domingo, 9 de mayo de 2010

Romanos: el pueblo de Dios

Texto: Romanos 9:30-32, 10:13-17, 11:17-24, 33-36; 1 Pedro 2:9-10

Hola a todos. Como ya les había adelantado, esta reflexión va a ser una recapitulación del hilo argumental que Pablo mantiene a lo largo de los capítulos 9, 10 y 11 de su carta a los romanos. Los textos seleccionados para esta reflexión no son azarosos, sino que son los que consideré centrales de cada capítulo. La excepción es el pasaje de 1 Pedro, el cual está directamente relacionado con el tema de la reflexión. Voy a dejarles los vínculos de las reflexiones correspondientes a estos tres capítulos por si quieren refrescar la memoria

Romanos 9 - descendientes de Abraham 9:30-32
Romanos 10 - creer y confiar 10:13-17
Romanos 11 - el Israel espiritual 11:17-24

Me gustaría que nos detuviéramos un momento en la obra de Jesús, y miráramos de cerca a la luz de los textos. Jesús cambió la historia y la dividió en un antes y un después. Si bien esto es así para todo el mundo, especialmente lo es para el pueblo de Dios. Pero, ¿Quiénes son "el pueblo de Dios"?

Leyendo estos capítulos de Romanos podemos sacar varias conclusiones con respecto a esto. En primer lugar, sabemos que Dios eligió al pueblo hebreo a través del llamado de Abraham. Cuando vimos su caso, en el capítulo 4, Pablo decía que Abraham fue elegido por medio de su fe en las promesas de Dios. El pacto que Dios hizo con él fue el siguiente: "Te he confirmado como padre de una multitud de naciones. Te haré tan fecundo que de ti saldrán reyes y naciones. Estableceré mi pacto contigo y con tu descendencia, como pacto perpetuo, por todas las generaciones. Yo seré tu Dios, y el Dios de tus descendientes" (Génesis 17:5-7). Así, Dios ya dejaba entrever cuál era la parte que le tocaba a Israel, el pueblo elegido. Él sería Dios de Israel, es decir que ellos le rendirían adoración y obediencia. A cambio, Dios multiplicaría su descendencia y expandiría el pueblo por todo el mundo. Podríamos reformularlo, entonces, y decir que el pacto de Dios con Abraham fue "si ustedes me adoran, y me obedecen, yo los voy a multiplicar y expandir por todo el mundo".

Ahora bien, también sabemos que Dios llamó a los gentiles, es decir, a los que no eran hebreos y por lo tanto no habían oído hablar de él, ni lo adoraban, ni lo obedecían. Lo hizo por medio de Jesús, ya que él mismo predicaba no para los judíos, sino para todos los que vivían en la región. Además, uno de sus discípulos, Pablo, fue precisamente enviado a predicar el evangelio a los gentiles más allá de las fronteras de Judá. Así, Dios no solamente eligió al pueblo hebreo, sino también a los gentiles. Pero entonces, ¿el pueblo elegido por Dios no sería toda la humanidad? En cierta manera, sí. Cuando Dios llama a los gentiles, básicamente completa el plan de redención del que hablaban los capítulos del 1 al 8 para todo el resto de la humanidad. Lo curioso es que, al mismo tiempo que muchos gentiles se acercaban a Dios por medio de la fe en Jesús, el propio pueblo hebreo lo rechazó, ignorando totalmente las profecías que habían sido cumplidas desde el momento de su nacimiento. Israel, el pueblo que Dios había elegido, le dio la espalda. Pero, ¿es eso posible? ¿Dios no los había elegido acaso?

La respuesta es que Dios había elegido a su pueblo, les había dado la ley, los profetas, los ritos, la tradición, aún la propia fe. Pero todo eso, y esto se pone en evidencia a lo largo de todo el Antiguo Testamento, tenía por único objetivo que reconocieran a Jesús, a quién él enviaba para completar la obra. Ya les había sido anunciado desde tiempos de Moisés, y sin embargo, ellos no lo reconocieron. Se cerraron en sus propios razonamientos, en su propia doctrina, en sus propias tradiciones, y no identificaron el mensaje de Dios encarnado en Jesús. Por supuesto, algunos israelitas sí lo hicieron, pero los que no lo hicieron se perdieron. ¿Y acaso no forman parte del pueblo que Dios eligió? ¿Cómo pueden haberse perdido?

Pero Dios tenía un plan. Es acá donde entra en juego el texto del final del capítulo 11. El plan de Dios era claro, y es evidente que lo tenía pensado desde el principio. Dios conocía perfectamente a su pueblo, y sabían qué tanto se aferraban a sus tradiciones. Sabía perfectamente que si despertaba el celo de Israel con otras naciones, estos lo buscarían nuevamente. Entonces, decidió llamar a los gentiles. Así, los israelitas, por ver las bendiciones de los gentiles, volverían a Dios. Por eso Dios decidió llamarlos recién a partir de la venida de Jesús, para que al tratar de buscar los hebreos las causas de la adopción de los gentiles como hijos, la búsqueda los condujera a Jesús.

De esta manera, la elección no se hizo por medio de la descendencia natural. Dios le había dicho a Abraham que iba a multiplicar su descendencia y que la expandiría por el mundo. Es claro entonces que no se refería a su descendencia biológica, sino a los hijos de su fe. Aquellos que hicieran suyas las promesas en las que Abraham había creído y el compromiso que él había hecho con Dios. La señal de este compromiso fue la circuncisión, pero como Pablo dice en varias de sus cartas, lo importante no es la circuncisión física, del mismo modo que lo importante no era la descendencia física. La circuncisión es espiritual, porque solamente es válida si se hace por la fe. El capítulo 9 explicaba que el pueblo de Israel no encontró la justificación porque aunque cumplían la ley, no lo hacían con fe. Era una religiosidad vacía de contenido. Así, la descendencia de Abraham es también, como el compromiso, espiritual. Todos aquellos que compartieron la fe con Abraham, el primer patriarca, fueron herederos y descendientes de él.

De la misma manera, Jesús llamó a los de su tiempo y fundó su iglesia, a través de Pedro. Por supuesto que la historia del pueblo no terminó allí, sino que Pedro, al creer en Jesús, no hizo otra cosa que tomar como propia la fe de Abraham. Al fin y al cabo, Jesús es la Palabra de Dios, por lo tanto el és la ley, y es además Dios. Al recibirlo a él, estamos poniendo nuestra fe en Dios, y en la ley. De esta manera, al ser bautizados no hacemos otra cosa que circuncidar nuestro espíritu, sellar el pacto con Dios. Y Pedro dio continuidad a su iglesia, predicando el evangelio que Jesús lo había enviado a predicar. Y si Pedro había sido incluido por la fe entre los descendientes de Abraham, lo serían todos aquellos que compartieran la fe con Pedro, incluyendo los demás apóstoles, y todos los cristianos de todos los tiempos.

Ahora bien, entre la iglesia que fundó Pedro, descripta en el libro de los Hechos, y la iglesia de nuestros tiempos existen varias diferencias. Pero podríamos resumirlas todas en esta comparación: del mismo modo que el pueblo hebreo se alejó de Dios y se quedó con una religiosidad vacía de contenido, así lo hizo la iglesia. Se aplicaría entonces el texto de 9:31-32, "En cambio Israel, que iba en busca de una ley que le diera justicia, no ha alcanzado esa justicia. ¿Por qué no? Porque no la buscaron mediante la fe sino mediante las obras, como si fuera posible alcanzarla así".

Pero de la misma manera en que muchos israelitas si creyeron, y su fe se les contó por justicia, muchos miembros de la iglesia creyeron verdaderamente en Jesús, y por lo tanto fueron justificados. Y todos ellos son los que conforman la verdadera iglesia espiritual, la iglesia universal, que reúne a todos los cristianos de todas las épocas, desde el inicio. Y cuando hablo de cristianos me refiero a estos, que realmente creyeron.

Finalmente, queda por decir que el pueblo de Dios lo conforman entonces tanto los hebreos que fueron justificados por la fe, como la iglesia universal. Estos son los que conforman el "Israel" con el que Dios estableció su pacto. El Israel espiritual, que fue elegido por Dios, y cuya elección sigue manifestándose día tras día a medida que más personas se suman al pueblo al tomar como propia la fe de Abraham y de Pedro. Y a su vez, el pueblo hebreo está siendo llamado desde los tiempos de Cristo, para que se revelen por fin los hijos de Dios entre los que aún siguen negando a Jesús.

La historia del pueblo de Dios no termina aún. El libro de los Hechos tiene un capítulo inconcluso, que es el nuestro. Dios sigue revelándose al mundo y manifestándose por medio de su pueblo, es decir, su iglesia. Conocemos el final de esta historia: Cristo va a volver para llevar a su pueblo a la nueva creación. ¿Cuándo? "Nadie lo sabe, ni siquiera los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre" (Marcos 13:32). Pero mientras tanto, Dios nos dejó una misión. Jesús dijo "vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes" (Mateo 28:19-20). Esos somos. Como Pedro dice en el texto que cité, somos "linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios, para que proclamen las obras maravillosas de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable". Esos somos y para eso estamos.

Espero que esta reflexión haya sido de gran bendición para sus vidas. Quiero concluir con esta idea: Dios hizo un pacto con su pueblo, multiplicando su descendencia por medio de la fe, y expandiéndo esa misma fe, por medio de su iglesia, por el mundo. Nuestra parte del pacto es rendirle adoración y obediencia, y la única forma de lograrlo, como ya vimos en los capítulos del 1 al 8, es uniéndonos a Cristo. Así, todos los que estamos en Cristo, formamos parte de su iglesia. No importa su trasfondo, no importa su cultura, no importa su confesión o su denominación.

Que el Dios de Abraham, de Pedro y de todos los que creyeron, creen y creerán en su Palabra les de paz y les recuerde permanentemente quiénes son y para qué fueron escogidos. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

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