Ya vimos que uno de los
puntos más importantes del libro de Job para la vida de un creyente es que
cuando sufrimos, no es sabio detenerse a pensar de quién es la culpa, o que nuestro
sufrimiento es un castigo de Dios por lo malo que podemos haber hecho. No
importa lo bueno o malo que seamos, el sufrimiento está. Lo que realmente cuenta es que no importa qué tan profundo sea el pozo al que hayamos caído,
Dios puede y quiere sacarnos, y está listo para reconstruir nuestra vida, sanar
nuestras heridas y cubrir los daños. Vimos también, anticipándonos al final, que después
de todo el recorrido del libro, Dios le dará la razón al “blasfemo” de Job en
lugar de a los “correctos” amigos: “a diferencia de mi siervo Job, lo que ustedes
han dicho de mí no es verdad” (Job 42:7). En cierta forma, eso
responde de antemano la pregunta del título: “¿quién tiene razón?”. Ya sabemos
de antemano que la razón la tenía Job. Sin embargo, en el juego de preguntarnos
algo que ya sabemos nos podríamos estar pareciendo a los que escribieron, inspirados
por Dios, el libro de Job. Eso ya nos da un buen motivo para jugar ese juego.
Pero además, necesitamos preguntarnos por qué y cómo
tenía razón Job. Porque las afirmaciones de los amigos muchas veces se
complementan bien con lo que Dios mismo dice en otras partes de la Biblia. Como
creyentes, partimos de la base de que Dios no se contradice a sí mismo, por lo
tanto está claro que lo que los amigos le decían a Job no estaba mal en sí. Job es un libro escandaloso, como ya vimos. Lo era en
esa época, y lo es hoy. Viene a echar por tierra la manera en la que solemos
acercarnos a la persona que sufre. Nos confronta con que, a pesar de nuestras buenas intenciones, muchas veces en la práctica nos falta de
sensibilidad y compasión. En ese sentido, nos recuerda fuertemente a Jesús:
¿Por
qué te fijas en la astilla que tiene tu hermano en el ojo, y no le das
importancia a la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Déjame
sacarte la astilla del ojo”, cuando ahí tienes una viga en el tuyo? ¡Hipócrita!,
saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás con claridad para sacar
la astilla del ojo de tu hermano.
(Mateo 7:3-5)
Jesús nos da aquí una clave
muy concreta y eficaz para interpretar el libro de Job, y para respondernos la
pregunta que él nos plantea: ¿quién tiene razón? Quiero ponerlo en estas
palabras: cuando nuestros amigos o las personas que nos rodean nos confrontan
en nuestro sufrimiento, y nos tratan de corregir para que veamos mejor nuestro
panorama, intentando convencernos de que estamos equivocados, de que deberíamos
cambiar de actitud y mirarlo desde los ojos de Dios, ¿quién tiene razón? ¿Ellos,
con su visión más correcta, o nosotros, con nuestra mirada confundida por el
dolor?
Invito a todos a leer los capítulos de Job que van
del 3 al 7. A los fines de esta reflexión, voy a detenerme y recorrer
particularmente el capítulo 6, donde me parece que se condensa el nudo de la respuesta
de Job a la pregunta de quién tiene razón. Veamos cómo empieza este capítulo:
Job respondió:
«¡Cómo
quisiera que mi angustia se pesara y se pusiera en la balanza, junto con mi
desgracia! ¡De seguro pesarían más que la arena de los mares! ¡Por algo mis
palabras son tan impetuosas! Las saetas del Todopoderoso me han herido, y mi
espíritu absorbe su veneno. ¡Dios ha enviado sus terrores contra mí! ¿Rebuzna
el asno salvaje si tiene hierba? ¿Muge el buey si tiene forraje? ¿Puede comerse
sin sal la comida desabrida? ¿Tiene algún sabor la clara de huevo?»
(Job 6:1-6)
Cada vez que vuelvo sobre
esos versículos siento nuevamente una poderosa identificación con las palabras
de Job, y una profunda compasión por él. Pero, además, cada vez vuelvo a
sorprenderme de la claridad con que la Biblia plantea el problema. Escuché una
vez a un teólogo decir que, si el libro de Job no estuviera en la Biblia,
podríamos libremente restarles importancia a las emociones en nombre de la
razón. Pero, afortunadamente, existe el libro de Job.
Está claro que, incluso desde la perspectiva del
libro de Job y sin citar los discursos de los amigos para comprobarlo, Job se
equivoca de primeras en el análisis que hace de su situación: desde el
principio el libro ya nos dijo que no fue Dios el que envió los terrores contra
Job, sino Satanás, desafiado por Dios en defensa de Job. Por eso considero que
el escándalo que provoca este libro es intencional, porque desde el
comienzo nos plantea la tensión entre los errores de Job y su reivindicación
por parte de Dios. Pero entonces, ¿por qué Dios le da la razón a él, si
está equivocado desde el principio?
Job nos empieza a adelantar algunas cosas: plantea
firmemente que su queja es razonable. No se queja en vano, se queja por muy
buenos motivos, como un asno o un buey que no tienen comida y se quejan de ello.
Podríamos también pensar en un bebé que llora porque tiene hambre. No se queja
porque su madre es mala, ni se queja porque quiere molestar a su madre. Tampoco
tiene la culpa de tener hambre. Simplemente tiene hambre, y su madre es la
única que lo puede alimentar. También nos adelanta que su queja aumenta por causa
de sus amigos. Si ellos tuvieran en cuenta su desgracia y su angustia, seguramente
se darían cuenta de que sus palabras no son reflejo de lo que piensa acerca de
Dios, sino de su dolor. Se darían cuenta de que su pena es demasiado grande. En
definitiva, al malestar que Job ya tenía se le suma la
insensibilidad con que le responden sus amigos, que no toman conciencia del tamaño de su
sufrimiento, y sólo se limitan a juzgar si lo que está diciendo es correcto o no.
¿No hacemos esto nosotros muchas veces con los
demás? ¿Y no hacen esto los demás muchas veces con nosotros, y lo tomamos como algo normal, natural, lógico? ¿No creemos muchas veces
incluso que así es como Dios nos ve, que así es como él piensa? Nos sentimos culpables de
traer ante Dios nuestras quejas frente al dolor que sentimos. No hablo de pedir
por una solución, sino de una lisa y llana queja: “Dios, no soporto esto, me
molesta, ¿por qué tengo que pasar por esto?”. Por supuesto, no siempre es así. No siempre las
personas son insensibles. Hay muchas personas que son sensibles y compasivas,
y a veces simplemente tienen un desliz, no logran comprendernos en alguna
situación en particular, o con ciertos temas. Pero la insistencia con que los
amigos de Job lo reprenden me hace pensar que, en el caso de ellos, esa era su
manera habitual de lidiar con el sufrimiento de los demás. Si aceptamos que, en el relato,
los amigos de Job representan a las autoridades religiosas de aquel tiempo, podemos
imaginar que esa era una tendencia entre ellos. Y la evidencia más clara está en que así era todavía en tiempos
de Jesús.
Ahora bien, Jesús no sólo nos confronta con la insensibilidad,
sino que también defiende al que sufre, dándole la libertad de cerrarse
emocionalmente y no compartir su interior con aquellos que lo van a lastimar todavía
más: “No den lo sagrado a los perros, no sea que se vuelvan contra ustedes y
los despedacen” (Mateo 7:6). Sabemos lo sagrado que era para Jesús
el corazón de una persona, lo más íntimo, y de hecho viene hablando de eso en
los versículos anteriores. En otras palabras, lo que dice Jesús es “no
compartan su sufrimiento más íntimo con los que no lo saben apreciar y
comprender, porque van a salir más lastimados que antes”. Dios nos da el derecho de
cerrarnos cuando nuestro entorno nos paga con insensibilidad. En este punto,
el libro de Job nos da algunas claves para aprender a identificar cuando un
discurso es insensible. En primer lugar, tenemos la guía de lo que sus palabras
nos hacen sentir (incomprensión, aislamiento, vergüenza, culpa por sufrir).
Pero es útil tener una herramienta bíblica que nos ayude a sacarnos a nosotros
mismos de ese embrollo en el que nos meten. Es edificante tener versículos para
responderle a esas voces en nuestra cabeza. ¿Dónde está, entonces, la
insensibilidad de los amigos de Job? De eso voy a hablar detenidamente en la próxima publicación.
Hasta que volvamos a encontrarnos.
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