miércoles, 7 de abril de 2010

Romanos 10 - creer y confiar

Texto: Romanos 10

Hola a todos. Después del pequeño interludio de semana Santa, el cual espero que haya sido de bendición para todos, voy a seguir publicando la reflexión sobre la Carta a los Romanos. Es curioso porque este capítulo 10 tiene mucho que ver con lo que recordamos en semana Santa, en especial porque nos habla de cuál fue la actitud del pueblo de Israel hacia Jesús y las consecuencias que esto tuvo. Es irónico que el pueblo esperaba su liberación, y cuando ésta llegó no supo reconocerla. Como Jesús mismo dijo al contemplar Jerusalén desde el monte de los Olivos, "no reconociste el tiempo en que Dios vino a salvarte" (Lucas 19:44).

A veces pensamos que los israelitas fueron culpables de la muerte de Jesús, y en algún grado eso es cierto. Pero, ¿pensamos en que a ellos les debemos, como iglesia, al menos la mitad de lo que somos? Ya de por sí, el cánon del Antiguo Testamento fue establecido por el pueblo judío, de modo que si creemos que las Escrituras son inspiradas por Dios, eso se debe a que los sacerdotes israelitas así lo juzgaron. Por otra parte, Jesús mismo dijo que no venía a abolir la ley, sino a cumplirla. Y esa ley es la misma que los judíos proclamaban, y proclaman aún, como la ley de Dios. Y por otro lado, ¿no podemos pensar que hoy mismo estamos en la situación que vivía el pueblo de Israel en aquél entonces? ¿Qué estamos haciendo con la misión que se nos encomendó? En aquél entonces se les había dicho que esperaran al Mesías. A nosotros se nos pidió otra cosa, pero la situación es la misma. Jesús nos dijo: "vayan y hagan descípulos de todas las naciones" (Mateo 28:19). ¿Qué estamos haciendo para llevar la misión adelante?

Después de todo lo que Pablo viene diciendo en la carta podríamos pensar que la iglesia de Cristo está dormida. Pero como va a decir en el capítulo 12, ya es hora de que despertemos de nuestro sueño. Nuestras iglesias están llenas de cristianos que confiesan a Jesús pero no creen en él, y por lo tanto llevan una doble vida, o bien de cristianos que creen en Cristo en su corazón pero no lo confiesan con su boca, y por lo tanto no cumplen la misión que les fue encomendada. Y antes de juzgar o criticar a mis hermanos miro a mi interior, hago una introspección, y me pregunto, ¿Qué hay de mí? ¿Creo en el corazón que Jesús es el Señor? ¿Lo confieso con mi boca? Porque como Pablo indica en su carta, con el corazón creemos para ser justificados, porque la justicia viene por la fe. Pero con la boca se confiesa que Jesús es el Señor para ser salvos. Porque "todo el que invoque el nombre del Señor escapará con vida" (Joel 2:32).

Ahora bien, la justificación viene antes que la salvación, y por lo tanto el creer antes que el confesar. Si confesamos sin creer, no confesamos sino que mentimos. Afirmamos algo que ni siquiera creemos. ¿Y qué es creer? Somos justificados por la fe. ¿Fe en qué? Para ser justificados, como vimos en los primeros capítulos de Romanos, tenemos que creer en que Cristo fue levantado de entre los muertos. Ya vimos la profundidad de ese hecho, y nosotros creemos si realmente somos testigos de que así fue. Si experimentamos en nuestra vida que Cristo resucitado haya venido a nosotros, a llamarnos y luego a enviarnos. Porque si no nos envía, ¿cómo podemos predicar? Y si no predicamos, ¿cómo van a oir? Y si no oyen, ¿cómo van a creer? Y por supuesto, si no creen, no van a invocar el nombre del Señor.

Entonces, como dice Pablo, la fe viene por el oir. ¿Oir qué? La Palabra de Dios. Y la Palabra de Dios es la palabra de Cristo, por supuesto, como dice Pablo. Ese es el mensaje que predicamos. Si no oyen la palabra, ¿cómo van a creer? Pero Pablo dice además que en realidad sí oyeron. ¿De hecho, quién no oyó hablar de Dios? Entonces, el problema no fue no oir, sino no aceptar. Como cita Pablo, "¿Quién ha creído nuestro anuncio?" (Isaías 53:1).

Pero creo que lo más impactante de todo esto es que constantemente el texto se refiere al pueblo de Israel, no a los incrédulos. Con lo cual nos confronta a nosotros como pueblo de Dios. ¿De verdad creemos en Cristo? ¿Hasta qué punto somos verdaderamente testigos de su resurrección? Tal vez estemos en condiciones de decir sí, por supuesto que creemos en su resurrección y lo confesamos con nuestros labios. Pero que no nos pase lo que le pasó al pueblo de Israel, que por ser un pueblo desobediente y rebelde, Dios los irritó con un pueblo insensato. Ellos creían que por sus tradiciones y leyes podían acercarse a Dios, pero como vimos, eso no es así, porque nadie es justificado por ley. Por eso Dios dejó que los que no lo buscaban por ese medio, es decir, los gentiles, lo encontraran, y los que procuraban ser justificados por ese medio no lo encontraron. Por eso hoy mucha gente que ni siquiera tiene una familia cristiana se acerca a Dios y muchos hijos de cristianos se alejan. ¿No será que en verdad estamos practicando religión pero estamos vacíos de relación con Dios? Tal vez sea necesario examinarnos a nosotros mismos más de cerca para encontrar la respuesta.

Espero que esta reflexión haya sido de gran bendición para todos. La verdad es que leer este capítulo me desafió profundamente, y espero que todos hayan podido sentir ese poderoso confrontamiento. Me parecieron centrales los versículos del 13 al 17, que de algún modo resumen este desafío. Dios nos está llamando a dejar de lado el cristianismo dormido y relajado, y emprender nuestra verdadera misión, la de proclamar el mensaje de Cristo hasta los confines de la tierra.

Que el Dios que levantó a Cristo de entre los muertos y nos envió a anunciar esa maravillosa noticia les de el valor y la iniciativa para proclamar su nombre, y la sabiduría de creer verdaderamente en esta resurrección. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

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