miércoles, 28 de septiembre de 2011

La resistencia

Texto: Mateo 4:1-11; Efesios 6:10-18

¡Hola a todos! ¿Cómo están? Ahora que terminó la reflexión sobre Romanos quería compartir con ustedes otra serie de reflexiones que hice hace poco de manera personal, y que tuvo un impacto bastante grande en mi vida. Esta primera reflexión sirve un poco a modo de introducción, y es el fundamento de la serie, así que los invito a que presten atención. De todas maneras no olviden que acá lo más importante es lo que la Palabra de Dios tenga para decirles, así que les recomiendo que primero lean detenidamente los pasajes sobre los que me voy a basar. Si quieren y tienen tiempo pueden leer también Lucas 4:1-13, que es el mismo relato de Mateo 4 pero contado de otra manera. También recomiendo altamente que tomen nota de lo que vaya viniendo a sus mentes a medida que leen los pasajes.

Bueno, el relato de la tentación de Jesús es probablemente uno de los más conocidos, referidos y citados de los evangelios. Se han dicho muchas cosas, y es posible que mucho de lo que yo voy a decir acá ya se haya dicho en otro momento. En primer lugar, quiero detenerme en un punto que me saltó a simple vista cuando hice esta reflexión para mí. Dice el pasaje de Mateo que el tentador se le acercó. Es algo que no dice mucho, parecería. Pero en este punto me hice una pregunta. ¿Para qué se le acercó? ¿Con qué propósito? Quiero decir, se le acercó para tentarlo; ¿pero eso para qué? Bueno, la respuesta que se me ocurrió fue esta: se le acercó para apartarlo de su propósito. Jesús había venido con un objetivo, que era, en primera instancia, predicar el evangelio del reino de Dios, más muchas otras cosas. Enseguida voy a ir a eso, pero me quedo con esta idea, el diablo se le apareció para intentar alejarlo de su propósito.

Ahora pensemos en lo siguiente. Es verdad, nosotros no lo vemos, pero sabemos, o podemos llegar a descubrir, que a nosotros el tentador también se nos acerca, casi diría que permanentemente. Y pienso que es con el mismo objetivo. Nosotros también tenemos un propósito en esta vida, y desde cualquier punto de vista al diablo no le conviene que lo llevemos a término. En términos generales, hay dos planes para el hombre, y en términos individuales hay un tercero. Hablando en general, nuestros propósitos son honrar y adorar a Dios, y anunciar las buenas noticias, como había dicho cuando escribí sobre el capítulo 1 de Romanos. Por supuesto que ninguna de estas dos cosas es agradable para el tentador. Si su idea es seguir separando a la gente de Dios, tiene que impedir que lo adoremos, al menos; y tiene que evitar que hablemos a otros, para que no siga llegando gente a la casa de Dios.

También tenemos un propósito individual, particular, que se nos va revelando a medida que vivimos nuestra vida, siempre y cuando busquemos a Dios. Él nos va dejando, en general, indicios de ese plan, a través de nuestros sueños más intensos y nuestra vocación, nuestros dones, nuestras capacidades, nuestra forma de ser. En cualquier caso, esa misión particular a la cual somos enviados tiene que ver con el plan más general de Dios, y probablemente en todos los casos con algún tipo de forma de sumar a la obra de restauración que Dios quiere hacer en la humanidad. En cualquier caso, al diablo no le resulta para nada bueno que lo llevemos a cabo. Es evidente entonces que tiene que impedir que estemos seguros de quienes somos, de lo que queremos hacer, de lo que nos gusta, y de que tenemos la capacidad de hacer realidad lo que nos proponemos y lo que soñamos.

Ahora bien, ¿cómo resistir? ¿Cómo evitar que el diablo nos lleve para donde quiera llevarnos? ¿Cómo enfrentar enemigos que no vemos y no podemos tocar? Bueno, en primera instancia, es importante que sepamos que Jesús no fue tentado primero y después bautizado y lleno del Espíritu, sino al revés. En el evangelio de Lucas vemos que Jesús estaba "lleno del Espíritu Santo" (Lucas 4:1) cuando va al desierto. Ahora, no se trata de prepararnos solamente cuando vayamos a ir al desierto, porque casi nunca sabemos de antemano cuándo vamos a entrar en un desierto. Aunque Jesús fue físicamente llevado a un desierto, los desiertos en los que nosotros somos tentados son espirituales. Por lo tanto, no necesariamente los vemos venir. A veces podemos intuir que se avecina uno, pero esto no suele pasar. Por eso, es importante hacer todo lo posible para estar siempre llenos del Espíritu. Por supuesto, esto es difícil. Una clave para esto es orar permanentemente, mantenerse en guardia, digamos. La oración aleja al tentador. Y esto no significa solamente cuando podemos sentarnos a orar, sino que implica entrenarnos para que en todo momento, en todo lugar, en toda circunstancia, Jesús esté en nuestros pensamientos. Llenar nuestros pensamientos de Jesús es el primer paso para ser llenos del Espíritu Santo.

Otra cosa importante para poder resistir las propuestas del tentador es tener en cuenta qué piensa Dios sobre cada uno de nosotros. Recordar lo que decía antes de que tenemos un propósito, y que ese propósito es lo mejor para mí y para los que me rodean, independientemente de cual sea. Y saber que lo que Dios tiene para ofrecernos es siempre lo mejor que podemos llegar a obtener en la vida. Así podemos ser conscientes de que al fin y al cabo lo que el diablo tiene para ofrecernos no nos interesa. En ese sentido, y sin tratar de ridiculizarlo, el tentador es como un vendedor ambulante que nos ofrece baratijas. No tiene nada interesante para ofrecernos, pero es tan bueno decorando sus ofertas y engañando que a veces de verdad llegamos a pensar que nos interesa muchísimo lo que nos ofrece. Pero por eso es muy importante tener presente a Dios siempre, porque entonces podemos recordar que él nos ofrece lo mejor, y es justo lo contrario. Y como haríamos con un vendedor que nos ofrece cosas que no nos interesa, podemos rechazarlo a pesar de su insistencia. Al fin y al cabo, aceptar sus propuestas vendría a ser como comprar algo contra nuestra propia voluntad.

En fin, es muy importante darle pelea al diablo. No es bueno para mí dejarme convencer para que haga las cosas de manera opuesta a como me las propone Dios, porque eso me aleja de mí mismo, de mi propio ser, así como me aleja en el fondo de los demás, de Dios y de los planes que él tiene para mi vida, que son los mejores que alguien podría tener. Al fin y al cabo los planes que el tentador tiene reservados para nosotros son totalmente negativos. Son planes para hacernos estar bien aferrados a lo que él nos ofrece para que después dependamos de él. Entonces puede sacarnos lo que quiera que nos haya dado y jugar así con nuestros sentimientos, con nuestras capacidades y, en definitiva, con nuestras vidas. Pero nosotros tenemos la capacidad de resistirle. Tenemos a Jesús de nuestra parte, y como se ve en el pasaje de Mateo, él logró vencerlo. Sabe como hacer. No necesitamos dejarnos derrotar.

Y no importa lo que pensemos que tenemos de malo en nosotros. A veces desde afuera se nos quiere hacer pensar que no podemos cambiar, que somos así. Bueno, para alguien que se acerca a Jesús, no existe el "yo soy así" para lo que es malo o perjudicial para nuestras vidas o para las de los que nos rodean. "Soy así" no es excusa para no tratar de hacerle frente al tentador. No importa cuántas veces antes hayamos fallado y le hayamos seguido la corriente, siempre hay un punto de retorno para el que decide seguir el rumbo de Dios. Siempre se puede cambiar. Siempre puedo superar mis propios limites e ir más allá de lo que ya llegué. El mismo diablo quiere incluso hacernos creer que no podemos, como diciendo "¿en qué cambia que me hagas caso una vez más si ya me hiciste caso unas cuantas veces?". Pero eso es una mentira. Tal vez sea cierto que le hicimos caso otras veces, pero eso no quiere decir que no nos afecte hacerlo una vez más. Cada vez que lo hacemos dañamos un poco más nuestra vida. Por eso, siempre hay tiempo para volver atrás sobre algún punto determinado en el que estuvimos aceptando sus ofertas y decir "¡basta, no quiero saber más nada con esto que me estás ofreciendo, quedátelo vos!".

Lo importante para lograr eso es hace el cambio en la mente de decir "no quiero ni necesito esto, es malo para mi vida". Desprenderme de aquellas cosas que me hacen ir en contra de mi propósito, en la forma que sea. Esto por supuesto es un proceso que lleva toda la vida, pero lo importante es empezar y seguir por ese camino. No tengo que olvidarme que puedo acercarme con total confianza a Dios y pedirle perdón cuando me equivoco, él es totalmente incondicional. No le importa qué hice. Si yo realmente me di cuenta y acepté que está mal, por muy grave que fuera, su perdón está asegurado. Y esto no es algo menor, porque la consecuencia más inmediata de experimentar el perdón de Dios es que me libera de una carga enorme, sobre todo de la culpa que pudiera haber sentido. La culpa es uno de los peores enemigos de una persona. Al fin y al cabo, el nombre "Satanás" quiere decir "el que acusa". La sensación de culpa no viene de Dios: viene del tentador. De Dios viene el impulso que nos lleva a darnos vuelta sin miedo ni vergüenza y decir "perdón, Dios, me equivoqué".

Pero bueno, para alejarnos del diablo es totalmente fundamental acercarnos a Dios. Sin eso no hay posibilidad de resistir. No podemos enfrentarnos a algo que no vemos con cosas que sí vemos. Dice el pasaje de Efesios que "nuestra lucha no es contra seres humanos, sino contra poderes" (6:12). Un poco antes dice que tenemos que fortalecernos "con el poder del Señor" para poder enfrentar "las artimañas del diablo". Claro, ¡porque con el poder humano jamás podríamos! El diablo es espiritual y nosotros somos mayormente materiales, estamos en clara desventaja. Pero si nos vestimos de Cristo, llenamos nuestra mente de Jesús, somos llenos del Espíritu de Dios. Y eso sí que revierte la situación. Porque el Espíritu de Dios es absolutamente más poderoso que el tentador. Y si entendemos que vivimos en una pelea permanente con él, en un continuo campo de batalla espiritual, podemos comprender que nadie va a una batalla desarmado. Nosotros tampoco.

A partir de la próxima publicación, precisamente, voy a centrarme en qué implica vestirnos de Cristo, qué significa ponernos la armadura de Dios. Por el momento, los dejo con este pasaje en mente:

"Manténganse firmes, ceñidos con el cinturón de la verdad, protegidos por la coraza de justicia, y calzados con la disposición de proclamar el evangelio de la paz. Además de todo esto, tomen el escudo de la fe, con el cual pueden apagar todas las flechas encendidas del maligno. Tomen el casco de la salvación y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios" (Efesios 6:14-17).

Y no olviden que si tropezamos, Dios nos comprende y nos perdona. No nos dejemos engañar diciendo "Dios jamás me va a perdonar esto", porque eso es precisamente lo que el diablo quiere que crea. Yo soy libre, porque Dios así lo quiere. Dios sabe cuánto lo amo y cuánto quiero seguirlo a él, y es esa actitud y motivación lo que para él cuenta. Vivimos bajo el régimen de la gracia, y a cualquiera que lo haya recibido, Dios ya no lo acusa, sino que justamente, gratuitamente lo absuelve de todo cargo, como vimos cuando analizamos Romanos. Así que podemos tropezar, mientras aprendemos cada día a obedecer a Dios de nuevas y más completas maneras.

Que el Dios de gracia llene cada pensamiento de sus mentes para que puedan ser llenos del Espíritu Santo y rechazar con total seguridad las ofertas del tentador. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.