sábado, 2 de noviembre de 2019

Job 2 — ¿Quién tiene razón? (parte 2)

Cuando estamos pasando por un momento difícil, incluso con las mejores intenciones, las personas que nos rodean a veces hacen que sea aún más pesado, porque nos dicen cosas que agregan una carga extra: la culpa de que nuestra queja está fuera de lugar. Las respuestas de ellos nos irritan, nos molestan, o nos deprimen todavía más. Muchas veces, lo que nos pasa es que sentimos que están equivocados, pero no nos atrevemos a contradecirlos porque las palabras que nos dicen suenan correctas. Quedamos desprotegidos, indefensos, y esto nos aleja de Dios porque sentimos que él, al igual que esas personas, no nos entiende, y que nos condena y nos acusa por nuestro sufrimiento. Pero ¿qué piensa realmente Dios?

El libro de Job nos muestra que Dios, ante la situación de sufrimiento que Job atraviesa, le da la razón a él y no a los amigos, que le ofrecen a Job su lado más insensible. Es importante entender que esas personas suelen tener motivos válidos para responder de esa manera. Generalmente, es simplemente torpeza, desconocimiento o falta de práctica de empatía lo que hace que no logren responder de forma más sensible. Lo más común es que detrás de esas respuestas haya una profunda preocupación por vernos sufrir así, o una desesperación ante la posibilidad de que ese sufrimiento nos lleve a tomar decisiones que nos hagan aun peor. Otras veces, simplemente es una dificultad para lidiar con el sufrimiento propio, o incluso para conectar emocionalmente con los demás.

Puede haber más motivos, pero en cualquier caso vale la pena identificar las palabras que muestran que los amigos de Job están siendo insensibles, para tener recursos más concretos con los que dejar afuera de nuestra cabeza  las palabras duras que nos digan en esos momentos. Ya en el capítulo 4, después del primer discurso de Job, encontramos la primera respuesta dura de sus amigos: “tú, que con tus palabras sostenías a los que tropezaban y fortalecías las rodillas que flaqueaban; ¡ahora que enfrentas las calamidades, no las resistes!; ¡te ves golpeado y te desanimas!” (Job 4:4-5). En otras palabras, “tanto que das mensajes de aliento a los demás, no los aplicás a vos mismo”. ¿Cuántas veces, tratando de que podamos reconectarnos con una mirada más espiritual del problema, nuestros amigos pueden llegar a darnos una respuesta de este tipo? Nos reprenden por no aplicar los mismos consejos y consuelos que damos a otros. Nos dicen cosas como “sos una persona de fe, no digas esas cosas”, o “no podemos confiar en Dios solamente cuando nos va bien, hay que confiar también cuando nos va mal”.

En el mismo discurso, Elifaz reprende a Job por creerse tan justo: “¿puede un simple mortal ser más justo que Dios?” (Job 4:17). Es otra clásica respuesta que recibimos a veces. Cuando leemos el capítulo entero vemos que el discurso va incluso más lejos. Es como si su amigo le estuviera diciendo “Job, algo tenés que haber hecho mal para que te pase esto. Dios no castiga a los injustos, y tampoco puede ser que seas tan justo, ciertamente no vas a ser nunca más justo que Dios. Tendrá sus motivos para mandarte este sufrimiento”. Es decir, esto que te está pasando tiene que ser tu culpa, y quejarte sólo va a hacerlo todavía más grave.

Siguiendo con la respuesta de Elifaz, ya en el capítulo 5 nos encontramos con una idea incluso más dura: “Llama, si quieres, pero ¿habrá quién te responda? ¿A cuál de los dioses te dirigirás?” (Job 5:1). Esto significa que Dios no va a escuchar a Job porque está siendo ingrato con él. “Mirá que si te quejás así, Dios no te va a escuchar, te vas a quedar solo. ¿A quién vas a acudir cuando él no te quiera escuchar?”. Y después de eso agrega “el resentimiento mata a los necios, la envidia mata a los insensatos” (Job 5:2). Job está siendo ofensivo, está hablándole a Dios con resentimiento y envidiando a los que les va bien. En otras palabras, está siendo amargado, rebelde y quejoso, y eso a Dios no le gusta. Ese es el mensaje de Elifaz. Y las consecuencias son trágicas: "te vas a terminar arruinando la vida". Quizá incluso la enfermedad de Job es culpa de su amargura, según esa mentalidad.


Y no termina allí: “¡Cuán dichoso es el hombre a quien Dios corrige! No menosprecies la disciplina del Todopoderoso.” (Job 5:17). Este mensaje es incluso más común hoy en día en nuestras iglesias. En otras palabras, “enfocate en lo que Dios está tratando de enseñarte con este sufrimiento, Dios nos prueba para que aprendamos algo, para que crezcamos y por nuestro propio bien, para sacarnos de algo peor”. Esta idea de que el sufrimiento es algo bueno suele justificarse también con muchos pasajes, algunos de los cuales quizá estén viniendo a tu mente en este momento. A esto se agrega que “él hiere, pero venda la herida; golpea, pero trae alivio”. Es decir, “tampoco es para tanto, Job, no está todo perdido”. Notemos que en este punto, Elifaz está directamente equivocado, sin saberlo, porque nosotros ya tenemos la información de que no es Dios el que está golpeando a Job. Pero ya vamos a volver sobre eso.


Hasta aquí podríamos pensar que no fue tan duro el discurso de Elifaz, y que en definitiva los amigos no están diciendo nada que sea falso. Podríamos buscar muchos pasajes en la Biblia que confirman lo que están diciendo. Pero más adelante, a partir del capítulo 8, los discursos de los amigos refuerzan con mucha más agresividad las ideas que expone Elifaz en este primer discurso. Si sos una persona sensible, puede llegar a sonar indignante leer la crudeza con la que le hablan a Job, teniendo en cuenta que son sus amigos, y que él está pasando un momento realmente horrible. Alguno podría decir “bueno, pero la verdad hay que decirla, aunque duela. No podemos decirle a la gente solamente lo que quiere escuchar”. Sin embargo, ya sabemos lo que Dios le responde a Elifaz frente a todos esos discursos y afirmaciones “correctas”: “estoy muy irritado contigo y con tus dos amigos porque, a diferencia de mi siervo Job, lo que ustedes han dicho de mí no es verdad” (Job 42:7). Dios también se indigna y se irrita ante la insensibilidad de los amigos. Los reprende por decirle cosas tan crudas en un momento tan difícil. Incluso les dice que más les vale disculparse con Job y pedirle que él ore por ellos, para que él los perdone. En ese sentido, Dios es muy duro con los amigos de Job, a pesar de que “decían la verdad”.


Eso es porque Dios detesta la dureza de corazón. ¿Cuántas veces Jesús mismo se enojó con los líderes religiosos de su tiempo porque, en nombre de “cumplir la ley de Dios”, eran duros con los que estaban pasando una necesidad grande? La respuesta de Dios nos invita incluso a revisar cómo tratamos a los que sufren, y pedirles disculpas por nuestra insensibilidad. Es muy importante para Dios que podamos detectar nuestra falta de comprensión, nuestra dureza con el que sufre, y que podamos arrepentirnos de ella. Y el primer signo de arrepentimiento es aceptar el daño que hicimos y ponernos a disposición de aquél a quien dañamos, mostrarle a la persona que verdaderamente entendemos que estuvimos equivocados, y que queremos reparar el daño tanto como dependa de nosotros. Además, para reforzar esta idea, Dios le da la razón a Job explícitamente (“a diferencia de mi siervo Job [que dijo cosas verdaderas], lo que ustedes han dicho de mí no es verdad”). ¿Y qué dijo Job? ¿Qué respondió Job, que después Dios identificó como verdadero?


Lo primero que Job responde, como ya vimos, es: “¡Por algo mis palabras son tan impetuosas!” (Job 6:3), es decir, “¿no se dan cuenta de que realmente estoy pasándola muy mal?”. Las quejas de Job son totalmente adecuadas, y además son proporcionales a la situación: no es que se lastimó un poquito la piel, o que perdió unas monedas; lo perdió todo y su piel se llenó de llagas. Realmente está en el peor momento de su vida. Por otro lado, les dice que “aunque uno se aparte del temor del Todopoderoso, el amigo no le niega su lealtad” (Job 6:14). Es decir, “ustedes en este momento no se están comportando realmente como amigos”. Incluso si fuese cierto que Job está equivocado con sus palabras, que está "blasfemando" o que hizo para que le pasara todo eso, ellos deberían ponerse a su lado y tratar de acompañarlo en su dolor, ayudarlo a atravesarlo, ser leales a él. Proverbios 12:25 dice que “la angustia abate el corazón del hombre, pero una palabra amable lo alegra”. Tal vez habría bastado con que lo trataran con amabilidad para que su ánimo se recompusiera y pudiera “ver las cosas con más claridad”. Pero sus amigos le fallaron: “mis hermanos son arroyos inconstantes, son corrientes desbordadas: se enturbian cuando el hielo se derrite, se ensanchan al derretirse la nieve” (Job 6:15). Cuando todo está bien, son mis amigos, pero cuando me va mal, en lugar de apoyarme y darme alivio, me atacan.


Pero además, hay un detalle que no es menor: “¿Quién les ha pedido que me den algo, o que paguen con su dinero mi rescate?” (Job 6:22). Aquí podríamos escandalizarnos y pensar “¡pero qué ingrato Job! ¡Encima que sus amigos están tratando de ayudarlo!”. Y muchas veces lo pensamos, y hasta lo decimos, cuando tratamos de ayudar a alguien que sufre y la persona se enoja por nuestra insensibilidad. A veces respondemos cosas como “¿sabés qué? Si no te gusta lo que te digo, arreglátelas vos solo”. Esto suele pasar porque, obviamente, nos afecta cómo esa persona está sintiéndose. Otras veces porque creemos que nuestra reputación como amigos depende de que solucionemos el problema de esa persona. 
Muchas veces nos tomamos el sufrimiento del otro como una causa personal porque nos toca alguna fibra íntima propia, o porque creemos que si se deprime le está fallando a Dios y queremos ahorrarle la "disciplina" que pensamos que va a venir como consecuencia. En cualquier caso, no podemos olvidar que Dios le da la razón a Job. Nadie les pidió que lo rescataran de su angustia. Ellos sólo tenían que acompañarlo en su angustia. Dios sólo nos pide que estemos al lado del que sufre, y lo tratemos con amabilidad y bondad. Incluso así, nadie está obligado a dedicarle su tiempo al que sufre. Si lo hacemos, debería nacer de un corazón sensible y un amor genuino, y siempre y cuando realmente esté a nuestro alcance hacerlo.

Finalmente, Job reconoce algo importante: “las palabras justas no ofenden, ¡pero sus argumentos no prueban nada!” (Job 6:25). A mi entender, lo que está diciendo es que su problema no es con lo que las Escrituras dicen. Él cree firmemente en lo que sus amigos están diciendo, pero ellos lo están usando para argumentar en contra de él, y en un contexto en el que él está sufriendo. No es que él está cuestionando a Dios y a su palabra, está quejándose de la situación horrible que le toca atravesar. “¿Me van a juzgar por mis palabras, sin ver que provienen de un desesperado?” (Job 6:28). Las palabras verdaderas de Dios se convierten en mentiras cuando las usamos para sostener la dureza de nuestro propio corazón.


Quiero insistir una vez más en que Dios le da la razón a Job, y está indignado con los amigos por sus palabras y su dureza. Dios está enojado por la forma en que sus amigos usan su Palabra, y está incluso en desacuerdo. Dios diría lo mismo que Job: “¡Ustedes echarían suertes hasta por un huérfano, y venderían a su amigo por cualquier cosa!” (Job 6:27). Para él, los amigos de Job no son gente confiable si se mantienen en esa actitud, por eso los llama al arrepentimiento. La religiosidad, si no se combina con un corazón amable y sensible, se convierte en desobediencia. Recordemos lo que dice Jesús frente a la insensibilidad e hipocresía de los religiosos de su época:


Muchos me dirán en aquel día, “Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios e hicimos muchos milagros?” Entonces les diré claramente: “Jamás los conocí. ¡Aléjense de mí, hacedores de maldad!
(Mateo 7:22-23)

Entonces, ¿cuál es la actitud de Dios hacia Job, más allá de darle la razón? La misma que tiene Jesús hacia todos los que sufren: compasión. Se resume, a mi entender, en lo que Job pide de sus amigos: “Tengan la bondad de mirarme a los ojos” (Job 6:28). Para Dios, es muy importante que compartamos nuestras penas, cargas y sufrimientos con aquellas personas que son dignas de confianza, y ya vimos que las personas confiables para Dios son aquellas que tienen un corazón sensible y compasivo. Recordemos lo que dijo Jesús acerca de nuestra relación con las personas que son propensas a juzgarnos y condenarnos: “No den lo sagrado a los perros, no sea que se vuelvan contra ustedes y los despedacen” (Mateo 7:6). Tenemos que cuidar nuestro corazón, porque todo lo vital de nuestra vida (y de nuestra fe y relación con Dios) proviene de él, es decir, de lo más íntimo, de nuestras experiencias y emociones. Eso es lo más genuino que tenemos, y es lo que Dios más disfruta de nosotros. Cuando es alegría, Dios hace fiesta con nosotros, y eso le encanta. Pero cuando lo que tenemos es tristeza, el quiere estar muy cerca de nosotros y acompañarnos, y disfruta cuando ve que otras personas hacen eso mismo con nosotros.

El libro de Job, entonces, igual que los evangelios, nos invita a limitar nuestra exposición a las personas que nos van a juzgar y condenar por sufrir, que nos van a recriminar y a incriminar, y juntarnos en lugar de eso con personas que nos den amabilidad, bondad y sensibilidad al abrir nuestro corazón. Esos son los verdaderos amigos que la Biblia nos anima a encontrar: “En todo tiempo ama el amigo; para ayudar en la adversidad nació el hermano” (Proverbios 17:17).

Hasta que volvamos a encontrarnos.

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