viernes, 21 de junio de 2013

2 Corintios - La comunidad del nuevo pacto

Hola a todos. Llegamos, me parece, a otro punto importante de la segunda carta a los corintios, así que me gustaría hacer una breve recapitulación antes de seguir avanzando. Como hago siempre, voy a copiar los links de las reflexiones anteriores por si las quieren revisar, por si las quieren releer, y esas cosas. Al lado de cada link voy a poner el pasaje de ese capítulo que tomé específicamente para esa parte del repaso. Recuerden: lean especialmente la palabra. Les paso otra vez el link de Bible Gateway. Oren para que Dios también les hable a ustedes, y, si se animan, compartan lo que sintieron que les decía. Otra cosa más: recuerden que no soy teólogo ni nada parecido. Solamente publico aquello que yo mismo reflexioné para mí en su momento. Por eso el subtítulo de este blog: "un cuaderno abierto de reflexiones acerca de estudios bíblicos personales".

2 Corintios 6 - Entrega absoluta 6:4-6
2 Corintios 7 - Comunidades vivas 7:1
2 Corintios 8 - Compartir 8:12-13
2 Corintios 9 - Generosidad 9:10-11
2 Corintios 10 - Parámetros 10:3-4

Había dicho en la recapitulación de los primeros capítulos que la segunda parte era como la "puesta en escena" de todo lo que se había hablado en esa primera parte. De alguna manera, esta reflexión apunta a eso. A medida que vaya tratando de recorrer más o menos las reflexiones anteriores voy a ir poniendo en foco en esos pasajes principales que resalté.

En primer lugar, destaco del capítulo 6, y en especial del pasaje que remarqué, que en todo "nos acreditamos como servidores de Dios" (6:4). Este es, en última instancia, el propósito de nuestras vidas, y el motivo para el cual fuimos creados. Más adelante probablemente publique acerca de esto, pero por ahora basta con decir que sobre esa idea quiero basar esta reflexión: somos servidores de Dios, y hay una serie de cosas que nos acreditan como tales, es decir, verifican que lo somos.

Y no me refiero al cumplimiento de una serie de reglas. Es más bien algo que se va construyendo y reflejando en la práctica de nuestras vidas. En el capítulo 6 habíamos visto que Pablo ponía el énfasis en la entrega. Ahora bien, si prestamos atención, esto de la entrega se extiende por los demás capítulos que leímos. Aunque la palabra "entrega" en sí no aparece mucho más, podemos pensar que varias cosas de las que habla la carta tiene que ver con esto.

Fíjense que por un lado, Pablo hablaba de abrir el corazón. Esto es para mí la primera señal de un servidor de Dios. Dejamos que las demás personas formen parte de nuestra vida. Les hacemos un lugar. ¿Qué quiero decir con esto? Bueno, servir a Dios es, en gran medida, servir a otros, contribuir a que tenga una vida lo más agradable posible. Esto muchas veces implica ayudar a otras personas en sus situaciones, o acompañarlas en sus circunstancias. Ahora, para hacer esto, tengo que poder dejar que esa persona se convierta en importante para mí. No importa si es tan sólo por el momento en el que la estoy ayudando, pero tengo que tener una predisposición a abrir mi corazón que me permita lograrlo de manera espontánea. Esto es, para mí, la primer característica de la entrega. Dijimos que tenía que ver con confiar en la otra persona, y a su vez con ser confiables. Jugarme por las demás personas. Abrirnos totalmente, al 110% había dicho en esa reflexión, sin ocultar quienes somos, con todo lo que eso significa (fortalezas, debilidades, errores, virtudes).

Por otro lado, a lo largo de los capítulos aparecía la idea de que esta entrega no se limita a algo determinado, particular. Tiene que ver con toda mi vida, todo lo que soy. Eso es lo que, en definitiva, le entrego a los demás. Porque la gloria de Dios reflejada en nosotros, contenida en nuestras vidas, de la que había hablado en las reflexiones de los capítulos 3 y 4, y en la recapitulación anterior, se manifiesta en un montón de cosas concretas que hacemos en nuestras vidas. Esta es la forma que toma ese "compartir la gloria de Dios" en el escenario real de nuestras vidas.

Además, esta entrega no tiene que ser en un momento particular o con un motivo concreto de ese momento. Es algo permanente; es más bien una actitud. Es la predisposición a hacerlo siempre que tenga oportunidad. La "buena voluntad" de la que habla el capítulo 8. Entonces, es como una actitud hacia las demás personas, que me hace verlas como personas que es necesario que estén bien. Y que yo siempre voy a tener algo para aportarles, y siempre voy a tener oportunidades para hacerlo. Insisto: es más bien una actitud hacia los demás.

Pero para alcanzar esto es necesario que algo se produzca en nosotros. Diría "que algo se produzca primero en nosotros", pero en realidad es algo continuo, un proceso que abarca toda la extensión de nuestras vidas. Es nada más ni nada menos que crecer. Crecer en pureza. ¿Qué es la pureza? En mi opinión es, en definitiva, despojarnos de "todo lo que contamina el cuerpo y el Espíritu, para completar en el temor de Dios la obra de santificación" (7:1). Había hablado de esto. Acá la palabra "temor" es la más cercana para traducir ua idea que no existe en nuestra lengua, que vendría a ser algo entre reverencia, respeto, admiración y reconocimiento del poder, en este caso de Dios. Y la santificación tiene que ver con convertirnos en lo que Dios planea de nosotros, digamos, la mejor versión de nosotros mismos.

Este proceso de crecimiento, que nos hace ser cada vez más como Dios planea, hace que se produzca en nosotros una serie de cambios. El más evidente y grande de ellos es que tengamos cada vez un mayor afecto por las personas, de nuevo, el deseo creciente de que los demás estén bien. Y esto, en particular, debería pasarnos con nuestra comunidad. Las comunidades del nuevo pacto (en definitiva, la iglesia entera, pero por lo menos nuestra comunidad de pertenencia), es un campo de práctica para probar esto de la entrega, para ensayar el trato hacia otras personas y el aportar lo mejor que podamos para las vidas de otros. Esto es, en definitiva, el amor fraternal del que habla la palabra, y es una de las principales características, en mi opinión, de un servidor de Dios. Pablo, en el capítulo 8, habla de esto.

Y otra consecuencia es, como hablaba el capítulo 10, un cambio de parámetros. La comunidad del nuevo pacto debería manejarse con criterios diferentes a los del resto de la sociedad. El valor que cada persona tiene, la idea de lo que es correcto y lo que no, las prioridades, un montón de cosas deberían ser diferentes en la iglesia que afuera. Por supuesto, la iglesia está hecha por personas, por seres humanos, pero esto no es excusa. De nuevo: la gloria de Dios resplandece en nosotros. Cristo transforma nuestras vidas, y esto es real, concreto. Se manifiesta también en la práctica de la vida. Es importante conocer, entonces, la palabra de Dios, no ya como individuos, sino como comunidades. Ésta es una de las principales características que la biblia atribuye a las comunidades de Dios, tanto en el antiguo como en el nuevo testamento. Y las normas y convenciones con que la iglesia se manejen tienen que estar en línea con la palabra de Dios. En cuanto a los parámetros con que se manejen las relaciones, las decisiones, y, en definitiva, toda la vida en estas comunidades que son las iglesias, deberían estar sometidas a revisión en Cristo, permanentemente, es decir, ser siempre reformuladas a la luz de lo que los miembros de esa comunidad van comprendiendo que la palabra dice.

Pero siempre, esos parámetros van a apuntar a lo mismo: apertura de corazón, predisposición a servir a otros, en todo lo que pueda y en cada momento, y aportar al crecimiento de cada persona en el conocimiento de Cristo y la reverencia a Dios. Ésta, para mí, es la clave de estas comunidades. Y esto se refleja en la comprensión de que estas comunidades existen para servir a Dios, y por lo tanto, a las demás personas. No tanto para compartir la palabra, aunque esto es importante, sino para compartir en realidad una determinada forma de vivir, y un propósito para la vida del ser humano: sembrar bendición, es decir, entregar todo lo que podamos a los demás. Vuelvo a algo que aclaré en el capítulo 8. Esto no quiere decir dar todo hasta quedarme sin nada. Pero sí saber que todo lo que recibimos, lo recibimos para poder darlo. Dios mientras tanto nos cubre en nuestras necesidades, y esto también es real. Y si lo hace, es para que nosotros podamos despreocuparnos de eso y concentrarnos en dar, en aportar a la vida de otros, y así reflejar de manera práctica, concreta, la gloria de Dios. Insisto: Dios no nos da en abundancia porque damos mucho de nosotros, sino que nos da en abundancia para que podamos dar mucho de nosotros. Éste es el secreto de las comunidades del nuevo pacto. Y la motivación que se nos propone, es que de esa forma todos estemos en la mayor igualdad posible de condiciones, al compartir todos todo lo que podamos y así llenar cada uno lo que le falta al otro.

Que el Dios de la abundancia, que suple semilla para que sembremos y también pan para que comamos, brille con intensidad en nosotros no solamente en la actitud de nuestra mente, para que tengamos buena predisposición, sino en la vida concreta de cada uno para que reflejemos de forma práctica su amor por todos, contribuyendo al crecimiento y al bienestar de los demás. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

martes, 11 de junio de 2013

2 Corintios 10 - Parámetros

Hola a todos. Estamos llegando a otra parte importante de la segunda carta a los corintios. Espero que le hayan podido encontrar sentido y jugo a todo lo que vine publicando hasta acá. Como dije en la primera reflexión, creo que esta carta tiene muchísimo para enseñarnos. Les recuerdo (o les digo, si es la primera vez que visitan el blog) que lo más importante es que lean atentamente el pasaje sobre el que se basa la reflexión, porque es la palabra de Dios. Lo mío es sólo pensamientos al respecto. Sin duda el Espíritu debe tener alguna participación en lo que escribo, pero no de modo tan directo como en el caso de la palabra, claramente. Y además, no se olviden de comentar si les surge alguna pregunta, o si quieren agregar algo que sienten que Dios les dijo a ustedes mismos cuando leyeron el pasaje o al leer la publicación.

Texto: 2 Corintios 10

Podemos pensar en este pasaje como la aplicación práctica de lo que hablaba el capítulo 5, sobre la nueva manera de vivir. Pablo se ve obligado, evidentemente, a responder a unas personas que cuestionaban su ministerio y su autoridad hacia la iglesia de Corinto. Lo que resulta llamativo es, sobre todo, cómo se defiende.

Al parecer lo acusaban de guiarse por criterios humanos, de tener, digamos, motivaciones basadas en los parámetros sociales de la época. Tal vez pensaran que se quería imponer sobre la iglesia como una especie de gobernante, como si fuera un líder político. A lo mejor tenía más que ver con lo que Pablo mencionaba en el capítulo anterior sobre la generosidad, y creían que quería demandar de ellos dinero para sí mismo, o para otra iglesia en la que él tenía algún tipo de interés. Incluso podemos pensar que creían que Pablo quería desplazar en importancia o en prestigio a otros apóstoles o misioneros que tenían autoridad en otras regiones.

Lo importante de todo esto es que Pablo no les sigue el juego. Su respuesta ante esas acusaciones es esta: "aunque vivimos en el mundo, no libramos batallas como lo hace el mundo. Las armas con que luchamos no son del mundo, sino que tienen el poder divino para derribar fortalezas" (10:3-4). Creo que está diciéndonos algo muy importante. Es la misma lógica que nos propone Jesús cuando dice, "si alguien te da una bofetada en la mejilla derecha, vuélvele también la otra" (Mateo 5:39): no tenemos que entrar en el círculo de acciones que el mundo, la sociedad que no está basada en Cristo, nos propone. O en lo que nos propone nuestra propia naturaleza humana caída. Generalmente tiene que ver con dejarse llevar por lo primero que nos brota, por ejemplo, abofetear al que me abofetea, o responder agresivamente al que me acusa agresivamente.

Pero el texto bíblico nos propone una opción diferente: no pelear con las armas del mundo, es decir, no usar los mismos parámetros, ni para defendernos, ni para analizar las situaciones, ni para comprender nuestra vida, ni para conocer a las personas. Ni siquiera al mirarnos a nosotros mismos. Si alguna persona sabe cuáles son las intenciones de nuestro interior, somos nosotros, y no los demás. Las conclusiones que los demás puedan sacar están vinculadas por lo que se ve, pero lo importante es lo que no se ve. Si yo sé que lo que la otra persona no está viendo al criticarme contradice lo que están diciendo de mí, es importante que me mantenga firme en ese conocimiento y haga oídos sordos de las críticas.

Distinto es cuando se me reprende por algo que hago mal. Eso tiene que ver con la actitud del que me reprende, cosa de la que hablamos en el capítulo 2 de esta carta. Pero en ese caso, entonces, lo importante es que no juzgue apresuradamente al que me reprende, que en mi opinión es lo que hicieron con Pablo. Él había sido bastante duro en su primera carta, y evidentemente algunos se habían sentido ofendidos, y buscaron algo para criticar a Pablo, seguramente tratando de difundir una mala imagen de él en la comunidad. A Pablo, evidentemente, le importaba muy poco, porque sabía que los demás lo conocían suficientemente bien para saber hasta dónde creer en esas críticas. Pero se toma el trabajo de alertar a los corintios acerca de los parámetros con los que tenemos que manejarnos.

En definitiva, la clave de todo esto está, me parece, en que "destruimos argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevamos cautivo todo pensamiento para que se someta a Cristo" (10:5). Destruimos argumentos porque lo que se nos critica con palabras, lo rebatimos con obras, y no entramos en el juego de la discusión inútil sobre temas en los que en realidad, la otra persona sólo tiene como objetivo discutir. Usamos armas espirituales: transparencia en nuestras motivaciones, apertura y confidencialidad, confianza, respeto, amabilidad, calma, oración, palabra de Dios.

Destruimos toda altivez, porque en aquello que obstruye el conocimiento de Dios ponemos de manifiesto los problemas que trae, y porque como dice Pablo, nuestra única gloria es conocer al Señor, "porque no es aprobado el que se recomienda a sí mismo sino aquél a quien recomienda el Señor" (10:18). Otros pueden ostentar sabiduría, inteligencia en sus argumentos, capacidades personales, y otros motivos de orgullo, pero si sólo ostentamos a Cristo, no entramos tampoco en ese juego de quién es mejor. Porque el único que es mejor es Cristo. No necesitamos "construir autoridad" porque más que nada buscamos cumplir el objetivo para el que Cristo nos eligió y nos llamó. "No me avergonzaré de jactarme de nuestra autoridad más de la cuenta, autoridad que el Señor nos ha dado para la edificación y no para la destrucción de ustedes" (10:8).

Y en cuanto a llevar cautivo todo pensamiento ante Cristo, esto se refiere claramente a la conciencia de cada uno, porque no puedo hacer nada con el pensamiento de otro, sino que es mi propia mente la que tengo que someter a Cristo. "No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente" (Romanos 12:2). Si medía las cosas según parámetros humanos, ya no. Me recuerda al capítulo 5, "de ahora en adelante no consideramos a nadie según criterios meramente humanos" (5:16). Ésta es la clave: tenemos que manejarnos entre nosotros según los parámetros, los criterios, de Dios. No dejarnos llevar por las apariencias o por nuestras propias impresiones cuando sacamos conclusiones sobre lo que hacen otros, o lo que dicen.

Porque las personas son complejas, y la distancia entre la forma de pensar y la de actuar puede ser menor o mayor, pero no sabemos qué lleva a una persona a hacer tal o cual cosa sólo por la apariencia. No podemos desconfiar de lo que alguien hace sólo porque normalmente, eso se hace con mala intención. Por ejemplo, no podemos decir que alguien nos critica para hacernos quedar mal sólo porque esa suele ser la intención, y mucho menos en el marco de una comunidad de fe. ¿Puede pasar? Sí, por supuesto. Pero no podemos partir de esa base.

Esto se aplica, en especial, a nuestros líderes. Tenemos que tener especial cuidado cuando juzgamos a los que tienen autoridad sobre nosotros en la iglesia, porque ante todo esa posición les fue dada según el plan de Dios, y en principio tienen intención de que nosotros podamos crecer en el conocimiento del Señor. Si los modos o los criterios no nos parecen adecuados, tenemos que entender que eso no significa que ellos sean malos líderes, sino que simplemente tenemos otra forma de comprender el liderazgo o el funcionamiento de la iglesia. Pero tenemos que cuidarnos de usar los métodos de la sociedad para desprestigiar a nuestros líderes, y lo mismo con el resto de los que se congregan con nosotros, o hacia otras iglesias, otras comunidades, e incluso hacia otras religiones. Creo que hay que ser muy cuidadosos con los parámetros que manejamos, y entender esta idea central: no somos del mundo. Aunque vivimos en una sociedad determinada, en un país determinado, no pertenecemos principalmente a ese país. Primero que nada, pertenecemos al reino de Dios. Y aunque la identidad nacional puede ser importante en cierta medida, la identidad como ciudadanos del cielo es crucial, y tiene que estar por encima de cualquier identidad social.

Creo que esa es la idea central de este capítulo. No pertenecemos a este mundo, sino al reino de Dios. Manejémonos entonces con los parámetros y criterios de Dios, siendo prudentes al sacar conclusiones y mucho más al expresar esas conclusiones, para no generar contiendas ni divisiones innecesarias. El reino de Dios tiende hacia el amor y la armonía. Que nuestros parámetros también vayan en esa dirección. Repito: "aunque vivimos en el mundo, no libramos batallas como lo hace el mundo" (10:3), sino que, en vez de eso, buscamos la paz. Y si tenemos que librar batalla, lo hacemos sólo con armas espirituales, siendo las más poderosas de estas la amabilidad, la comprensión y el amor.

Que el Dios que reina en los cielos nos recuerde que ante todo, pertenecemos a su mundo, y no a este, y que nuestra mente sea renovada a la luz de sus criterios y parámetros, que nos llevan a ser cada vez más comprensivos, más bondadosos y más abiertos a los demás. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

miércoles, 5 de junio de 2013

2 Corintios 9 - Generosidad

Hola a todos. Nos vamos acercando al final de esta serie de publicaciones. No sé si van encontrando en estas últimas publicaciones el hilo conductor que les había dicho, la parte de "puesta en escena" de todo lo que había resumido en la recapitulación. Es como el aspecto práctico de toda la teoría del principio. De todas formas voy a hacer otra síntesis al final de esta parte, y probablemente después una síntesis general de todas las publicaciones de esta serie. Una vez más, lo vengo haciendo siempre pero voy a insistir, les recuerdo: lo más importante de esta publicación es el texto bíblico. No dejen de leerlo con detenimiento, porque Dios les va a hablar a ustedes por fuera de la reflexión, y eso es muy importante. Y comenten cualquier cosa extra que les surja, así todos podemos enriquecernos, como nos alentaba Pablo en el capítulo 8, y también pregunten si hay algo que no les quedó claro, o lo que sea.

Texto: 2 Corintios 9

El tema de esta reflexión es un tema que me parece muy complejo, y que muchas veces se malinterpreta un poco. Hay como una opinión difundida de que ser generoso es dar mucho, o que es prestar nuestras cosas, no negarle ayuda a nadie, en fin, diferentes acciones concretas. Pero como con casi todas las cosas del reino de Dios, me parece que la generosidad va más allá, más adentro, más profundo. Leyendo este pasaje, de hecho, empiezo a sentir que es más bien una actitud interior que acciones específicas. Tiene más que ver con el sentido con el que hacemos las cosas que con qué cosas hacemos.

Me llama la atención, por ejemplo, cómo empieza el capítulo. Habla de la disposición de los corintios, y de que "estaban preparados para dar" (9:2). Habla de un entusiasmo que ellos tenían al pensar en la colecta que iban a hacer. Para explicar brevemente, se está hablando acá de una ayuda que estaban juntando para la iglesia de Jerusalén, que estaba pasando por un momento de gran necesidad. Se menciona por ejemplo en Romanos 15:25-26. De hecho es interesante que ahí, Pablo les cuenta a los romanos que "lo hicieron de buena voluntad, aunque en realidad era su obligación hacerlo" (Romanos 15:27). Por lo que dice en 2 Corintios, los creyentes ahí estaban con muchas ganas, con entusiasmo por ayudar a esta gente, estaban como emocionados de poder hacerlo.

Y me parece que ahí está la clave. Lo que los corintios estaban entendiendo, y me parece que este es el punto de la generosidad verdadera, era que lo más importante no era que ellos estuviesen bien, y cómodos, sino que estuvieran bien los demás. Lo más importante no es que esté bien yo, sino que estén bien los demás. Ese es, me parece, el punto central. Tiene que ver con el capítulo 8, cuando veíamos que lo que importa de ganar es que así pueden ganar otros. Y de hecho, ese es el otro punto. Sembrar, por usar la figura que usa Pablo, no es un medio para un fin, no es un paso para lograr un objetivo, sino todo lo contrario: sembrar es, en sí mismo, el objetivo.

¿Cuáles son los medios, los pasos a dar para ese objetivo? Bueno, no mucho. Simplemente recibir. Dios llena de bendiciones a todos nosotros. Recibimos innumerables cosas en nuestra vida, desde posesiones materiales hasta capacidades, virtudes, dones. Algunos reciben mayor proporción de una cosa, algunos de otra. Pero todos recibimos. Lo importante es entender que con Dios no funciona como "premio". No es que recibimos porque dimos. No funciona la regla de "dar para recibir", sino justamente la regla inversa: recibir para poder dar.

Y cuando digo recibir no me refiero a que recibimos sólo aquello que podemos dar. Dios cubre todas nuestras carencias para que en lo que demos, podamos estar tranquilos. "El que le suple la semilla al que siembra también le suplirá pan para que coma, aumentará los cultivos y hará que ustedes produzcan una abundante cosecha de justicia" (9:10). Porque así no nos tenemos que preocupar de nada más: sólo de dar. Del resto de las cosas se ocupa el Señor.

Ahora, ¿eso significa que siempre tengo que dar, sin prestar atención a mis posibilidades? Bueno, yo creo que no. "Cada uno debe dar según lo que haya decidido en su corazón, no de mala gana ni por obligación, porque Dios ama al que da con alegría" (9:7). Agrego un comentario que aparece en Romanos: "Nadie tenga un concepto de sí más alto que el que debe tener, sino más bien piense de sí mismo con moderación, según la medida de fe que Dios le haya dado" (Romanos 12:3). No tengo que imaginar que puedo dar más de lo que verdaderamente puedo dar. Tengo que comprender hasta dónde me dio Dios, porque esta es la medida en la que puedo dar. Si me dio mucho de algo, tengo que dar mucho. Si me dio poco, tengo que dar poco. Lo importante es entender: Dios me da a mí para que yo dé. Y me da según lo que quiere que dé. Si me dio poco dinero, no necesito dar todo mi dinero, aunque hacerlo no está mal si confío en que el Señor me sostiene. Lo que realmente cuenta es con qué motivación lo hago, porque de eso depende si es una siembra agradable a Dios. "Yo sé, mi Dios, que tú pruebas los corazones y amas la rectitud. Por eso, con rectitud de corazón te he ofrecido voluntariamente todas estas cosas" (1 Crónicas 29:17).

Y de la misma manera, entender que recibimos para que podamos dar, revela dos grandes verdades: primero, que sembrar, dar, no es un aspecto más de la vida cristiana. Es el propósito de nuestro paso por este mundo. Sí: para eso existimos, para sembrar. Se ve claramente en el hecho de que siempre, queramos o no, estamos dando algo. A veces damos fruto bueno, a veces fruto malo, o espinas, bendición o maldición, pero siempre causamos efecto en otras personas. Lo que cambia es qué sembramos, y de dónde viene. Lo segundo es que todo, absolutamente todo, le pertenece al Señor. Lo que sembramos, lo que damos, viene de él y le pertenece. "Señor y Dios nuestro, de ti procede todo cuanto hemos conseguido para construir un templo a tu santo nombre. ¡Todo es tuyo!" (1 Crónicas 29:16). Cuando damos, cuando sembramos, simplemente le estamos devolviendo lo que recibimos, para que eso que él nos dio, circule. Es el tesoro del que venimos hablando: la gracia de Dios, la gloria de su nombre. Es el "don inefable" del que habla Pablo (9:15). "Inefable" quiere decir "indescriptible", o algo que no puede ser explicado con palabras. Precisamente, es esa clase de regalo inexplicable que Dios nos regaló en Cristo, que es lo que marca la diferencia entre los que vivimos en Cristo y los que no. No es que seamos mejores personas, sino que hemos recibido tanto que tenemos una fuente inagotable de bendiciones para sembrar.

Entonces, la generosidad es estar preparado para compartir lo que sea con quien sea, estar siempre listos y predispuestos para sembrar abundantemente. El resultado de esto es que vamos a cosechar mucho más de lo que sembramos. ¿Para qué? Para seguir sembrando. Para que cada vez las bendiciones que circulan sean más y más. ¿Qué sentido tiene esto? Que cada vez más personas van a dar gloria a Dios por esto, van a agradecer al Señor por recibir mucho más de lo que se espera. Eso es gracia. Y dice el texto, "la sobreabundante gracia que ustedes han recibido de Dios" (9:14). Esa es la importancia de dar. Que la gente reconozca y alabe a Dios por esa solidaridad y generosidad. Por la siembra. Pidámosle, entonces, a Dios, que derrame una lluvia de bendiciones sobre nosotros, no para que estemos bien, sino para que podamos sembrar generosamente, y eso "resulte en acciones de gracias a Dios" (9:11).

Que el Dios de la cosecha nos de una abundante provisión, no para que estemos bien, sino para que seamos valientes al sembrar, entendiendo que es nuestro propósito, y por lo tanto, lo que más puede llenarnos de felicidad. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

sábado, 1 de junio de 2013

2 Corintios 8 - Compartir

Hola a todos. Seguimos avanzando en esta reflexión sobre la segunda carta a los corintios, que espero que estén disfrutando y que esté siendo de bendición para ustedes. Insisto, como vengo haciendo desde que empecé con esta serie de publicaciones, en que lo más importante de toda esta reflexión es el pasaje citado al principio, porque la palabra de Dios es la que realmente tiene el mensaje. Y también insisto en que si sienten que Dios les dice a través de ese pasaje, o de esta reflexión, algo extra, no duden en comentar. Lo mismo si quieren hacer una pregunta.

Texto: 2 Corintios 8

Retomando un poco la reflexión anterior, una de los elementos más importantes que Pablo quiere destacar es la vida de la comunidad, y sobre todo, el interés de cada miembro por el otro. En este capítulo, expande esta idea. Ya no tiene que ver solamente con valorar a la comunidad, con darle mi confianza, con tenerla en consideración, sino que una de las claves de toda la vida en comunidad parecería ser compartir.

Pero, ¿de qué manera lo propone Pablo? Me parece muy interesante, y quiero extenderme un poco sobre esto, que ante todo se enfoca en "cómo" y "para qué", y no tanto en "qué" o "cuánto". De hecho parecería que estas dos cosas casi no tienen importancia para Pablo, porque prácticamente las pasa por alto. Pero a la hora de establecer de qué manera conviene enfocar el asunto de compartir, y con qué objetivo, es un poco más específico.

Es interesante que diga que Jesús era rico. Sabemos que desde el punto de vista humano, esto no era así, porque tanto él como su padre eran carpinteros. Evidentemente está hablando de otra riqueza. Y me parece que podemos relacionarla con la reflexión del capítulo 4: esta riqueza de la que habla el texto no es otra que la gloria de Dios, que llevamos de un lado a otro como un tesoro reluciente guardado en frágiles vasijas de barro, medio desgastadas y marcadas. En esa publicación había planteado que éste es un tipo especial de tesoro, que en vez de ir gastándose, cuando lo comparto crece más. Jesús se hizo "pobre" con respecto a este tesoro. ¿Cómo? Compartiéndolo más allá del tesoro mismo. Es como que compartió no sólo el tesoro, sino hasta la vasija, ¡se despojó de todo! ¿Para qué? Bueno, para que nosotros pudiéramos ser ricos en cuando a este tesoro. Para que en nosotros abundara enormemente esa gloria de Dios.

Lo que el texto nos propone acá creo que es algo similar. El verdadero sentido de haber ganado este enorme tesoro a través de la profunda entrega de Cristo, es precisamente que ahora, por medio nuestro, otros puedan enriquecerse y llenarse de su gloria. El propósito de ganar cualquier cosa o en una determinada situación es primeramente que otros puedan ganar también. Una canción dice "¿de qué sirve ganar, si no ganan conmigo los que vienen detrás?". Creo que ésta es la clave.

Respecto de qué, entonces, esto es lo que compartimos: el tesoro que llevamos dentro. La gloria de Dios, manifestada en nuestras capacidades, dones, posesiones que Dios nos provee, y aspectos de nuestra forma de ser que provocan efectos positivos en nosotros mismos, en las personas que nos rodean, en el ambiente en el que estamos. En definitiva, podemos pensarlo por el lado del fruto del Espíritu Santo, lo que genera en nuestra vida: "amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio" (Gálatas 5:22-23). El Espíritu despierta esto en nosotros, pero en realidad estos elementos no tienen ninguna utilidad si no los comparto con los demás.

No se me pide, entonces, que dé algo que no tengo. Por el contrario, se trata de que todo, absolutamente todo lo que tengo, sea material o espiritual, o ambos, lo ponga a disposición de todos. Y no solamente de algunas personas, de las más cercanas, de aquellas con las que tengo mucha confianza, no, de todos. Siguiendo, en definitiva, el ejemplo de Cristo. Por supuesto que este "todos" incluye mi comunidad de fe, y no sólo la incluye, sino que en ese caso debería ser más espontáneo, incluso.

Y este es el otro aspecto que Pablo desarrolla en profundidad: de qué manera o desde qué perspectiva debería llevar a cabo esto. Justamente, lo que cuenta es la actitud con la que lo hago. Varias veces a lo largo del capítulo se destaca la buena voluntad de los corintios al compartir, la predisposición que tienen, la iniciativa. No importa tanto que comparta una gran cantidad, sino que sea solícito, que siempre esté dispuesto a compartir lo que sea que otro necesite, siempre y cuando lo tenga. "Porque si uno lo hace de buena voluntad, lo que se da es bien recibido según lo que tiene, y no según lo que no tiene" (8:12).

Y no quiero dejar pasar esta última idea: siempre y cuando lo tenga. A veces creemos que decir que no ante la necesidad de otro es un fallo en compartir. Sin embargo, si nuestra actitud, nuestra predisposición, es a compartir siempre, podríamos suponer que si en algún momento digo que no es porque en verdad no tengo lo que esa persona necesita de mí, o no lo tengo en un grado en que pueda ofrecerlo. Si es dinero, porque tal vez no estoy a mis anchas. Si es un rasgo de mi personalidad, a lo mejor porque estoy atravesando un momento difícil y no estoy siendo yo mismo en estos días. Quiero decir esto: a veces nos sobreexigimos, y tenemos que ser también pacientes con nosotros mismos, no presionarnos de más en lo que respecta a compartir, porque a veces, si decimos que no, es simplemente porque no estamos en condiciones. Sobre esto voy a extenderme un poco más en la próxima publicación.

Por ahora, lo que quiero resaltar es esto: lo más importante es que al compartir, básicamente comparta todo lo que soy y lo que tengo, y que lo haga con el objetivo de que todos puedan disfrutar de todo a cada momento. "Es más bien una cuestión de igualdad" (8:13), dice Pablo. Igualdad en cuanto a las cosas de las que tenemos oportunidad de participar en nuestras vidas, en cuanto a las bendiciones que disfrutamos según lo que Dios mismo nos va dando o haciendo en nosotros.

Espero que esta reflexión les haya dejado algún contenido significativo. Recuerden que esto es especialmente válido para la vida comunitaria, es decir, por ejemplo, en la iglesia, pero puede aplicarse a cualquier tipo de comunidad, y plantearse como un buen valor moral para compartir, siquiera desde el ejemplo, en nuestro grupo de amigos, compañeros, o incluso en nuestra sociedad.

Que el Dios que entregó a su Hijo, en toda su riqueza, para que nosotros fuéramos ricos en su gloria, nos impulse a brindar todo lo que esa gloria genera en nosotros, para que haya, en su nombre y en su poder, igualdad. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.