jueves, 2 de julio de 2020

Romanos 1 - las consecuencias de la obstinación

Texto: Romanos 1:16-32

Hola a todos. En la publicación anterior traté de analizar y desglosar un poco el saludo de Pablo en la carta a los romanos. En primer lugar, el apóstol se dirige a una iglesia probablemente bastante cosmopolita, y donde probablemente había gente instruida, gente analfabeta, gente rica y gente pobre. Seguramente había tanto judíos como gentiles, es decir, gente que había creído en Jesús pero no era de origen judío. La ciudad de Roma se había convertido en el centro político y cultural del Mediterráneo, y por lo tanto pasaban por ahí todos los caminos y las rutas importantes, y de la misma forma, todas las filosofías y corrientes de pensamiento.

A esta iglesia, o mejor dicho iglesias (recordemos que en esa época la iglesia no tenía una sede fija, sino que se reunían de casa en casa), les escribe el apóstol Pablo, diciéndoles que él fue apartado por Dios para anunciar el evangelio de Dios, que había sido anunciado por los profetas y que habla de Jesucristo. Quiero enfatizar que, para Pablo, el evangelio era anterior a Jesucristo, y en todo caso hablaba acerca de Jesucristo. Es decir, no era un mensaje nuevo, sino uno antiguo. Eran noticias, sí ("buenas noticias", como podría traducirse "evangelio"), pero no nuevas, sino antiguas y que, en todo caso, habían sido olvidadas. En ese sentido, Pablo, igual que el resto de los apóstoles, construían el mensaje sobre la base de los profetas y de la Escritura que ellos conocían, que es lo que hoy llamaríamos Antiguo Testamento (en esa época era el único testamento).

A partir de ahí, y por el resto de la carta, Pablo expone de manera ordenada ese evangelio. Empieza, como decía en la publicación anterior, poniendo las bases, explicando cuál es la esencia del mensaje del evangelio, algo que, como iglesia, tal vez deberíamos preguntarnos un poco más seguido en estos tiempos. Para el apóstol, la base del evangelio es la reconciliación con Dios por medio de Jesucristo. Para eso existe la revelación de Dios, expresada principalmente por las Escrituras.

Esta reconciliación se basa en la obediencia de la fe. Es interesante, entrando ya en esta segunda parte del capítulo, que Pablo dice que la salvación anunciada por el evangelio es "por fe de principio a fin", o, según las traducciones más literales, "de fe a fe". En ese sentido, Pablo introduce uno de los temas centrales de toda su carta, que es la fe. Pareciera haber una contradicción: obediencia de la fe. Nosotros tendemos a pensar que, o es la obediencia, o es la fe. Es decir, relacionamos obediencia con la ley, y la salvación no es por obedecer la ley, sino que es por la fe.

Bueno, lo que yo veo es que esta contradicción no es más que una ilusión. Si Pablo dice que es necesario "obedecer la fe" es porque, como veíamos en la publicación anterior, uno puede creer pero no hacerle caso a su fe. Creer en la teoría, pero vivir sin darle importancia a lo que su fe le indicaría. Eso no siempre significa llevar una vida de desenfreno. Una persona puede vivir una vida muy moderada, pero a la hora de tomar decisiones importantes no darle importancia a lo que su fe le diría. Una vez, mi papá me dijo una frase que me quedó muy grabada, hablando sobre temas de política: "mi principio siempre es este: que tu fe juzgue tu ideología". Yo lo extendería para decir: que tu fe juzgue el rumbo que toma tu vida. Eso es para mí la "obediencia a la fe".

Ahora, esta obediencia a la fe es "poder de Dios para la salvación de todos los que creen". Sin embargo, puede surgir una pregunta, que tal vez muchos no se hayan hecho: ¿salvación respecto de qué? ¿De qué tenemos que ser salvados?

La respuesta que da Pablo es: salvados de la ira de Dios. Eso es coherente con la idea de reconciliación. Lo que da a entender el apóstol es que Dios está furioso con la humanidad. ¿Es eso posible? ¿No era que Dios amaba a su creación, y que el ser humano era su creación más preciada? Sí, sin duda. Toda la Escritura da testimonio de eso. Pero tenemos una idea un tanto rara de la ira. Creemos que la ira es el deseo descontrolado de destruir a alguien. Eso se parece más al odio. La ira es un enojo muy intenso, la emoción que se nos dispara cuando alguien daña algo que nos es muy preciado. Sentimos un profundo deseo de que el que lo hizo pague las consecuencias, para compensar a la parte ofendida.

Si leemos atentamente Génesis 3, nos damos cuenta de que en la historia del mundo, la parte ofendida es Dios. Nosotros, los seres humanos, rompimos el equilibrio de la creación, al elegir la desobediencia antes que la obediencia. Por eso estamos bajo su ira, somos el objeto de su enojo. No sólo eso: generación tras generación seguimos aumentando la deuda que contrayeron nuestros antepasados, porque seguimos desobedeciendo a Dios. Así que la deuda termina siendo imposible de pagar. Para pagarla humanamente, tendría que haber alguien que no desobedezca a Dios nunca, y que le enseñara a a los demás a hacer eso. Pablo habla sobre esto más adelante.

Pero está claro: la humanidad insiste en desobedecer. El apóstol da muchos ejemplos de eso en este capítulo, empezando por los más evidentes en la sociedad de ese tiempo (la idolatría y las prácticas homosexuales), y después enumerando todas las otras (por si quedaba alguna duda). Citando a Pablo: "de modo que nadie tiene excusa". Y nadie tiene excusa porque, para el apóstol, está clara la revelación de Dios. Está al alcance. La autoridad de Dios debería ser evidente a todos, porque está expresada en la creación misma. Él es el creador y, por lo tanto, es el único que tiene derecho a poner las reglas. Nadie más es Dios. Sin embargo, los seres humanos no sólo desobedecemos, sino que tendemos a establecer nosotros mismos qué nos parece bien y qué nos parece mal, cuando deberíamos "obedecer a la fe", hacerle caso a los parámetros de Dios.

Al leer la lista de consecuencias del pecado, vemos una descripción muy gráfica, no del mundo de esa época nada más, sino del nuestro también, tan actual que hasta da miedo. En nuestra cabeza puede ser que esté metiendo en la misma bolsa cosas que son malas, cosas que son terribles, cosas que no tienen nada de malo y cosas que hoy pensamos que por ahí hasta son buenas. Pero está claro que no: todas forman parte de la misma "depravación mental", que también podría traducirse del griego como "mentalidad reprobada", es decir, todas nacen de considerar como aceptable o deseable algo que Dios desaprueba (y que por lo tanto, como decía más arriba, es malo en sí mismo).

¿Qué actitud tiene Dios frente a esto, según Pablo? Nos deja hacer. Furioso, sí, pero nos deja hacer. Consciente de que, al final del camino, pagaremos todo lo que rompimos. Vuelvo al punto que dice el versículo 18: "la ira de Dios viene revelándose desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los seres humanos". Seguimos siendo objeto de su ira y, por lo tanto, estamos condenados a pasar nuestra eternidad alejados de la presencia de Dios. Cuando nuestro cuerpo deje de funcionar, nuestro espíritu, el soplo de Dios, que debería volver a él, no vuelve a él. Pero tampoco se destruye. Se queda sufriendo todas las aflicciones que podríamos imaginar. Eso es la muerte.

De eso nos salva el poder de Dios, que está expresado en la buena noticia. Yo antes dije "consecuencias del pecado" pero, en definitiva, todo esto es consecuencia de la obstinación humana, de la insistencia en desobedecer y llamarle "bueno" a lo que en realidad es "malo"; de obstruir la verdad de Dios con la maldad. Por eso, elegir la obediencia es tomar el camino inverso. Vamos a ver que no es tan fácil, pero justamente la buena noticia es que por medio de Cristo podemos emprender ese camino. Eso es la santificación, que yo mencionaba en la publicación pasada. Empieza con la decisión de obedecer a la fe por medio de Cristo. Por eso el evangelio "es poder de Dios para salvación de todos los que creen", y por eso Pablo dice que no se avergüenza del evangelio, por más que otras filosofías de la época digan que es ridículo, que es una tontería y cosas parecidas. Nada distinto a lo que escucharíamos hoy si le dijéramos a un "hombre de ciencia" que creemos en la resurrección de Jesucristo y en lo que dice la Biblia.

Y no sólo un "hombre de ciencia". Pablo dice de dónde viene todo esto: "se extraviaron en sus inútiles razonamientos". No hay realmente argumentos razonables para negar esta realidad que describe Pablo. Es como querer tapar el sol con una mano. No se puede negar que vivimos en un mundo desastroso, caótico, donde la gente que hace maldades muchas veces sale "bien parada" en términos humanos, donde los gobernantes que deberían cuidarnos son corruptos, donde los padres y las madres abandonan a los hijos, donde los laboratorios hacen negocios con la salud de la gente, y otras incontables maldades, sin contar las de todos los días, de nuestros vecinos, amigos, familiares o incluso de nosotros mismos. Vivimos en una sociedad donde la razón, en teoría, es lo que establece qué es cierto y que no, qué está bien y qué está mal. El evangelio suena irrazonable, porque para la ciencia, que es nuestra filosofía madre, es absurdo. Elegimos cada día, como sociedad, nuestro camino: cerrar los ojos a Dios. Por eso, como dice Pablo, Dios nos entrega a esa maldad que nosotros mismos elegimos al apoyar esa visión.

¿Por qué nos entrega, dirían algunos, siendo un Dios de amor, a la maldad que elegimos? Precisamente porque nosotros la elegimos, aunque más no sea rechazando a Dios. Por ser un Dios de amor es que jamás querría forzar a nadie a elegir su camino en lugar de otros caminos. Así, lo que nosotros mismos consideramos normal termina siendo nuestra propia perdición.

Pero nuevamente, el evangelio tiene el poder para salvarnos de esto. Por supuesto, no puede salvarnos de toda la maraña de consecuencias que tiene la desobediencia, porque la gente que practica las maldades sigue y seguirá existiendo mientras exista el mundo actual. Pero Jesucristo es la puerta para reconciliarnos con Dios, al reconocer nuestra parte en esta red de maldad y desobediencia. Y es la puerta a la santificación, o sea, al proceso de aprender a obedecer la fe y cambiar, de esa manera, nuestra manera de pensar y nuestra conducta, para contribuir a hacer de este mundo un lugar cada vez menos desobediente, hasta el día en que Cristo vuelva y terminen los días del mundo caído.

Dios nos dio, por medio de Cristo, la posibilidad de formar parte de una nueva humanidad, de un nuevo segmento de la humanidad, que cambia de actitud y reconoce la autoridad de Dios en materia de qué está bien y qué está mal. Ese camino es el que nos lleva a colaborar en la restauración de este mundo; es el único camino que realmente puede marcar un cambio espiritual profundo en nuestro mundo. Sin Cristo, no hay reconociliación, y por lo tanto no hay restauración. Pero el evangelio nos dice que con Jesucristo, la ira de Dios queda saciada, y cuando aceptamos que ese sacrificio era necesario por causa mía también, o sea, cuando me reconozco como parte de los que viven en desobediencia, Dios se reconcilia conmigo, y puedo disfrutar de su presencia por el resto de mi vida. Y también por la eternidad porque, una vez que el cuerpo deje de funcionar, mi espíritu volverá a él. Cualquiera que acepte el mensaje, tanto la mala como la buena noticia, tiene acceso a esto. De eso habla el próximo capítulo, y por lo tanto la próxima publicación.

"Que Dios nuestro padre y el Señor Jesucristo les concedan gracia y paz" (Romanos 1:7).

Hasta que volvamos a encontrarnos.

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