viernes, 5 de septiembre de 2014

Eclesiastés 1 - El síndrome del mundo caído

"Yo, el Maestro, reiné en Jerusalén sobre Israel. Y me dediqué de lleno a explorar e investigar con sabiduría todo cuanto se hace bajo el cielo. ¡Penosa tarea ha impuesto Dios al género humano para abrumarlo con ella! Y he observado todo cuanto se hace en esta vida, y todo ello es absurdo, ¡es correr tras el viento! Ni se puede enderezar lo torcido, ni se puede contar lo que falta" (Eclesiastés 1:12-15).

¡Hola a todos! Con este fuerte pasaje abro la reflexión después de tantos meses. Para ponerlos un poco al día a todos los que siguen el blog, estuve viviendo una primera mitad del año a todo trapo, no sólo en cuanto a actividades, sino en cuanto a experiencias de vida, atesorando aprendizaje, descubriéndome más a mí mismo y a la personas que me rodean, y conociendo un poco más el mundo, no en el sentido geográfico, sino, aunque suena bastante exagerado, en un sentido existencial. Comparto, de paso, que estoy muy agradecido con Dios por esta posibilidad de explorar la vida, a pesar de las dificultades, temores, inseguridades y riesgos que conlleva. Parado en el hoy, puedo afirmar sin titubeos que vale la pena.

Lo cierto es que quiero empezar a compartir un poco de todo lo que descubrí o viví en esta etapa. Probablemente haya varios cambios en formato, en ideas, en propuestas. O tal vez no, quién puede saberlo. Para entrar en tema, precisamente, quiero empezar compartiendo una serie de reflexiones relacionadas con el libro de Eclesiastés, el cual no había leído de antemano, o sea, antes de atravesar estos últimos varios meses, sino recién ahora, pero que sorprendentemente, o al revés, lógicamente, describe con impresionante precisión lo que la experiencia me enseñó previamente.

Titulé a esta primera reflexión "El síndrome del mundo caído". Hace tiempo que quiero compartir esta reflexión, a partir de una canción que escuché, que se llama "Blessings", que en un momento dice una frase que me marcó poderosamente: "The pain reminds this heart that this is not our home". Para los que no están familiarizados con el inglés, la traducción sería, más o menos, "el dolor le recuerda a nuestro corazón que éste no es nuestro hogar".

Precisamente, me parece que esto es a lo que hace referencia el pasaje que cité de Eclesiastés. Cuando caminamos por esta vida, creo que muchas veces nos parece un poco absurda. Cualquiera que sea honesto consigo mismo, y que se haya atrevido a soñar y a vivir con intensidad la vida, debería ser capaz de reconocer esa sensación. Queremos volar alto, dejar una huella en el mundo, hacer algo nuevo, que nadie hizo, sentir que nuestra vida impacta. Pero nos chocamos una y otra vez con esta sensación de que "no hay nada nuevo bajo el sol" (Eclesiastés 1:9). Nadie inventa nada, todo ya fue hecho y nadie parecería ser imprescindible.

Es interesante. Vivimos nuestras vidas envueltos en rutina, persiguiendo sueños pero repitiendo siempre los mismos errores, luchando con esas cosas que sentimos que no podemos cambiar, nuestras y externas. Buscamos un sentido a la vida, un hilo conductor, un propósito trascendente, y muchas veces se nos hace extremadamente difícil encontrarlo. En verdad, se nos dice que efectivamente hay un sentido, y podemos incluso creerlo con toda honestidad, pero sin embargo, muchas veces parecería como que la vida nos cuenta otra cosa. Por sí mismo, es como si todo lo que se hiciera efectivamente fuese absurdo, infructífero e insignificante. Y nos preguntamos, ¿para qué me esfuerzo para lograr esto? ¿Para qué me rijo por esta búsqueda? ¿Para qué me aferro a estos proyectos y planes tan altos?

Las respuestas a estos interrogantes podrían ser tan infinitos como infinitas personas hay, hubo y habrá en el mundo. La historia humana pareciera tratarse de esto. Es como un círculo repetitivo, un "loop", del que daría la impresión de que no se puede salir. Cada vez que nos frustramos porque las cosas no salen como creemos que deberían salir, la vida nos recuerda que todo es "correr tras el viento" (1:14). Creemos que si somos buenos merecemos una mejor vida o nos va a ir mejor, y sin embargo la vida viene como viene, las tormentas arrasan por igual a buenos y no tan buenos. Se nos reparten ciertas cartas, y parece como que en última instancia, de eso se tratase todo: de hacer lo mejor que nos salga con esas cartas que se nos repartieron, o abandonarnos a la suerte.

Y tal vez haya un poco de eso. Pero ese es el punto. "No hay nada nuevo bajo el sol". El dolor y la angustia, la sensación de querer y esperar algo más de la vida, nos recuerdan que no pertenecemos a "bajo el sol", sino a "por encima del sol". "Éste no es nuestro hogar", dice la canción. De donde venimos, las cosas sí tenían un sentido, y salían bien. Nuestra comprensión de la vida era mayor. Nosotros venimos de Dios, y por eso tenemos esas sensaciones de que la vida debería ser más que estos absurdos, que estas corridas tras el viento, sin significado. Acá, bajo el sol, vivimos en aflicción, en agotamiento, en confusión, en frustración y en desánimo, pero allá vivíamos en plenitud. ¿Por qué?

Bueno, creo que en este punto, Dios nos da una respuesta admirable: "el que estaba sentado en el trono dijo: «¡Yo hago nuevas todas las cosas!»" (Apocalipsis 21:5). Por encima del sol, todo es siempre nuevo. No sólo eso, la biblia nos dice que "si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo!" (2 Corintios 5:17), y que Dios "da vida a los muertos" y "llama las cosas que no son como si ya existieran" (Romanos 4:17). En contraste con lo que vengo diciendo, y con lo que plantea el rey Salomón en Eclesiastés, creo que estas declaraciones sobre Dios son muy fuertes y profundas. ¡Se puede salir del círculo repetitivo, del "loop"!

Es por eso que Dios nos dice que somos libres, porque si nos atrevemos a acercarnos a él, nos pone por encima de la historia. Es posible vivir otra vez por encima del sol, aunque estemos, en realidad, habitando debajo de él. Ésta es una sensación rara. Claro, saber cómo son las cosas nos hace más vulnerables a la evidencia de que vivimos en un mundo que no es como debería ser; en un mundo quebrado, en un mundo caído. Pero mientras tanto, Dios da vida a los muertos, descanso a los cansados, entendimiento a los confundidos, poder y esperanza a los frustrados y consuelo a los desanimados.

En definitiva, la clave de toda la vida, para disfrutarla al máximo en toda su complejidad, con sus luces y sombras, con lo blanco, lo negro y lo gris, es una buena, fluida, libre y creativa relación con Dios. No se trata de seguir una serie de reglas que este Dios nos impone o nos propone, o un código de vida saludable. Esto ocurre como consecuencia, de manera progresiva, muchas veces sin que activamente nos lo propongamos. Pero se trata de explorar, como si fuésemos niños aprendiendo a caminar, este mundo y esta vida de la mano de Jesús. Descubrir al Dios vivo y real que nos acompaña perceptiblemente, que nos sostiene, que no nos condena ni nos juzga, sino que nos comprende, y que nos sostiene cuando todo se vuelve borroso y confuso, es el primer paso para vencer el síndrome del mundo caído.

"El que estaba sentado en el trono dijo: «¡Yo hago nuevas todas las cosas!»" (Apocalipsis 21:5). Amén.

Hasta que volvamos a encontrarnos.

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