miércoles, 30 de octubre de 2019

Job 2 — ¿Quién tiene razón? (parte 1)

Ya vimos que uno de los puntos más importantes del libro de Job para la vida de un creyente es que cuando sufrimos, no es sabio detenerse a pensar de quién es la culpa, o que nuestro sufrimiento es un castigo de Dios por lo malo que podemos haber hecho. No importa lo bueno o malo que seamos, el sufrimiento está. Lo que realmente cuenta es que no importa qué tan profundo sea el pozo al que hayamos caído, Dios puede y quiere sacarnos, y está listo para reconstruir nuestra vida, sanar nuestras heridas y cubrir los daños. Vimos también, anticipándonos al final, que después de todo el recorrido del libro, Dios le dará la razón al “blasfemo” de Job en lugar de a los “correctos” amigos: “a diferencia de mi siervo Job, lo que ustedes han dicho de mí no es verdad” (Job 42:7). En cierta forma, eso responde de antemano la pregunta del título: “¿quién tiene razón?”. Ya sabemos de antemano que la razón la tenía Job. Sin embargo, en el juego de preguntarnos algo que ya sabemos nos podríamos estar pareciendo a los que escribieron, inspirados por Dios, el libro de Job. Eso ya nos da un buen motivo para jugar ese juego.

Pero además, necesitamos preguntarnos por qué y cómo tenía razón Job. Porque las afirmaciones de los amigos muchas veces se complementan bien con lo que Dios mismo dice en otras partes de la Biblia. Como creyentes, partimos de la base de que Dios no se contradice a sí mismo, por lo tanto está claro que lo que los amigos le decían a Job no estaba mal en sí. Job es un libro escandaloso, como ya vimos. Lo era en esa época, y lo es hoy. Viene a echar por tierra la manera en la que solemos acercarnos a la persona que sufre. Nos confronta con nuestra falta de sensibilidad y compasión. En ese sentido, nos recuerda fuertemente a Jesús:

¿Por qué te fijas en la astilla que tiene tu hermano en el ojo, y no le das importancia a la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Déjame sacarte la astilla del ojo”, cuando ahí tienes una viga en el tuyo? ¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás con claridad para sacar la astilla del ojo de tu hermano.
(Mateo 7:3-5)

Jesús nos da aquí una clave muy concreta y eficaz para interpretar el libro de Job, y para respondernos la pregunta que él nos plantea: ¿quién tiene razón? Quiero ponerlo en estas palabras: cuando nuestros amigos o las personas que nos rodean nos confrontan en nuestro sufrimiento, y nos tratan de corregir para que veamos mejor nuestro panorama, haciéndonos sentir que estamos muy equivocados, que deberíamos cambiar de actitud y mirarlo desde los ojos de Dios, ¿quién tiene razón? ¿Ellos, con su visión más correcta, o nosotros, con nuestra mirada confundida por el dolor?

Invito a todos a leer los capítulos de Job que van del 3 al 7. A los fines de esta reflexión, voy a detenerme y recorrer particularmente el capítulo 6, donde me parece que se condensa el nudo de la respuesta de Job a la pregunta de quién tiene razón. Veamos cómo empieza este capítulo:

Job respondió:
«¡Cómo quisiera que mi angustia se pesara y se pusiera en la balanza, junto con mi desgracia! ¡De seguro pesarían más que la arena de los mares! ¡Por algo mis palabras son tan impetuosas! Las saetas del Todopoderoso me han herido, y mi espíritu absorbe su veneno. ¡Dios ha enviado sus terrores contra mí! ¿Rebuzna el asno salvaje si tiene hierba? ¿Muge el buey si tiene forraje? ¿Puede comerse sin sal la comida desabrida? ¿Tiene algún sabor la clara de huevo?»
(Job 6:1-6)
               
Cada vez que vuelvo sobre esos versículos siento nuevamente una poderosa identificación con las palabras de Job, y una profunda compasión por él. Pero, además, cada vez vuelvo a sorprenderme de la claridad con que la Biblia plantea el problema. Escuché una vez a un teólogo decir que, si el libro de Job no estuviera en la Biblia, podríamos libremente restarles importancia a las emociones en nombre de la razón. Pero afortunadamente, existe el libro de Job.

Está claro que, incluso desde la perspectiva del libro de Job y sin citar los discursos de los amigos para comprobarlo, Job se equivoca de primeras en el análisis que hace de su situación: desde el principio nos dijo el libro que no fue Dios el que envió los terrores contra Job, sino Satanás, desafiado por Dios en defensa de Job. Por eso considero que el escándalo que provoca este libro es intencional, porque desde el comienzo nos plantea la tensión entre los errores de Job y su reivindicación por parte de Dios. Pero entonces, ¿por qué Dios le da la razón a él, si está equivocado desde el principio?

Job nos empieza a adelantar algunas cosas: plantea firmemente que su queja es razonable. No se queja en vano, se queja por muy buenos motivos, como un asno o un buey que no tienen comida y se quejan de ello. Podríamos también pensar en un bebé que llora porque tiene hambre. No se queja porque su madre es mala, ni se queja porque quiere molestar a su madre. Tampoco tiene la culpa de tener hambre. Simplemente tiene hambre, y su madre es la única que lo puede alimentar. También nos adelanta que su queja aumenta por causa de sus amigos. Si ellos tuvieran en cuenta su desgracia y su angustia, seguramente se darían cuenta de que sus palabras no son reflejo de lo que piensa acerca de Dios, sino de su dolor. Se darían cuenta de que su pena es demasiado grande. En definitiva, al malestar que Job ya tenía se le suma que tiene que lidiar con la insensibilidad de sus amigos, que no toman conciencia del tamaño de su sufrimiento, y directamente se ponen a juzgar si lo que dice está bien o está mal.

¿Cuántas veces hacemos esto nosotros con los demás? ¿Y cuántas veces hacen esto los demás con nosotros, y nosotros simplemente lo tomamos como algo normal, natural, lógico? ¿No creemos muchas veces incluso que así es como Dios nos ve y nos trata? Nos sentimos culpables de traer ante Dios nuestras quejas frente al dolor que sentimos. No hablo de pedir por una solución, sino de una lisa y llana queja: “Dios, no soporto esto, me molesta, ¿por qué tengo que pasar por esto?”. Por supuesto, no siempre pasa esto. No siempre las personas son insensibles. Incluso hay personas que son sensibles y compasivas, y a veces simplemente tienen un desliz, no logran comprendernos en alguna situación en particular, o con ciertos temas. Pero la insistencia con que los amigos de Job lo reprenden nos demuestra que, en el caso de ellos, esa era su manera habitual de tratar a los que sufrían. Si aceptamos que, en el relato, los amigos de Job representan a la sociedad israelita de aquel tiempo, podemos imaginar que toda esa sociedad era así, insensible al tratar con el sufrimiento de los demás. Y la evidencia más clara está en que así era todavía en tiempos de Jesús.

Ahora bien, Jesús no sólo nos confronta con la insensibilidad, sino que también defiende al que sufre, dándole la libertad de cerrarse emocionalmente y no compartir su interior con aquellos que lo van a lastimar todavía más: “No den lo sagrado a los perros, no sea que se vuelvan contra ustedes y los despedacen” (Mateo 7:6). Sabemos lo sagrado que era para Jesús el corazón de una persona, lo más íntimo, y de hecho viene hablando de eso en los versículos anteriores. En otras palabras, lo que dice Jesús es “no compartan su sufrimiento más íntimo con los que no lo saben apreciar y comprender, porque van a salir más lastimados que antes”. Nos da el derecho de cerrarnos cuando nuestro entorno nos paga con insensibilidad. Aquí, el libro de Job nos da algunas claves para aprender a identificar cuando un discurso es insensible. Por supuesto, tenemos la guía de lo que sus palabras nos hacen sentir (incomprensión, aislamiento, vergüenza, culpa por sufrir). Pero es útil tener una herramienta bíblica que nos ayude a sacarnos a nosotros mismos de ese embrollo en el que nos meten. Es edificante tener versículos para responderle a esas voces en nuestra cabeza. ¿Dónde está, entonces, la insensibilidad de los amigos de Job? De eso voy a hablar detenidamente en la próxima publicación.

Hasta que volvamos a encontrarnos.

jueves, 24 de octubre de 2019

Job 1 — ¿Quién pecó? (parte 2)

La pregunta por “¿quién pecó?” encierra una más importante detrás, una que nos hacemos muy a menudo cuando nos pasan cosas desagradables: ¿qué hice mal? Es lógico que, ante la calamidad, las pérdidas, las situaciones malas nos hagamos esta pregunta. A veces, las cosas que nos pasan pueden efectivamente ser consecuencia de nuestro propio pecado; a veces consecuencia del pecado de otros; a veces, de que vivimos en un mundo que está muy por debajo del ideal, y las cosas que necesitamos que funcionen bien no siempre funcionan bien.

En cualquier caso, considero que nuestro sufrimiento no viene como consecuencia de un castigo de Dios por lo que hicimos mal. No dudo de que a veces, para corregir nuestro camino, Dios puede llegar a obrar de maneras extrañas en nuestra vida, que se ven muy parecidas a un castigo. Pero Dios está mirando hacia lo que viene, no hacia lo que pasó. No es un castigo, sino una corrección. El castigo de Dios, en mi opinión, está reservado para la eternidad, después del juicio. Por lo cual hoy, en este lado de la vida, no hay un castigo directo de Dios sobre nosotros.

Pero me parece que el punto que intenta marcar el libro de Job va incluso más profundo: cuando sufrimos, es inútil intentar razonar “desde la perspectiva de Dios” y verlo como un castigo por algo que hicimos. Una y otra vez, el libro de Job nos invita a verlo desde su perspectiva humana, y dialoga con los intentos de los amigos de imputarle a Dios determinada opinión sobre el caso de Job. En otras palabras, no es tu culpa si estás sufriendo. No sos responsable por todo lo que está mal en tu vida. Tal vez tengas mayor o menor responsabilidad sobre algunas cosas, pero el punto es que Dios no considera que tu sufrimiento sea necesariamente justo, independientemente de cuál sea tu cuota de responsabilidad. No es tu culpa si estás sufriendo.

La pregunta de “¿quién pecó?” nos confronta también con la imagen que tenemos acerca de Dios en nuestra mente. Preguntar “¿quién pecó?” cuando alguien sufre significa imaginarnos a un Dios que va acumulando nuestras fallas en una lista, hasta que no soporta más y nos castiga con el sufrimiento. Tal vez pueda sonar un poco fuerte dicho en estas palabras, pero no es ni más ni menos que un Dios torturador, que nos golpea hasta que confesamos nuestro pecado y cambiamos de conducta. Si te identificás con la pregunta “’¿quién pecó?” tal vez te choque leer que detrás de eso está la imagen de un Dios torturador. Pero no es algo tan grave, si nos detenemos a ver que esa es la imagen que es más común en toda la historia de la humanidad.

Sin embargo, Dios no es un Dios de las conductas. Dios es un Dios del corazón. El libro de Job es una obra maestra acerca de cómo Dios mira al corazón, y cómo transforma el corazón de una persona en medio del sufrimiento. Dios no se pone a repartir culpas. De hecho, ya vamos a ver que cuando Dios responde en este juego de diálogos que es el libro de Job, no lo hace criticando a Job y confirmando que lo está castigando por lo malo que él o sus hijos hicieron, sino que responde mostrándose a sí mismo, dándose a conocer en profundidad, Es más, no olvidemos que al final del libro, Dios le da la razón a Job, implicando que efectivamente era un sufrimiento injusto. Es que Dios no hace justicia contra el que sufre, sino que le hace justicia al que sufre. Dios quiere rescatar al que sufre. De eso se trata la gracia. No importa si merecemos o no el sufrimiento que estamos atravesando. Lo que importa es que Dios nos quiere y nos valora tanto que quiere librarnos de ese sufrimiento. Y en este sentido, no hay lugar del que Dios no te pueda sacar. No importa que tan abajo estés en el pozo, la cuerda de Dios es infinita, puede llegar hasta lo más profundo del abismo.

Volvamos por un momento al final de Job. En los versículos que van del 10 al 17, vemos cómo Dios le devuelve a Job el doble de todo lo que tenía: el doble del ganado, el doble de hijos, el doble de su riqueza. Dios restaura la vida de Job, y su alegría será tan grande que la Biblia dice que sus últimos años fueron mejores que los primeros (a pesar de que al principio de la historia “lo tenía todo”).

Tenemos que tener cuidad de no entender este mensaje como “si estás sufriendo, pensá que lo que viene después es mejor”. Cuando estás sufriendo, es probable que ese pensamiento no te sirva de consuelo, especialmente si es un sufrimiento grande. Pero el punto no es ese. El punto me parece que es que Dios, en medio del sufrimiento, no se queda mirando y esperando que tu vida mejore, para después bendecirte. Dios sale a tu encuentro y hace algo por tu situación. Y después, te reconstruye, te sana, te fortalece y transforma tu sufrimiento en bendición. Dios no se queda de brazos cruzados ante tu dolor, él quiere estar con vos, acompañarte y reconstruir lo que se rompió en tu vida.

Quiero cerrar esta reflexión, entonces, resumiendo un poco la idea. El libro de Job te invita a que, si estás sufriendo, no sigas el juego de tu propia condena sobre vos mismo:
—Dios no te culpa por tu sufrimiento.
—Dios no te desecha por estar sufriendo.
—Dios no te reprende por quejarte; no tenés por qué callar tu dolor.

No tengas miedo de quejarte ante Dios, porque él es suficientemente maduro y seguro de sí como para recibir tu queja con amor. No te va a lanzar un rayo “porque sos un ingrato”, sino que te va a lanzar la cuerda porque necesitás que alguien te ayude a salir del pozo. Eso es parte del mensaje de la gracia. Dios quiere mirarte a los ojos en tu sufrimiento, vengas con el tono que vengas.

Hasta que volvamos a encontrarnos.

miércoles, 9 de octubre de 2019

Job 1 — ¿Quién pecó? (parte 1)


Entrar al libro de Job es difícil, y puede ser confuso. Las primeras preguntas incómodas se nos plantean desde el momento cero del libro. Por eso, voy a empezar a analizarlo de una manera bastante extraña y particular: por el final. Me parece que, para poder entender bien el “debate” del libro de Job, necesitamos tener bien presente cómo termina. Recordemos que es posible que el final fuese una de las primeras partes que se escribieron. Si no fue así, la otra teoría es que se escribió todo junto, por lo cual el final siempre estuvo disponible para sus lectores.

Aquí, recomiendo leer el pasaje de Job 42:7-9, pero voy a citar en particular un fragmento, en el que Dios les habla a los amigos de Job luego de que toda la discusión ya terminó:

El Señor se dirigió a Elifaz de Temán y le dijo: «Estoy muy irritado contigo y con tus dos amigos porque, a diferencia de mi siervo Job, lo que ustedes han dicho de mí no es verdad.» (Job 42: 7).

Unas líneas después, insiste: “y conste que, a diferencia de mi siervo Job, lo que ustedes han dicho de mí no es verdad”.

Tengamos en cuenta, entonces, durante toda la reflexión, que Dios le da la razón a Job al final del libro, y no a sus amigos. Esto es extremadamente importante, porque los argumentos de los amigos de Job pueden llegar a ser muy convincentes, y hasta podrían ser correctos en otro contexto. Pero en este libro, Dios le da la razón a Job, y no sólo eso: está “muy irritado” con sus amigos.

Para entender adecuadamente esa respuesta final de Dios a la situación de Job, tenemos que entender bien qué es lo que está en discusión. Es decir, es evidente que algunas afirmaciones teológicas de Job son erradas, y Dios no le daría la razón en ellas. También hay que notar que no se las discute, a diferencia de los amigos. La discusión pasa por otro lado. Hay que entender bien cuál es la pregunta que se hace permanentemente el libro de Job para interpretar la respuesta de Dios acertadamente.

En realidad, hay más de una pregunta. Y las respuestas están dispersas por todo el libro (por eso empiezo por el final). No son preguntas que el libro nos hace de manera directa, sino que están enredadas en la “discusión” entre los amigos y Job. Lo mismo sucede con las respuestas.

Empecemos a recorrer un poco la historia de Job. El texto bíblico nos dice que él era una persona muy rica, de mucho renombre y muy piadosa: “un hombre recto e intachable, que temía a Dios y vivía apartado del mal” (Job 1:1). Job tenía siete hijos y tres hijas, y se nos cuenta que sus hijos: “acostumbraban turnarse para celebrar banquetes en sus respectivas casas, e invitaban a sus tres hermanas a comer y beber con ellos” (Job 1:4). Era tan piadoso y respetaba tanto a Dios que, por las dudas de que hubiesen hecho algo malo, cuando terminaban los banquetes “se aseguraba de que sus hijos se purificaran” (Job 1:5), ofreciendo un sacrificio él mismo en nombre de ellos, casi oficiando de sacerdote.

Pero entonces sucede algo inesperado. Voy a saltear algunos versículos para que veamos la historia desde el punto de vista humano de Job, y podamos ponernos en sus zapatos. Un buen día, cuando sus hijos e hijas están celebrando uno de sus banquetes, llega a Job un mensajero y le dice que unos bandidos atacaron la “estancia” de Job, le robaron los bueyes y los asnos y mataron a los cuidadores (Job 1:15). Podemos empezar a imaginarnos el “shock” de Job cuando recibe la noticia. Pero según el relato, no tiene ni siquiera tiempo de digerirla, porque viene otro mensajero y le cuenta que cayó un rayo y mató a las ovejas y a los pastores (Job 1:16). Enseguida, otro mensajero le trae la noticia de que otros bandidos se llevaron a sus camellos, matando también a sus criados (Job 1:17). En este punto, Job acababa de perder prácticamente toda su riqueza. Pero sus calamidades no terminan ahí: un último mensajero llega y le cuenta que sopló un “fuerte viento del desierto” (podemos probablemente imaginarnos un huracán, o una tormenta de arena) y derribó la casa donde estaban sus hijos e hijas reunidos. Todos ellos murieron, y también los criados que estaban con ellos.

Tal vez la historia entera nos parece muy exagerada, porque a Job le sucedieron todas las calamidades juntas y al mismo tiempo. Dado el misterio que envuelve la composición del libro de Job, no sería extraño que su historia esté magnificada y exagerada a propósito, ni tampoco sería extraño que esté “basada en una historia real” pero con un personaje ficticio. Es decir, podría ser que la historia de Job haya sido exagerada. Pero no nos olvidemos que, así y todo, fue inspirada por Dios, por lo cual esa exageración tendría un propósito, un mensaje. Sin embargo, también podría no estar exagerada. Existen casos reales de personas que sufren múltiples calamidades al mismo tiempo.

En cualquier caso, si la historia fue magnificada a propósito o no, no importa mucho realmente. La historia de Job es la historia de cualquiera de nosotros. Por eso quiero mirarla desde la óptica humana, desde el punto de vista del personaje de Job. Porque cualquiera de nosotros puede llegar a imaginar lo que él habrá sentido frente a cualquiera de estas desgracias, aunque fuese sólo una. Todos hemos tenido que enfrentar alguna noticia desagradable en nuestra vida. Y si no nos tocó, todos conocemos a alguien que sufrió alguna calamidad. La historia de Job es la historia de cualquiera de nosotros, o de cualquiera de nuestros vecinos.

Aquí es donde empiezan las preguntas. Porque al principio, el libro ya nos había hecho un pequeño guiño: por las dudas, Job asumía que sus hijos e hijas hacían algo malo durante sus reuniones, aunque fuera algo mínimo, y por lo tanto ofrecía sacrificios para purificarlos. Entonces, frente a estas desgracias, es fácil hacernos que nos hagamos una pregunta: ¿habrán pecado los hijos, y entonces Dios los castigó? ¿O será que Job pecó? En otras palabras, ¿quién pecó para que le pase todo esto a Job? Esa pregunta puede llegar a sonarnos familiar de otra parte de la Biblia: “A su paso, Jesús vio a un hombre que era ciego de nacimiento. Y sus discípulos le preguntaron: —Rabí, para que este hombre haya nacido ciego, ¿quién pecó, él o sus padres?” (Juan 9:1-2). Los discípulos le hacen a Jesús la misma pregunta que el libro de Job nos está haciendo. Lo interesante es la respuesta que Jesús les da: “Ni él pecó, ni sus padres —respondió Jesús—, sino que esto sucedió para que la obra de Dios se hiciera evidente en su vida” (Juan 9:3).

El libro de Job nos da exactamente la misma respuesta. En primer lugar, porque en ningún momento nos dice que Job haya pecado antes de todas esas calamidades. Recordemos que Job era la persona más justa sobre la faz de la tierra, según el relato. Si hubiera pecado, el relato lo habría dicho. Incluso si tomamos la historia como una gran metáfora, si Dios quería mostrar que la desgracia venía por causa del pecado de alguno de los personajes, lo habría mencionado. En segundo lugar, el texto mismo nos dice, después de las calamidades, que “a pesar de todo esto, Job no pecó ni le echó la culpa a Dios” (Job 1:22), implicando que tampoco había pecado antes. Pareciera decirnos “a pesar de todas las desgracias, Job siguió siendo el hombre más justo sobre la faz de la tierra”.

Pero, por último, tenemos la escena que salteé a propósito. Es una escena muy misteriosa y que dispara muchos debates teológicos, pero aquí no es mi intención detenerme en ellos. Simplemente voy a describirla y analizarla desde el punto de vista de la pregunta que nos hicimos (¿quién pecó?). Dice el texto que un día los ángeles se reúnen ante Dios, y entre ellos está Satanás. Discutiendo con el Señor acerca de la justicia de Job, el tentador le dice que el único motivo por el cual aquel hombre es justo es porque tiene todo lo que un hombre puede desear. “Pero extiende la mano y quítale todo lo que posee, ¡a ver si no te maldice en tu propia cara!” (Job 1:11). Es un planteo clásico: es muy fácil ser bueno cuando todo te va bien, pero vamos a ver lo que pasa con tu bondad y rectitud cuando te vaya mal. La respuesta de Dios es desafiar a Satanás para probar que está equivocado. Él único límite que le pone es que no puede quitarle la vida. Y allí el tentador emprende una tremenda campaña de destrucción de la vida de Job. Una campaña que no termina con las desgracias que ya vimos, sino que continua: Job se enferma con “dolorosas llagas desde la planta del pie hasta la coronilla” (Job 2:7).

A este punto, hasta su esposa deja de apoyar a Job en su integridad: su consejo es “¡maldice a Dios y muérete!” (Job 2:9). Pero el personaje de Job se nos muestra como alguien terco para el bien, y el texto insiste en que “a pesar de todo esto, Job no pecó ni de palabra” (Job 2:10). Aquí, el libro ya nos arroja un pequeño guiño sobre lo que va a ser el resto de la historia. Precisamente, una de las principales críticas que le harán a Job sus propios amigos, más adelante, es que está pecando de palabra. ¿Por qué? Por quejarse de su suerte, de todo lo que le tocó vivir injustamente. Pero en este punto de la historia, Job todavía “no pecó de palabra”. Igualmente, podemos empezar a hacernos otra pregunta: ¿quejarse es “pecar de palabra”? No nos olvidemos el incómodo final del libro: Dios le da la razón a Job.

Pero volvamos al punto en el que estamos. Hasta aquí, Job simplemente acepta con resignación lo que le está tocando vivir. Incluso le dice a su esposa: “si de Dios sabemos recibir lo bueno, ¿no sabremos recibir lo malo?” (Job 2:11). Me parece que el libro de Job está jugando con un problema que atraviesa toda la historia de la humanidad y, sobre todo, la filosofía: ¿por qué sufrimos? Y lo que es peor, ¿por qué sufre alguien que es justo? Es desde ese lugar que el libro nos hace la pregunta acerca de quién pecó.

Entonces, lo inquietante es la respuesta: nadie pecó. Estas cosas simplemente pasaron. Ni Job, ni sus hijos, ni sus criados tienen nada que ver con las desgracias de Job. Por supuesto, no quiere decir que los hijos nunca hayan hecho nada malo. Es más, la justicia de Job puede estar también exagerada a propósito en el libro, porque al final no importa. Lo que la Biblia trata de demostrarnos es que las calamidades no tienen por qué estar relacionadas con el pecado de nadie. De hecho, los que claramente pecaron en la historia, que son los bandidos, son los que no sufrieron ninguna de estas desgracias. En algún punto, el libro incluso nos confronta con que hay fuerzas moviéndose detrás del telón que están fuera de nuestro alcance, y a nosotros sólo nos queda vivir lo que vivimos y decidir qué vamos a hacer al respecto, cómo lo vamos a transitar.

Detrás de esta reflexión hay una enseñanza que me parece que es todavía más importante, más significativa para nuestra vida. De ella voy a hablar en la próxima publicación.