lunes, 27 de octubre de 2014

Eclesiastés 4 - La vida en color

"Dios hizo todo hermoso en su momento, y puso en la mente humana el sentido del tiempo, aun cuando el hombre no alcanza a comprender la obra que Dios realiza de principio a fin. Yo sé que nada hay mejor para el hombre que alegrarse y hacer el bien mientras viva; y sé también que es un don de Dios que el hombre coma o beba, y disfrute de todos sus afanes. Sé además que todo lo que Dios ha hecho permanece para siempre; que no hay nada que añadirle ni quitarle; y que Dios lo hizo así para que se le tema" (Eclesiastés 3:11-14).

Hola a todos. La vez anterior compartí una reflexión acerca de una experiencia que había atravesado, que me hizo reconsiderar algunos parámetros que había tenido como absolutos sobre qué es "hacer las cosas bien". Identifiqué esa experiencia como una zona gris, donde los blancos y negros con los que tendemos a medir nuestra vida y nuestras decisiones no eran tan claros, sino que todo lo iba construyendo sobre la marcha, con ciertas guías y, sobre todo, a partir de una relación viva, dinámica y cotidiana con Dios.

Pienso que en general, el principal problema que nos causan los blancos y negros cuando los sostenemos como absolutos es que nos desalientan a aceptar la realidad tal como es, tal como nos toca. Negamos que nos pasa tal o cual cosa porque nos parece ilógico desde nuestros parámetros. No sé si les ha pasado. Personalmente, hubo un tiempo en que me pasaba muy seguido, pero Dios fue trabajando eso en mí. La zona gris fue hasta ahora lo último que me enseñó al respecto.

El problema es que si no aceptamos la realidad tal como viene, si no aceptamos que esas cosas efectivamente nos pasan a pesar de que nos parezca ilógico, o malo, o lo que sea, no podemos empezar a trabajar para cambiar aquellas cosas que no me gustan de la situación. Y por otro lado, y lo que me parece más importante para esta reflexión, nos impide disfrutar de un montón de cosas, solamente porque no las entendemos o quedan fuera de nuestro esquema.

En el pasaje que compartí, hay varias ideas que me parecen centrales. Primero, quiero destacar que "Dios hizo todo hermoso en su momento" (3:11). Cada cosa que nos toca vivir o hacer, en su momento adecuado, es hermosa para Dios. Cada etapa, cada momento de la vida es importante. Creo que luchar contra lo que nos toca vivir sólo por el hecho de que sea desagradable nos quita la posibilidad de atesorar un montón de cosas. Alguien me habló hace poco de la importancia de "integrar" cada cosa que vivimos, lo agradable y lo desagradable, tratar de darle un sentido a cada una de esas cosas en nuestra vida, y simplemente seguir caminando.

Esto es especialmente cierto en la zona gris, donde muchas veces actuamos más por intuición o por experimentación que guiados por un mapa. Es en esta zona gris donde terminé de convencerme de que la vida es una gran escuela donde aprendemos a ser nosotros mismos en toda nuestra plenitud. Cada uno va aprendiendo a ser todo lo que puede llegar a ser. Y la única manera de aprender eso es viviendo, justamente. Viviendo intensamente. Dios quiere que seamos felices, pero la realidad es que, para alcanzar un estado mayor de felicidad cada vez, generalmente necesitamos dejar algo atrás, o atravesar ciertas experiencias desagradables. ¿Por qué? Bueno, no estoy seguro. Pero la verdad es que en este último tiempo, de cada acierto o momento lindo, aprendí algo que no sabía sobre mí, o alcancé un nuevo punto en mi crecimiento, y lo mismo de cada angustia, preocupación, miedo o inseguridad.

Ahora, si la zona gris es lo opuesto a los blancos y negros, uno pensaría por lógica, que al salir de la zona gris, tendría nuevos blancos y negros, pero más apropiados, o mejor definidos. Bueno, yo creo que la relación lógica cambia. En vez de salir a una nueva zona de blancos y negros, salimos a un área donde todo es de color. Cuando nos animamos a ser creativos con nuestra vida y tener la mente abierta, pasado ese tiempo de incertidumbre donde no sabemos bien como enfrentar las cosas que vivimos, al final de la zona gris todo adquiere un nuevo brillo. De la zona gris nos queda esa comprensión de que la vida es una gama, pero ya no de grises, sino de colores. Podríamos pensar en una especie de "zona iris". Pero me gusta pensarlo más como "una vida a todo color" en oposición a "una vida en blanco y negro".

Pero entonces, ¿cuándo termina la zona gris? Porque parece que es una experiencia muy buena, pero claramente no puede durar para siempre. Porque no podemos vivir sin certezas toda la vida. No podemos vivir siempre sin ver por donde vamos, sin entender lo que vivimos. Yo identifico como salida de mi zona gris el momento en el que hice el "click" y pude reconocer que Dios había estado siempre ahí, en todo lo que había hecho, incluyendo un montón de recursos e ideas personales, que yo mismo había desarrollado para enfrentar determinadas situaciones en determinados momentos. Ahí fue donde los grises fueron convirtiéndose en tonalidades de colores. Fui perdiendo el miedo a equivocarme, el miedo a fallarle a Dios, porque entendí que él cuidaba mis pasos y que, llegado el caso, él me perdonaba mis fallas, las dejaba atrás y me daba la mano para levantarme y seguir.

Pero eso también tiene que ver con que conservaba en mi mente, siempre, a lo largo de toda la zona gris, un principio fundamental que jamás abandoné, ni siento que pudiera abandonar: "teme al Señor tu Dios, sírvele solamente a él, y jura sólo en su nombre" (Deuteronomio 6:13), que también podemos considerar como "ama al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas" (Deuteronomio 6:5). Es decir, en toda mi experimentación con la vida misma, siempre busqué la guía de Dios, lo que él quería que aprendiera en ese "valle tenebroso" del que hablaba la vez pasada. No imagino otra manera de salir de la zona gris, de la zona donde no hay certezas absolutas, sin la compañía del que siguió siendo cierto cuando todo era inseguro. Y no hablo ahora ni de su palabra, ni de la iglesia, ni de la religión. Hablo del Dios viviente, con el que sólo una relación fresca, activa y dinámica me condujo a través de la zona gris hacia donde brilla el sol y todo es de color.

Y siento que es muy difícil ahora que vuelva a cerrar blancos y negros. No sé, la vida es compleja, y podría pasarme, pero como ya experimenté en esa zona gris lo que es la complejidad de la vida, pienso que me sería muy difícil ahora volver a reducirlo a una estructura de blanco y negro. Porque ya saboreé lo que es la vida en color, y es mucho más hermosa. Encontré un principio nuevo: todo lo que el ser humano hace y disfruta pareciera ser un don de Dios, porque fue Dios el que puso el disfrute en el hombre, o más bien, al hombre en el disfrute. Voy a hablar de eso la próxima, pero es un poco lo que también descubrió Salomón, que después escribió Eclesiastés. Creo que Salomón vivió la experiencia de la zona gris, y de la vida a todo color.

En la zona gris, entonces, se nos mueve todo el tablero, la manera en la que entendíamos la vida ya no nos sirve del todo para explicar lo que vivimos o para resolver las situaciones que nos toca atravesar, y se desdibujan los blancos y negros, quedan borrosos. Atravesar la zona gris, decía la vez pasada, no es fácil y da un poco de miedo. Al otro lado, hay una región de colores intensos donde si "hago el bien" es a conciencia, y de manera libre y creativa, para que lo disfrute yo mismo y los demás, y no ya por "obligación" o para obligar a otros.

La riqueza de la zona gris termina estando en mostrarnos que muchas cosas no son en sí mismas buenas o malas, o correctas o incorrectas, sino que hay una amplia gama de grises, digamos, que hacen que en realidad la vida sea mucho más interesante y nos permite movernos con un poco más de libertad y de creatividad. Y el tesoro que está al otro lado, es una vida a todo color, cuando esa gama de grises se convierte en una paleta de colores, texturas y tonalidades con las que podemos dibujar sobre la hoja en blanco que nos había quedado. En realidad, pienso que en la zona gris "dibujamos a color", pero en la sombra, como decía la vez pasada. Cuando atravesamos la zona gris salimos a la luz, y ahí vemos los colores de nuestro dibujo, y podemos seguir dibujando, esta vez viendo con claridad los colores que usamos.

Para terminar, resalto esta parte del pasaje que mencioné al principio: "nada hay mejor para el hombre que alegrarse y hacer el bien mientras viva; Y sé también que es un don de Dios que el hombre coma o beba, y disfrute de sus afanes" (3:12). De eso se trata la vida en color: hacer el bien, y al mismo tiempo disfrutar de la vida. Y la clave que se nos ofrece para integrar esas dos cosas de manera coherente, es una relación viva, libre y creativa con un Dios que es también, él mismo, vivo, libre y creativo.

Hasta que nos volvamos a encontrar.

jueves, 9 de octubre de 2014

Eclesiastés 3 - La zona gris

"El sabio tiene los ojos bien puestos, pero el necio anda a oscuras. Pero también me di cuenta de que un mismo final les espera a todos. Me dije entonces: «Si al fin voy a acabar igual que el necio, ¿de qué me sirve ser tan sabio?» Y concluí que también esto es absurdo, pues nadie se acuerda jamás del sabio ni del necio; con el paso del tiempo todo cae en el olvido, y lo mismo mueren los sabios que los necios" (Eclesiastés 2:14-16).

Hola a todos. Hasta ahora viene coincidiendo el número de capítulo de los pasajes con el número de reflexión de la serie, pero es sólo una coincidencia, recuerden que mi idea no es analizar acá pasaje por pasaje. Al menos no en principio, nunca se sabe si terminaré cambiando de parecer. Y eso tiene mucho que ver con la zona gris, el tema que quiero compartir hoy.

Me costó bastante seleccionar un pasaje de Eclesiastés para el tema, porque en realidad es el libro entero el que condensa la idea, entonces hubiera sido necesario hacer una selección de varios a lo largo de él y conectarlos entre sí. Tal vez me vaya refiriendo a ellos en la reflexión misma.

Desde el principio de nuestra vida se nos enseña o se nos dice cómo deberíamos hacer las cosas, qué camino seguir o cómo vivir. En realidad, nosotros mismos vamos buscando recetas, códigos que permanezcan allí, reglas de vida que orienten nuestras decisiones y acciones. A veces es un ideal, a veces una religión, a veces las pautas de comportamiento que nos trasmiten nuestros padres, y cosas así. Necesitamos algún marco de referencia que organice un poco nuestras vidas, algo que nos sugiera cómo funcionamos mejor, o en qué condiciones sacamos lo mejor de nosotros y el mejor provecho de esta vida. La vez pasada hablé un poco de esto. De hecho, si se fijan, el pasaje que tomé para esta reflexión es la continuación del que cité para la anterior.

El problema es que para organizar el gran caos que a veces parece nuestra vida, nuestra mente tiende a crear estructuras bien delimitadas y cerradas, formas de pensamiento que no sólo condicionan nuestro actuar, sino que moldean nuestra visión del mundo. Es lo mismo que pasa con las ciencias: cada una de ellas es un sistema que se espera que cierre en sí mismo, que explique y todo lo que haya que explicar sobre el tema que le toca, que no deje ningún cabo suelto. Lo que queda fuera de la ciencia, suele pensarse que es falso, o apenas válido.

El pasaje que elegí habla de la sabiduría. Podríamos pensar, para simplificar y que se entienda la idea, que acá la sabiduría contaría como "hacer las cosas bien". Me parece que esto es algo que tenemos bastante incorporado en nosotros, y no me parece que sea en sí un problema. Pero quiero compartir brevemente qué fue lo que me pasó en este último tiempo en relación con esto.

Desde hace varios años vengo aprendiendo más sobre Dios y sobre su palabra, y sobre la forma en que él ve y entiende la vida. Vengo aprendiendo, digamos, a "hacer las cosas bien" desde su punto de vista. El problema con esto es que yo ya traía otras opiniones sobre qué es "hacer las cosas bien", antes de conocer a Dios. A lo largo del camino de mi vida, mis experiencias y lo que fui recibiendo de otros me fueron llevando a construir una escala de valores, de parámetros, de blancos y negros. Había ciertas cosas que concebía como fundamentales para vivir adecuadamente, formas de hacer las cosas o de entenderlas que eran correctas y otras que no. Al mezclarse los dos parámetros, me quedó un edificio preciosamente construido de mandatos que eran básicamente míos. Yo mismo, sin darme cuenta, me armé una escala de valores absolutos para mi propia vida, y los convertí sin querer en ley.

El problema de la ley es el mismo que tuvieron los religiosos en la época de Jesús, y el mismo que tenemos muchas veces hoy. El celo excesivo por la ley nos convierte en legalistas, y entonces obedecemos la ley solamente porque es ley, y no por un acto de voluntad consciente, no por decisión y convicción. La cumplimos porque está. El problema de eso es que la ley no está hecha sólo para cumplirse, sino para impulsarnos a vivir una vida más plena. No voy a extenderme sobre eso ahora, porque no es el tema de la reflexión, pero para retomar lo que estaba contando, llegó un punto en que esa "ley personal" me empezó a poner trabas en el camino, no sólo porque me impedía a mí mismo hacer cosas que disfruto, sino porque había cosas que vivía que empezaba a no entender.

Digamos que mi ley me atrapó. Pero Dios, como siempre, cada vez que algo nos ata o nos apresa, se pone en movimiento para liberarnos. Mi planteo era, básicamente, el de Salomón: "Si al final voy a acabar igual que el necio, ¿de qué me sirve ser tan sabio?" (2:15). ¿De qué me sirve "hacer las cosas bien" si el resultado termina siendo igual que si no lo hiciera, o peor, en términos de disfrute? No es que estaba pasándola mal, pero sentía que había ciertos sueños que jamás iba a alcanzar, o ciertos parámetros o valores que me traían más problemas que beneficios.

Entonces me tocó vivir algo que, en cierta forma, hoy veo como la respuesta de Dios a ese problema. Y la respuesta fue: si esa escala de valores no te sirve para ser feliz, para ser pleno, algo anda mal con ella. Deberías revisarla. Y así fue, eso hice. Al principio, me desprendí de uno, después de otro, y así, lentamente, todo ese edificio de leyes y teorías que yo mismo me había impuesto para entender y vivir la vida se fue desarmando, desmoronando. Si alguna vez jugaron al jenga, creo que es la mejor comparación que se me ocurre ahora. Llegué a llamar a esa situación de cuestionamiento "la zona gris", donde los blancos y negros no son tan claros, donde en vez de absolutos, hay complejidad, y en vez de reglas, consignas y pautas, hay una hoja en blanco.

Pero pónganse a pensar un momento. Si la vida, decía al principio, se nos aparece como un desparramo de cosas, y las vamos ordenando justamente a través de los valores, entonces un derrumbe de esa escala de blancos y negros es fatal. Es casi una especie de "muerte" desde el punto de vista de entender las cosas, de encontrarle sentido a las cosas. Personalmente, creo que eso es lo que le pasó a Salomón, y lo que lo impulsó a escribir Eclesiastés. Su escala de valores murió. ¿Quiere decir que me convertí en una persona sin valores, sin códigos? Bueno, no. Pero todo lo que antes era blanco y negro, de pronto se convirtió en gris, se puso borroso, se transformó de afirmación a pregunta. Si antes lo pensaba como "esto es así", ahora lo pensaba como "¿esto es así?". Había entrado en una zona donde las cosas no son tan claras y simples, tan directas y evidentes. Había entrado en la zona gris.

Las estructuras muchas veces no nos dejan ver con claridad ni siquiera qué es lo que tenemos que renovar o actualizar para poder liberarnos de esa "ley" que nos imponemos a nosotros mismos. Salir de la estructura da un poco de miedo, miedo de que no tengamos parámetros con los que medir la vida, con los que comprenderla, con los que darle sentido. Entonces, muchas veces guíados por nuestros propios mandatos, exigencias, moldes, somos conducidos a un terreno donde esos parámetros dejan de funcionar o de servirnos para explicarnos lo que vivimos. Somos confrontados en nuestros fundamentos, en nuestros blancos y negros. Creo, sinceramente, que este es el cuestionamiento primario que dispara la reflexión de Salomón en Eclesiastés. ¿Para qué me sirven todos los absolutos que estaba manejando? ¿Es la vida realmente como yo la concebía? Pero entonces, ¿por qué me termino en el mismo lugar que cualquier otro que no "hace las cosas bien"?

Pero entonces, ¿qué me quedó? Porque nadie puede vivir en paz sin tener ninguna certeza de nada. Por eso desde el principio de los tiempos el ser humano trata de explicar las cosas que ve en el mundo. Bueno, lo único que me quedó en esta zona gris fue lo único que siempre me sostuvo en los momentos más caóticos o tormentosos de estos últimos años: mi relación con Dios. Y acá alguno podría decirme, "pero, ¿no era que se te derrumbaron los blancos y negros?" Sí. Y ese es el punto.

Creo que empecé a entender de verdad de qué se trata la vida junto a Dios en la zona gris. Cuando no queda nada absoluto, los valores se sostienen sobre la marcha, en el día a día, justamente en una interacción personal con Dios. Todos los que amamos a Dios, los que queremos seguir su propuesta de vida, tenemos que saber que recibimos el Espíritu Santo, y esto no es nada místico, o al menos no necesariamente. Es algo muy concreto. El Espíritu Santo es Dios marcándonos la cancha desde adentro, señalándonos en esta o aquella dirección momento a momento. Los absolutos, aunque algunos son definitivos y para toda situación ("no matarás", por ejemplo), otros son lo absoluto para ese momento particular, pero no como regla de vida.

Entonces, es en la relación fresca, cotidiana con Dios donde vamos encontrando parámetros y valores sanos para vivir. Pero estos parámetros que vamos encontrando son relativos, no absolutos. Son relativos a ese momento y a mí, no necesariamente aplicables a toda persona y toda situación. La zona gris se trata de eso. Se trata de lo particular, del caso por caso. La biblia nos enseña una serie de cosas que son claras y absolutas respecto de qué quiere Dios para nuestras vidas, pero después de todo lo que viví, me doy cuenta de que no son muchas, sino más bien pocas. En general, lo que más nos aporta son principios o marcos amplios para poder entender después esas indicaciones del paso a paso, del día a día, del momento a momento. Voy a hablar más sobre esto en otra reflexión, pero quiero decir una cosa más sobre la zona gris.

Entrar en la zona gris da miedo. Da miedo porque perdemos el control de todo. Si todo nos lo vamos a cuestionar, si la forma en la que estábamos acostumbrados a encarar las cosas ya no nos sirve y la vamos a descartar, ¿cómo encaramos cada situación? ¿Cómo enfrentamos la vida sin un modelo, sin un molde? Bueno, como dije antes, caso por caso, pero esto nos puede generar mucha incertidumbre, porque no sabemos qué puede llegar a pasar. Es como si sintiéramos que cualquier decisión que tomemos es peligrosa.

Lo identifico en algún punto con los "valles tenebrosos" de los que habla David en los Salmos. Pero si esa comparación es válida, también es válida la seguridad que David tiene sobre eso: "Aun si voy por valles tenebrosos, no temo peligro alguno, porque tú estás a mi lado; tu vara de pastor me reconforta" (Salmo 23:4). Estos valles son tenebrosos en el sentido de oscuros, hay penumbra, todo es gris. No entendemos bien por dónde estamos yendo ni hacia donde, nada es seguro, todo es posible. Pero lo único seguro es, precisamente, nuestro pastor. Si Dios va delante nuestro, junto a nosotros, no importa cuánto tropecemos, caigamos, nos lastimemos, siempre vamos a llegar a buen destino.

Puede ser un camino tortuoso y difícil, pero por eso, en la zona gris más que en ningún otro camino, es crucial aferrarse a Dios. Es crucial escuchar su voz y seguirlo, momento a momento. Porque las estructuras de largo plazo, los blancos y negros que nos sirven de GPS, no están. Cuando no tenemos GPS, necesitamos al guía que conoce los caminos y sabe por dónde y hacia dónde ir. Y Jesús estuvo en la oscuridad. Caminó también por su propia zona gris. El evangelio nos muestra muchos momentos de ese tipo. Personalmente, confío totalmente en él, como mínimo en ese sentido, en que sabe de qué se trata, sabe lo que es estar como perdido, como caminando a tientas.

Dios nos propone una alternativa bastante curiosa al tema de los blancos y negros: "No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente" (Romanos 12:2). Dos ideas fundamentales: "no se amolden", y "sean transformados". El molde le da forma a algo, una forma acabada, cerrada. Pero la propuesta es que estemos en constante renovación, en permanente actualización. De eso se trata la zona gris. Probablemente, más adelante me extienda más sobre el tema, pero quería nada más plantear la idea. Los blancos y negros, los valores absolutos, son materia de Dios, no nuestra. Si nosotros tomamos por absoluta nuestra propia manera de entender los valores de Dios, corremos el riesgo de poner un tope, un freno, un techo, a nuestra vida. Limitaríamos nosotros mismos nuestra capacidad de imaginar, de crear, de soñar, de volar, de disfrutar. Y Dios quiere que disfrutemos. Para eso fuimos creados, en definitiva; es el sentido de la palabra "Edén" en hebreo, la dicha, la plenitud. Fuimos creados en Edén, o sea, fuimos creados en plenitud. Eso es lo que Dios quiere para nosotros.

Simplemente quería compartirles mi experiencia en la zona gris. Es un tema que daría para hablar muchísimo más, pero simplemente quiero dejarlos con esa idea, de que cuando nuestros valores y nuestra manera de ver el mundo y la vida se vuelve demasiado cerrada, Dios probablemente nos lleve a la zona gris, adonde esos valores absolutos no nos sirvan, para que podamos desarmarlos y empezar a construir de nuevo, de manera más fresca y renovada, y sobre la base de una relación auténtica y fluida con él. La zona gris nos enseña a no cerrar nuestro pensamiento, sino a abrirlo permanentemente, a ser renovados todo el tiempo en nuestra manera de pensar, como nos propone Pablo en la carta a los romanos. Ese es el secreto para aprender a volar alto. Ese es el camino de la libertad.

Hasta que volvamos a encontrarnos.