miércoles, 6 de noviembre de 2019

Job 3 — ¿Hay alguien que me defienda? (parte 1)

Creo que esta pregunta es la que más nos permite conectar la historia de Job con el evangelio. Hasta ahora vimos que nuestro sufrimiento no es un castigo por haber hecho las cosas mal o por haber juntado suficientes faltas para agotar la paciencia de Dios. También vimos que Dios no nos acusa ni nos descarta por estar sufriendo, sino que nos mira a los ojos con bondad, para que podamos atravesar el dolor. Él es compasivo, no se enfoca en nuestro comportamiento sino en nuestro corazón. Sin embargo, hay una cuestión importante que queda pendiente. Dios puede ser compasivo y bondadoso, pero él es Dios. Él no atraviesa las cosas que atravesamos en esta vida humana, y por lo tanto para él en cierta forma es más fácil. Podríamos pensar y sentir que él nos consuela, sí, pero desde un lugar superior, desde el lugar de alguien que tiene una vida tranquila y ordenada, que no vive ninguna de las cosas desagradables que nos tocan vivir a nosotros los humanos.

Por otra parte, Dios está en el cielo, lejos de nosotros, y mientras tanto tenemos que lidiar no sólo con el sufrimiento, sino con la insensibilidad con la que nos tratan las personas que nos rodean. Vimos que Dios nos da el derecho de quejarnos, y también el derecho de cerrarnos con las personas que nos condenan o que quieren corregir nuestro dolor, pero ¿hay alguien que nos defienda de tanta injusticia? Job se hace la misma pregunta. En el capítulo 16, después de mucho escuchar por parte de sus amigos, Job finalmente les responde de manera más firme:

Cosas como estas he escuchado muchas; ¡valiente consuelo el de todos ustedes! ¿No habrá fin a sus peroratas? ¿Qué les irrita tanto que siguen contendiendo? ¡También yo podría hablar del mismo modo si estuvieran ustedes en mi lugar! ¡También yo pronunciaría bellos discursos en su contra, meneando la cabeza!
(Job 16:2-4)

Al preguntarse si “no habrá fin a sus peroratas”, pareciera estar preguntando Job, “¿acaso nadie les va a decir nada, nadie les va a pedir que se callen?”. Cuántas veces nos gustaría que alguien intercediera en nuestro favor y les dijera a las personas que nos juzgan “¡dejen a esta persona en paz!”. Por otra parte, como él mismo expresa, Job llegó a sentir que sus amigos le decían la verdad acerca de Dios en algún punto, llegó a creerles que Dios estaba enojado con él por las cosas que decía o por las cosas que tal vez hubiera hecho en su pasado sin darse cuenta: “En su enojo Dios me desgarra y me persigue; rechina los dientes contra mí” (Job 16:9). A todo esto se le suma que las demás personas que se enteran de su caso, lejos de ponerse de su lado, entenderlo o moderar las palabras de sus amigos, se burlan de él: “La gente se mofa de mí abiertamente, burlones, me dan de bofetadas, y todos juntos se ponen en mi contra” (Job 16:10). Es decir, Job queda totalmente indefenso frente a su sufrimiento. Nadie parecería estar dispuesto a escucharlo y ayudarlo a levantarse, ni a hacerle justicia por tanto dolor que le causan su vida y las personas que están a su alrededor.

Frente a esto, lo único que Job desea finalmente es simplemente eso, que alguien se detenga a escucharlo, que su queja no quede en el vacío y en el olvido. Quiere que alguien se ponga de su lado para no quedar abandonado al dolor y librado a su suerte: “¡Ah, tierra, no cubras mi sangre! ¡No dejes que se acalle mi clamor!” (Job 16:18). Claro, nosotros conocemos el trasfondo espiritual de la situación de Job, sabemos que Dios estaba perfectamente al tanto de lo que pasaba, y había un propósito detrás; pero recordemos que el libro de Job nos intenta poner una y otra vez en la perspectiva humana; porque sino caeríamos en el error de los amigos, espiritualizar el problema para no ensuciarnos las manos con el barro del dolor de Job. Él no conocía ese trasfondo espiritual, y el libro nos convoca a ponernos en su lugar.

A su vez, nosotros conocemos el final de la historia; sabemos que Dios le iba a dar la razón a Job, que iba a reprender a sus amigos, humillarlos, restituir a Job en su dignidad y devolverle no sólo lo que perdió, sino el doble de todo. Pero, nuevamente, anticiparnos al final de la historia es lo que los amigos hacen (sin conocer el verdadero final, por otra parte). Ellos le insisten en que tiene que esperar a llegar al final de la situación para poder entender, que tiene que ser paciente. No se imaginan que ese final los va a dejar a ellos bastante mal parados. Pero, además, Job tampoco podía de ninguna manera conocer ni imaginar el final. En el momento de sufrimiento, todo lo que Job tiene (y todo lo que cualquiera de nosotros tiene) es el presente, es la situación desagradable que nos toca vivir, y es ahí donde necesitamos que alguien nos escuche, nos entienda y nos defienda.

Quiero detenerme en estos puntos. Nosotros muchas veces hacemos estas dos cosas: tratar de darle a la persona que sufre una explicación espiritual de su sufrimiento o tratar de que piense que, al final, las cosas van a estar mejor, que todo ese dolor va a ser para bien, que hay un propósito detrás de todo lo que la persona esta viviendo y que Dios no se olvidó de él. Pero cuando lo vemos desde el lugar de la persona, como nos propone el libro de Job entero, estas cosas no sirven. La respuesta de que “todo obra para bien de los que aman a Dios” es bíblica, pero no ayuda para nada a la persona que está sufriendo si primero no podemos conectarnos de corazón a corazón con el dolor de esa persona.

Lo que necesita la persona, en primer lugar, es alguien que lo defienda de tanto dolor, alguien que se ponga en sus zapatos y reconozca con sinceridad que la situación es injusta. Alguien, en definitiva, que se atreva a sentir lo que la otra persona está sintiendo, tal cual lo está sintiendo, y en las circunstancias en las que la persona está. Alguien que le pregunte qué tan profundo es el dolor, y por qué. Que le pregunte cuánto perdió, y qué significaba todo eso para ella. Y que se atreva a admitir que sí, efectivamente, es injusto perder todo eso, independientemente de que sea correcto o no afirmar que la vida es injusta. En pocas palabras, la persona necesita alguien que convalide su dolor, que le diga con sinceridad que lo que siente es totalmente válido.

Entonces, la pregunta es, ¿hay alguien que haga todo esto con Job? ¿Es bíblico pensar que lo correcto es convalidar el dolor de un “blasfemo” como Job, ponerse en su lugar y defenderlo? Eso es, en definitiva, lo que Job se pregunta, “¿estoy realmente sólo y abandonado frente a todo esto?”. En otras palabras: ¿hay alguien que me defienda?

La respuesta a este interrogante viene del propio Job, y es una respuesta que nos puede resultar, a simple vista, completamente enigmática:

Ahora mismo tengo en los cielos un testigo; en lo alto se encuentra mi abogado. Mi intercesor es mi amigo, y ante él me deshago en lágrimas para que interceda ante Dios en favor mío, como quien apela por su amigo.
(Job 16:19-21)

Job habla de que tiene un testigo en los cielos. ¿Qué es un testigo, sino alguien que puede dar fe de que lo que dice Job es cierto? En definitiva, Job está convencido de que hay alguien en el cielo, junto a Dios, que sabe lo que es sufrir lo que él sufre, que sabe lo que se siente, que sabe que él no está exagerando. Pero además, Job habla de un abogado. Dice que tiene alguien que está dispuesto a defender su causa ante Dios, que está de su lado en este “juicio” que Job siente que está siendo ejecutado contra él. Está convencido de que tiene alguien en el cielo que va a hablar a su favor.

Por último, Job nos dice que este intercesor, que es a la vez testigo y abogado, es su amigo. Está diciendo nada más y nada menos que ¡tiene un amigo en el cielo! Tiene un amigo al lado de Dios que se compadece de él, conoce su caso desde muy cerca, sabe que no exagera y está dispuesto a suplicarle a Dios por él. Un amigo que escuchó su llanto y vio sus lágrimas. ¿Cómo puede ser todo esto? ¿De quién está hablando Job? A esta altura nos podemos empezar a imaginar, pero voy a hablar más detalladamente del tema en la próxima publicación.

Hasta que volvamos a encontrarnos.

sábado, 2 de noviembre de 2019

Job 2 — ¿Quién tiene razón? (parte 2)

Cuando estamos pasando por un momento difícil, las personas que nos rodean a veces hacen que sea aún más pesada, porque nos dicen cosas que nos agregan la carga adicional de que estamos equivocados con nuestra queja. Las respuestas de ellos nos irritan, nos molestan, o nos deprimen todavía más. Muchas veces, lo que nos pasa es que sentimos que están equivocados, pero no nos atrevemos a contradecirlos porque las palabras que dicen nos suenan correctas. Quedamos desprotegidos, indefensos, y nos aleja de Dios porque sentimos que él no nos entiende y que él nos condena y nos acusa por nuestro sufrimiento. Pero ¿qué piensa realmente Dios?

El libro de Job nos muestra que Dios, ante la situación de sufrimiento que Job atraviesa, le da la razón a él y no a los amigos, que le muestran a Job su lado más insensible. Pero vale la pena identificar las palabras que hacen que sus amigos sean insensibles, para tener recursos más concretos con los que dejar afuera las palabras duras que nos digan las personas cuando sufrimos. Ya en el capítulo 4, después del primer discurso de Job, encontramos la primera respuesta dura de sus amigos: “tú, que con tus palabras sostenías a los que tropezaban y fortalecías las rodillas que flaqueaban; ¡ahora que enfrentas las calamidades, no las resistes!; ¡te ves golpeado y te desanimas!” (Job 4:4-5). En otras palabras, “¡me decepciona tu falta de integridad, Job!”. ¿Cuántas veces, tratando de que podamos reconectarnos con una mirada más espiritual del problema, nuestros amigos pueden llegar a darnos una respuesta de este tipo? Nos reprenden por no aplicar los mismos consejos y consuelos que damos a otros. Nos dicen cosas como “sos una persona de fe, no digas esas cosas”, o “no podemos confiar en Dios solamente cuando nos va bien, hay que confiar también cuando nos va mal”.

En el mismo discurso, Elifaz reprende a Job por creerse tan justo: “¿puede un simple mortal ser más justo que Dios?” (Job 4:17). Es otra clásica respuesta que recibimos a veces. Cuando leemos el capítulo entero vemos que el discurso va incluso más lejos. Es como si su amigo le estuviera diciendo “Job, algo tenés que haber hecho mal para que te pase esto. Dios no castiga a los injustos, y tampoco puede ser que seas tan justo, ciertamente no vas a ser nunca más justo que Dios. Tendrá sus motivos para mandarte este sufrimiento”. Es decir, es tu culpa, y quejarte sólo va a hacerlo todavía más grave.

Siguiendo con la respuesta de Elifaz, ya en el capítulo 5 nos encontramos con una idea incluso más dura: “Llama, si quieres, pero ¿habrá quién te responda? ¿A cuál de los dioses te dirigirás?” (Job 5:1). Esto significa que Dios no va a escuchar a Job porque está siendo ingrato con él. “Mirá que si te quejás así, Dios no te va a escuchar, te vas a quedar solo. ¿A quién vas a acudir cuando él no te quiera escuchar?”. Y después de eso agrega “el resentimiento mata a los necios, la envidia mata a los insensatos” (Job 5:2). No sólo se está quejando, sino que está siendo ofensivo, y está hablándole a Dios con resentimiento, y envidiando a los que les va bien. En otras palabras, está siendo amargado, rebelde y quejoso, y eso a Dios no le gusta. Eso es en definitiva lo que Elifaz está dándole a entender a Job.


Y no termina allí: “¡Cuán dichoso es el hombre a quien Dios corrige! No menosprecies la disciplina del Todopoderoso.” (Job 5:17). Este mensaje es incluso más común hoy en día en nuestras iglesias. En otras palabras, “enfocate en lo que Dios está tratando de enseñarte con este sufrimiento, Dios nos prueba para que aprendamos algo, para que crezcamos y por nuestro propio bien, para sacarnos de algo peor”. A esto se agrega que “él hiere, pero venda la herida; golpea, pero trae alivio”. Es decir, “tampoco es para tanto, Job, no está todo perdido”.


Hasta aquí podríamos pensar que no fue tan duro el discurso de Elifaz, y que en definitiva los amigos no están diciendo nada que sea falso. Podríamos buscar muchos pasajes en la Biblia que confirman lo que están diciendo. Pero más adelante, a partir del capítulo 8, los discursos de los amigos refuerzan con mucha más agresividad las ideas que expone Elifaz en este primer discurso. Realmente es indignante leer lo crudos que son con Job, teniendo en cuenta que son sus amigos, y que él está pasando un momento realmente horrible. Sin embargo, alguno podría decir “bueno, pero la verdad hay que decirla, aunque duela. No podemos decirle a la gente solamente lo que quiere escuchar”. Pero ya sabemos lo que Dios le responde a Elifaz frente a todos esos discursos y afirmaciones “correctas”: “estoy muy irritado contigo y con tus dos amigos porque, a diferencia de mi siervo Job, lo que ustedes han dicho de mí no es verdad” (Job 42:7). Dios también se indigna y se irrita ante la insensibilidad de los amigos. Los reprende por decirle cosas tan crudas en un momento tan difícil. Incluso les dice que más les vale disculparse con Job y pedirle que él ore por ellos, para que él los perdone. En ese sentido, Dios es muy duro con los amigos de Job, a pesar de que “decían la verdad”.


Eso es porque Dios detesta la dureza de corazón. ¿Cuántas veces Jesús mismo se enojó con los líderes religiosos de su tiempo porque, en nombre de “cumplir la ley de Dios”, eran duros con los que estaban pasando una necesidad grande? La respuesta de Dios nos invita incluso a revisar cómo tratamos a los que sufren, y pedirles disculpas por nuestra insensibilidad. Es muy importante para Dios que podamos detectar nuestra falta de comprensión, nuestra dureza con el que sufre, y que podamos arrepentirnos de ella. Y el primer signo de arrepentimiento es aceptar el daño que hicimos y ponernos a disposición de aquél a quien dañamos, mostrarle a la persona que verdaderamente entendemos que estuvimos equivocados, y que queremos reparar el daño tanto como dependa de nosotros. Además, para reforzar esta idea, Dios le da la razón a Job explícitamente (“a diferencia de mi siervo Job [que dijo cosas verdaderas], lo que ustedes han dicho de mí no es verdad”). ¿Y qué dijo Job? ¿Qué respondió Job, que después Dios identificó como verdadero?


Lo primero que Job responde, como ya vimos, es: “¡Por algo mis palabras son tan impetuosas!” (Job 6:3), es decir, “¿no se dan cuenta de que realmente estoy pasándola muy mal?”. Las quejas de Job son totalmente adecuadas, no es que se lastimó un poquito la piel, o que perdió unas monedas; lo perdió todo y su piel se llenó de llagas. Realmente está en el peor momento de su vida. Por otro lado, les dice que “aunque uno se aparte del temor del Todopoderoso, el amigo no le niega su lealtad” (Job 6:14). Es decir, “ustedes en este momento no son realmente mis amigos, sino mis enemigos”. Incluso si es cierto que Job está equivocado con sus palabras, incluso si fuese cierto que Job algo hizo para que le pasara todo eso, ellos deberían ponerse a su lado y tratar de acompañarlo en su dolor, ayudarlo a atravesarlo, ser leales a él. Proverbios 12:25 dice que “la angustia abate el corazón del hombre, pero una palabra amable lo alegra”. Tal vez habría bastado con que lo trataran con amabilidad para que su ánimo se recompusiera y pudiera “ver las cosas con más claridad”. Pero sus amigos le fallaron: “mis hermanos son arroyos inconstantes, son corrientes desbordadas: se enturbian cuando el hielo se derrite, se ensanchan al derretirse la nieve” (Job 6:15). Cuando todo está bien, son mis amigos, pero cuando me va mal, en lugar de apoyarme y darme alivio, me atacan.


Pero además, hay un detalle que no es menor: “¿Quién les ha pedido que me den algo, o que paguen con su dinero mi rescate?” (Job 6:22). Aquí podríamos escandalizarnos, y pensar “¡pero qué ingrato Job! ¡Encima que sus amigos están tratando de ayudarlo!”. Y muchas veces lo pensamos, y hasta lo decimos, cuando tratamos de ayudar insensiblemente al que sufre. La persona tal vez se queja de nuestra insensibilidad, y nuestra respuesta es “¿sabés qué? Yo sólo trataba de ayudarte, si no te gusta arreglátelas vos solo”. Sin embargo, no olvidemos que Dios le da la razón a Job. Nadie les pidió que lo rescataran de su angustia. Ellos sólo tenían que acompañarlo en su angustia. Muchas veces nos tomamos el sufrimiento del otro como una causa personal, ya sea porque no queremos verlo sufrir, o porque nos toca alguna fibra íntima propia, o porque creemos que si se deprime le está fallando a Dios, y queremos asegurarnos a toda costa de que no sufra más. Sin embargo, eso no es lo que Dios pide, sino que sólo pide que estemos al lado del que sufre, y lo tratemos con amabilidad y bondad. Así y todo, nadie está obligado a dedicarle su tiempo al que sufre, sobre todo si tiene otras obligaciones o necesidades importantes que atender. Es una cuestión que debería nacer de un corazón sensible y amoroso genuino, y siempre y cuando realmente esté a nuestro alcance hacerlo.


Finalmente, Job reconoce algo importante: “las palabras justas no ofenden, ¡pero sus argumentos no prueban nada!” (Job 6:25). A mi entender, lo que está diciendo es que su problema no es con lo que las Escrituras dicen. Él cree firmemente en que lo que dicen los amigos es cierto, pero ellos lo están usando para argumentar en contra de él, y en un contexto en el que él está sufriendo. No es que él está cuestionando a Dios y a su palabra, está quejándose de la situación horrible que le toca atravesar. “¿Me van a juzgar por mis palabras, sin ver que provienen de un desesperado?” (Job 6:28). Las palabras verdaderas de Dios se convierten en mentiras cuando las usamos para sostener la dureza de nuestro propio corazón.


Quiero insistir una vez más en que Dios le da la razón a Job, y está indignado con los amigos por sus palabras y su dureza. Dios está enojado por la forma en que sus amigos usan su Palabra, y está incluso en desacuerdo. Dios diría lo mismo que Job: “¡Ustedes echarían suertes hasta por un huérfano, y venderían a su amigo por cualquier cosa!” (Job 6:27). Para él, los amigos de Job no son gente confiable si se mantienen en esa actitud, por eso los llama al arrepentimiento. La religiosidad, si no se combina con un corazón amable y sensible, se convierte en desobediencia. Recordemos lo que dice Jesús frente a la insensibilidad e hipocresía de los religiosos de su época:


Muchos me dirán en aquel día, “Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios e hicimos muchos milagros?” Entonces les diré claramente: “Jamás los conocí. ¡Aléjense de mí, hacedores de maldad!
(Mateo 7:22-23)

Entonces, ¿cuál es la actitud de Dios hacia Job, más allá de darle la razón? La misma que tiene Jesús hacia todos los que sufren: compasión. Se resume, a mi entender, en lo que Job pide de sus amigos: “Tengan la bondad de mirarme a los ojos” (Job 6:28). Para Dios, es muy importante que compartamos nuestras penas, cargas y sufrimientos con aquellas personas que son dignas de confianza, y ya vimos que las personas confiables para Dios son aquellas que tienen un corazón sensible y compasivo. Recordemos lo que dijo Jesús acerca de nuestra relación con las personas que son propensas a juzgarnos y condenarnos: “No den lo sagrado a los perros, no sea que se vuelvan contra ustedes y los despedacen” (Mateo 7:6). Tenemos que cuidar nuestro corazón, porque todo lo vital de nuestra vida (y de nuestra fe y relación con Dios) proviene de él, es decir, de lo más íntimo, de nuestras experiencias y emociones. Eso es lo más genuino que tenemos, y es lo que Dios más disfruta de nosotros. Cuando es alegría, Dios hace fiesta con nosotros, y eso le encanta. Pero cuando lo que tenemos es tristeza, el quiere estar muy cerca de nosotros y acompañarnos, y disfruta cuando ve que otras personas hacen eso mismo con nosotros.

El libro de Job, entonces, igual que los evangelios, nos invita a limitar nuestra exposición a las personas que nos van a juzgar y condenar por sufrir, que nos van a recriminar y a incriminar, y juntarnos en lugar de eso con personas que nos den amabilidad, bondad y sensibilidad al abrir nuestro corazón. Esos son los verdaderos amigos que la Biblia nos anima a encontrar: “En todo tiempo ama el amigo; para ayudar en la adversidad nació el hermano” (Proverbios 17:17).

Hasta que volvamos a encontrarnos.