viernes, 22 de julio de 2011

Romanos: el plan de salvación

Textos: Romanos 1:1-6, 8:28-29, 11:32-36, 16:25-27.

Hola a todos. Después de tanto tiempo de reflexión y lectura de la carta a los romanos, llegamos al fin de esta serie. Sin duda, a medida que fui publicando las distintas reflexiones fui creciendo muchísimo, y paralelamente pasé por un proceso de aprendizaje y de comprensión que amplió muchísimo mi perspectiva de Dios y de su plan. Tal vez hayan notado que algunas publicaciones quedaron más completas o más profundas que otras, y eso se debe mayormente a todo lo que fui viviendo desde que empecé hasta ahora. Mi propia comprensión de la carta a los romanos fue cambiando con el tiempo, pensando en que además la leí más de una vez después de la primera, con la que empecé.

En fin, voy a terminar esta serie con el que a mi entender es el tema más importante de toda la carta. En mis anotaciones sobre la última vez que leí Romanos, hay una palabra que, sin que me lo propusiera, aparece al menos diez veces: fe. Evidentemente, alguna importancia debe tener en la carta. Leyendo las recapitulaciones de cada tramo de reflexiones descubrí que a lo largo de mis publicaciones, la fe también fue una constante. Bueno, les dejo los links a esas recapitulaciones por si quieren refrescar la memoria, y después empiezo con esta reflexión final.

Romanos 1 al 8 – La fe, la gracia y el amor
Romanos 9 al 11 – El pueblo de Dios
Romanos 12 al 16 – Una vida de amor

Los tres pasajes que elegí para esta reflexión, tomados de cada una de los tres tramos en los que dividí esta serie, tienen precisamente como nudo articulador la fe. Éste es tal vez uno de los aspectos más difíciles de comprender de toda la Escritura. Uno podría decir, ¿cómo? La fe es uno de los más fáciles. La fe es, básicamente, creer en Dios. Bueno, sí y no. Por un lado sabemos que la fe es la confianza en Dios, en sus promesas, en su obra, en su Hijo Jesús. Pero hay algo de la fe que todavía tengo dando vueltas en mi cabeza: ¿de dónde viene?

Romanos 10:17 dice que “la fe viene como resultado de oír el mensaje, y el mensaje que se oye es la palabra de Cristo”. Ahora bien, muchos han oído el mensaje y no por eso lo creyeron, entonces, ¿eso es siempre así? Evidentemente no. Se puede oír y no creer. A lo largo de la carta uno podría pensar que la cosa está en uno, en su actitud hacia la fe, hacia el evangelio, y hacia Jesús. Como dije en una de las reflexiones sobre el primer capítulo de romanos, la gente elige no creer. Hasta cierto punto, esto es bastante verificable, porque muchos no pueden creer porque no quieren creer, se lo niegan a ellos mismos a toda costa. Pura obstinación, digamos. Pero por otro lado, ¿quién puede elegir qué creer? ¿Realmente se tiene un motivo para creer? ¿O será que uno vive una determinada experiencia que le muestra que todo eso es real, y recién entonces cree? En ese caso, los que no vivieron una experiencia así, no podrían creer, por más que quisieran. En algún momento dije que cada uno puede elegir abrir los ojos o dejarlos cerrados. Hoy no estoy para nada seguro de que eso sea así. Además, de ese modo habría cierto mérito en creer. Fui inteligente y abrí los ojos, diríamos. Sin embargo, nadie puede ver a Dios por sus propios medios, ni salvarse a sí mismo.

Bueno, avancemos un poco más. Romanos 1 decía que “recibimos el don apostólico para persuadir a todas las naciones que obedezcan a la fe” (1:5). Más adelante dice que la salvación “es por fe de principio a fin” (1:17). Ahora, ¿qué sería la fe? ¿Fe en qué? Bueno, la fe es creer y confiar. Hebreos dice que “la fe es la garantía de lo que se espera, la certeza de lo que no se ve” (Hebreos 11:1). Entonces, nuestra fe es básicamente en Cristo. Es tener la certeza de que Jesús es el Hijo de Dios, que murió por nosotros y, sobre todo, de que resucitó, es decir, saber que está vivo a pesar de que no pueda verlo. Por otro lado, es la garantía de lo que esperamos, que un día seamos liberados para siempre de las aflicciones y problemas de esta vida, y del pecado que todavía intenta dominarnos. Una esperanza que no defrauda, como dice el capítulo 5, porque también creemos en las promesas de Dios.

Pensando en todo esto, la fe es algo difícil de tener. Es muy difícil creer que alguien resucitó de entre los muertos. Suena demasiado anormal, y lo mismo el hecho de que Dios mismo venga a morir por una humanidad que estaba y está hundida en la maldad. No es un evangelio fácil de creer. Por eso es necesario mucho más que solamente oír la palabra de Cristo. Necesitamos experimentar a Cristo, su presencia, su vida. Y no es un asunto menor, porque de esta fe depende nuestra vida. Como ya fuimos viendo a lo largo de la carta, sin Dios estamos muertos a pesar de que vivamos físicamente. Cuando el cuerpo ya no esté, sólo nos quedaría la muerte. Pero como Pablo afirma que “estimaron que no valía la pena tomar en cuenta el conocimiento de Dios” (1:28). Alguien me dijo una vez muy sabiamente, aunque hablando de cualquier otra cosa, que “el problema acá es que nadie se siente culpable de nada”. Sí, ese es el problema.

Para eso vino la ley de Dios. Cuando Dios ya había hecho un pacto con Abraham, por medio de su promesa de bendecir por medio de él a todas las naciones de la tierra, dictó la ley escrita a Moisés. Esta ley nunca tuvo el propósito de corregir o de algún modo salvar a la humanidad de la condenación, sino todo lo contrario: mostrarle al hombre que era desobediente, y por lo tanto hacerlo conciente de su necesidad de volverse a Dios. Mostrar el pecado y mostrar su poder y profundidad. Lo que pasa es que justamente uno de los peores problemas del hombre es su orgullo, y éste le impide reconocer su condición de culpable. Por otro lado, la comprende, y esto generalmente hace que las personas vivan con culpa pero sin querer aceptarla o reconocerla. Y uno puede decir, bueno, pero Dios me generó esa sensación de culpabilidad. Sí, pero también nos dio una solución. Y no una solución inalcanzable, sino una muy fácil de conseguir. De hecho, Dios desearía que todos creyeran y fueran liberados de esa sensación de culpabilidad. Pero para eso, el hombre tiene que inclinarse ante Dios, renunciar a su orgullo y comprender que no hay posibilidades para el que no da el brazo a torcer. Siempre ese es el primer paso. Reconocer que no puedo por mí mismo, necesito a Dios.

Por eso dice uno de los pasajes que elegí para esta reflexión que Dios encerró todo bajo pecado, para tener misericordia de todos. Nos dejó desobedecer, para que al darnos cuenta de nuestro error nos volviéramos a él y pudiera él tener compasión por nosotros. Esto pienso que es bastante difícil de comprender o de aceptar, pero es importante recordar algo central de esta carta: la salvación es siempre por la fe en Cristo. No hay absolutamente nada que podamos hacer para agradarle a Dios sin fe. No importa que tan buena sea una obra, sin fe no le agrada a Dios. Por eso Dios reveló el gran misterio, su Hijo Jesús, Dios hecho hombre, y lo entregó por nosotros. Selló así su plan de salvación, diciendo, siempre la salvación de mi pueblo fue por medio de la fe, pero ahora ven lo que les había anunciado, el núcleo de esa fe, tanto para los que vivieron antes que él y solamente lo esperaban pacientemente, como para los que vendrán después y lo verán ya resucitado. Y este verlo, es posible. Pero es necesario comprender que verlo no quiere decir ver su imagen ante nosotros. Verlo es mucho más amplio. ¿Es sentirlo? No solamente. Es verlo pero no con el sentido de la vista, sino con un sentido mucho menos tangible: el espíritu.

Pero entender esto requiere por parte nuestra un cambio de mentalidad. Una renovación de nuestra mente, como vimos en el último tramo de la serie. 1 Corintios 2:16 dice que aquellos que recibimos a Cristo “tenemos la mente de Cristo”. Solamente así podemos discernir estas cosas espirituales. Esa mente de Cristo es el Espíritu Santo, que recibimos al unirnos a Jesús por medio de la fe. El que no tiene el Espíritu de Dios, no puede empezar a comprender a Dios. Por supuesto, nunca terminamos de comprenderlo. Tal vez después de nuestra vida física. Pero sí que empezamos, y podemos llegar a conocerlo muy bien dentro de los límites que nos impone nuestra condición humana. Y si lo comprendemos, nuestra vida entera se transforma, haciéndonos cada vez más parecidos a Jesús.

Y una de las mayores evidencias de la transformación de nuestras vidas tiene que ver con el amor. De hecho, Dios ES amor, como dice 1 Juan 4:8, y otra vez en 4:16. Por lo tanto, si lo conocemos a él, el amor empieza a impregnar cada área de nuestra vida. Sobre eso ya profundicé antes, pero simplemente lo resumo en que nuestra perspectiva de las cosas comienza a cambiar completamente, nuestros parámetros se orientan hacia el amor cada vez más, nuestra manera de ver el mundo comienza a centrarse en el amor. Y el amor es básicamente el deseo de que los demás estén bien. Eso no es algo menor, si pensamos que en la raíz, en el fondo, “estar bien” es una condición espiritual, y se logra solamente en Cristo. Así, el amor nos lleva necesariamente a desear que todos conozcan a Dios. Y ésta es la obediencia al llamado que nos hizo, porque volviendo al principio, recibimos ese llamado para “persuadir a todas las naciones que obedezcan a la fe” (1:5), y como dice en 16:26, para eso Dios reveló el misterio, a través de los profetas primero y enviando a Jesús después, cuando llegó el momento señalado desde antes de la creación del mundo.

En fin, la conclusión de todo esto es que pasar de la incredulidad a la fe implica necesariamente un cambio de actitud, y trae un cambio de mentalidad. De una actitud cerrada pasamos a una actitud abierta, y de una mentalidad desobediente pasamos a una mentalidad de amor. Esto nos hace “sagaces para el bien e inocentes para el mal” (16:19). Muchas veces las experiencias que vivimos son las que al final hacen que nuestra mente y nuestro corazón se abran a Dios. En cualquier caso, siempre es por fe que recibimos esta maravillosa libertad y salvación de la que hablé en todas las reflexiones de esta serie, y es un regalo de Dios. No por cumplir la ley, sino por la gracia de Dios.

Dios, entonces, es sabio, totalmente sabio, nadie jamás hubiera podido imaginar semejante plan de salvación, y nadie le dio consejo, sino que la mente de Dios está muy por encima de la nuestra. Muchas cosas no podemos comprenderlas dentro de su plan, pero sabemos, confiamos y afirmamos que su plan es perfecto, y es, a todos los fines, bueno. Porque él mismo es bueno, siendo que ES amor en sí mismo. Espero que esta reflexión final sobre Romanos haya sido de mucha bendición para ustedes, y que puedan seguir creciendo en el conocimiento de Dios y en amor, para que sean cada vez más parecidos a Jesús, y para que aquellos que los conozcan a ustedes sean bendecidos por el enorme poder del evangelio de Dios, la máxima expresión del amor. “Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que cree en él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Juan 3:16).

Que el Dios de amor, sabio al llamar y poderoso al salvar, los llene de su Espíritu, para que sus mentes sean renovadas cada vez más en el amor y en la verdad del evangelio de su Hijo, para que sean cada vez más sagaces para el bien y más inocentes para el mal, y lo conozcan cada día más.

Tenemos paz con Dios, en su amor y por su gracia. Y esto por medio de la fe en Cristo. Hasta que volvamos a encontrarnos.

1 comentario:

  1. Amen hno. fue de bendición esta reflexión para aplicarla a nuestra vida. Bendiciones

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