miércoles, 31 de marzo de 2010

Interludio - el remedio

Hola a todos. Como verán, esta es una publicación especial, fuera de tema. Dadas las circunstancias y aprovechando el momento decidí interrumpir momentáneamente el análisis de la carta a los romanos para reflexionar un momento acerca de la fecha en la que estamos. Bienvenidos a todos los que estén leyendo este blog por primera vez, y espero que les sirva la reflexión. Y presten atención y tengan cuidado, porque lo que están por leer puede llegar a cambiar sus vidas.

Texto: Juan 15:9-15

La sociedad en la que vivimos está gravemente enferma. Tiene una enfermedad terminal que a simple vista parecería incurable. Tiene fiebre alta y manifiesta ya todos los síntomas posibles, y sus propias defensas ya llegaron a su límite. Ya no hay mucho que pueda hacer por sí misma. Un panorama nada alentador. No es que no se le hayan aplicado remedios, pero ninguno es muy útil. Todos los remedios fabricados en la tierra no fueron suficientes: ciencia, para ampliar el conocimiento y permitirle superar sus propios obstáculos y limitaciones y para ampliar sus defensas, tecnología, para suplantar aquellas cosas que quedaron debilitadas por el avance de la enfermedad y para mejorar la forma en que la sociedad actúa y se mueve, revoluciones, medidas desesperadas de los órganos mas afectados y dañados por esos síntomas de la enfermedad, incluso religión, para darle algo de esperanza en medio de toda esa desesperación. Todo esto sin éxito.

¿Y entonces qué? ¿Damos a la sociedad por muerta?

La respuesta es no, porque falta probar un remedio. Hace 1977 años, un hombre cambió el mundo. Pero el mundo todavía no lo sabe. Este hombre, anticipándose al desarrollo de esta enfermedad, trajo el único remedio útil. Los órganos de la sociedad lo rechazaron, como si se tratara de un virus. En un principio, casi toda la zona afectada por la enfermedad recibió la medicación. La sociedad era muchísimo más pequeña en ese momento, por lo que el remedio aparentaba ser suficiente para abarcarla entera. Todo parecía indicar que la sociedad se iba a curar.

Pero no fue así. La sociedad creció, y con ella se expandió y se agravó la enfermedad. Fabricaron un placebo (falso remedio que se usa en las pruebas de medicamentos) idéntico en apariencia al remedio que aquel hombre había elaborado, pero lejos de sanarla, empeoró las cosas. Y la sociedad empezó a odiar a su único remedio, cuando en realidad no se daba cuenta de que no era el remedio lo que la perjudicaba, sino el placebo.

Ese remedio es Jesús. Y muchos podrían decirme, momento, ¿no nombraste la religión como parte de las soluciones que resultaron inútiles? De hecho, lo hice. Y ahí está el problema. La religión por sí sola es el placebo del que hablaba recién. Jesús no es religión. Insisto: Jesús NO es religión. Cabe preguntarnos en principio, ¿qué es religión? Por decirlo en forma comprensible y sencilla, es un conjunto de prácticas, ritos y normas morales. Lo revelador de esto es que Jesús no es un conjunto de nada. Jesús es una persona, no una cosa. Podríamos decir, un remedio vivo. Muchas personas confunden al cristianismo como una religión, pero déjenme insistir en que el cristianismo no consiste en una religión, sino en una relación, personal y comunitaria. Una relación con Jesús.

Ahora bien, pensando en esto, ¿qué es lo que se celebra en semana Santa? Muchos pueden responder "la muerte de Jesús", y en cierta manera es una respuesta correcta. Sin embargo, no es exactamente la muerte lo que celebramos. Porque Jesús no era tan sólo un hombre. Si hubiera sido un hombre hubiera sido parte de la sociedad. Pero no habría podido ser jamás el remedio. Entonces, ¿quién era Jesús?

La enfermedad que aqueja a la sociedad no es otra cosa que una consecuencia de haber rechazado a su creador. El mismo que creó el mundo que tenemos, y cuya creación por parte de alguien con gran inteligencia y sabiduría, claramente superior a la nuestra, es innegable. El hombre, es decir, la humanidad como conjunto, eligió su camino. Y su camino se alejaba de Dios. Hoy mismo como humanidad seguimos eligiendo alejarnos de Dios: queremos que deje de involucrarse en las familias, en la educación, en los países, etc. Entonces, podemos decir que desde hace mucho tiempo declaramos nosotros mismos a Dios como nuestro enemigo. Terrible decisión. Y más si pensamos que así como nosotros lo declaramos enemigo, él puede habernos declarado como enemigos a nosotros.

Pero es acá donde entra el pasaje en el que basé mi reflexión. Y la verdad que la primera vez que lo pensé de este modo, y fue hace poco, me maravilló completamente. A pesar de que decidimos ser enemigos de Dios, él no se resignó a volverse también contra nosotros. Aunque lo convertimos en nuestro enemigo, ¡él siguió considerándonos como amigos! ¿Y cómo podemos estar seguros de eso? La situación actual del mundo y de la humanidad parecerían indicar lo contrario. Pero no, porque como ya dijimos, esa situación no es otra cosa que la consecuencia de nuestra propia elección. Dios nos dejó marcharnos, pero mientras tanto pensaba un plan para rescatarnos de la enfermedad.

Y ese plan era Jesús. No olvidemos que Jesús era Dios. Eso es a simple vista un concepto muy difícil de entender, por varios motivos, pero tal vez el más importante sea que Dios mismo, siendo tan poderoso y grande, venga él mismo a la tierra a mezclarse con gente que lo desobedece. Sin embargo, siguiendo con el razonamiento, es lógico pensar que si Dios creó a la sociedad y no se volvió en su contra cuando la sociedad lo declaró enemigo, es porque la sigue queriendo como el primer día. Como un papá y una mamá cuyos hijos se rebelan contra ellos siguen queriéndolos como el primer día. Y como fue la sociedad misma la que decidió alejarse, Dios sabía perfectamente que no iban a tener la intención de acercarse otra vez. Algunos por orgullo, otros por temor, otros por resignación, o quién sabe cuántos otros motivos. Entonces, le quedaba una sola opción: tomar la iniciativa.

En Jesús, Dios tomó la iniciativa de acercarse otra vez al hombre. Vino con una forma que el hombre pudiera distinguir bien: forma de hombre. Así mostró Dios que no está lejos, arriba en las alturas, sino acá, entre nosotros, llamándonos a ser otra vez amigos suyos. Vino para decirnos que sabe todo lo que hicimos como resultado de haberlo desobedecido, que sabe que somos en alguna medida, mayor o menor, responsables de que la sociedad siga enferma y empeore cada día, pero que todo eso no le importa en absoluto. No le interesa que hayamos hecho todo lo contrario a la intención que él tenía al momento de la creación, porque, oh sorpresa, en ese momento él ya sabía todo eso. Pero era necesario que viviéramos esa experiencia para entender que no podemos vivir sin él. Para entender que lo necesitamos para saber cómo crecer como sociedad sana. Vino a restaurar su amistad con nosotros.

Ahora bien, una amistad es ida y vuelta. Las amistades son de a dos. Y él mismo dice que nos sigue queriendo. Dice, "Así como el Padre me ama a mí, también yo los amo a ustedes. No se alejen de mi amor" (15:9). Incluso explica cómo podemos saber eso, diciendo que no hay amor más grande que el que da su vida por sus amigos. Por supuesto, él todavía no había muerto. Sus discípulos probablemente no lo entendieron en ese momento, sino más tarde. Pero, ¿qué espera él a cambio? La respuesta es sencilla. Él sólo espera que volvamos a él. "No se alejen de mi amor". Ante nuestra hostilidad, él solamente dice, vengo para ver si logro que me quieran otra vez, porque yo los sigo queriendo como el primer día. Quiero seguir siendo amigo de ustedes.

Pero nadie puede amar a quien no conoce. Entonces, el primer paso es conocerlo. Abrirle las puertas de nuestra vida para que pueda entrar, y si es posible abrirlas de par en par, porque trae muchos regalos. Trae una vida entera de paz y de alegría. Y por si fuera poco, esa vida dura para siempre.

Entonces, lo que celebramos en semana Santa no es otra cosa que eso. La buena noticia de que Jesús vino a restaurar nuestra amistad con Dios, en primer lugar muriendo en lugar de nosotros, que por ser enemigos de Dios corríamos sin darnos cuenta a la muerte, para mostrar hasta qué punto nos quiere. Pero la parte verdaderamente reveladora de lo que Jesús hizo no es tanto su muerte. Todos mueren. Pero él no solamente murió, sino que resucitó. Y eso es lo que celebramos. Jesús resucitó para que no solamente podamos ser sus amigos, sino que además podamos quedarnos con él por siempre. Porque si resucitó, venció a la muerte. Por lo tanto, vive.

Dios no es un dios lejano e inanimado, sino un Dios vivo y cercano. Una persona. Y tiene el profundo deseo de que seamos amigos de él. Por eso, nos obsequió un remedio para nuestra enfermedad. Miles de personas ya probaron ese remedio y fueron sanadas. Yo soy una de ellas, y funcionó. ¿Están listos para ser sanados? La decisión está en ustedes.

Señor, es el clamor de mi alma que bendigas a todas las personas que ahora leyeron esto. Vos conocés los corazones, sabés cuál es la necesidad de cada uno. Por eso, confiando en tu enorme amor, que mostraste al darnos el remedio para una enfermedad que nosotros mismos causamos dándote la espalda, te pido que abras las mentes y los corazones de cada uno de los que no te conocen, para que puedan ver que vos, Señor, los estás llamando a ser amigos tuyos, y a que puedan conocer quién sos y las maravillas que tenés preparadas para sus vidas. Llenalos ahora, Señor, con tu presencia, para que puedan entender que solamente estás esperando que vuelvan a vos, que te busquen y te conozcan, y así puedan amarte como todos los que te conocemos te amamos. Te lo pido en el nombre de Cristo Jesús, ¡AMÉN!

2 comentarios:

  1. Hermoso testimonio!!! Seguí siempre viviéndolo a Él. Jer 29:11

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