viernes, 20 de febrero de 2015

Eclesiastés 6 - Disfrutar la trascendencia (parte 3)

"Nada hay mejor para el hombre que comer y beber, y llegar a disfrutar de sus afanes. He visto que también esto proviene de Dios, porque ¿quién puede comer y alegrarse si no es por Dios?"
Eclesiastés 2:24-25

Hola a todos. Este tema terminó siendo mucho más largo de lo que yo mismo pensaba antes de compartir mis notas en el blog. Venía hablando de la trascendencia en dos sentidos distintos, y del disfrute en dos sentidos distintos. La trascendencia como lo que voy a dejar en este mundo el día que yo me vaya, y como esos aspectos de la vida que están por encima y por detrás de lo cotidiano; el disfrute como el costado placentero de lo que hago, y como el costado fructífero. La vez pasada había compartido que en mi opinión, y a la luz del pasaje, todo lo que hacemos y nos produce placer proviene de Dios. Él mismo nos creó para disfrutar de las cosas. Parte del propósito mismo de la creación era que encontremos placer en ella.

Nos queda hablar del segundo sentido del disfrute. La vez pasada había dicho que es interesante en nuestro idioma que disfrutar se puede pensar como "dis-frutar", extraer un fruto. Esto tiene que ver con sacar provecho de esos "afanes" de los que habla el pasaje. La palabra afán es un poco arriesgada a veces, pienso, porque está impregnada de una connotación negativa. Pero en este pasaje, la palabra refiere a todas aquellas cosas que nos requieren esfuerzo o que ocupan nuestro tiempo. Y pensando en lo que decía en la reflexión pasada, esto podría equivaler a las actividades que nos producen placer.

Entonces, la idea de Dios es que encontremos placer en las cosas que hacemos, pero también que obtengamos de ella algo que aporte bienestar, a mí, a otros o al mundo. En la profecía de Jeremías esto aparece con bastante claridad: "busquen el bienestar de la ciudad adonde los he deportado, y pidan al Señor por ella, porque el bienestar de ustedes depende del bienestar de la ciudad" (Jeremías 29:7).

Ahora, no todo esfuerzo ni toda situación es placentera. Sin embargo, todo lo que no puede disfrutarse nos parece que no tiene sentido. Eso hace que cualquiera de esas cosas sea mucho más difícil de sobrellevar. ¿Es posible revertir eso?

Para mí, acá volvemos al punto de poner el foco en los procesos y no en los resultados. Aún en medio de la situación más desagradable podemos encontrar fruto. Aún el esfuerzo menos placentero puede aportar bienestar, y a veces un bienestar muy grande. Es en este sentido que podemos disfrutar lo que no es tan agradable. Está claro que no nos produce placer, pero muchas veces nos nutre. Si los árboles pudieran racionalizar sus experiencias y sensaciones, probablemente el otoño, o una poda, les sería desagradable. Sin embargo, sin el otoño no podrían crecer, reverdecer, volverse más fuertes, más sólidos, más altos y tener raíces más profundas. Y la poda es indispensable para el crecimiento, lo optimiza, saca lo mejor de ese árbol. Esto se conecta incluso con la cuestión de los límites. Al marcarnos los límites, Dios proyecta su poda. Si tomamos la decisión de aceptar los límites de Dios, a veces vamos a sentir que se nos poda, que se nos remueve parte de nosotros, de lo que "queremos" hacer. Sin embargo, no es otra cosa que una optimización de nuestro crecimiento, para que podamos sacar lo mejor de nosotros.

Y por lo tanto, dar fruto. El éxito, entonces, deja de ser un punto de llegada y se convierte en un crecimiento bien nutrido. Un árbol es exitoso en su crecimiento si llega a estar bien nutrido, para dar fruto y que ese fruto produzca a su vez árboles fuertes. Lo mismo ocurre con las personas. No tiene tanto que ver con la forma que tenga el producto terminado, sino con la calidad de ese producto, que está en relación directa con un buen proceso de elaboración, buena materia prima, y así. Si la forma del resultado no es la que esperaba, pero la calidad es óptima, ese producto cumple adecuadamente su finalidad y, por lo tanto, la creación fue exitosa.

Dicho de otra forma, una creación termina siendo exitosa si atraviesa un proceso bien completo de elaboración, en todas sus etapas, más allá de cómo se vea la creación terminada, como parezca, si es o no como se la había planeado, etc. Y exitosa significa que esa creación va a dar fruto, va a aportar bienestar a aquellos que participen de ella. O en nuestro caso, a los que entren en contacto con nosotros mismos, lo cual podría incluirnos incluso a nosotros.

Es más: ¿no podríamos pensar que, a pesar de los efectos terribles y extremadamente desagradables, la expulsión del ser humano del Edén es simplemente una etapa más del proceso de creación del mundo? Es sólo una sugerencia mía, una suposición. Creo que es una posibilidad a tener en cuenta. Tal vez era la única manera de comprender un montón de cosas como la importancia de nuestra relación con el creador, su amor incondicional por su creación, y mucho más.

En resumen, disfrutar siempre viene de Dios, pero disfruto en el sentido que él propone cuando respeto los límites que él me marca. Si lo que disfruto queda por fuera de los límites de Dios, creo que estoy en un disfrute que no proviene de él, y no es verdadero disfrute. Tal vez sea placer momentáneo que va a producirme efectos negativos después, o tal vez algo que no es placentero ni aporta bienestar real a nadie. En definitiva, si no respeto los límites de Dios, soy yo mismo el que se perjudica, y probablemente también aquellos que me rodean, o el mundo entero. Es lo que pasó en la caída, y por lo tanto, en la historia de toda la humanidad. En ese caso, nos terminamos perjudicando todos, en todos los lugares y en todos los tiempos.

Precisamente, porque lo que se rompió con la desobediencia de los primeros humanos es el Edén, el estado de disfrute pleno, y yo agregaría que se rompieron los dos aspectos del disfrute: el placer y el fruto. La humanidad, alejada de Dios, no puede encontrar placer que no sea temporal, ni puede dar un fruto que sea trascendente. La trascendencia de la acción humana está necesariamente ligada, en mi opinión, a su relación con Dios. Para revertir el efecto de ese quiebre en el disfrute, la única forma es volver a entrar en el terreno delimitado por Dios, volver a los límites. Sólo Dios puede causar que hagamos eso con naturalidad, sin forzarnos a nosotros mismos ni hacerlo por obligación. Elegir los límites es algo que sólo puede lograrse por medio del Espíritu de Dios, y lo recibimos sólo a través de una relación viva y dinámica con el Dios vivo y real.

Pablo lo dice de manera muy clara: "el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad" (2 Corintios 3:17). Si respetamos los límites por obligación, nos vamos a sentir oprimidos. Pero si tenemos una relación viva con Dios, el Espíritu va a llevarnos a lo que yo llamo una "obediencia libre". Algo dentro nuestro cambia y empezamos a disfrutar de la vida dentro de esos límites que nos van a llevar otra vez al disfrute pleno, y a la trascendencia plena. Si algo es placentero y puedo jugarlo dentro de los límites, viene de Dios; si me nutre y no me daña por otro lado, a mí o a otros, sea o no sea agradable en sí, viene de Dios. Por eso, la muerte no viene de Dios, y no es "natural" desde el punto de vista de la creación. Tal vez ese sea un tema para hablar en otro momento.

Sólo nos queda terminar de integrar todos estos temas entre sí: la trascendencia, los límites, los procesos y el disfrute. Eso voy a tratar de hacer en la próxima publicación. Espero que todo esto aporte al bienestar de ustedes. Esa es la intención de estas reflexiones, y en definitiva, del blog entero.

Hasta que volvamos a encontrarnos.

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