martes, 30 de abril de 2013

2 Corintios 1 - Se trata de Cristo

Hola a todos. Después de un largo receso vuelvo a publicar. Tenía varias cosas en mente, pero después de conversar con un amigo sobre qué tan pertinente podía ser la segunda carta a los corintios, decidí publicar una serie de reflexiones personales que había hecho al respecto. Así que por varias publicaciones voy a estar hablando de 2 Corintios. Tengo la intención de publicar cada 3 o 4 días, para no extenderme demasiado a lo largo del tiempo y para que puedan ir siguiendo la serie. Veremos qué pasa con eso.

Texto: 2 Corintios 1

Leyendo de nuevo el texto encontré varias cosas que no había encontrado la primera vez, así que esta serie da la impresión que va a ser como la de Romanos, donde publicarla va a sumar mucho a la reflexión en sí. Insisto en algo que hace tiempo que no digo: si al leer el texto bíblico (o al leer mi reflexión) les surgen ideas nuevas, cosas que puedan agregar, ¡dejen un comentario! Recuerden que puede ser edificante para muchos.

Este primer capítulo creo que habla de varias cosas, pero lo llamativo es que vuelve siempre al mismo punto. Creo que hay algo que Pablo, y Dios a través de él, quiere dejar bien claro.

La carta empieza hablando del consuelo de Dios. Atravesamos diferentes sufrimientos a lo largo de nuestra vida, de diferentes tipos. El sufrimiento es algo a lo que estamos expuestos permanentemente, y es llamativo que Pablo abre su corazón de una manera radical al contarles cómo se sentían cuando estaban en la provincia de Asia. Incluso estaba mostrando su costado débil, al decir que sentían como si estuviesen condenados a muerte. Estaba dejándoles ver que él mismo era también una persona, igual que todos, y que su confianza en Dios a veces se veía atacada por las circunstancias.

Lo interesante es que Pablo le encuentra un sentido a ese sufrimiento. Dije algo de esto cuando publiqué la serie de las bienaventuranzas, en la reflexión sobre "los que lloran". Dios usa esas circunstancias que nos hacen sufrir para que podamos experimentar su consuelo. Podríamos pensar, "bueno, pero Dios podía evitarme el sufrimiento desde el principio sacándome de esa situación". Jamás. Alguien una vez me dijo, "si Dios deja que atravesemos esos sufrimientos, es porque sin dudas no había un camino mejor, aunque en el presente eso no parezca lógico". A veces esos sufrimientos los causamos nosotros mismos de varias maneras: cerrándonos en nuestra manera de pensar, aferrándonos demasiado a las personas, haciendo cosas que no nos convienen, y demás. Pero lo que es seguro es que si Dios lo permite, es porque tiene algo que enseñarnos o algo de lo que salvarnos, que seguramente podría terminar siendo mucho peor.

Dios es el Dios de toda consolación. Es el primero que nos trae consuelo y nos conforta. Cuando otra persona nos consuela, el consuelo es pasajero, es momentáneo. Pero cuando Dios mismo nos consuela, el consuelo es profundo y permanente. Buscar el consuelo de Dios nos trae esperanza. Consuelo y esperanza van de la mano. Si Dios me consuela, puedo mirar para adelante y creer que las cosas pueden cambiar. Si creo que las cosas pueden cambiar, recibo consuelo en esa certeza.

Todo esto tiene un propósito: que yo también pueda consolar a otros desde el consuelo del Señor. Si sufro es para que Dios me consuele, y si me consuela es para que yo también consuele a otros. Lo importante de todo esto es que Cristo es mi consuelo. Nadie más. Puedo por supuesto buscar consuelo en las personas, pero primero debería buscarlo en Cristo, sino mi consuelo va a ser incompleto.

Por eso, mi manera de consolar no se aplica. Si consuelo desde la lógica humana, estoy también consolando de manera incompleta. El consuelo se trata de Dios derramando su gracia sobre mí a través de Cristo Jesús, su provisión de paz para mi interior. Así se manifiesta la gracia en este caso. Su gracia es el consuelo. De la misma manera, es la gracia de Dios, que recibo por medio de Cristo, la que debería conducir mis decisiones y mis pensamientos para evitarme la mayor cantidad posible de sufrimientos. Es Cristo el que tiene que ser mi sabiduría. La sabiduría humana se basa en las apariencias, pero la de Dios se basa en Cristo.

Pero para que el consuelo se convierta en esperanza, necesito confiar en que es Dios el que obra, tanto para consolarme como para encargarse de las circunstancias. Pablo dice que cuando estaban en Asia sentían que iban a morir. Pero entonces recordaron, ¡Dios tiene el poder para resucitar a los muertos! No hay nada que temer. Incluso puede reanimar a los que viven como si estuvieran muertos: sus vidas están como apagadas, no encuentran un rumbo, o un sentido. O simplemente viven sin Jesús, y él mismo dijo "yo soy la resurrección y la vida" (Juan 11:25). Sin él, no hay vida. Hay solamente un impulso que anima nuestro cuerpo, pero la vida es estar cerca de Dios.

Ahora, esa confianza tiene su centro también en Cristo. Dice el texto que en Cristo, todas las promesas de Dios se convierten en "sí", y que podemos con total seguridad decir "amén" a todo eso, para la gloria de Dios. Me gusta cómo lo expresa la versión Reina Valera (1995): "porque todas las promesas de Dios son en él «sí», y en él «Amén», por medio de nosotros, para la gloria de Dios" (1:20). Es como que por medio de Cristo, Dios pone la firma en todas sus promesas. Y cuando traemos consuelo para otros, esto es lo que traemos: las promesas de Dios. Esta es la buena noticia que trae esperanza. Dios nos promete miles de cosas hermosas a lo largo de las Escrituras, y les pone la firma en Cristo. Y esas promesas son para que nosotros sepamos cuánto nos ama, y que él está al lado nuestro cuidándonos y animándonos siempre. Esta es también nuestra esperanza, la esperanza que compartimos con otros.

No sólo eso, sino que sella todo esto por medio de su Espíritu, que es el que nos da a nosotros la seguridad y confianza en que todas esas promesas sí o sí se van a cumplir en nuestras vidas. Es nuestra garantía, el sello de Dios. El Espíritu además es el que nos impulsa a compartir esto con las demás personas; este consuelo, esta esperanza. "Garantía de confianza", dice un slogan famoso. Ésta es la garantía que nos da Cristo por medio del Espíritu. Y por esta garantía podemos con total confianza hablarles a otros sobre estas promesas y este consuelo, no para imponerles nuestra fe, sino porque esta fe es lo que les puede dar poder. No para ser más o ser mejores, sino para que ellos puedan ser más fuertes. En definitiva, si Cristo es el centro de nuestro bienestar, eso es lo que vamos a querer compartir con los que necesitan consuelo. Si lo hacemos con sinceridad y espontaneidad, lo vamos a hacer por amor, es decir, por el único motivo de que esa otra persona alcance nuestro mismo bienestar. En la próxima publicación voy a volver sobre esta idea.

Pero esa "garantía de confianza", a diferencia de lo que pasa con los electrodomésticos, no se asegura para mí, que soy el producto. No soy yo el que soy totalmente confiable y puede garantizarse eso. Sino que es mi fabricante, Dios, el que es de confianza. La calidad no está en el producto, sino en el fabricante. Es importante que yo entienda esto, para que el consuelo que traigo sea genuino y conduzca a Cristo, porque al final, de eso se trata. Éste es el punto sobre el que Pablo vuelve una y otra vez en este capítulo. Todo, el consuelo, la sabiduría, la confianza, la garantía y el bienestar, todo conduce a Cristo. Todo gira alrededor de Cristo, todo se trata de Cristo. No hay otro hilo que conduzca este capítulo, ni esta carta, ni el mensaje de Pablo en general. No hay otra verdad: "Cristo es todo" (Colosenses 3:11).

Bueno, espero que esta reflexión haya sido de bendición. Cuando experimenten pruebas, dolor, sufrimiento, recuerden que no son los únicos: busquen consuelo, refúgiense en personas de confianza, y sobre todo, personas que buscan y reciben el consuelo de Dios. Pero sobre todas las cosas, refúgiense en Cristo, que es "sí" y "amén" a todas las promesas de Dios.

Que el Dios de toda consolación llene sus mentes y sus corazones, para que puedan confiar en medio del sufrimiento, y mirar adelante con esperanza de que las cosas pueden cambiar. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.