jueves, 9 de octubre de 2014

Eclesiastés 3 - La zona gris

"El sabio tiene los ojos bien puestos, pero el necio anda a oscuras. Pero también me di cuenta de que un mismo final les espera a todos. Me dije entonces: «Si al fin voy a acabar igual que el necio, ¿de qué me sirve ser tan sabio?» Y concluí que también esto es absurdo, pues nadie se acuerda jamás del sabio ni del necio; con el paso del tiempo todo cae en el olvido, y lo mismo mueren los sabios que los necios" (Eclesiastés 2:14-16).

Hola a todos. Hasta ahora viene coincidiendo el número de capítulo de los pasajes con el número de reflexión de la serie, pero es sólo una coincidencia, recuerden que mi idea no es analizar acá pasaje por pasaje. Al menos no en principio, nunca se sabe si terminaré cambiando de parecer. Y eso tiene mucho que ver con la zona gris, el tema que quiero compartir hoy.

Me costó bastante seleccionar un pasaje de Eclesiastés para el tema, porque en realidad es el libro entero el que condensa la idea, entonces hubiera sido necesario hacer una selección de varios a lo largo de él y conectarlos entre sí. Tal vez me vaya refiriendo a ellos en la reflexión misma.

Desde el principio de nuestra vida se nos enseña o se nos dice cómo deberíamos hacer las cosas, qué camino seguir o cómo vivir. En realidad, nosotros mismos vamos buscando recetas, códigos que permanezcan allí, reglas de vida que orienten nuestras decisiones y acciones. A veces es un ideal, a veces una religión, a veces las pautas de comportamiento que nos trasmiten nuestros padres, y cosas así. Necesitamos algún marco de referencia que organice un poco nuestras vidas, algo que nos sugiera cómo funcionamos mejor, o en qué condiciones sacamos lo mejor de nosotros y el mejor provecho de esta vida. La vez pasada hablé un poco de esto. De hecho, si se fijan, el pasaje que tomé para esta reflexión es la continuación del que cité para la anterior.

El problema es que para organizar el gran caos que a veces parece nuestra vida, nuestra mente tiende a crear estructuras bien delimitadas y cerradas, formas de pensamiento que no sólo condicionan nuestro actuar, sino que moldean nuestra visión del mundo. Es lo mismo que pasa con las ciencias: cada una de ellas es un sistema que se espera que cierre en sí mismo, que explique y todo lo que haya que explicar sobre el tema que le toca, que no deje ningún cabo suelto. Lo que queda fuera de la ciencia, suele pensarse que es falso, o apenas válido.

El pasaje que elegí habla de la sabiduría. Podríamos pensar, para simplificar y que se entienda la idea, que acá la sabiduría contaría como "hacer las cosas bien". Me parece que esto es algo que tenemos bastante incorporado en nosotros, y no me parece que sea en sí un problema. Pero quiero compartir brevemente qué fue lo que me pasó en este último tiempo en relación con esto.

Desde hace varios años vengo aprendiendo más sobre Dios y sobre su palabra, y sobre la forma en que él ve y entiende la vida. Vengo aprendiendo, digamos, a "hacer las cosas bien" desde su punto de vista. El problema con esto es que yo ya traía otras opiniones sobre qué es "hacer las cosas bien", antes de conocer a Dios. A lo largo del camino de mi vida, mis experiencias y lo que fui recibiendo de otros me fueron llevando a construir una escala de valores, de parámetros, de blancos y negros. Había ciertas cosas que concebía como fundamentales para vivir adecuadamente, formas de hacer las cosas o de entenderlas que eran correctas y otras que no. Al mezclarse los dos parámetros, me quedó un edificio preciosamente construido de mandatos que eran básicamente míos. Yo mismo, sin darme cuenta, me armé una escala de valores absolutos para mi propia vida, y los convertí sin querer en ley.

El problema de la ley es el mismo que tuvieron los religiosos en la época de Jesús, y el mismo que tenemos muchas veces hoy. El celo excesivo por la ley nos convierte en legalistas, y entonces obedecemos la ley solamente porque es ley, y no por un acto de voluntad consciente, no por decisión y convicción. La cumplimos porque está. El problema de eso es que la ley no está hecha sólo para cumplirse, sino para impulsarnos a vivir una vida más plena. No voy a extenderme sobre eso ahora, porque no es el tema de la reflexión, pero para retomar lo que estaba contando, llegó un punto en que esa "ley personal" me empezó a poner trabas en el camino, no sólo porque me impedía a mí mismo hacer cosas que disfruto, sino porque había cosas que vivía que empezaba a no entender.

Digamos que mi ley me atrapó. Pero Dios, como siempre, cada vez que algo nos ata o nos apresa, se pone en movimiento para liberarnos. Mi planteo era, básicamente, el de Salomón: "Si al final voy a acabar igual que el necio, ¿de qué me sirve ser tan sabio?" (2:15). ¿De qué me sirve "hacer las cosas bien" si el resultado termina siendo igual que si no lo hiciera, o peor, en términos de disfrute? No es que estaba pasándola mal, pero sentía que había ciertos sueños que jamás iba a alcanzar, o ciertos parámetros o valores que me traían más problemas que beneficios.

Entonces me tocó vivir algo que, en cierta forma, hoy veo como la respuesta de Dios a ese problema. Y la respuesta fue: si esa escala de valores no te sirve para ser feliz, para ser pleno, algo anda mal con ella. Deberías revisarla. Y así fue, eso hice. Al principio, me desprendí de uno, después de otro, y así, lentamente, todo ese edificio de leyes y teorías que yo mismo me había impuesto para entender y vivir la vida se fue desarmando, desmoronando. Si alguna vez jugaron al jenga, creo que es la mejor comparación que se me ocurre ahora. Llegué a llamar a esa situación de cuestionamiento "la zona gris", donde los blancos y negros no son tan claros, donde en vez de absolutos, hay complejidad, y en vez de reglas, consignas y pautas, hay una hoja en blanco.

Pero pónganse a pensar un momento. Si la vida, decía al principio, se nos aparece como un desparramo de cosas, y las vamos ordenando justamente a través de los valores, entonces un derrumbe de esa escala de blancos y negros es fatal. Es casi una especie de "muerte" desde el punto de vista de entender las cosas, de encontrarle sentido a las cosas. Personalmente, creo que eso es lo que le pasó a Salomón, y lo que lo impulsó a escribir Eclesiastés. Su escala de valores murió. ¿Quiere decir que me convertí en una persona sin valores, sin códigos? Bueno, no. Pero todo lo que antes era blanco y negro, de pronto se convirtió en gris, se puso borroso, se transformó de afirmación a pregunta. Si antes lo pensaba como "esto es así", ahora lo pensaba como "¿esto es así?". Había entrado en una zona donde las cosas no son tan claras y simples, tan directas y evidentes. Había entrado en la zona gris.

Las estructuras muchas veces no nos dejan ver con claridad ni siquiera qué es lo que tenemos que renovar o actualizar para poder liberarnos de esa "ley" que nos imponemos a nosotros mismos. Salir de la estructura da un poco de miedo, miedo de que no tengamos parámetros con los que medir la vida, con los que comprenderla, con los que darle sentido. Entonces, muchas veces guíados por nuestros propios mandatos, exigencias, moldes, somos conducidos a un terreno donde esos parámetros dejan de funcionar o de servirnos para explicarnos lo que vivimos. Somos confrontados en nuestros fundamentos, en nuestros blancos y negros. Creo, sinceramente, que este es el cuestionamiento primario que dispara la reflexión de Salomón en Eclesiastés. ¿Para qué me sirven todos los absolutos que estaba manejando? ¿Es la vida realmente como yo la concebía? Pero entonces, ¿por qué me termino en el mismo lugar que cualquier otro que no "hace las cosas bien"?

Pero entonces, ¿qué me quedó? Porque nadie puede vivir en paz sin tener ninguna certeza de nada. Por eso desde el principio de los tiempos el ser humano trata de explicar las cosas que ve en el mundo. Bueno, lo único que me quedó en esta zona gris fue lo único que siempre me sostuvo en los momentos más caóticos o tormentosos de estos últimos años: mi relación con Dios. Y acá alguno podría decirme, "pero, ¿no era que se te derrumbaron los blancos y negros?" Sí. Y ese es el punto.

Creo que empecé a entender de verdad de qué se trata la vida junto a Dios en la zona gris. Cuando no queda nada absoluto, los valores se sostienen sobre la marcha, en el día a día, justamente en una interacción personal con Dios. Todos los que amamos a Dios, los que queremos seguir su propuesta de vida, tenemos que saber que recibimos el Espíritu Santo, y esto no es nada místico, o al menos no necesariamente. Es algo muy concreto. El Espíritu Santo es Dios marcándonos la cancha desde adentro, señalándonos en esta o aquella dirección momento a momento. Los absolutos, aunque algunos son definitivos y para toda situación ("no matarás", por ejemplo), otros son lo absoluto para ese momento particular, pero no como regla de vida.

Entonces, es en la relación fresca, cotidiana con Dios donde vamos encontrando parámetros y valores sanos para vivir. Pero estos parámetros que vamos encontrando son relativos, no absolutos. Son relativos a ese momento y a mí, no necesariamente aplicables a toda persona y toda situación. La zona gris se trata de eso. Se trata de lo particular, del caso por caso. La biblia nos enseña una serie de cosas que son claras y absolutas respecto de qué quiere Dios para nuestras vidas, pero después de todo lo que viví, me doy cuenta de que no son muchas, sino más bien pocas. En general, lo que más nos aporta son principios o marcos amplios para poder entender después esas indicaciones del paso a paso, del día a día, del momento a momento. Voy a hablar más sobre esto en otra reflexión, pero quiero decir una cosa más sobre la zona gris.

Entrar en la zona gris da miedo. Da miedo porque perdemos el control de todo. Si todo nos lo vamos a cuestionar, si la forma en la que estábamos acostumbrados a encarar las cosas ya no nos sirve y la vamos a descartar, ¿cómo encaramos cada situación? ¿Cómo enfrentamos la vida sin un modelo, sin un molde? Bueno, como dije antes, caso por caso, pero esto nos puede generar mucha incertidumbre, porque no sabemos qué puede llegar a pasar. Es como si sintiéramos que cualquier decisión que tomemos es peligrosa.

Lo identifico en algún punto con los "valles tenebrosos" de los que habla David en los Salmos. Pero si esa comparación es válida, también es válida la seguridad que David tiene sobre eso: "Aun si voy por valles tenebrosos, no temo peligro alguno, porque tú estás a mi lado; tu vara de pastor me reconforta" (Salmo 23:4). Estos valles son tenebrosos en el sentido de oscuros, hay penumbra, todo es gris. No entendemos bien por dónde estamos yendo ni hacia donde, nada es seguro, todo es posible. Pero lo único seguro es, precisamente, nuestro pastor. Si Dios va delante nuestro, junto a nosotros, no importa cuánto tropecemos, caigamos, nos lastimemos, siempre vamos a llegar a buen destino.

Puede ser un camino tortuoso y difícil, pero por eso, en la zona gris más que en ningún otro camino, es crucial aferrarse a Dios. Es crucial escuchar su voz y seguirlo, momento a momento. Porque las estructuras de largo plazo, los blancos y negros que nos sirven de GPS, no están. Cuando no tenemos GPS, necesitamos al guía que conoce los caminos y sabe por dónde y hacia dónde ir. Y Jesús estuvo en la oscuridad. Caminó también por su propia zona gris. El evangelio nos muestra muchos momentos de ese tipo. Personalmente, confío totalmente en él, como mínimo en ese sentido, en que sabe de qué se trata, sabe lo que es estar como perdido, como caminando a tientas.

Dios nos propone una alternativa bastante curiosa al tema de los blancos y negros: "No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente" (Romanos 12:2). Dos ideas fundamentales: "no se amolden", y "sean transformados". El molde le da forma a algo, una forma acabada, cerrada. Pero la propuesta es que estemos en constante renovación, en permanente actualización. De eso se trata la zona gris. Probablemente, más adelante me extienda más sobre el tema, pero quería nada más plantear la idea. Los blancos y negros, los valores absolutos, son materia de Dios, no nuestra. Si nosotros tomamos por absoluta nuestra propia manera de entender los valores de Dios, corremos el riesgo de poner un tope, un freno, un techo, a nuestra vida. Limitaríamos nosotros mismos nuestra capacidad de imaginar, de crear, de soñar, de volar, de disfrutar. Y Dios quiere que disfrutemos. Para eso fuimos creados, en definitiva; es el sentido de la palabra "Edén" en hebreo, la dicha, la plenitud. Fuimos creados en Edén, o sea, fuimos creados en plenitud. Eso es lo que Dios quiere para nosotros.

Simplemente quería compartirles mi experiencia en la zona gris. Es un tema que daría para hablar muchísimo más, pero simplemente quiero dejarlos con esa idea, de que cuando nuestros valores y nuestra manera de ver el mundo y la vida se vuelve demasiado cerrada, Dios probablemente nos lleve a la zona gris, adonde esos valores absolutos no nos sirvan, para que podamos desarmarlos y empezar a construir de nuevo, de manera más fresca y renovada, y sobre la base de una relación auténtica y fluida con él. La zona gris nos enseña a no cerrar nuestro pensamiento, sino a abrirlo permanentemente, a ser renovados todo el tiempo en nuestra manera de pensar, como nos propone Pablo en la carta a los romanos. Ese es el secreto para aprender a volar alto. Ese es el camino de la libertad.

Hasta que volvamos a encontrarnos.

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