viernes, 4 de diciembre de 2015

El desorden de adoración

Hola a todos. ¿Alguna vez sintieron que sus vidas están como "desordenadas"? Como que las cosas están fuera de lugar. Las prioridades que manejamos con nuestro comportamiento real no son las que querríamos tener, nuestra forma de comportarnos no es la que nos parece correcta, nuestra actitud frente a las cosas no es la que creemos que deberíamos tener, hay cosas de nuestra manera de pensar que no nos cierran, y lo más caótico de todo: no lo podemos evitar. ¿Alguna vez se sintieron así? De repente, todo de desajusta, por momentos un poco, por momentos mucho. Nuestra agenda se empieza a cargar de cosas, de pronto nos falta tiempo, o ganas, o estamos cansados la mayor parte del tiempo.

Creo que toda persona que viva una vida activa alguna vez pasó por esta experiencia del caos. Algunas personas tal vez viven en caos. Otras van y vienen. Otras supongo que sólo pasan cada tanto. Pero muchas veces la pregunta tal vez es, ¿por qué? ¿De dónde viene tanto caos en mi vida personal, en mi propio ser? Porque afuera hay caos. Eso es así. El mundo es así, por lo menos hoy. Pero, ¿de dónde viene el caos personal?

El caos de afuera impacta en nuestra persona. Eso me parece algo indiscutible. Las cosas que pasan alrededor nuestro nos afectan en lo personal, y a veces a niveles que ni siquiera sospechamos a primera vista. Pero hay más, parecería que de por sí estamos rotos como personas, desajustados, separados en partes que a veces son contradictorias. En su carta a los Romanos, Pablo lo pone en estos términos: "no entiendo lo que me pasa, pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco" (Romanos 7:15).

Pienso que entender el origen de esta contradicción es una de las claves para empezar a acercarnos a la paz. Porque creo que en el fondo, eso es lo que todos buscamos, la paz. Si tan sólo pudiéramos tener paz interior, sería mucho más fácil tener paz con otros. Pero la gran pregunta es cómo. Y depende de la respuesta a la pregunta por qué.

Y acá hay una trampa que hay que sortear. Creo que la pregunta de "¿por qué me pasa esto?" no tiene respuesta desde el punto de vista de mi individualidad. Es decir, uno podría llegar a encontrar causas, sí, pero me refiero a la pregunta que presupone que es justo o injusto que nos pase una cosa o la otra. El mundo no es justo o injusto, es el mundo. La vida no es justa o injusta, es la vida. Pero sí hay una causa de que el mundo sea un lugar tan caótico, donde las cosas buenas están mezcladas con cosas malas, donde a veces tenemos deseos enormes de agradecer a la vida y otras veces sentimos que la vida nos traiciona, como si eso fuera posible.

En última instancia, tenemos que recordar que este no es nuestro mundo, es el mundo de Dios. Nosotros no lo hicimos, él lo hizo. Y cuando lo hizo, estableció un orden. Un orden extremadamente delicado, al parecer. Todo tenía equilibrio, todo tenía lugar, todo tenía su justa medida, sus límites. Pongamos un ejemplo: el mar. Cuando Dios hizo el mar, no parecía peligroso. Era una fuerza poderosa, con capacidad de cubrir todo, pero Dios dice, "«¿quién encerró el mar tras sus compuertas cuando éste brotó del vientre de la tierra? ¿O cuando lo arropé con las nubes y lo envolví en densas tinieblas? ¿O cuando establecí sus límites y en sus compuertas coloqué cerrojos? ¿O cuando le dije: "Sólo hasta aquí puedes llegar; de aquí no pasarán tus orgullosas olas"?»" (Job 38:8-11). Tenía un límite. El mar no podía hacer lo que se le antojaba.

El ser humano también estaba en un orden delicado. Su cuerpo, sus pensamientos, su experiencia del mundo, todo formaba parte de un conjunto en equilibrio, con sus propios límites. Dios mismo puso estos límites, al decirle al ser humano: "«puedes comer de todos los árboles del jardín, pero del árbol del conocimiento del bien y del mal no deberás comer»" (Génesis 2:17). El bien y el mal eran territorio de Dios, y no del ser humano. Sólo él tenía el derecho de decidir qué era bueno y qué era malo para el mundo, porque él mismo lo había creado. Nosotros, obviamente, no tenemos la más mínima idea de cómo funciona el mundo, en su mecánica más profunda, en su mecánica invisible, espiritual. Pero si Dios lo creó, está claro que él sabe cómo funciona, y en qué condiciones funciona bien y mal. Al parecer, funcionaba bien si el conocimiento del bien y del mal quedaba en el territorio de Dios.

Seguramente ya sepan cómo sigue la historia: Adán y Eva traspasan los límites. Comen el fruto que Dios les prohibió comer. Ahora, Dios había dispuesto que la administración de toda la tierra quedara en manos de los seres humanos, "«llenen la tierra y sométanla»" (Génesis 1:28). Eso no era una opción para los humanos, esa era su función en la creación, ese era su papel, su propósito. Ellos podían elegir cómo, pero siempre iban a tener poder sobre el resto de la creación y sus decisiones iban a influir en el orden de todo el mundo. Por lo tanto, en el momento en el que traspasaron los límites, se desató la cadena de circunstancias más vertiginosa que se puede llegar a imaginar. Todos los límites de todo se empezaron a desajustar, lentamente. Siguiendo con el ejemplo de antes: hoy sabemos que el nivel del mar está creciendo desde ya hace varios años. Los límites del mar también se desencajaron.

¿Qué tiene que ver todo esto con nuestro caos personal? Bueno, Pablo es claro, en el contexto del pasaje que mencioné antes: "Ahora bien, si hago lo que no quiero, estoy de acuerdo en que la ley es buena; pero, en ese caso, ya no soy yo quien lo lleva a cabo sino el pecado que habita en mí" (Romanos 7:16-17). Acá, la idea clave es el pecado. "Pecado" es ni más ni menos que un traspaso de los límites que Dios estableció para las cosas. En particular para las personas. El pecado "habita en mí" porque una de las consecuencias de haber desobedecido a Dios en aquel momento es que después, la cadena de reacciones llevó a que se cometieran otras faltas, y otras faltas, y así sucesivamente hasta hoy. El ser humano se fue acostumbrando a actuar mal, fuera de los límites de Dios, y el caos exterior hizo el resto del trabajo. Al exponer al ser humano a situaciones de peligro, de desesperación, de escasez, y demás cosas, condicionó para mal las reacciones. Y el nuevo modelo de comportamiento, desordenado, desobediente a Dios, se transmitió de generación en generación.

Pero el punto de partida de todo esto es visible en la primera reacción de Adán y Eva frente a su error: "cuando el día comenzó a refrescar, oyeron el hombre y la mujer que Dios andaba recorriendo el jardín; entonces corrieron a esconderse, para que Dios no los viera" (Génesis 3:8). No adoptaron la actitud de hacerse cargo de su error, sino que eligieron negar su error. Esconderlo. Ahora, "Dios es amor" (1 Juan 4:16). Esconderse de Dios es esconderse de su amor. El hombre y la mujer se escondieron porque tenían miedo de que Dios los castigara, pero Dios es un Dios de amor; "el que teme espera el castigo, así que no ha sido perfeccionado en el amor" (1 Juan 4:18). El que se esconde, se esconde del amor de Dios, y entonces ya no puede saber si va a ser amado siempre, incluso al fallar, o si va a ser amado sólo cuando sea bueno. El ser humano pierde la certeza de ser amado, algo que antes ni siquiera se cuestionaba. Era obvio, era algo dado. Porque estaban en presencia de Dios siempre, y Dios es amor.

Ahora, es interesante: no es Dios el que rechaza al ser humano, es el ser humano el que se esconde de Dios. ¿Y no sigue siendo así? ¿No seguimos negando nuestros errores en lugar de sostenerlos y confesarlos? Nos escondemos del amor de los demás. ¿No seguimos temiendo el castigo, de los demás o de Dios? Claro, Dios es amor, nosotros, habiéndonos olvidado del amor, ya no somos siempre amor, a veces somos castigo. ¿No rechazamos a los demás por sus errores? ¿No los consideramos peores personas por causa de ellos? Tal vez por eso nos cuesta tanto sentir que Dios es realmente amor. Porque entre nosotros conocemos otra forma de relacionarnos.

Lo que pasa es que separados de Dios, nosotros no servimos para mucho, no funcionamos bien. Fuimos creados para funcionar en un equilibrio en el cual Dios es el centro, es el que articula todo, a través justamente de su amor. Sin el amor de Dios, no funcionamos. Y no recibimos el amor de Dios si nos escondemos de él, o si escondemos de él ciertas partes. Ahora, eso es condenarnos a nosotros mismos a tener desordenada la vida, porque "ésta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo, pero la humanidad prefirió las tinieblas a la luz, porque sus hechos eran perversos" (Juan 3:19). Pero Dios quiso mostrar que su amor está siempre disponible, por eso "se hizo hombre y habitó entre nosotros" (Juan 1:14). Lo dice claramente Juan 3:16, "tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda".

La luz tiene que ver con la verdad. Después de milenios y milenios de vivir del otro lado de los límites de Dios, el pecado adentro de nosotros es una especie de red de cosas que están escondidas del alcance del amor de Dios. A veces porque otros nos dieron condena en lugar de amor, y a veces porque nosotros mismos las fuimos escondiendo. De hecho, el pasaje de Romanos nos daba la idea de algo que habita más allá de nuestro control y de nuestra vista, "el pecado que habita en mí", como si fuera una cosa que tiene un poder especial para llevarnos a actuar de una manera y no de otra, algo que nos esclaviza. ¡Y lo es! Pablo lo dice también, "estoy vendido como esclavo al pecado" (Romanos 7:14).

Pero entonces, ¿cuál es el problema central de todo esto, cuál es la clave explicativa de nuestro desorden vital? ¿Cómo podemos entender esta contradicción personal nuestra? ¿Porque vivimos de una manera que no queremos vivir? Creo que lo que aparece acá, es algo relacionado con la publicación anterior: el problema central, en el fondo, es un desorden de adoración. Había dicho que la adoración es, básicamente, deleitarme en Dios. Pero si siento, en el fondo, incluso en mis partes más invisibles, que Dios me espera para castigarme por todo lo que hice o hago mal, es difícil deleitarme en él. A mí no me da placer acercarme a Dios para que me destruya por mis errores. Yo soy Adán: prefiero esconderme y zafar de ese castigo. Pero es un error, y un terrible engaño, porque Dios me espera para sanarme, para limpiarme, y para hacerme madurar y crecer. Dios es amor. La biblia nunca dice "Dios es castigo".

De ahí viene, para mí, todo el problema. No ponemos a Dios en el centro de nuestra vida porque le tenemos miedo. O simplemente, escondemos nuestras partes vergonzosas de los demás, porque tenemos miedo del castigo de los demás. Eso me pasa a mí. La mayor parte de las veces, no tengo problema en ser yo mismo cuando estoy solo con Dios, y en muy pocas cosas me siento bajo su condena en lugar de bajo su amor. Pero con los demás, es tremendo. Hay cosas con las que siento que si salgo allá afuera me apedrean a muerte. O me rechazan rotundamente y me dejan totalmente solo. Ese creo que es mi miedo más profundo, y también viene de la misma raíz: no estoy seguro de estar acompañado en la vida, en la existencia, y eso es consecuencia de que nací fuera del amor de Dios, como todo ser humano.

Pero si queremos reordenar nuestra vida, necesitamos varias cosas. Por un lado, sanar las viejas heridas. Encontrar relaciones donde vivir libremente, ser aceptados y amados sin importar nuestros errores. Y por otro lado, envolvernos, llenarnos, de las verdades de Dios, conocer las condiciones en las que se supone que funcionemos. La vez pasada hablé de adorar en espíritu y en verdad. Adorar en verdad era ser sinceros, con nosotros mismos, con los demás, y con Dios, traer nuestra persona completa a la relación, a las tres relaciones. Y adorar en espíritu tiene que ver justamente con relacionarnos con lo invisible, con lo espiritual, con lo que pertenece exclusivamente a la esfera de Dios. Necesitamos reordenar nuestra adoración para reordenar nuestra vida.

Pero necesitamos poner manos a la obra, porque es un trabajo arduo y a veces asusta, y requiere todo de nosotros. Es el costo de alcanzar una plenitud que nos permita atravesar incluso las circunstancias más difíciles y salir bien parados. Es la conclusión de Pablo sobre su vida: "he aprendido a estar satisfecho en cualquier situación en que me encuentre. Sé lo que es vivir en la pobeza, y lo que es vivir en la abundancia. He aprendido a vivir en todas y cada una de las circunstancias, tanto a quedar saciado como a pasar hambre, a tener de sobra como a sufrir escasez. Todo lo puedo en Cristo que me fortalece" (Filipenses 4:11-13). Pablo no llegó a ese punto de la vida simplemente viviendo, sino trabajando en su confianza en Dios, en ordenar su adoración, en reconfigurar su corazón para deleitarse en Dios, y para que él sea su fuente de vida. Pablo no era un super-hombre, ni era un favorito de Dios en este sentido, un privilegiado, sino que todos podemos ser Pablo. Todos podemos llegar a este punto. Pero necesitamos poner manos a la obra. Necesitamos llenarnos de todo lo que nos conecta con las verdades invisibles de Dios, y también necesitamos relacionarnos con nuestras propias verdades invisibles, en un contexto de amor y no de castigo.

Termino con un pasaje de Romanos: "¿Acaso no saben ustedes que, cuando se entregan a alguien para obedecerlo, son esclavos de aquel a quien obedecen? Claro que lo son, ya sea del pecado que lleva a la muerte, o de la obediencia que lleva a la justicia. Pero gracias a Dios que, aunque antes eran esclavos del pecado, ya se han sometido de corazón a la enseñanza que les fue transmitida. En efecto, habiendo sido liberados del pecado, ahora son ustedes esclavos de la justicia. Hablo en términos humanos, por las limitaciones de su naturaleza humana. Antes ofrecían ustedes los miembros de su cuerpo para servir a la impureza, que lleva más y más a la maldad; ofrézcanlos ahora para servir a la justicia que lleva a la santidad" (Romanos 6:16-19).

Que el Dios que creó todo en equilibrio nos ayude a reordenar nuestra adoración, para que nuestra vida vuelva a su carril, a los rieles del orden que Dios dispuso para nosotros, y podamos crecer hacia nuestra madurez como humanos en paz. ¡Amén!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

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