viernes, 10 de julio de 2020

Romanos 3 - justificados por fe

Texto: Romanos 3

Hola a todos. En la publicación pasada había comparado la distinción entre judíos y gentiles con la distinción que muchas veces hoy se hace entre "cristianos viejos" (es decir, nacidos en la iglesia, independientemente de su edad) y "cristianos nuevos" (convertidos siendo más grandes). Pablo escribe a la iglesia de Roma anticipándose a esta cuestión, "por las dudas", podríamos decir. Al hacerlo nos confronta hoy en día con lo que muchas veces pasa en las iglesias, donde los que tienen desde chicos la Biblia, las canciones cristianas, los campamentos de iglesia, la oración antes de comer, etc., tienden a pensarse "más espirituales" que los que no tienen todo eso desde antes.

Ahora, eso puede dar lugar a pensar que, entonces, da lo mismo tener o no tener todo eso. Que es lo mismo haber crecido con la Biblia o no; que es lo mismo orar antes de acostarse o no; que es lo mismo haber sido, o no, protegido de algunos hábitos nocivos de la cultura que nos rodea. Sin embargo, Pablo da una respuesta contundente: no es lo mismo. En realidad, es ganancia, y mucha. El camino de un "creyente viejo" está, en cierta forma, mucho más allanado delante suyo. Digamos que probablemente tenga más "facilidades" para vivir la vida que Dios pide de nosotros.

El punto que el apóstol enfatiza es que tener un buen punto de partida no nos hace más espirituales que los demás. De hecho, en el capítulo 3, aclara cuál es el lugar de la ley en nuestra espiritualidad y en nuestra salvación. Esto es importante, y mucho más hoy en día. Tanto los cristianos nuevos como los viejos podemos caer en la trampa de pensar que, como existe la gracia, y como la salvación es únicamente por fe, la ley queda desactualizada, es un apéndice que ya no nos sirve, porque de todas maneras Dios nos justifica por la fe.

Nuevamente, el apóstol da una respuesta contundente: "de ninguna manera". La fe no anula la ley. Todo lo contrario: mediante la fe confirmamos la ley. ¿Por qué? Tal vez puede ser un razonamiento difícil de seguir el que hace Pablo, por eso quiero desglosarlo un poco. Para empezar, hay que resaltar que "mediante la fe cobramos conciencia del pecado". En realidad, todo el razonamiento del apóstol se basa en esta idea. Por eso dedica extensos versículos a citar porciones de la Escritura que atienden este problema. Todos somos injustos por naturaleza, como veíamos en el capítulo 1. "Todos han pecado y están privados de la gloria de Dios", y la ley no puede remediar eso porque sólo deja más en evidencia nuestra injusticia.

Pero al hacerlo, la ley nos lleva, por medio de la fe, a reconocer la necesidad del sacrificio de Cristo. Y a su vez, eso nos lleva a reconocer, también mediante la fe, otra cosa: Dios es justo. Como había dicho en la primera publicación sobre Romanos, Dios es quien creó todo, es quien inventó el juego, y por lo tanto él puso las reglas. Nosotros somos los que desobedecimos las reglas y "rompimos el tablero", por así decir. La justicia significa, necesariamente, jugar con las reglas que Dios había puesto. Dios es justo porque juega siguiendo sus propias reglas. Y esa justicia, nos dice Pablo, queda todavía más demostrada en el hecho de que Dios haya enviado a Jesús.

¿Por qué? ¿De qué manera el sacrificio de Jesús refleja la justicia de Dios? Bueno, él mismo nos creó a nosotros, y lo hizo con la intención de que ocupáramos un lugar en su creación. Además, lo hizo para relacionarse con nosotros. Podríamos pensar que eso es el amor: el tipo de vínculo que él quiso establecer con nosotros. Ese amor es parte de las reglas del juego. Dios, siendo fiel a su amor, a su deseo de relacionarse íntimamente con nosotros, se compadeció de nosotros y envió al mundo el único remedio posible para la enfermedad que nosotros mismos desatamos sobre la creación.

Pablo se explaya sobre esto más adelante, así que ya tendremos oportunidad de volver sobre el tema. Pero lo importante es que por eso el sacrificio de Cristo es una manifestación de la justicia de Dios. Hay otro motivo, también: al pagar Jesús el precio del pecado, el precio de la ruptura, se hizo justicia para Dios. Se pagaron las consecuencias. Dios ya había establecido desde el principio que el precio de la desobediencia era la muerte (Génesis 2:17). Cristo murio en nuestro lugar, y pagó esa muerte por cada uno de los que así lo crean. Así que ahora, por medio de Cristo, o mejor dicho por medio de nuestra fe en esa obra de Cristo y en el lugar que él ocupó, podemos tener paz con Dios. Dios nos justifica, es decir, pasa a considerar que ya se hizo justicia por nuestra parte en el mal que existe en este mundo. Tanto lo que aportamos en el pasado como lo que vamos a aportar en el futuro.

Por supuesto, esto no es excusa para hacer el mal sin problemas. Pablo mismo corta de raíz esa idea en este capítulo, y más adelante se explaya también. La ley de Dios es buena en sí misma. El problema es que para que la ley pudiera justificarnos, tendríamos que ser capaces de cambiar de rumbo y cumplirla toda. Es más, tendríamos que ser capaces de deshacer todo lo malo que hicimos en el pasado. Por supuesto, eso es totalmente imposible. Por eso es que la justicia de Dios tenía que manifestarse "sin la mediación de la ley" para que tuvieramos alguna posibilidad de salvación. Dios tenía que proveer otra manera.

Esto no significa que Dios se haya equivocado. La intención de la ley nunca fue servir para la justificación. Por eso dice Pablo que, antes de Cristo, Dios "había pasado por alto los pecados". El pueblo de Israel tenía que hacer sacrificios permanentemente para demostrar, en fe (ese es un punto importante), su arrepentimiento, y Dios tomaba esa fe como justicia. Nuevamente, Pablo se explaya más adelante sobre esto (en el próximo capítulo, y por lo tanto en la próxima publicación). Es decir, la salvación siempre fue por fe, incluso en la "epoca de la ley". Los sacrificios, en ese sentido, prefiguraban el último gran sacrificio, el de Cristo, el "cordero de Dios" (Juan 1:29).

Entonces, queda claro que la ley es buena en sí misma. No sólo es buena: es útil (nos da un parámetro objetivo de qué está bien y qué está mal) y es justa (la justicia es, básicamente, todo lo que Dios diga que le corresponde a cada uno). Tener la ley desde chicos, en ese sentido (hablo de los "cristianos viejos") es una gran ventaja, como decía más arriba. Porque así aprendemos desde chicos qué está bien y qué está mal desde el punto de vista objetivo (que no es otra cosa que el punto de vista subjetivo de Dios).

Digamos que lo que no debería suceder es que la ley se convierta en algo de qué jactarnos: "yo soy más espiritual que vos, porque tengo la Biblia desde chico, y oro todas las noches desde chico, y escucho música cristiana desde chico, y voy a la iglesia desde chico". Pero lo que tampoco debería suceder es lo contrario: "yo soy más espiritual que vos porque no me rijo por los anticuados estándares de la Biblia, ni oro por repetición, ni me dejo dominar por una institución como la iglesia". La ley es buena. Nosotros no podemos cumplirla en su totalidad. Por eso, sin la mediación de la ley, Dios nos justifica por medio de la fe en Cristo: en su obediencia, en su sacrificio y en su resurrección. Pero eso no invalida la justicia, vigencia y pertinencia de la ley.

Espero que hayan podido comprender este punto del razonamiento de Pablo; es crucial para comprender los capítulos que siguen, y me atrevo a decir que es crucial para entender el plan de salvación de Dios. Que podamos darle a la ley de Dios el lugar central que se merece en nuestras vidas e iglesias, y al mismo tiempo tener un corazón humilde que nos aleje de compararnos y medirnos con otros creyentes, y de juzgar por el trasfondo de cada quien. "No hay más que un solo Dios. Él justificará por la fe a los que están circuncidados y, mediante esa misma fe, a los que no lo están" (Romanos 3:30). En otras palabras, justificará mediante la fe a los que lo conocieron desde que nacieron, a los que recibieron la ley y las costumbres "espirituales" desde chichos, pero también, mediante esa misma fe, a los que llegaron más tarde, siendo grandes, y que luchan contra las cosas que aprendieron en el mundo exterior, tratando de crear hábitos más sanos y de transformar su mentalidad y su conducta para ajustarse a los parámetros de Dios. Ninguno de los dos grupos es mejor o peor que el otro.

No duden en dejarme sus preguntas, comentarios y reflexiones más abajo.

"Que Dios nuestro padre y el Señor Jesucristo les concedan gracia y paz" (Romanos 1:7).

Hasta que volvamos a encontrarnos.

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