sábado, 14 de marzo de 2020

Romanos 1 - el evangelio de Dios

Texto: Romanos 1:1-15.

Hola a todos. Pasaron más de diez años ya desde mi primera publicación en este blog, acerca del capítulo 1 de Romanos. Definitivamente corrió mucha agua debajo del puente, en mi vida y también en el mundo. Hace ya tiempo viene creciendo en mí el deseo de volver a publicar la serie sobre este libro de la Biblia que me parece central para la vida de cualquier creyente. No todo lo que había escrito queda descartado, por supuesto, pero mi sensibilidad y mi comprensión de la Biblia crecieron mucho desde aquellos lejanos días. También tengo mucho más recorrido en este camino con Dios que busco compartir en el blog. Así que, por todo esto, decidí que era hora de volver a examinar la carta a los Romanos y compartirles mis impresiones otra vez.

Hay muchos puntos interesantes para analizar, pero quiero centrarme en los que, para mí, pueden tener más relevancia en nuestra vida y en nuestras iglesias. En primer lugar, hay que entender el tipo de contexto en el que estaban los romanos cuando Pablo les escribe. El apóstol probablemente lo sabía bien, porque en aquella época el mundo hebreo estaba sumergido dentro del griego, y el griego dentro del romano. Muy pocas cosas escapaban a la influencia cultural grecorromana, y las noticias y las ideas circulaban permanentemente por el Mar Mediterráneo.

La sociedad romana de mediados del siglo I d.C. se parecía en muchos sentidos a la nuestra. Se trataba, ni más ni menos, de una sociedad en clara transición, pero hacia ningún lado visible. Había una crisis espiritual y social profunda, porque se habían cuestionado ya durante varias décadas los valores sociales tradicionales: la familia y la ciudadanía. Por cómo estaban planteados, esos valores tendían a dejar afuera a mucha gente, y eso había llevado a una fractura profunda de la sociedad. El problema era que, frente a este cuestionamiento de los valores tradicionales, quedaba un vacío que nadie estaba pudiendo llenar.

En esa época se multiplicaron las escuelas de pensamiento filosófico y se debatían ideas y pensamientos en todos los centros del saber del mundo grecorromano. Es ahí donde el cristianismo caló hondo en la sociedad romana. En la era de la "posromanidad" (una palabra que se me ocurrió por contraste con nuestra "posmodernidad") la iglesia de roma surgió espontáneamente, no fue "plantada" por ningún apóstol. De hecho, está claro en la carta que Pablo no conocía a la mayoría de ellos. Es más, les escribe para aclararles puntos centrales de la doctrina y la fe apostólica. Por las dudas, diríamos hoy.

Sin embargo, es interesante que el apóstol los felicita por su fe. Evidentemente, en el mundo cristiano de la época se habían hecho buena fama, probablemente reforzada por el hecho de que no habían tenido ninguna instrucción apostólica. Además, se hallaban en una ciudad extremadamente cosmopolita, parecida a cualquier gran ciudad de nuestro mundo actual, y eso hacía que la fe sólida de los romanos destacara todavía más. Es más difícil mantener una línea de cosmovisión cuando coexisten múltiples culturas. Es más, leyendo la carta daría la impresión de que en la iglesia de Roma había gente con formación académica, gente sin ella (tal vez incluso analfabeta), gente rica, gente pobre, gente de origen judío y gente de origen gentil.

En este sentido, el saludo de Pablo ya nos dice mucho. Lo primero que hace es presentarse, y me parece interesante de qué manera se presenta. Uno pensaría que el "título" de Pablo es "apóstol de Cristo Jesús". Venía siendo apóstol desde hacía mucho tiempo. Se había hecho la fama. Lo seguía muchísima gente. Sin embargo, se presenta con otro título: "siervo de Cristo Jesús". Me parece una demostración enorme de visión espiritual por parte de Pablo. Al presentarse así, se pone en cierta forma al mismo nivel que aquellos que están recibiendo el mensaje. Presentarse como "apóstol" lo hubiera puesto por encima de sus oyentes, y también habría desautorizado a sus líderes, que probablemente eran además quienes iban a estar leyendo esa carta en voz alta. En cambio, siervos de Cristo somos todos los creyentes. Pablo pone el foco en que simplemente fue "llamado a ser apóstol", de la misma manera en la que otros serán llamados a otras cosas. Pero todos somos siervos, nadie está por encima de nadie ante Cristo. En todo caso, tenemos diferentes grados de responsabilidad sobre la fe y la salud espiritual de otros. Es más, al expresar su deseo de visitar a los creyentes de Roma, Pablo aclara que lo que quisiera que pase es que unos a otros se fortalezcan con los dones que cada uno tiene, y con la fe que comparten. Es interesante que enfatice esto, como queriendo remarcar que no es solamente él quien tiene algo para aportar, sino que también ellos van a fortalecerlo a él. Esto resulta esencial para ver la forma en la que Pablo entendía la iglesia: una reunión de personas que están todas al mismo nivel delante de Dios, pero que tienen diferentes llamados.

El saludo también nos introduce de lleno en el tema central de toda la carta: el evangelio de Dios. Es posible que Pablo tuviera la intención de reforzar entre los romanos (cuya iglesia había surgido espontáneamente) cuál era el sentido, el significado, del evangelio de Dios. Me da la impresión de que la iglesia de nuestro tiempo tiene una necesidad similar. No parece que tengamos claro qué es el evangelio, de qué se trata, cuál es su esencia. En este punto también la carta a los Romanos puede ser importantísima para reflexionar. Al exponer de manera ordenada y sólida el evangelio a una iglesia que no había recibido una base doctrinal apostólica firme, Pablo se proponía hacerla parte de la iglesia de todas partes. Tal vez nos sirva hoy para hacer a nuestras iglesias parte de la iglesia de todos los tiempos, y en especial para honrar el espíritu de la Reforma: volver a los principios elementales de la primera iglesia, la de los apóstoles.

Desde este punto de vista, considero que la carta a los romanos es el primer tratado de doctrina cristiana de toda la historia de la iglesia. Por eso, para nosotros hoy en día tiene un valor incalculable, y me parece importantísimo estudiarla en profundidad, y volver sobre ella una y otra vez. Muchos especialistas incluso consideran esta carta como el quinto evangelio, el evangelio de Pablo, y en cierta manera coincido, porque expone de manera clara todos los puntos importantes de las enseñanzas que recibió de Jesús. Sirve también como una especie de "filtro" muy confiable para entender bien el resto del Nuevo Testamento, e incluso me atrevo a decir que el Antiguo. Lo cierto es que necesitamos volver a preguntarnos qué es el evangelio, de qué se trata. Llegamos a un punto donde muchas veces creemos que un verdadero creyente es el que va al culto, a las reuniones de oración, a los estudios bíblicos y canta con ganas las canciones de alabanza y adoración, y todo eso lo hace con convicción. Pero, ¿es realmente eso lo que define a un verdadero creyente? ¿Es realmente todo eso lo que hace que un creyente sea sólido en la fe?

Veamos cómo introduce Pablo su versión del evangelio. En primer lugar, dice que había sido prometido en las Escrituras por medio de los profetas. Es decir, el evangelio no surge en el Nuevo Testamento, no aparece con Jesús. El evangelio existía como mínimo desde la época de los profetas. De hecho, la promesa de Dios de bendecir a todas las naciones la recibe Abraham, el fundador, podríamos decir, del pueblo hebreo. Entonces el evangelio, la buena noticia, tiene como trasfondo una promesa que Dios había hecho a su pueblo.

Esto también significa que este mensaje no es nada nuevo, no es un invento de los apóstoles ni de un loco improvisado, sino algo que ya había sido anunciado y que ahora se estaba cumpliendo. Cualquiera podía corroborar la validez y veracidad del mensaje por sí mismo leyendo la escritura (en esa época y también hoy mismo). Los profetas dan testimonio de que todo esto iba a pasar, y pasó, y los apóstoles construyen sobre eso. En ese sentido, los apóstoles consideran el Antiguo Testamento tan válido como las enseñanzas de Jesús, algo que hoy los creyentes no siempre pensamos. Es algo que necesitamos empezar a cambiar. Por supuesto, hay que ver (y lo vamos a ver más adelante) qué elementos del Antiguo Testamento los apóstoles reivindican, y de qué manera. Porque también en esto hay mucha confusión.

Pero siguiendo con Pablo, el apóstol está invitando a los romanos indirectamente a que examinen las Escrituras. Les dice "yo les vengo a compartir buenas noticias acerca del reino de Dios, pero miren que esto no es nuevo, no es reciente ni es un invento nuestro; vayan a la escritura, fíjense". Me parece que esto refuerza la postura de Pablo de que él es uno como cualquiera, que simplemente fue "apartado" para anunciar esas buenas noticias que en realidad ya habían sido anunciadas de antemano. "No importa Pablo", diría (de hecho, lo dice en otra carta, 1 Corintios 3:5). "Importa que se está cumpliendo algo que Dios mismo había prometido".

También nos deja otro desafío y enseñanza crucial: si queremos entender de qué se trata el evangelio, si queremos considerarnos creyentes de verdad, nuestra autoridad última, la base de toda nuestra fe, tiene que ser necesariamente la Escritura. No importa nuestra opinión, no importan los planteos que se hagan desde la cultura que nos rodea, el evangelio es un barco cuyo timón es, necesariamente, la Biblia. Por supuesto, tenemos también la responsabilidad de comprenderla de tal manera que sea constructiva y edificante para la salud espiritual de todos los creyentes (y esto también es muy importante), pero no podemos descartar sus enseñanzas sólo porque se produjeron en otro contexto y en otra época. "Toda la Escritura es inspirada por Dios" (2 Timoteo 3:16), y algún mensaje sí o sí tiene. En todo caso, lo importante es entender bien cuál es el mensaje en cada caso.

Entonces, ese evangelio, revelado en las Escrituras y anunciado por los profetas, ¿de qué habla, según Pablo? Habla de Jesús, hijo de hombre y también hijo de Dios. Más adelante, Pablo se explaya un poco más sobre esto, pero ya podemos anticiparnos: la buena noticia es la reconciliación del ser humano con Dios. Se ve claramente en la figura del hombre-Dios, el Dios que nació hombre, el hombre que nació Dios. Se conecta con la promesa porque nació en la familia de David, a quien se le había prometido un descendiente que iba a glorificar a su pueblo. Y se confirma como hijo de Dios al resucitar de entre los muertos, algo que jamás había sucedido hasta entonces.

La misión de Pablo como apóstol, en relación con este tema, es la de persuadir a las naciones de que obedezcan a la fe en Jesucristo. Una posible traducción literal de esta frase es "para la obediencia de la fe entre todas las naciones". Si bien el sentido es parecido, me da la impresión de que agrega un detalle: a los creyentes también hay que enseñarles a obedecer la fe. En otras palabras, todos necesitamos aprender a obedecer la fe. Constantemente necesitamos reforzar nuestra obediencia, revisar nuestra forma de vivir y de pensar, y dejarnos confrontar por la Biblia. Necesitamos dejar a un costado nuestra arrogancia y aceptar que, muchas veces, estamos equivocados. Cuando leemos las Escrituras y nos dice algo que nos desencaja, que nos arrincona, lo más saludable es que hagamos el proceso de dejar ir eso que teníamos mal, y aceptar lo que la Biblia nos está diciendo. Es otro tema en el que Pablo se explaya más adelante. Pero por el momento resumámoslo en que el evangelio no es sólo para los que no conocen o no creen, sino también para todos los que ya creen, que igualmente necesitan seguir creciendo en obediencia y santidad.

Y este es el otro punto de esta carta, que Pablo ya introduce en el saludo: cuando Jesús nos llama a la fe, nos llama a ser santos. El apóstol desarrolla mucho más la idea más adelante en la carta, pero ya la definición de santo nos debería dar una buena imagen de qué significa este llamado. En griego, el concepto está asociado con algo o alguien que es apartado para un uso especial, para un propósito, por lo general ceremonial. Es algo que fue consagrado. Incluso se remonta a la idea hebrea del animal que era sacrificado durante los festivales religiosos. Tenía que ser un animal seleccionado por su pureza física, por no tener mancha ni defecto. Nosotros fuimos llamados a convertirnos en una ofrenda agradable a Dios, en personas que no tienen manchas ni defectos. Esa es la obra que Dios quiere hacer en nosotros, desde el momento cero en que comenzamos a creer en Jesús. Dios quiere trabajar en nosotros para convertirnos en personas sin mancha. Claro que mientras estemos en un mundo donde existe el pecado, no llegaremos a ese resultado. Pero en primer lugar, Dios quiere purificar y limpiar nuestro corazón. De ahí se irá desprendiendo lentamente la pureza de nuestros pensamientos y conductas.

Lo importante es que ese es el llamado principal: fuimos llamados a ser santos. Es la pre-condición para la reconciliación que Jesús realizó en la cruz. Murió para salvarnos, y nos salvó para purificarnos. Nuestro primer propósito como pecadores salvados por la gracia de Dios (y por lo tanto, nuestra primera responsabilidad) es la de purificarnos. Todo lo demás es importante, sí, pero es secundario al lado de nuestra restauración, nuestra maduración y nuestra purificación. Eso es lo que definirá a un verdadero creyente, a un cristiano comprometido con la obra de Dios: su dedicación al colaborar con Dios en su propio crecimiento hacia la madurez y la sanidad espiritual.

Por una cuestión de extensión, y porque lo hice también la primera vez que reflexioné en torno a esta carta, voy a dejar la segunda mitad del capítulo 1 para la próxima vez. No dejemos de reflexionar sobre el evangelio de Dios, qué significa para nosotros, cómo lo estamos viviendo y qué tan comprometidos estamos con el llamado de Dios a ser santos y crecer en nuestra obediencia a su palabra.

"Que Dios nuestro padre y el Señor Jesucristo les concedan gracia y paz" (Romanos 1:7).

Hasta que volvamos a encontrarnos.

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