miércoles, 30 de octubre de 2019

Job 2 — ¿Quién tiene razón? (parte 1)

Ya vimos que uno de los puntos más importantes del libro de Job para la vida de un creyente es que cuando sufrimos, no es sabio detenerse a pensar de quién es la culpa, o que nuestro sufrimiento es un castigo de Dios por lo malo que podemos haber hecho. No importa lo bueno o malo que seamos, el sufrimiento está. Lo que realmente cuenta es que no importa qué tan profundo sea el pozo al que hayamos caído, Dios puede y quiere sacarnos, y está listo para reconstruir nuestra vida, sanar nuestras heridas y cubrir los daños. Vimos también, anticipándonos al final, que después de todo el recorrido del libro, Dios le dará la razón al “blasfemo” de Job en lugar de a los “correctos” amigos: “a diferencia de mi siervo Job, lo que ustedes han dicho de mí no es verdad” (Job 42:7). En cierta forma, eso responde de antemano la pregunta del título: “¿quién tiene razón?”. Ya sabemos de antemano que la razón la tenía Job. Sin embargo, en el juego de preguntarnos algo que ya sabemos nos podríamos estar pareciendo a los que escribieron, inspirados por Dios, el libro de Job. Eso ya nos da un buen motivo para jugar ese juego.

Pero además, necesitamos preguntarnos por qué y cómo tenía razón Job. Porque las afirmaciones de los amigos muchas veces se complementan bien con lo que Dios mismo dice en otras partes de la Biblia. Como creyentes, partimos de la base de que Dios no se contradice a sí mismo, por lo tanto está claro que lo que los amigos le decían a Job no estaba mal en sí. Job es un libro escandaloso, como ya vimos. Lo era en esa época, y lo es hoy. Viene a echar por tierra la manera en la que solemos acercarnos a la persona que sufre. Nos confronta con nuestra falta de sensibilidad y compasión. En ese sentido, nos recuerda fuertemente a Jesús:

¿Por qué te fijas en la astilla que tiene tu hermano en el ojo, y no le das importancia a la viga que está en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: “Déjame sacarte la astilla del ojo”, cuando ahí tienes una viga en el tuyo? ¡Hipócrita!, saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás con claridad para sacar la astilla del ojo de tu hermano.
(Mateo 7:3-5)

Jesús nos da aquí una clave muy concreta y eficaz para interpretar el libro de Job, y para respondernos la pregunta que él nos plantea: ¿quién tiene razón? Quiero ponerlo en estas palabras: cuando nuestros amigos o las personas que nos rodean nos confrontan en nuestro sufrimiento, y nos tratan de corregir para que veamos mejor nuestro panorama, haciéndonos sentir que estamos muy equivocados, que deberíamos cambiar de actitud y mirarlo desde los ojos de Dios, ¿quién tiene razón? ¿Ellos, con su visión más correcta, o nosotros, con nuestra mirada confundida por el dolor?

Invito a todos a leer los capítulos de Job que van del 3 al 7. A los fines de esta reflexión, voy a detenerme y recorrer particularmente el capítulo 6, donde me parece que se condensa el nudo de la respuesta de Job a la pregunta de quién tiene razón. Veamos cómo empieza este capítulo:

Job respondió:
«¡Cómo quisiera que mi angustia se pesara y se pusiera en la balanza, junto con mi desgracia! ¡De seguro pesarían más que la arena de los mares! ¡Por algo mis palabras son tan impetuosas! Las saetas del Todopoderoso me han herido, y mi espíritu absorbe su veneno. ¡Dios ha enviado sus terrores contra mí! ¿Rebuzna el asno salvaje si tiene hierba? ¿Muge el buey si tiene forraje? ¿Puede comerse sin sal la comida desabrida? ¿Tiene algún sabor la clara de huevo?»
(Job 6:1-6)
               
Cada vez que vuelvo sobre esos versículos siento nuevamente una poderosa identificación con las palabras de Job, y una profunda compasión por él. Pero, además, cada vez vuelvo a sorprenderme de la claridad con que la Biblia plantea el problema. Escuché una vez a un teólogo decir que, si el libro de Job no estuviera en la Biblia, podríamos libremente restarles importancia a las emociones en nombre de la razón. Pero afortunadamente, existe el libro de Job.

Está claro que, incluso desde la perspectiva del libro de Job y sin citar los discursos de los amigos para comprobarlo, Job se equivoca de primeras en el análisis que hace de su situación: desde el principio nos dijo el libro que no fue Dios el que envió los terrores contra Job, sino Satanás, desafiado por Dios en defensa de Job. Por eso considero que el escándalo que provoca este libro es intencional, porque desde el comienzo nos plantea la tensión entre los errores de Job y su reivindicación por parte de Dios. Pero entonces, ¿por qué Dios le da la razón a él, si está equivocado desde el principio?

Job nos empieza a adelantar algunas cosas: plantea firmemente que su queja es razonable. No se queja en vano, se queja por muy buenos motivos, como un asno o un buey que no tienen comida y se quejan de ello. Podríamos también pensar en un bebé que llora porque tiene hambre. No se queja porque su madre es mala, ni se queja porque quiere molestar a su madre. Tampoco tiene la culpa de tener hambre. Simplemente tiene hambre, y su madre es la única que lo puede alimentar. También nos adelanta que su queja aumenta por causa de sus amigos. Si ellos tuvieran en cuenta su desgracia y su angustia, seguramente se darían cuenta de que sus palabras no son reflejo de lo que piensa acerca de Dios, sino de su dolor. Se darían cuenta de que su pena es demasiado grande. En definitiva, al malestar que Job ya tenía se le suma que tiene que lidiar con la insensibilidad de sus amigos, que no toman conciencia del tamaño de su sufrimiento, y directamente se ponen a juzgar si lo que dice está bien o está mal.

¿Cuántas veces hacemos esto nosotros con los demás? ¿Y cuántas veces hacen esto los demás con nosotros, y nosotros simplemente lo tomamos como algo normal, natural, lógico? ¿No creemos muchas veces incluso que así es como Dios nos ve y nos trata? Nos sentimos culpables de traer ante Dios nuestras quejas frente al dolor que sentimos. No hablo de pedir por una solución, sino de una lisa y llana queja: “Dios, no soporto esto, me molesta, ¿por qué tengo que pasar por esto?”. Por supuesto, no siempre pasa esto. No siempre las personas son insensibles. Incluso hay personas que son sensibles y compasivas, y a veces simplemente tienen un desliz, no logran comprendernos en alguna situación en particular, o con ciertos temas. Pero la insistencia con que los amigos de Job lo reprenden nos demuestra que, en el caso de ellos, esa era su manera habitual de tratar a los que sufrían. Si aceptamos que, en el relato, los amigos de Job representan a la sociedad israelita de aquel tiempo, podemos imaginar que toda esa sociedad era así, insensible al tratar con el sufrimiento de los demás. Y la evidencia más clara está en que así era todavía en tiempos de Jesús.

Ahora bien, Jesús no sólo nos confronta con la insensibilidad, sino que también defiende al que sufre, dándole la libertad de cerrarse emocionalmente y no compartir su interior con aquellos que lo van a lastimar todavía más: “No den lo sagrado a los perros, no sea que se vuelvan contra ustedes y los despedacen” (Mateo 7:6). Sabemos lo sagrado que era para Jesús el corazón de una persona, lo más íntimo, y de hecho viene hablando de eso en los versículos anteriores. En otras palabras, lo que dice Jesús es “no compartan su sufrimiento más íntimo con los que no lo saben apreciar y comprender, porque van a salir más lastimados que antes”. Nos da el derecho de cerrarnos cuando nuestro entorno nos paga con insensibilidad. Aquí, el libro de Job nos da algunas claves para aprender a identificar cuando un discurso es insensible. Por supuesto, tenemos la guía de lo que sus palabras nos hacen sentir (incomprensión, aislamiento, vergüenza, culpa por sufrir). Pero es útil tener una herramienta bíblica que nos ayude a sacarnos a nosotros mismos de ese embrollo en el que nos meten. Es edificante tener versículos para responderle a esas voces en nuestra cabeza. ¿Dónde está, entonces, la insensibilidad de los amigos de Job? De eso voy a hablar detenidamente en la próxima publicación.

Hasta que volvamos a encontrarnos.

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