva; y sé también que es un don de Dios que el hombre coma o beba, y disfrute de todos sus afanes. Sé además que todo lo que Dios ha hecho permanece para siempre; que no hay nada que añadirle ni quitarle; y que Dios lo hizo así para que se le tema" (Eclesiastés 3:12-14).

Hola a todos. Tal vez hayan notado que el pasaje que estoy citando es el mismo que usé la vez pasada. Eso es porque quería agregar una breve reflexión a lo que escribí. Había dicho que iba a hablar sobre el tema de el disfrute en el hombre, o mejor, el hombre en el disfrute, pero primero me gustaría hacer un pequeño puente entre el tema de la vida en color y el tema del disfrute.

La vez pasada terminé planteando la idea de que lo mejor que podemos hacer es "hacer las cosas bien", pero de manera libre y creativa, a través de una relación viva con el Dios vivo. Pero hay algo que me quedó en el tintero, y tiene que ver por un lado con la cuestión de los resultados, y por otro lado con la cuestión de los límites.

Sobre el tema de los resultados, me parece interesante lo que dice el pasaje, de que a lo que Dios hizo (o hace, en nuestra vida, por ejemplo), "no hay nada que añadirle ni quitarle". Es como si Dios quisiera llevarnos a ciertos puntos, a ciertos "lugares" de la vida, y en última instancia siempre llegamos a ello. El resultado de nuestra vida no siempre, y hasta diría que casi nunca, depende exclusivamente de nosotros. Hay puntos de llegada, o de "tránsito", por los que inevitablemente vamos a pasar.

Pero lo que sí depende de nosotros es el proceso. Nosotros somos los que vamos moldeando, con nuestras decisiones, el camino que nos lleva a esos puntos, y por lo tanto, depende de nosotros la cantidad de jugo que le saquemos a las experiencias que vivimos. Esto es especialmente cierto con las etapas menos agradables de la vida, donde nosotros tenemos en general la tendencia (entendible, por otro lado) a renegar de lo que vivimos y pelearnos con nuestras circunstancias. Nos enojamos con la vida, o con Dios, y nos frustramos. Creo que aún de nuestro enojo o frustración podemos sacar jugo, pero el punto es que esas instancias, esos momentos menos agradables, son oportunidades para crecer también. Es en medio del dolor donde a veces encontramos respuestas a cosas que no podíamos ver por otros medios. Digamos, nuestra actitud frente a lo que nos toca vivir determina cómo vamos a salir parados una vez que lleguemos a destino.

Nosotros tomamos libremente nuestras decisiones, todo el tiempo. Nadie nos obliga realmente a decidir nada. Incluso cuando estamos bajo amenaza, no estamos bajo obligación. Somos nosotros los que elegimos apartarnos de las consecuencias o ir hacia ellas. Todas las decisiones tienen consecuencias. Pero nunca las conocemos de antemano. Por eso, nuestras decisiones no pueden más que basarse en juicios de valor sobre la situación en sí, sobre cuál curso de acción me parece el adecuado y por qué.

Pero Dios sí las conoce de antemano. Él sabe de qué manera vamos a llegar a tal o cual punto, cómo vamos a llegar, y cuándo. Por eso, conoce profundamente nuestro interior, nuestras motivaciones. Por eso, continuamente trata de guiarnos hacia aquello que mejor resultado va a tener para nosotros, y nos guía de muchas maneras, pero siempre apuntando a que vivamos el proceso de la mejor manera posible, porque es el proceso lo único que depende de nosotros. Y entonces, cada decisión, buena y mala, terminamos tomándola en el momento oportuno, siempre. Si tomé esa decisión en ese momento, es porque era el momento de que tomara esa decisión.

Obvio, esto sólo puedo saberlo al mirar para atrás. No puedo usar eso como excusa para justificar cualquier decisión que vaya a tomar, diciendo "bueno, hago esto, total, es el momento oportuno". Porque "hacer las cosas bien" implica elegir adecuadamente los valores que guían nuestras decisiones.

Y creo que esto es lo que más quiere brindarnos Dios: valores apropiados, constructivos, para guiar nuestras decisiones. Y es acá donde se vincula con los límites. Dios nos pone límites, eso es cierto. Es indiscutible. Ejemplo obvio: "no matarás". Entonces, matar está mal, diría alguno. No sé hasta dónde los conceptos de "bien" y "mal" son útiles para explicar los modelos de acción que Dios nos propone. Más que decir que "está mal", diría que matar no lleva a ningún lado productivo o edificante. Entonces, Dios puso el límite. Pero ese límite no está para complicarnos la vida, o para convertirnos en personas limitadas. Somos, de por sí, personas limitadas, lo queramos o no. Pero los límites de Dios están ahí para optimizar el disfrute de la vida, son herramientas, materia prima a partir de la cual crear nuestra vida. Nunca Dios tuvo la intención de restringir nuestra libertad o felicidad, sino que nos dio una base desde la que construirla para que sea una libertad productiva, y una felicidad sólida. ¿Podemos elegir cruzar los límites de Dios? Sí. ¿Dios va a castigarnos? En este mundo, probablemente no. Pero ya el propio traspaso de los límites es algo que tarde o temprano se nos va a volver en contra. Nunca vamos a ser plenos si no nos movemos dentro de los límites que Dios establece.

Es como jugar un partido de fútbol y cruzar los límites de la cancha. El partido continúa, pero el equipo contrario gana la posesión de la pelota por mi traspaso. Eventualmente, esto puede llegar a resultar en una ventaja para el equipo contrario y en que mi equipo pierda. Algo parecido pasa con los límites que Dios establece para nuestra vida. No son muros, son líneas. Si los cruzo, me la complico más yo mismo, y muchas veces a otras personas también.

En mi experiencia, sólo al pasar por la zona gris descubrimos estas cuestiones sobre la importancia de los límites, porque mientras tanto, como tendemos a ver sólo en blanco y negro, también percibimos los límites de Dios en esos términos. Pero en la zona gris vemos que es todo mucho más complejo y más rico, y que todo lo que Dios establece lo hace para nuestro propio bien.

El pasaje dice que Dios hizo las cosas de esa manera para que se le tema. Y ahí hay un problema con la idea de "temor", y creo que hay que tener mucho cuidado. Porque sinceramente, a la luz del resto de la biblia, Dios no es un Dios que quiere generarnos miedo, sino todo lo contrario: espera que lo amemos, que entendamos su amor por nosotros, y que veamos que sólo quiere que seamos plenos, que vivamos completos, felices. Entonces, ¿qué es este temor? Por experiencia, puedo decir que identifico este "temor" con una sensación de "asombro reverente" hacia Dios. Experimentar la presencia misma de Dios, tener una relación concreta, real, viva con él, me llena de un asombro profundo que me lleva a caer rendido ante él, a tenerle una reverencia completa y profunda. Confío en su palabra, y hago todo lo posible por obedecer lo que me pide, porque realmente es alguien que me impacta profundamente. Creo que este asombro reverente es el "temor de Dios". Y mientras me deje llevar por esa sensación en particular, tengo la certeza de que voy a ir encontrando las pautas que Dios me va dando, las pistas que Dios va poniendo en mi camino, para llegar adonde quiere llevarme de la mejor manera posible. Eso es, para mí, "buscar a Dios". Dejarme guiar por el asombro reverente.

Para cerrar esta reflexión, quiero unir todo esto con el tema de la zona de colores: si entremezclamos las cosas que más amamos hacer con ese asombro reverente, el resultado no puede ser otro que una vida a todo color, donde Dios está en todo lo que vivimos, dándole a todo ese brillo especial, que lo consagra todo y hace que todo termine siendo una experiencia espiritual de gran impacto. Entonces, podemos darnos un margen de error, porque sin duda vamos a pifiarle a los límites de Dios en algún momento, vamos a "pintar fuera de la línea". Pero también podemos darnos margen para hacer las cosas que más nos hacen sentir plenos, aunque parezca que no tienen nada que ver con Dios ni con nada (escuchar música, dibujar, leer, escribir cuentos, sacar fotos, arreglar autos, y la lista es infinita). Al final, todo suma, porque la relación viva con Dios es lo que cambia todo.

Los resultados son siempre de Dios. Los procesos son en gran medida nuestros, por medio de las decisiones que vamos tomando. Y para tomar decisiones que sean provechosas, para nosotros y para los demás, Dios nos propone "límites", que son materia prima para una vida libre y dichosa. Los límites son en realidad valores, resortes para impulsarnos hacia arriba y adelante. Si dejamos que esos valores guíen todas nuestras decisiones, la vida va a estar llena de color. Y la única manera de hacer eso sin resignar nuestra libertad, es relacionarnos con Dios personalmente, hasta que su propia presencia en nuestra vida nos impregne de ellos.

Hasta que volvamos a encontrarnos.