lunes, 30 de noviembre de 2015

En espíritu y en verdad

Hola a todos. Bienvenidos a este blog después de tanto tiempo. Es interesante cómo hay blogs que van desapareciendo, que de repente uno se encuentra con muy buenas publicaciones, y quiere seguir el blog, pero descubre que la última publicación fue tal vez cuatro años atrás. Muchas veces esto me dejó pensando en algo obvio, pero que de tan obvio me resultaba invisible, que es el hecho de que el que mantiene ese blog es una persona, con una vida particular, con situaciones particulares. Detrás de un blog hay una vida, independientemente del tema sobre el que trata el blog.

Todo esto me hace pensar en mí mismo. Cuántas veces, contra mis propios planes, dejé abandonado el blog por meses. Publicar en este blog para mí es fuente de vida, porque todas las cosas que comparto son reflexiones que hago para mí mismo, como parte de mi relación personal con Dios. Todo este lado meditativo es una de mis características principales como persona, es donde más encuentro placer, y combinando eso con el hecho de que la biblia realmente contiene palabras de vida, supongo que al sacar cuentas cualquiera podría darse cuenta de por qué es tan importante para mí compartir estas cosas: es compartir lo más rico y profundo de mi persona. Toda mi experiencia de vida cruzada con las verdades bíblicas que le dan sentido, toda mi creatividad expresada a través de lo que voy aprendiendo y viviendo con el Señor.

Sin embargo, hay épocas donde no publiqué prácticamente nada. Donde no nació de mí nada para compartir en este blog. Este último tiempo pude descubrir que algo que me sucede cada tanto es que me desconecto de todo esto, de todo este mundo de meditación en la palabra en el que me encanta habitar y en el que encuentro tanta vida. Son como "temporadas de sequía" en mi vida, donde los "ríos de agua viva" de los que habla Jesús (Juan 7:38) no brotan, no irrigan mi tierra, convirtiéndola en tierra reseca, y no en tierra fértil. Y en tierra reseca, la palabra de Dios no echa raíz (Mateo 13:20-21). Estoy descubriendo en este último tiempo que esto es algo normal, que le puede pasar a cualquier creyente, siempre y cuando seamos sinceros con lo que nos pasa en la vida. Desear con todo mi ser que esto no me pase nunca (que es lo que me viene pasando con este tema hasta ahora, en general), no tiene mucho sentido, porque somos humanos. Nuestra comunión con Dios depende de muchas cosas, y de por sí, vivimos en un ambiente poco propicio: un mundo caído.

El rey David describió esta experiencia como "valles tenebrosos" (Salmo 23:4), y en la historia del pueblo de Israel fue la experiencia del desierto. Son momentos donde sé que Dios está cerca, sé que me escucha, sé que me cuida, pero todo eso que sé no me llega dentro, no entra en mis sentimientos, en mi percepción de la vida. Como me desespera no sentir todo eso, me esfuerzo por llenarme de estas cosas, leyendo la biblia, libros, escuchando música, y cosas así. Y son pequeños momentos de vida, o de tomar aliento, pero la tierra sigue reseca, entonces no echa raíz. Entonces, mi corazón sigue igual de insensible a Dios, a su amor, a su cuidado, a su poder. Por lo que estuve descubriendo, la clave de todo esto no está en alguna cosa que no estoy haciendo, en una conducta que no estoy teniendo, sino en mi corazón.

Jesús lo pone en estos términos: "los verdaderos adoradores rendirán culto al Padre en espíritu y en verdad" (Juan 4:23). Hay muchos otros pasajes donde habla del tema, pero este me parece especial, diferente. Lo que está en juego en todo esto es, precisamente, la adoración. ¿De qué se trata la adoración? ¿Qué es adorar a Dios? Creo que tiene que ver con muchas cosas, muchas de las cuales quiero desarrollar en otras publicaciones, más detenidamente, pero ahora resumo mi manera de entenderla en pocas palabras: es amar a Dios, deleitarme en él. Y Dios es espíritu. Ese es para mí uno de los grandes problemas de considerar que el cristianismo es una religión. La religión es un conjunto de prácticas y dogmas, y Dios no es un conjunto de prácticas y dogmas. Dios no es algo; es alguien. Parece una obviedad, pero una cosa es pensarlo y otra es creerlo, vivirlo. El cristianismo no consiste en seguir un código de conducta, ni en estar de acuerdo con una serie de puntos de vista sobre la vida. Eso es en todo caso una consecuencia de otra cosa, de algo mucho más profundo: de recibir el amor de Dios en nuestra persona completa, y vivir por ese amor.

¿Y qué es esto de adorar en espíritu y en verdad? ¿Cómo llegamos a vivir el amor de Dios? Para mí, en espíritu quiere decir "empezando por lo invisible". Lo determinante en nuestra vida son las cosas que no están siempre a la vista, por ejemplo, nuestras creencias. Tenemos creencias que no sabemos que tenemos. Muchas veces son contradictorias con lo que pensamos que creemos. Es la raíz del problema que Pablo plantea en Romanos 7:14-23: con mi cabeza creo que la ley de Dios es buena, pero en la práctica hago cosas que pienso que no debería hacer, y muchas veces sin poder evitarlo. Lo que me sale naturalmente es hacer cosas que pienso que no debería hacer. Esto es tremendo, porque algunos, como yo, tendemos a negar involuntariamente que hacemos esas cosas. Otros se fuerzan a sí mismos a vivir de una manera para la cual en realidad todavía no maduraron el corazón. Otros lo esconden voluntariamente. O tal vez, todos hacemos un poco de todo, pero tenemos un poco más de una cosa que de otra, o varía según el momento de la vida. Pero lo que está detrás de eso es que en nuestro corazón, es decir, en nuestras motivaciones más profundas e invisibles, creemos cosas diferentes a las que creemos con nuestra razón. Y nadie puede vivir a contramano de sus motivaciones más profundas.

Y ahí es donde para mí entra el tema de adorar en verdad. Porque adorar en espíritu tal vez es comparable a lo que diríamos "adorar de corazón", tener una actitud de adoración en nuestras motivaciones más profundas. Pero para llegar a eso, también tenemos que adorar en verdad, porque las dos cosas van de la mano. Y esto de la verdad, para mí, tiene que ver justamente con hacer el trabajo de sacar a la luz esas motivaciones que están enterradas y naturalizadas en nosotros, que se grabaron a un nivel tan irracional en nosotros que se mezclaron de manera homogénea con nuestra identidad y nuestra manera de vivir, sin dejar rastro. Sería algo así como volver visible lo invisible.

Por supuesto que para nosotros esto es una tarea muy difícil, pero tenemos dos herramientas fundamentales: el Espíritu de Dios, y la palabra de Dios. El Espíritu, porque nos convence de nuestro pecado (Juan 16:8-9), es decir, pone en evidencia que no estamos viviendo como creemos que estamos viviendo, revela que estamos viviendo bajo una ley que no es la de Dios, incluso aunque nuestra intención sea distinta. Y la palabra, porque realmente penetra hasta lo más profundo de nosotros, poniendo de manifiesto lo que verdaderamente nos pasa, y también dando a conocer su verdad sobre nosotros y sobre la vida (Hebreos 4:12). Cuando nos atrevemos a traer nuestras verdades más oscuras afuera, verlas de cerca, mirarlas a la cara, sostenerlas, recién ahí podemos empezar a sanar nuestro corazón, liberarlo del pecado. Jesús es claro en esto: "conocerán la verdad, y la verdad los hará libres" (Juan 8:32). Si escondemos nuestro pecado (muchas veces de nosotros mismos, porque nos da miedo no ser perfectos, porque las personas nos condenaron duramente por esto en otro tiempo), nunca podemos ser libres, le escondemos nuestras cadenas al Espíritu, y "donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad" (2 Corintios 3:17), pero donde no está el Espíritu no puede haber libertad real. No se puede romper cadenas que están escondidas.

Todo lo que necesitamos es una actitud de sinceridad. Sacar afuera las cosas, sacarlas a la luz, dar a conocer nuestro pecado más interior, reconocer lo que en el fondo, en nuestra manera de vivir, creemos sobre la vida, o prestar atención a bajo qué parámetros realmente estamos viviendo, por debajo de lo que racionalmente creemos. Porque sólo así podemos ir identificando la maleza que tenemos que remover para que la semilla de la palabra pueda crecer en nosotros (en algún momento voy a publicar más en esta línea de la comparación con la parábola del sembrador, creo que es muy rica). En primer lugar, reconocerlo nosotros mismos, verlo y admitirlo, pero después también confesarlo con otros, con personas de confianza, y preferiblemente también con personas que puedan acercarnos las herramientas o las verdades que necesitamos para poder empezar a crecer en esas cosas, desarmar nuestra desobediencia más irracional. Porque incluso la desobediencia más racional proviene siempre de una desobediencia primero irracional. Y cuidado, confesar con otros puede darnos mucho miedo o generarnos mucha resistencia si antes fuimos lastimados por otros al mostrar nuestras verdades personales (es mi caso, me cuesta mucho bajar las defensas y dejarme guiar, dejarme aconsejar, abrir esas puertas oscuras), pero no dejemos que nuestro pasado nos engañe: es muy importante confesar y buscar consejo. Porque "cuando falta el consejo, fracasan los planes; cuando abunda el consejo, prosperan" (Proverbios 15:22). Podemos llegar muy lejos por nuestra propia cuenta en esto de hacer visible y desarmar nuestra desobediencia más invisible y escondida, pero sin consejo, sin guía, no va a ser nunca suficiente.

Todo esto me sirve para decir dos cosas: por un lado, que es por causa de esta "sequía espiritual" que muchas veces termino abandonando el blog por meses. Porque al estar desconectado de mi propia verdad, la verdad de Dios no cae en tierra fértil. Al vivir como si estuviera fragmentado, dividido, sacando a la luz algunas partes de mi persona pero no otras partes, las verdades que envolverían la parte más reseca de mi persona, no la envuelven, lo la irrigan, es como si las esclusas del dique estuvieran cerradas. Entonces, no medito en la palabra (medito, pero no saco nada rico, nada que me deleite en lo profundo), y entonces no tengo ninguna nueva reflexión para compartir. Una rama seca no da frutos (Juan 15:4).

La segunda cosa que tengo para decir es que esto cambió en este último tiempo, y estoy empezando a recobrar la vitalidad. La ramas están siendo irrigadas otra vez por la vid, el valle reseco está siendo otra vez recorrido por los ríos de agua viva. La señal es clara: todo lo que digo, todo lo que pienso, se llena en mi cabeza de pasajes bíblicos. Es muy curioso, es como si ese conocimiento estuviera ahí pero desactivado cuando no recibo alimentación de la fuente (comparándolo con un artefacto eléctrico), pero de repente se activa cuando destrabo lo que impedía la circulación de la corriente de energía. Claro, nadie puede hacer nada con toda la información almacenada en una computadora desenchufada. Así como fue esta reflexión (que dicho sea de paso, fue espontánea, no la tenía pre-armada), funciona mi cabeza cuando vuelvo a estar en sintonía con mi amor por el Señor: se llena de contenido bíblico, pero ojo, no es contenido teórico, meramente teológico. Es mi experiencia de vida cruzada con ese contenido la que lo convierte en verdades que me dan vida, que me sostienen, que me hacen crecer y me reafirman como persona.

Y entonces, agrego una tercera cosa: realmente aliento a cualquiera, a todos, a seguir ese camino de adorar en espíritu y en verdad. Todo lo que nos llena de conocimiento de Dios entra en la categoría de adorar en espíritu: la biblia, la oración, las canciones que hablan de Dios, los libros, la comunidad de creyentes, etc. Nos revela cosas sobre Dios. Pero para que todo eso tenga un impacto en nuestras motivaciones más invisibles y profundas y nos ayude a adorar de corazón, a creer de verdad lo que Dios nos dice, tenemos que adorar en verdad, explorando y hurgando lo más profundo posible qué es lo que realmente me pasa, qué es lo que realmente creo sobre la vida (que se manifiesta en que a veces vivo como no quiero vivir, o como no digo que vivo) y cómo soy realmente, qué pienso, qué me gusta, qué quiero para mi vida, etc. Cuando estas dos cosas se combinan, la adoración en espíritu y la adoración en verdad, sucede lo que anticipa Jesús: "de aquel que cree en mí, como dice la Escritura, brotarán ríos de agua viva" (Juan 7:38). Recién ahí creemos realmente, y eso habilita a los ríos a fluir, irrigar toda nuestra tierra, y seguir fluyendo más allá de nosotros, hacia los demás, para enriquecer también la vida de ellos. Si sentís que estás seco en algún área de tu vida, tal vez te pueda servir, como me viene sirviendo a mí, probar esta vía: espíritu y verdad.

Que el Dios de espíritu y verdad renueve nuestra mente, nuestras motivaciones, nuestras actitudes, para que podamos creer de verdad en él y ser saciados del agua de vida que necesitamos para crecer sanos, como plantas a orillas del río (Salmo 1:1-3), y ser también fuente de vida para otros. ¡Amén!

Hasta que volvamos a encontrarnos.