miércoles, 2 de junio de 2010

Romanos 13 - el amor a Dios

Texto: Romanos 13

Hola a todos. Pasó bastante tiempo desde la última vez que publiqué, pero eso es porque estuve muy atareado. Me resulta muy interesante cómo ahora que estoy repasando los capítulos de Romanos para publicar las reflexiones encuentro cosas que no había pensado la primera vez que lo leí. Por ejemplo, nunca había podido asociar este capítulo con el anterior. En ese momento pensé que tal vez era una especie de punto y aparte. Pero no, esta vez descubrí que este capítulo tiene mucho que ver con el amor, sólo que hacia Dios.

En el capítulo 12 vimos que el amor es tal vez la clave para vivir como Dios quiere que vivamos. Ahora bien, el desafío que Pablo deja planteado es tal que siempre es posible amar más a alguien. Sin mencionar que Dios nos amó, decíamos, con un amor totalmente sacrificial por medio de Jesús, lo cual nos pone en una deuda muy grande. Me encanta esa expresión que Pablo usa en este capítulo, cuando dice "no tengan deudas pendientes con nadie, a no ser la de amarse unos a otros". Habla de amarse unos a otros como una deuda. Y es que es una deuda. Se lo debemos a Dios. Y como dijo Jesús mismo, "les aseguro que todo lo que hicieron por uno de mis hermanos, aun por el más pequeño, lo hicieron por mí"(Mateo 25:40). O sea que hay una sola manera de devolverle directamente a Dios ese amor: amando a los demás. Podemos amar mucho a Dios, pero si eso no se refleja en amor hacia los demás, es posible que no hayamos entendido la esencia de amar a Dios.

Ahora bien, amar a Dios tiene otras tantas implicancias. Si aceptamos que tenemos para con él una enorme deuda de amor, tal vez más grande de lo que podemos llegar a pagar con nuestro amor, es fácil pensar que tenemos que ponerlo a él en primer lugar, por sobre todas las cosas. Por supuesto que entonces, cuando eso ocurre, se manifiesta un amor hacia todo lo que Dios creó. Eso incluye plantas, animales, clima, personas. Ahora bien, si hablamos del amor a las personas, este amor tiene que ser hacia todas las personas. A veces pensamos que una persona es "mala" y que por ese motivo tenemos el derecho de no amarla. Esto es un error. No solamente no tenemos ese derecho, sino que tenemos la obligación de amarla. A veces amamos mucho a nuestros hermanos cristianos, pero Jesús mismo dijo que "si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa recibirán?" (Mateo 5:46). Tenemos que amar a todos: cristianos, no cristianos, críticos del cristianismo, y las categorías siguen. Gente que nos ofende, nos insulta, nos roba, nos lastima. Obviamente, no es fácil. Pero sí necesario.

Y de la misma manera, tenemos que amar a nuestras autoridades. No siempre estamos de acuerdo con las decisiones que toman, o incluso pensamos que ponen en riesgo a toda una sociedad entera. Y muchas veces lo pensamos con fundamentos. Pero aún así, no tenemos el derecho a no amarlos. No olvidemos que Jesús murió por todos, incluyendo a ellos. Por supuesto, amar a las autoridades implica amar la ley que estas autoridades o las pasadas establecieron. Es interesante porque la mayoría de las leyes de los países, al menos en occidente, responde a valores morales cristianos, o aún más, universales. Sin embargo la gente se empecina en no cumplirlas o buscar la manera de evadirlas. Pero pensemos, ¿no deberíamos cumplirlas? Si no podemos cumplir leyes terrenales, ¿cómo vamos a cumplir las espirituales? Pablo nos anima a no tener deudas con nadie, y entonces dice algo que siempre me gustó mucho: "si deben impuestos, paguen los impuestos; si deben contribuciones, paguen las contribuciones; al que deban respeto, muéstrenle respeto; al que deban honor, ríndanle honor" (13:7). Se desprende lógicamente de "denle al césar lo que es del césar, y a Dios lo que es de Dios" (Lucas 20:25).

En definitiva, no es otra cosa que ser luz. Así como cumplimos con la ley divina, tenemos que cumplir con la ley terrenal, para que todos sepan que servimos al Dios de la justicia. Jesús nos llamó a ser modelos a seguir en una sociedad que relativiza todo, y eso es lo que de algún modo Pablo reproduce en este capítulo. Es interesante ese versículo que dice "hagan todo esto estando conscientes del tiempo en que vivimos" (13:11). Creo que esto también tiene muchas implicancias.

En primer lugar, nos desafía a saber comprender, a tener conciencia del momento en el que vivimos histórica y socialmente. Estar "ubicados" en nuestro tiempo. Conocer las necesidades de nuestra sociedad, sus maneras, sus caminos, sus reclamos, en resumen conocer bien nuestra sociedad. Como Pablo mismo dice, "despertar del sueño". A veces la vida pasa por delante de nosotros como si estuvieramos dormidos y no la viéramos. Lo mismo con las personas que están a nuestro alrededor. La consigna es, por lo tanto, despertar, y empezar a comprender a las personas y al mundo que hay a nuestro alrededor.

Por otro lado, nos desafía justamente a ser luz. Alumbrar el camino delante de otros con esa luz que Jesús nos trajo. Para eso tenemos que tener un cuerpo limpio, o al menos que no ponga en riesgo nuestra sanidad, tener una mente (y por lo tanto una conciencia) limpia, y tener paz en nuestro espíritu. Si estas tres cosas se dan, estamos viviendo en la luz. Sino, evidentemente tenemos algo que ajustar.

Por último, nos desafía a dejar de lado todo lo que llama las "obras de la oscuridad", porque la noche está llegando a su fin y el día está cerca. Por supuesto que esto hace referencia al regreso de Jesús. No creo que haga falta repetir cuáles son estas "obras de la oscuridad", porque el capítulo 1 las menciona muy claramente. En definitiva, todo aquello que atenta contra nuestra sanidad física, mental o espiritual, o contra la de otros, en la medida que sea, atenta contra Dios y es por lo tanto obra de la oscuridad. No importa su justificación mundana o moral. Generalmente son parte de los deseos de nuestro cuerpo o mente, y por eso mismo son negativas para nosotros. No olvidemos que nuestro cuerpo y nuestra mente eran originalmente pecadores por naturaleza. Por eso mismo dice Pablo que debemos revestirnos del Señor, y por lo tanto de la nueva naturaleza.

En fin, creo que es un capítulo muy desafiante. Muchos cristianos perdemos de vista la importancia de obedecer a nuestros gobernantes, o autoridades de cualquier tipo. No importa qué tan injusto sea con nosotros o los demás, es nuestro deber amarlo. Por supuesto que también es nuestro deber hacer lo posible para que la injusticia que practica cambie, pero eso bajo ningún concepto puede implicar ser injustos nosotros mismos ante los ojos de Dios. De lo contrario, estamos fallando. Me parecieron centrales los versículos del 11 al 14, que de algún modo resumen todo lo que Pablo dijo en los anteriores. Espero que esta reflexión haya sido de gran bendición para todos ustedes.

Que el Dios de la justicia los bendiga, y les de sabiduría para que, conscientes del tiempo en el cual viven, puedan vivir como en la luz del día, saldando todas las deudas que tengan de cualquier tipo, y especialmente la de amor, que tiene que ser saldada permanentemente. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

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