lunes, 5 de agosto de 2013

La presencia de Dios y la necesidad de Cristo

Hola a todos. Por primera vez publico una reflexión que no es "especial", o sea, temática de alguna fecha, pero que no forma parte de una serie más larga de reflexiones. Estaba leyendo 1 Crónicas hace poco más de un año y me crucé con un pasaje que me hizo reflexionar cosas que jamás me había planteado. Hubo particularmente una idea que vino a mi mente que me abrió la mente a comprender algo que jamás me había ni siquiera cuestionado o preguntado. Bueno, espero que la reflexión sea de gran bendición para todos.

Texto: 1 Crónicas 13:1-10, Juan 14:6, Hebreos 9:1-8

Creo que el pasaje de 1 Crónicas es bastante fuerte y crudo. La primera vez que lo leí repasé una y otra vez el texto, pensando: "no entiendo, ¿por qué murió Uza? Sus intenciones eran buenas, ¡quería proteger el arca del pacto!". Entonces volví al principio del pasaje, porque pensé: "tal vez el problema fue que Dios no quería que trasladaran el arca"; pero el texto no dice nada de eso, y de hecho no fue un capricho de David, sino que lo consultó con la asamblea, y todos estuvieron de acuerdo. No sólo eso, probablemente lo había consultado con Dios, o al menos eso nos da a entender el texto ("... y si es lo que el Señor nuestro Dios desea...", 13:2).

Pero entonces, ¿por qué? ¿Qué hizo Uza de malo para tener que morir, o quién hizo algo mal que terminó teniendo esa consecuencia? ¿El buey por tropezarse? ¿El que puso el arca en la carreta nueva, que la puso mal? Entonces, de repente, entendí una cosa: siempre estamos pensando que nosotros somos los que movemos la vida. Como cuando Pedro le pregunta a Jesús acerca de la ceguera de Bartimeo: "Rabí, para que este hombre haya nacido ciego, ¿quién pecó, él o sus padres?" (Juan 9:2).

Pero Dios, una y otra vez, nos trata de demostrar el mismo punto: "-Ni él pecó, ni sus padres -respondió Jesús-, sino que esto sucedió para que la obra de Dios se hiciera evidente en su vida" (Juan 9:3). Lo invisible no es una parte más de la vida: la vida se trata de lo invisible. La vida se trata de Dios, no de nosotros. El mundo gira por él, no por nosotros. Siempre buscamos la explicación de las cosas, buenas y malas, en el ser humano, pero la explicación está en Dios. "¿Qué persona causó que este hombre fuera ciego?", preguntarían los discípulos. Y Jesús diría, "Ninguna persona, sino Dios. Porque todo se trata de Dios, al final".

Lo mismo pasa con el caso de 1 Crónicas. Si lo miramos desde la perspectiva de la acción humana, el pasaje no tiene sentido. Pero si lo pensamos desde la perspectiva de los atributos de Dios, todo cambia. Como explica el pasaje de Hebreos, en el tabernáculo hebreo estaba el Lugar Santísimo, donde estaba originalmente el arca del pacto, que contenía la presencia de Dios. Recordemos que el Espíritu de Dios no estaba individualmente en cada creyente en esa época, sino en el pueblo de Israel como colectividad, y en particular en el lugar de culto, que después de Salomón pasó a ser el templo. Ahí se manifestaba, y ahí, digamos, habitaba la presencia de Dios en ese entonces.

Ahora bien, ¿cómo es la presencia de Dios? ¿Cómo es Dios? Dios es santo. Su presencia es santa. Es limpia, digamos, pura. La naturaleza de Dios es incorrompible, nada puede contaminar a Dios, porque su pureza enseguida destruye cualquier impureza. Por eso el Espíritu nos limpia desde adentro, porque va destruyendo nuestra suciedad. Pero en el tiempo previo a Jesús, sólo las personas designadas por Dios podían acercarse e interactuar con su presencia. Ellos eran los sumos sacerdotes de Israel, los únicos que tenían permitido entrar al Lugar Santísimo. Así y todo, a veces ni ellos podían resistir la santidad y pureza de Dios. ¿Por qué?

Bueno, recordemos que el ser humano está corrompido desde que nace, no porque haya hecho algo mal la persona que nace, sino porque hace milenios le dimos la espalda a Dios. Ningún ser humano puede resistir la presencia de Dios por sí mismo, porque su pureza nos destruiría automáticamente, como le pasó a Uza. Al menos destruiría nuestra existencia física. No sabemos qué pasó con el espíritu de Uza, pero podemos especular con que fue aprobado por su fe y entró a habitar con Dios.

Cuando pienso en esto, sólo puedo relacionarlo con una cosa: Jesús. El único que podría jamás haber tenido permiso para entrar en la presencia de Dios por haber caminado en este mundo sin mancha. Me imagino la presencia de Dios como una luz enorme brillando en medio de una oscuridad infinita. La comparación es complicada, porque la presencia de Dios también es infinita, pero, entonces, no podría haber una oscuridad que no terminara. No me voy a meter con eso porque no es central para entender el punto, y porque además "infinito" es un concepto humano para designar una idea que el hombre no puede ni siquiera imaginar en profundidad. Lo que importa es que para entrar en esa luz, hay que estar limpio. Jesús está limpio, y es el único. De hecho, hasta su cuerpo fue resucitado en pureza. Pero nosotros, no importa qué tan buenos seamos como personas, estamos sucios por naturaleza, o sea, por nuestra naturaleza caída. Por eso no podemos entrar en la luz, porque la luz nos limpiaría de nuestro cuerpo.

Sin embargo, nuestro espíritu es una cosa muy distinta. Nuestro ser no sería destruido. Sería empujado hasta el final de la luz, y quedaría en la oscuridad. Esto es la muerte eterna, el infierno, o como queramos llamarlo. Más allá de la forma, el aspecto que pueda tener, y todo eso, que no podemos saberlo, se trata básicamente de eso: estar privados de todo lo que Dios es. Si Dios es amor, estaríamos privados de Dios. Si Dios es paz, estaríamos privados de paz. Si es consuelo, estaríamos privados de consuelo. Y así podría seguir con la lista.

Pero ahí es donde entra la importancia de la obra de Cristo. Nosotros no podríamos jamás entrar en la presencia de Dios, porque estamos sucios. Pero Jesús, que sí puede entrar, acepta ser destruido de todas maneras, incluso arrastrado a la oscuridad, para poder garantizarnos a nosotros el acceso a la presencia de Dios. A través de la fe, nosotros nos revestimos de Cristo. "Con respecto a la vida que antes llevaban, se les enseñó que debían quitarse el ropaje de la vieja naturaleza, la cual está corrompida [sucia] por los deseos engañosos... y ponerse el ropaje de la nueva naturaleza, creada a imagen de Dios en verdadera justicia y santidad" (Efesios 4:22,24). Nos ponemos una especie de traje especial, que nos permite, en definitiva, entrar en la presencia de Dios. Es como uno de esos trajes que se usan para protegerse de los riesgos químicos, o la radiación. En este caso, la pureza de Dios es tan poderosa que no nos podemos acercar. Cristo nos envuelve para que podamos acercarnos y disfrutar de la presencia de Dios sin ningún riesgo.

Por eso no hay ningún otro camino a la presencia de Dios. No porque la religión cristiana sea la mejor, o porque los cristianos sean mejores personas que los demás, como muchas veces puede sonar para los que no son cristianos (incluso muchos cristianos piensan de esa manera, hasta donde sé, lo cual puede llegar a ser muy grave), sino porque sólo Cristo es suficientemente puro para entrar a la presencia de Dios, y por lo tanto para, por medio de él mismo, revestirnos a nosotros de pureza que no tenemos, y hacernos entrar igual. La pureza de Dios hace el resto. Una vez que entramos en la presencia de Dios, su luz elimina lo que hay de sucio en nosotros sin destruirnos a nosotros, y queda frente a él una versión pura y completa de nosotros mismos. Nuestro "yo perfecto". Por eso solamente alcanzamos la perfección una vez que nuestro cuerpo desaparece, y no antes. Lo que vivimos en este mundo lo vivimos para crecer todo lo que podamos hasta ser finalmente llamados a la presencia de Dios.

Pablo explica que un día, nuestro cuerpo va a ser también reconstruido en presencia de Dios, y vamos a pasar a formar parte de una nueva creación, totalmente pura, cuerpo y espíritu. Mientras tanto, vivimos en un envase sucio, que se va limpiando de a poco mientras vivimos, pero que nunca va estar del todo limpio hasta que no seamos despojados del envase. Por supuesto que la vida que tenemos mientras estamos dentro del envase es importantísima, y es fundamental vivirla y aprovecharla al máximo. Vivir dentro de este cuerpo es muy importante para determinar lo que vamos a ser una vez que estemos en presencia de Dios. Pero tenemos que entender que lo invisible es más importante para nuestras vidas que lo visible, y que recibir a Jesús, hacerlo parte de nuestras vidas, zambullirnos en él, es la clave para que, cuando al final del camino seamos despojados del cuerpo, nuestro ser pueda permanecer en la presencia del Señor sin ser arrastrada a la oscuridad, y podamos disfrutar para siempre de la maravillosa luz de Dios que contiene todo aquello que es agradable y que nos hace bien.

Espero que hayan entendido la idea, sé que es compleja y profunda, pero sobre todo espero que la hayan entendido con el corazón, y que puedan vivir con la convicción de que por recibir a Cristo ya están fuera de peligro, y que mientras tanto, conviene vivir la vida de la manera más pura posible para llegar lo más completos que podamos a la presencia de Dios una vez que se termine nuestro viaje en este mundo.

Que el Dios de la santidad renueve cada día nuestra fe y convicción, y nos de la sabiduría necesaria para seguir siempre eligiendo ser renovados, sin importar cuánto cueste, para ser cada día más completos en Cristo, nuestro camino al Padre. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

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