jueves, 24 de octubre de 2019

Job 1 — ¿Quién pecó? (parte 2)

La pregunta por “¿quién pecó?” encierra una más importante detrás, una que nos hacemos muy a menudo cuando nos pasan cosas desagradables: ¿qué hice mal? Es lógico que, ante la calamidad, las pérdidas, las situaciones malas nos hagamos esta pregunta. A veces, las cosas que nos pasan pueden efectivamente ser consecuencia de nuestro propio pecado; a veces consecuencia del pecado de otros; a veces, de que vivimos en un mundo que está muy por debajo del ideal, y las cosas que necesitamos que funcionen bien no siempre funcionan bien.

En cualquier caso, considero que nuestro sufrimiento no viene como consecuencia de un castigo de Dios por lo que hicimos mal. No dudo de que a veces, para corregir nuestro camino, Dios puede llegar a obrar de maneras extrañas en nuestra vida, que se ven muy parecidas a un castigo. Pero Dios está mirando hacia lo que viene, no hacia lo que pasó. No es un castigo, sino una corrección. El castigo de Dios, en mi opinión, está reservado para la eternidad, después del juicio. Por lo cual hoy, en este lado de la vida, no hay un castigo directo de Dios sobre nosotros.

Pero me parece que el punto que intenta marcar el libro de Job va incluso más profundo: cuando sufrimos, es inútil intentar razonar “desde la perspectiva de Dios” y verlo como un castigo por algo que hicimos. Una y otra vez, el libro de Job nos invita a verlo desde su perspectiva humana, y dialoga con los intentos de los amigos de imputarle a Dios determinada opinión sobre el caso de Job. En otras palabras, no es tu culpa si estás sufriendo. No sos responsable por todo lo que está mal en tu vida. Tal vez tengas mayor o menor responsabilidad sobre algunas cosas, pero el punto es que Dios no considera que tu sufrimiento sea necesariamente justo, independientemente de cuál sea tu cuota de responsabilidad. No es tu culpa si estás sufriendo.

La pregunta de “¿quién pecó?” nos confronta también con la imagen que tenemos acerca de Dios en nuestra mente. Preguntar “¿quién pecó?” cuando alguien sufre significa imaginarnos a un Dios que va acumulando nuestras fallas en una lista, hasta que no soporta más y nos castiga con el sufrimiento. Tal vez pueda sonar un poco fuerte dicho en estas palabras, pero no es ni más ni menos que un Dios torturador, que nos golpea hasta que confesamos nuestro pecado y cambiamos de conducta. Si te identificás con la pregunta “’¿quién pecó?” tal vez te choque leer que detrás de eso está la imagen de un Dios torturador. Pero no es algo tan grave, si nos detenemos a ver que esa es la imagen que es más común en toda la historia de la humanidad.

Sin embargo, Dios no es un Dios de las conductas. Dios es un Dios del corazón. El libro de Job es una obra maestra acerca de cómo Dios mira al corazón, y cómo transforma el corazón de una persona en medio del sufrimiento. Dios no se pone a repartir culpas. De hecho, ya vamos a ver que cuando Dios responde en este juego de diálogos que es el libro de Job, no lo hace criticando a Job y confirmando que lo está castigando por lo malo que él o sus hijos hicieron, sino que responde mostrándose a sí mismo, dándose a conocer en profundidad, Es más, no olvidemos que al final del libro, Dios le da la razón a Job, implicando que efectivamente era un sufrimiento injusto. Es que Dios no hace justicia contra el que sufre, sino que le hace justicia al que sufre. Dios quiere rescatar al que sufre. De eso se trata la gracia. No importa si merecemos o no el sufrimiento que estamos atravesando. Lo que importa es que Dios nos quiere y nos valora tanto que quiere librarnos de ese sufrimiento. Y en este sentido, no hay lugar del que Dios no te pueda sacar. No importa que tan abajo estés en el pozo, la cuerda de Dios es infinita, puede llegar hasta lo más profundo del abismo.

Volvamos por un momento al final de Job. En los versículos que van del 10 al 17, vemos cómo Dios le devuelve a Job el doble de todo lo que tenía: el doble del ganado, el doble de hijos, el doble de su riqueza. Dios restaura la vida de Job, y su alegría será tan grande que la Biblia dice que sus últimos años fueron mejores que los primeros (a pesar de que al principio de la historia “lo tenía todo”).

Tenemos que tener cuidad de no entender este mensaje como “si estás sufriendo, pensá que lo que viene después es mejor”. Cuando estás sufriendo, es probable que ese pensamiento no te sirva de consuelo, especialmente si es un sufrimiento grande. Pero el punto no es ese. El punto me parece que es que Dios, en medio del sufrimiento, no se queda mirando y esperando que tu vida mejore, para después bendecirte. Dios sale a tu encuentro y hace algo por tu situación. Y después, te reconstruye, te sana, te fortalece y transforma tu sufrimiento en bendición. Dios no se queda de brazos cruzados ante tu dolor, él quiere estar con vos, acompañarte y reconstruir lo que se rompió en tu vida.

Quiero cerrar esta reflexión, entonces, resumiendo un poco la idea. El libro de Job te invita a que, si estás sufriendo, no sigas el juego de tu propia condena sobre vos mismo:
—Dios no te culpa por tu sufrimiento.
—Dios no te desecha por estar sufriendo.
—Dios no te reprende por quejarte; no tenés por qué callar tu dolor.

No tengas miedo de quejarte ante Dios, porque él es suficientemente maduro y seguro de sí como para recibir tu queja con amor. No te va a lanzar un rayo “porque sos un ingrato”, sino que te va a lanzar la cuerda porque necesitás que alguien te ayude a salir del pozo. Eso es parte del mensaje de la gracia. Dios quiere mirarte a los ojos en tu sufrimiento, vengas con el tono que vengas.

Hasta que volvamos a encontrarnos.

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