jueves, 10 de junio de 2010

Romanos 14 - la unidad de los cristianos

Texto: Romanos 14

Hola a todos. Si el capítulo anterior de Romanos me resultó altamente revelador, y encontré un sentido que no le había encontrado la primera vez, con este capítulo me pasó todavía más. La primera vez que hice esta reflexión me había costado sacar jugo de este capítulo, y había quedado tan sólo en que no tenía que juzgar a mis hermanos. Esta vez, mi mente fue mucho más allá.

Lo primero que me llama la atención de este capítulo es cuánto insiste con el tema de la comida. Mientras lo leía pensaba, ¿tan importante es el tema de la comida para Pablo? ¿Tanto discutían los cristianos de aquel entonces por la comida, que Pablo tenía que reprenderlos de esa manera? Pero entonces vino a mi mente otra idea. Tal vez es solamente un ejemplo. Tal vez cuando Pablo habla de la comida no se refiere estríctamente a eso, sino a cualquier otra cosa por la que los cristianos discutimos entre nosotros. Vinieron a mi mente automáticamente dos cosas: las disgresiones teológicas y las diferencias de tradición. ¿No son estos dos puntos de quiebre básicos entre las diferentes iglesias?

Cuando pensé en esto, la reflexión tomó inmediatamente otro sentido. El texto nos está reprendiendo también a nosotros, cristianos de hoy. ¿Por qué criticamos o juzgamos a nuestros hermanos de otras iglesias por sus diferencias en la tradición? Lo hacemos como si la tradición fuera más que una simple forma de vivir nuestra fe. ¿Y por qué nos dejamos llevar por disgresiones acerca de temas teológicos al punto de distanciarnos de nuestros hermanos? Como si la teología fuera algo más que la simple manera en la que concebimos la fe. Al fin y al cabo, todas los cristianos alabamos al mismo Dios y creemos en el mismo Jesús, y mora en nosotros el mismo Espíritu Santo. En todo caso, cada uno tiene que saber si su conducta honra a Dios. Como dice el texto, todos vamos a tener que rendir cuentas cuando estemos ante Dios, y eso es lo que cuenta.

Es interesante que Pablo tenga que aclararnos y recordarnos que Cristo murió y resucitó para ser Señor de todos. Así, todo el que cree vive para Dios, y si muere también muere para Dios. Entonces, mientras todo lo que hagamos sea para él, estamos unidos por una misma fe, porque todos pertenecemos a Dios. ¿Quiénes somos nosotros para juzgar a nuestros hermanos o a sus tradiciones, o a sus cuerpos teológicos? Basta con estar seguros y tranquilos en nuestra conciencia de que lo que hacemos en nuestras iglesias lo hacemos para Dios.

De hecho, Pablo lo dice muy claramente. Cada uno tiene que estar firme en su propia opinión, para que todo lo haga con convicción. Sea lo que sea que practiquemos o sostengamos, la clave está en que sea con convicción. Por eso, cada uno tiene que buscar su lugar en la congregación con la que se sienta más a gusto y cómodo, identificado con sus tradiciones o con su teología. Y hacerlo todo con convicción, no por el simple hecho de ser parte de esa congregación. El texto agrega incluso algo muy fuerte, y es que todo lo que se practica sin convicción es pecado, porque es la conciencia la que determina qué es lo bueno y qué es lo malo. Si hacemos las cosas convencidos de lo que hacemos, y nuestra fe no nos acusa en nuestra conciencia, entonces estamos haciendo lo correcto.

Y es fundamental que podamos tener el suficiente amor por nuestros hermanos para no poner en duda sus tradiciones o su teología. Podemos compartir nuestra forma de pensar o nuestra forma de vivir con otros, mostrárselas, o lo que sea, pero no podemos pensar que la nuestra es más correcta que la de ellos, porque de ninguna manera esto puede ser cierto, o al menos no nos corresponde a nosotros decidirlo. Si discutimos con alguien acerca de estas cosas lo ponemos en riesgo, porque nunca podemos saber qué tan firme está en las bases de la fe. Así, juzgando a nuestros hermanos por estas pequeñeces le estamos poniendo un obstáculo, y lo mismo si lo queremos forzar a vivir o concebir la fe de la misma manera que nosotros.

Por eso, y tal vez esta sea la conclusión a la que llegué después de reflexionar durante un tiempo, lo más importante a lo que tenemos que aspirar es a todo aquello que contribuya a la unidad de los cristianos de todas las iglesias. Nos unen las mismas bases en la fe, como decía antes. El mismo Padre, el mismo Cristo que murió y resucitó por todos, el mismo Espíritu que nos volvió a la vida. Nosotros, como iglesia, somos el templo en el que habita el Espíritu de Dios, y por lo tanto es nuestra responsabilidad que ese templo crezca y esté bien edificado y sólido. Por eso, necesitamos velar por al paz entre los cristianos. Y como Jesús mismo dijo en su oración por los creyentes, "permite que alcancen la perfección en la unidad, y así el mundo reconozca que tú me enviaste" (Juan 17:23).

De hecho, ¿quién puede creer nuestro mensaje de paz y de amor si nosotros mismos no promovemos la paz y el amor entre nosotros? Creo que todo el capítulo está perfectamente sintetizado en los versículos del 16 al 19, y quiero resaltar este último, "esforcémonos por promover todo lo que conduzca a la paz y a la mutua edificación" (14:19). Si hay algo que me quedó claro y que Dios me dijo por medio de esta reflexión, fue eso. Espero que esta reflexión haya sido de bendición para sus vidas

Que la paz de Dios llene sus corazones para que puedan tener limpias sus conciencias y las cuentas claras con él, y que su amor los impulse para que puedan fomentar la unidad y la comunión con todos sus hermanos en todas las iglesias, para la gloria de un mismo Padre, del mismo Cristo resucitado y del mismo Espíritu de Dios. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

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