sábado, 17 de abril de 2010

Romanos 11 - el Israel espiritual

Texto: Romanos 11

Hola a todos. Estamos llegando al final de la carta a los romanos. El capítulo 11 de algún modo cierra otra línea argumental, relacionada con el pueblo de Israel. Es muy probable que en la próxima publicación haga un repaso por estos últimos tres capítulos para que podamos tener bien presente en qué consiste este hilo argumental. Por lo pronto, este capítulo me encanta. Retomando la analogía del pueblo judío con la iglesia de hoy, no puedo evitar conmoverme ante la misericordia que Dios tuvo conmigo. No me crié en una familia cristiana y sin embargo Dios vino a buscarme. Tuvo misericordia de mí.

Pero al pensar en eso tampoco puedo evitar preguntarme, ¿qué pasó con la iglesia de Cristo? Miro lo que las Escrituras dicen sobre la iglesia primitiva (en el libro de los Hechos) y pienso, ¿dónde está la iglesia que Jesús fundó? El evangelio de Mateo cuenta que Jesús le dijo a Pedro "Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia" (Mateo 16:18). Sin embargo, también resulta evidente que la iglesia de hoy está como dormida. Entonces, ¿qué pasó? ¿No fue Jesús mismo el que instituyó la iglesia? ¿O es que, como se pregunta Pablo respecto a Israel, Dios rechazó a su pueblo?

Sin embargo, sabemos algo. Los decretos de Dios son irrevocables. Dios no pudo nunca haber rechazado a su pueblo. El capítulo 11 habla de que Dios escogió un remanente de entre el pueblo de Israel, es decir, seleccionó una parte. Aquellos que vivieron por la fe y no por las obras, aquellos que vivieron bajo la gracia y no bajo la ley, esos son los que Dios eligió de entre Israel. Y, ¿acaso no puede haber hecho lo mismo con la iglesia? Es que pensar en una analogía entre Israel y la iglesia no es descabellado: ambos fueron llamados por Dios en forma directa, Israel por medio de Abraham y la iglesia por medio de Pedro. Y ambos forman parte del pueblo de Israel. Porque como Pablo da a entender, su pueblo es un pueblo espiritual, y está formado por todos los que creen. Los que buscaban ser salvos por las obras no lo lograron, pero los que fueron justificados por la fe forman parte de Israel, del verdadero Israel.

Un detalle muy interesante para resaltar me pareció el hecho de que Dios endureció los corazones de aquellos que vivían por la ley pero sin fe, para que los gentiles encontraran la salvación. Si seguimos con la analogía podríamos pensar que lo mismo pasó con la iglesia de Cristo. Cuando se desvió del camino de la fe y buscó la justificación por obras, Dios endureció sus corazones, pero la caída de ellos fue para salvación de aquellos que no provenían de la tradición cristiana. Los "gentiles" de la era cristiana. Por causa de la religiosidad vacía de la iglesia, los demás empezaron a buscar una fe verdadera. Dios levantó diferentes personas para que trajeran a la iglesia nuevamente a la verdadera fe, y entonces los "gentiles" empezaron a acercarse, viendo la fuerza de esta nueva iglesia.

Así, muchos "gentiles" hallaron salvación. Pero Pablo afirma que además, la salvación de los gentiles va a tener como consecuencia la salvación de los judíos. Usa una metáfora muy gráfica para explicarlo, y creo que también en este caso podemos pensar en la iglesia. Si los que no tenían una tradición cristiana fueron injertados en ella, del mismo modo van a volver a formar parte de la iglesia los que teniendo la tradición recuperen la fe. De hecho, podemos decir que las ramas originales son más fáciles de injertar. Así, la verdadera iglesia va a estar (y está, de hecho) conformada por todos aquellos que permanecen en la gracia, sean de tradición cristiana, judía, musulmana o lo que sea. Todos los que creen en la resurrección de Cristo forman parte de su iglesia, la que él mismo creó a través de Pedro.

Y queda por agregar, que nosotros, cristianos de todos los tiempos, que no teníamos la ley éramos por naturaleza desobedientes, pero por la desobediencia de Israel Dios tuvo misericordia de nosotros, y por esa misma misericordia va a apiadarse de Israel. Del mismo modo tuvo misericordia con los que no eran cristianos por tradición, y va a tener misericordia de aquellos cristianos tradicionales que no tenían fe. Después de todo, como dice Pablo, las dádivas de Dios son irrevocables. ¿Cómo podría Dios rechazar a un pueblo que él mismo eligió o a una iglesia que él mismo creó? Me encanta el final de este capítulo, donde Pablo alaba la sabiduría de Dios. Pero ese va a ser el tema central de la próxima reflexión.

Bueno, espero que esta reflexión haya sido de gran bendición para todos. No olvidemos que la iglesia es de Cristo, y por lo tanto nosotros no tenemos derecho a juzgar quién es verdaderamente cristiano y quién no. Sólo Dios conoce los corazones y sólo él puede saber quién vive por la fe y quién por la tradición. Y no olvidemos que no importa la confesión, no importa la denominación. Todo el que vive por la fe forma parte del pueblo de Dios, y por lo tanto de la iglesia de Cristo. Me parecen centrales los versículos del 17 al 24, en los que Pablo escribe la metáfora del olivo silvestre y el olivo cultivado. Creo que resume perfectamente la situación de Israel así como la de la iglesia de hoy.

Que el Dios de Israel, que envió a Cristo para conformar una iglesia de judíos y gentiles por igual, los llene del gozo que proviene de la fe, por haber alcanzado la salvación y pertenecer a su pueblo para siempre.

Hasta que volvamos a encontrarnos.

miércoles, 7 de abril de 2010

Romanos 10 - creer y confiar

Texto: Romanos 10

Hola a todos. Después del pequeño interludio de semana Santa, el cual espero que haya sido de bendición para todos, voy a seguir publicando la reflexión sobre la Carta a los Romanos. Es curioso porque este capítulo 10 tiene mucho que ver con lo que recordamos en semana Santa, en especial porque nos habla de cuál fue la actitud del pueblo de Israel hacia Jesús y las consecuencias que esto tuvo. Es irónico que el pueblo esperaba su liberación, y cuando ésta llegó no supo reconocerla. Como Jesús mismo dijo al contemplar Jerusalén desde el monte de los Olivos, "no reconociste el tiempo en que Dios vino a salvarte" (Lucas 19:44).

A veces pensamos que los israelitas fueron culpables de la muerte de Jesús, y en algún grado eso es cierto. Pero, ¿pensamos en que a ellos les debemos, como iglesia, al menos la mitad de lo que somos? Ya de por sí, el cánon del Antiguo Testamento fue establecido por el pueblo judío, de modo que si creemos que las Escrituras son inspiradas por Dios, eso se debe a que los sacerdotes israelitas así lo juzgaron. Por otra parte, Jesús mismo dijo que no venía a abolir la ley, sino a cumplirla. Y esa ley es la misma que los judíos proclamaban, y proclaman aún, como la ley de Dios. Y por otro lado, ¿no podemos pensar que hoy mismo estamos en la situación que vivía el pueblo de Israel en aquél entonces? ¿Qué estamos haciendo con la misión que se nos encomendó? En aquél entonces se les había dicho que esperaran al Mesías. A nosotros se nos pidió otra cosa, pero la situación es la misma. Jesús nos dijo: "vayan y hagan descípulos de todas las naciones" (Mateo 28:19). ¿Qué estamos haciendo para llevar la misión adelante?

Después de todo lo que Pablo viene diciendo en la carta podríamos pensar que la iglesia de Cristo está dormida. Pero como va a decir en el capítulo 12, ya es hora de que despertemos de nuestro sueño. Nuestras iglesias están llenas de cristianos que confiesan a Jesús pero no creen en él, y por lo tanto llevan una doble vida, o bien de cristianos que creen en Cristo en su corazón pero no lo confiesan con su boca, y por lo tanto no cumplen la misión que les fue encomendada. Y antes de juzgar o criticar a mis hermanos miro a mi interior, hago una introspección, y me pregunto, ¿Qué hay de mí? ¿Creo en el corazón que Jesús es el Señor? ¿Lo confieso con mi boca? Porque como Pablo indica en su carta, con el corazón creemos para ser justificados, porque la justicia viene por la fe. Pero con la boca se confiesa que Jesús es el Señor para ser salvos. Porque "todo el que invoque el nombre del Señor escapará con vida" (Joel 2:32).

Ahora bien, la justificación viene antes que la salvación, y por lo tanto el creer antes que el confesar. Si confesamos sin creer, no confesamos sino que mentimos. Afirmamos algo que ni siquiera creemos. ¿Y qué es creer? Somos justificados por la fe. ¿Fe en qué? Para ser justificados, como vimos en los primeros capítulos de Romanos, tenemos que creer en que Cristo fue levantado de entre los muertos. Ya vimos la profundidad de ese hecho, y nosotros creemos si realmente somos testigos de que así fue. Si experimentamos en nuestra vida que Cristo resucitado haya venido a nosotros, a llamarnos y luego a enviarnos. Porque si no nos envía, ¿cómo podemos predicar? Y si no predicamos, ¿cómo van a oir? Y si no oyen, ¿cómo van a creer? Y por supuesto, si no creen, no van a invocar el nombre del Señor.

Entonces, como dice Pablo, la fe viene por el oir. ¿Oir qué? La Palabra de Dios. Y la Palabra de Dios es la palabra de Cristo, por supuesto, como dice Pablo. Ese es el mensaje que predicamos. Si no oyen la palabra, ¿cómo van a creer? Pero Pablo dice además que en realidad sí oyeron. ¿De hecho, quién no oyó hablar de Dios? Entonces, el problema no fue no oir, sino no aceptar. Como cita Pablo, "¿Quién ha creído nuestro anuncio?" (Isaías 53:1).

Pero creo que lo más impactante de todo esto es que constantemente el texto se refiere al pueblo de Israel, no a los incrédulos. Con lo cual nos confronta a nosotros como pueblo de Dios. ¿De verdad creemos en Cristo? ¿Hasta qué punto somos verdaderamente testigos de su resurrección? Tal vez estemos en condiciones de decir sí, por supuesto que creemos en su resurrección y lo confesamos con nuestros labios. Pero que no nos pase lo que le pasó al pueblo de Israel, que por ser un pueblo desobediente y rebelde, Dios los irritó con un pueblo insensato. Ellos creían que por sus tradiciones y leyes podían acercarse a Dios, pero como vimos, eso no es así, porque nadie es justificado por ley. Por eso Dios dejó que los que no lo buscaban por ese medio, es decir, los gentiles, lo encontraran, y los que procuraban ser justificados por ese medio no lo encontraron. Por eso hoy mucha gente que ni siquiera tiene una familia cristiana se acerca a Dios y muchos hijos de cristianos se alejan. ¿No será que en verdad estamos practicando religión pero estamos vacíos de relación con Dios? Tal vez sea necesario examinarnos a nosotros mismos más de cerca para encontrar la respuesta.

Espero que esta reflexión haya sido de gran bendición para todos. La verdad es que leer este capítulo me desafió profundamente, y espero que todos hayan podido sentir ese poderoso confrontamiento. Me parecieron centrales los versículos del 13 al 17, que de algún modo resumen este desafío. Dios nos está llamando a dejar de lado el cristianismo dormido y relajado, y emprender nuestra verdadera misión, la de proclamar el mensaje de Cristo hasta los confines de la tierra.

Que el Dios que levantó a Cristo de entre los muertos y nos envió a anunciar esa maravillosa noticia les de el valor y la iniciativa para proclamar su nombre, y la sabiduría de creer verdaderamente en esta resurrección. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.