martes, 17 de enero de 2017

El fruto del Espíritu - Conclusión

Hola a todos. Hace ya varios meses empecé una serie de publicaciones sobre un tema del que se habla bastante, pero que en mi opinión no suele estar bien encarado, que es el tema del fruto del Espíritu. Generalmente se lo enseña como un conjunto de conductas que deberíamos esforzarnos en desarrollar, pero se deja de lado un aspecto crucial del tema, que es la parte emocional que está en juego detrás de cada característica, y que es la que traba ese desarrollo en nosotros. Cuando empecé, hablé de que somos llamados por Dios a tener vidas fructíferas, abundantes (Eclesiastés 3:12-14; Juan 10:10), es decir, vidas que nosotros mismos disfrutamos y que al mismo tiempo impactan positivamente en los demás, y en el mundo. Es el propósito de Dios trascendente para nuestra vida, es decir, es para el resto de la eternidad. Si tenemos una vida así, tenemos todo. Y Dios dispuso que esto sea así para que entendamos qué tan Dios él es, y qué clase de Dios. Es un Dios que disfruta de vernos disfrutar, y vernos impactar positivamente los unos en los otros. Un Dios que disfruta de lo lindo, de la alegría y del bienestar.

El Nuevo Testamento se acerca a este tema desde un lado por ahí más descriptivo, y encontramos pasajes como el de Gálatas 5:22-23, que dice que "el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio". Estas son las características que tiene una vida fructífera. Podríamos pensar que sirven como medidor de cuánto estamos sacando provecho realmente de nuestra vida y cuánto estamos impactando para bien en los demás. Nosotros tenemos la responsabilidad de cuidar y cultivar ese fruto de nuestra vida, y Dios se encarga de hacerlo crecer. Podríamos decir que nosotros nos encargamos de generar las condiciones para que el fruto se desarrolle, y Dios pone el desarrollo.

A lo largo de las publicaciones fui aclarando qué no significaba cada una de esas palabras, porque en nuestra cultura tenemos mucha confusión con algunas de ellas. Incluso dentro de las iglesias. No voy a repetir todo eso, pero sí quisiera que recordemos lo que son, desde el punto de vista bíblico:

Amor: velar por las necesidades e intereses de otros, además de por las propias (Filipenses 2:2-4).
Alegría: encontrarle placer y significado a la vida (Eclesiastés 5:19-20).
Paz: vivir con la certeza de que somos cuidados y de que nuestras necesidades se pueden cubrir (Mateo 6:31-32).
Paciencia: capacidad de atravesar el dolor y las situaciones adversas sin derrumbarse, sin perder la esperanza (Salmo 46:1-3).
Amabilidad: tener buen trato hacia los demás, cuidarlos en nuestro trato, respetarlos (Gálatas 6:10).
Bondad: vivir los valores de Dios con naturalidad, y libremente (Efesios 4:15).
Fidelidad: convicción sobre las enseñanzas del evangelio, la convicción de que son ciertas y de que son buenas (Romanos 4:20-21).
Humildad: pensar de uno mismo con moderación, no como mejores de lo que realmente somos, ni como superiores a los demás o más importantes que los demás (Romanos 12:3).
Dominio propio: tener el control sobre nuestra vida, y fuerza de voluntad (1 Corintios 9:25).

Les propongo el ejercicio de pensar en distintos ámbitos y situaciones de sus propias vidas pero viviendo con todas estas características en su pleno desarrollo. ¿Cómo serían nuestras relaciones? ¿Qué decisiones tomaríamos en esos contextos? ¿Qué decisiones no tomaríamos? ¿Cómo nos sentiríamos con las distintas experiencias que nos toca atravesar en cada ámbito? ¿Cómo se vería nuestro día, nuestra semana? ¿Cómo se sentirían los demás al pasar tiempo conmigo?

Las siguientes preguntas, por supuesto, podrían ser, ¿cuál o cuáles de estas características necesito desarrollar más? ¿Cuál o cuáles siento que estoy desarrollando en este momento de mi vida? ¿Hay alguna que siento que la tengo ya desarrollada? ¿Hay alguna que tengo muy desarrollada, y siento que por ahí hasta me caracteriza? Todo puede ser, cualquier combinación es posible. Tal vez siento que tengo todas a medio desarrollar, o tal vez es un poco y un poco. Tal vez siento que estoy desarrollando muchas a la vez, o que todas las tengo bastante desarrolladas. Siempre se puede crecer más, pero eso no quita que tal vez seas una persona que está muy madura en la fe y en la vida. Lo importante de todo esto es que prestemos atención al tipo de fruto que estamos dando, para saber qué necesitamos ajustar. No se trata de que Dios nos acepte o no, y esto es muy importante. No es eso lo que está en juego. Dios nos acepta por las obras de Jesús, no por las nuestras. Todo esto es para que podamos aprovechar mejor la vida que Dios nos regaló, y entender cuán grandioso es ese regalo cuando lo vivimos como él lo diseñó. No esperemos ser perfectos o tener vidas perfectas, pero avancemos siempre hacia vidas que dan más y más fruto, para vivir mejor, y para que los que nos rodean vivan mejor también.

Para esto, nos preguntamos también por qué podía ser que no tuviéramos tan desarrolladas cada una de estas características. La idea no era agotar el tema, pero sí que cada uno pudiera entenderse un poco mejor a sí mismo, para también ser compasivos con nosotros mismos. Porque muchas veces vivimos bajo el peso de tener que vivir de esta manera, y si no vivimos así nos parece (o nos enseñan) que es porque no somos buenos creyentes. Pero la realidad es que podemos tener mucha fe y sin embargo no estar a la altura de nuestra fe, por así decir. Y eso tiene que ver con nuestras circunstancias internas y externas. En esta serie nos enfocamos en las internas, que pienso que son las más influyentes, pero además son las únicas por las que realmente podemos hacernos responsables, (salvo unas pocas excepciones entre las externas). Por decirlo de otra manera, si trabajamos con nuestro corazón, lo exterior se va produciendo, por el mismo obrar del Espíritu Santo, que es el que también nos da el poder para sanar lo que está roto en nosotros y corregir lo que está equivocado, que, de manera general, son las dos cosas que más nos traban.

Después, nos preguntamos en cada caso qué se podía hacer para "destrabar" cada característica del fruto, para devolverle ese sabor a nuestra vida. Esa lista tampoco pretendía ser completa, sino ofrecer posibles caminos para salir adelante con esos temas. Puede haber otros, sin duda. Pueden no funcionar para todos, o no en cualquier circunstancia (porque las circunstancias externas, aunque estén fuera de nuestro control, también influyen, y a veces mucho). Pero cada respuesta trató de estar basada en la realidad, en cosas concretas, no en soluciones abstractas que muchas veces se nos ofrecen y que por ahí sentimos que no nos tienen en cuenta. Así y todo, es posible que haya pasado cosas por alto.

Pero hay dos cosas que son trasversales a todas estas características, y sin las cuales cualquier crecimiento o cualquier proceso de sanación es sólo temporal o es incompleto (o incluso, muchas veces, improbable). La primera es nuestra relación con Dios. Sin una relación con Dios, la sanación y el crecimiento no ocurren a un nivel profundo, que realmente permanezca para siempre. Jesús dijo, "yo soy la vid y ustedes son las ramas. El que permanece en mí, como yo en él, dará mucho fruto; separados de mí no pueden ustedes hacer nada" (Juan 15:5). Si estás leyendo esto y no tenés una relación con Dios, realmente te animo a que te decidas a empezar hoy. No importa todo lo que hayas hecho, dicho, hablado en contra, o lo que sea. En el momento en el que te acercás a él y aceptás que lo necesitás, que separado de él no podés hacer nada, y qué hay cosas en tu vida y en tu manera de actuar que no están bien, la cuenta vuelve a cero, y empezás de nuevo con él. Tu vida no va a cambiar de la noche a la mañana ni vas a dejar de tener problemas. Pero es el primer paso para que tu vida crezca en plenitud, y para que sea eterna.

Si ya tenés una relación con Jesús, no te olvides de que esa es tu relación más importante de todas. No descuides tu relación con Dios por causa de la rutina, de las personas, de tus propios deseos. Si eso pasa, no te condenes, Dios te sigue amando, hablando, bendiciendo y esperando, pero no olvides que tu crecimiento y tu disfrute dependen de que tengas intimidad y cercanía con Dios. "Consideren bien todo lo verdadero, todo lo respetable, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo digno de admiración, en fin, todo lo que sea excelente o merezca elogio" (Filipenses 4:8), es decir, detengámonos habitualmente a meditar en las ideas sanas y verdaderas de la palabra de Dios, en las enseñanzas de Jesús, en todas estas cosas que fuimos viendo en estas publicaciones, y hagamos a Dios parte de nuestra vida cotidiana, de nuestros sentimientos y pensamientos; "y el Dios de paz estará con ustedes" (Filipenses 4:9). Si hacemos todo esto, vamos a estar llenándonos de buena semilla para nuestro árbol frutal. Vamos a estar permaneciendo en Jesús.

Y la segunda cosa es parecida a esta: vinculémonos con otras personas en profundidad. Eclesiastés 4:9-10 nos enseña que "más valen dos que uno, porque obtienen más fruto de su esfuerzo. Si caen, el uno levanta al otro. ¡Ay del que cae y no tiene quien lo levante!". Si queremos sanar y crecer, no nos ayuda estar asilados. Y no alcanza con estar rodeados de gente. Necesitamos relacionarnos con algunas personas que sepan escucharnos, que les interese entendernos y que nos acepten con todo lo que traemos. Muchos de los problemas emocionales que tenemos requieren que podamos sentirnos queridos con las emociones que sentimos como más vergonzosas o malas, con las partes que sentimos más oscuras de nosotros, o simplemente con esas cosas que tenemos miedo de que para el resto sean pavadas mientras que para nosotros son problemas reales. Si el primer paso es acercarnos a Dios, poder expresarle a otra persona lo que realmente pensamos y sentimos es el segundo paso de todo proceso de sanación o de superación de obstáculos personales. Y a la vez, esforcémonos en escuchar, comprender y acompañar a los que acudan a nosotros, porque esas personas lo necesitan para su propio crecimiento y sanación.

Quiero terminar diciendo que tal vez, después de meditar en todo esto, te parezca que es mucho, que no vas a poder, que estás muy lejos de todo esto o que venís dando vueltas con determinadas cosas y temas en tu vida y nunca podés avanzar. Tal vez sentís que ya está, que así va a ser el resto de tu vida, que Dios se cansó de darte oportunidades y ya no vas a crecer más que esto, o sanar ciertas cosas, o dejar atrás ciertas conductas. Si hoy sentís algo de esto, si sentís que no estás dando fruto, o incluso no sabés si podés dar fruto, es importante que sepas que no estás sólo, Dios no se cansó de vos, y él te hizo para que tu vida sea fructífera (Génesis 1:27-28). Así que arriba, y adelante, Dios está de tu lado y su deseo es que tengas vida, y que sea fructífera y abundante.

"Estoy convencido de esto: el que comenzó tan buena obra en ustedes la irá perfeccionando hasta el día de Cristo Jesús" (Filipenses 1:6). ¡Amén!

Hasta que volvamos a encontrarnos.