lunes, 12 de enero de 2015

Eclesiastés 6 - Disfrutar la trascendencia (parte 1)

"Aborrecí también el haberme afanado tanto en esta vida, pues el fruto de tanto afán tendría que dejárselo a mi sucesor, y ¿quién sabe si éste sería sabio o necio? Sin embargo, se adueñaría de todo lo que con tantos afanes y sabiduría logré hacer en esta vida. ¡Y también esto es absurdo!
Volví a sentirme descorazonado por haberme afanado tanto en esta vida, pues hay quienes ponen a trabajar su sabiduría y sus conocimientos y experiencia, para luego entregarle todos sus bienes a quien jamás movió un dedo. ¡Y también esto es absurdo, y un mal enorme! Pues, ¿qué gana el hombre con todos sus esfuerzos y con tanto preocuparse y afanarse bajo el sol? Todos sus días están plagados de sufrimiento y tareas frustrantes, y ni siquiera de noche descansa su mente. ¡Y también esto es absurdo!
Nada hay mejor para el hombre que comer y beber, y llegar a disfrutar de sus afanes. He visto que también esto proviene de Dios".
Eclesiastés 2:18-24

Hola a todos. Pasó mucho tiempo desde la última publicación, pero pienso que alguno más o menos recordará de qué veníamos hablando. Quiero destacar que esto no es un estudio del libro de Eclesiastés, sino que son enseñanzas que me dejaron las experiencias de este año que pasó, y que tienen un correlato interesante con cosas que encontré en Eclesiastés. De alguna manera, el texto bíblico actúa acá dándole forma y sentido a todas esas experiencias que viví que en algún punto se salían de mis esquemas y estructuras, y por lo tanto me costaba entender o explicarme.

Hablé de la zona gris, ese momento de la vida donde muchas certezas que teníamos se van desdibujando o se vuelven borrosas. Hablé de la vida a todo color, donde la experiencia de la gama de grises se transforma, por el impacto de una relación viva y fresca con Jesús, en una gama de colores. Hablé de los resultados, que son siempre de Dios, los procesos, que son siempre nuestros, y los límites, que son materia prima para que podamos crear, "pintar", una vida plena, esa vida a todo color que Dios nos propone.

Y ahora quiero hablar de la trascendencia, y del disfrute. Es un tema largo, así que me vi obligado a dividirlo en al menos dos partes. En el transcurso de los últimos años, más y más me doy cuenta de que todo lo que hacemos cobra más relevancia si lo pensamos hacia adelante, si pensamos en el impacto que va a tener en nuestro futuro, o incluso más, en las futuras generaciones, nuestras o de nuestra sociedad. A algunos tal vez les parezca muy extraño esto, pero en algún momento de nuestra vida, pienso que todos nos cruzamos con este dilema. A eso le llamo trascendencia: al efecto posible que nuestras decisiones tengan en aquellos que van a quedarse en este mundo cuando nosotros nos hayamos ido. Y tiene un segundo significado, que tiene que ver con la parte de la existencia que está por fuera y por encima de la existencia terrenal, por llamarlo de algún modo, la eternidad.

No quiero ponerme demasiado filosófico, pero quiero invitarlos a que piensen en la eternidad no como la vida después de la muerte, sino como otro nivel de la vida. Si pensamos la vida como un edificio, digamos que la eternidad es el plano del edificio, que es lo único que permanece, por ejemplo, si el edificio se derrumba. El que conoce el plano, conoce el edificio. El que mira el plano, aprende más sobre el edificio. Si entro a un edificio, sólo veo la planta baja, pero si miro el plano veo todo el edificio al mismo tiempo.

Entonces, el pasaje nos plantea mucho de esto. Nuestro trabajo, nuestro esfuerzo, todo lo que hacemos cobra sentido si lo hacemos pensando en la trascendencia, eso es algo que cualquiera podría darse cuenta sólo con pensarlo un poco. Si mi esfuerzo, mi afán, mi actividad, tienen un valor de trascendencia, de legado para las próximas generaciones, valen la pena. Es la famosa idea de dejar el mundo mejor que como lo encontré, aunque sea en algo chico.

Esto tiene que ver con toda mi obra, no sólo con mi trabajo y mi estudio. Tiene que ver con el trato con las personas, con la transmisión de los valores que sostengo, las formas de pensar, las experiencias, en fin, cualquier actividad constructiva en el sentido que sea. Pero el problema que nos plantea el pasaje, y la vida misma, es que no conozco a mi próxima generación. Entonces, "¿quién sabe si éste sería sabio o necio?" (2:19). El gran tema para Salomón es que, aun si él se esforzara por dejar un legado vasto y bien construido, nada le garantizaría que su sucesor cuidara bien ese legado y le diera buen uso.

Es ahí donde interviene, por supuesto, una buena crianza de nuestros hijos, o de la próxima generación en conjunto, con valores que apunten a darle buen uso a lo que recibimos de nuestros predecesores. Es lo que nos dice Deuteronomio 6:6-7, "grábate en el corazón estas palabras que hoy te mando. Incúlcaselas continuamente a tus hijos. Háblales de ellas cuando estés en tu casa y cuando vayas por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes".

Pero incluso si me afano en educar a mis hijos lo mejor que puedo, no puedo (ni debería intentar) controlar su personalidad. Salomón se sintió descorazonado por esto, porque como dice el pasaje, afanarse y poner a trabajar todos nuestros recursos para darle un buen legado a alguien que después no mueve un dedo para aprovecharlo, o para expandirlo, es "un mal enorme". Casi podríamos decir que es un desperdicio de recursos.

Y ahí volvemos al punto de la reflexión pasada: el tema de pensar desde el punto de vista del resultado. En términos de resultado, el trabajo y la preocupación por la trascendencia pueden no traernos ninguna ganancia. Porque en última instancia, el resultado no depende de nosotros. No manejamos casi para nada las circunstancias ni las condiciones que al final determinan el resultado. Sólo las tenemos ahí alrededor nuestro como marco, como contexto a partir del cual trabajamos y construimos, y que es siempre limitado.

Pero al movernos dentro de ese contexto, al jugar con esas condiciones, integrarlas en el proceso, vamos encontrando a Dios, y las pistas que nos da sobre el camino más apropiado para seguir. Al enfocarnos en los procesos, la ganancia no está al final, sino en la marcha, en el día a día. Y es ahí donde a fin de cuentas, la trascendencia no tiene que ver con lo que viene nada más, sino que es algo cotidiano. Es mirar el plano del edificio mientras lo voy recorriendo. Por eso Jesús, al enseñar a sus discípulos a orar, dijo "venga tu reino" (Mateo 6:10).

De alguna manera, la vida nos plantea el interrogante: "¿qué gana el hombre con todos sus esfuerzos y con tanto preocuparse y afanarse bajo el sol?" (2:22). Y una posible respuesta, la que encontré en mi propia experiencia, es: gana lo que el camino mismo me va dando, aquello que voy cosechando mientras me esfuerzo, y no al final. Así, el resultado puede ser provechoso o infructífero, pero da igual, porque aproveché al máximo el proceso.

Y esto tiene que ver con la idea de disfrutar. El pasaje dice que lo mejor que puede hacer el hombre, o que le puede pasar, es "comer y beber, y llegar a disfrutar" (2:24). En medio de la vorágine de la vida, esto que parece algo obvio no es tan fácil ni nos viene dado así nomás. Creo que el desafío que nos plantea Dios al pensar en la trascendencia es el de disfrutar de la trascendencia, de ese proceso cotidiano de trabajar para dejar el mundo mejor que como lo encontré. Sólo si lo hago con ese propósito voy a encontrar el color en mi esfuerzo, pero la pregunta es: ¿cómo? De eso voy a hablar en la segunda parte.

Hasta que volvamos a encontrarnos.

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