domingo, 31 de marzo de 2013

Domingo Santo - Resurrección

¡Hola a todos! Bueno, para todos los que amamos a Cristo hoy es un día de celebración. Recordamos nada menos que el día en que venció a la muerte, no sólo para él, sino también para cada uno de nosotros. Por eso, para terminar esta serie de reflexiones quería centrarme en este punto, en la celebración de la resurrección.

Texto: Mateo 28

Es llamativo el cambio que ocurrió en los discípulos en este día. Después del arresto de Jesús, como ya vimos, ellos de habían dispersado y escondido mientras hacían duelo por lo que había pasado con su Maestro. No habían entendido bien el anuncio que Jesús les había dado. Y era lógico, porque hasta ese entonces, ¿quién había resucitado?

Pero lo que quiero que pensemos en esa mañana es un poco lo que nos pasa a nosotros. A nosotros, que somos creyentes. Muchas veces lloramos la muerte de Jesús, y hacemos duelo también, y no está mal. Pero, ¿somos plenamente conscientes de que resucitó y de todo lo que eso implica? Si nos enfocamos solamente en su muerte corremos el riesgo de perder de vista el poder que tenemos en su vida nueva. De hecho, es una parte central de su mensaje. Jesús nos da la posibilidad de nacer de nuevo, de empezar de cero, digamos, por el hecho de que él mismo renació, por así decirlo.

Es curioso que nos olvidemos precisamente de este punto. De hecho, no hay milagro visible en que alguien muera. Por supuesto que la muerte de Jesús es en sí misma un milagro, por el poder que también manifiesta, pero, ¿quién no cree en la muerte? Sin embargo, sólo alguien con fe puede creer que haya resucitado. El texto muestra que él se le apareció a sus discípulos. Pero, ¿no será que también a nosotros puede aparecérsenos?

Y no me refiero a una aparición visible, como quien ve un fantasma, aunque no descartaría esa posibilidad también para casos particulares, y pienso por ejemplo en Saulo de Tarso, que iba a ser el apóstol Pablo justamente después de que se le apareciera el Señor. Pero aunque no sea de esa forma, ¿no será que nosotros también podemos encontrarnos con él?

Bueno, la respuesta es que sí. Esto no es solamente una posibilidad, sino que es algo que yo mismo experimenté en un momento de mi vida, y es lo que me llevó a seguirlo. Comprender que había resucitado no fue un acto racional de convicción, sino que primero tuve un encuentro profundo con él. Cómo es este encuentro, no sabría decirlo. Si fue emocional, mental, espiritual, aunque me inclino a creer que es más bien espiritual. Pero es concreto y real. No fue simplemente una emoción, una sensación, sino una presencia real.

Entonces, no hay motivo para que no busquemos a ese Jesús resucitado, para que no le pidamos que se nos revele, que nos deje encontrarlo. Cuando veo a María y Magdalena en el sepulcro me pregunto si más allá de perfumar el cuerpo de Jesús, no estarían expectantes también por esa promesa que él les había hecho. Especialmente María, que ya había creído todas las cosas hasta ese punto. Y por otro lado, el ángel tuvo que llevarlas al lugar para que vieran que no estaba allí. Necesitaban comprobarlo.

Quiero decir, todos los cristianos celebramos Semana Santa, como una fiesta, y en la teoría creemos que Jesús resucitó, pero, ¿cómo puede alguien creer en la resurrección de manera puramente teórica? ¡Es un milagro demasiado grande para que no lo hagamos parte de nuestra vida cotidiana, de nuestros pensamientos, de cada momento de nuestras vidas! Jesús está vivo, hoy mismo, y aunque ascendió al cielo, volvió al Padre, vive. Y nos dejó además su Espíritu, y esto tampoco podemos tomarlo sólo desde la teoría, porque es algo muy práctico. Jesús está vivo no solamente en sí mismo, sino dentro de nosotros. Dentro de cada uno de los que creemos en su nombre. No podemos quedarnos tibios ante esto. Cristo resucitó, y con él nosotros también resucitamos, de una vida sin color a una vida para Dios. Si reconozco en la cruz mi propia muerte, como decía el viernes, tengo que reconocer en el sepulcro vacío mi propia resurrección, y esta nueva vida que, aunque sea por agradecimiento, tengo que dedicarle a Dios.

Cristo mismo lo encomendó. Nos dio el encargo de anunciar este mensaje a todo el mundo. Pero como dice Pablo, "el reino de Dios no es cuestión de palabras sino de poder" (1 Corintios 4:20). Anunciar el mensaje no se trata en primer lugar de ir por la vida contándole a la gente sobre la muerte y resurrección de Jesús, o sobre la biblia, sino sobre todo animarse a descubrir al Jesús resucitado, animarnos a creer en serio en esto, día a día, relacionarnos personal e íntimamente con él y llenarnos así con el poder del Espíritu que vive en nosotros, para ir y transformar el mundo que nos rodea con esa nueva vida. Y esto, créanme, es posible.

Jesús resucitó. Está vivo. ¿Qué mejor manera de celebrar esto que buscar su poder para nuestras vidas cada día de nuestras vidas? Porque esa es la victoria sobre el mal: creer en que Jesús murió para pagar por mi desobediencia, pero que resucitó para limpiar mi cuenta y empezar una vida de obediencia desde cero. Y Cristo define la obediencia así: "¿Quién es el que me ama? El que hace suyos mis mandamientos y los obedece. Y al que me ama, mi Padre lo amará, y yo también lo amaré y me manifestaré a él" (Juan 14:21). Hacer propios sus mandamientos. Entender que lo que nos manda es lo que realmente es bueno para todos, para el mundo, digamos, para la vida. Y cumplirlo por eso, no por obligación, sino porque entendemos que es lo mejor. Y dice: "y me manifestaré a él". Es una promesa. Y Dios cumple sus promesas.

Que el Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos nos resucite a todos en nuestro corazón en este domingo de resurrección, y que podamos animarnos a creer de verdad, completamente, de todo corazón, en que Jesús está vivo y hoy mismo podemos encontrarnos con él cada vez que lo busquemos. "Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo" (Mateo 28:20). ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

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