miércoles, 24 de septiembre de 2014

Eclesiastés 2 - El máximo provecho

"Consideré luego todas mis obras y el trabajo que me había costado realizarlas, y vi que todo era absurdo, un correr tras el viento, y que ningún provecho se saca en esta vida. Consideré entonces la sabiduría, la necedad y la insensatez —¿qué más puede hacer el sucesor del rey, aparte de lo ya hecho?—, y pude observar que hay más provecho en la sabiduría que en la insensatez, así como hay más provecho en la luz que en las tinieblas" (Eclesiastés 2:11-13).

Hola a todos. La vez pasada propuse una serie de reflexiones relacionadas en el libro de Eclesiastés, aunque no están basadas en él, sino en mi propia experiencia de la primera mitad del año. Pero este libro de la biblia le da sorprendente forma, sentido y contenido a esa experiencia. Quiero aclarar que, precisamente por no estar basada de manera directa en el texto bíblico, la cantidad de partes de esta "serie" no se corresponde con la cantidad de capítulos, ni el número o el orden se corresponden necesariamente con los capítulos. Creo que un estudio exhaustivo del libro de Eclesiastés llevaría como mínimo veinte partes, por lo que preferí hacer algo como esto y, en todo caso, motivarlos a que lean el libro entero, con la advertencia de que por momentos es un balde de agua fría sobre el mundo tal como se nos presenta. Lo bueno es que siempre termina encontrando un sentido, y en esta reflexión quiero resaltar cómo lo hace, o en qué lo encuentra.

El pasaje que cité es bastante claro, pienso, pero quiero desarrollar un poco la idea. Nuestra vida está expuesta a toda clase de tormentas, momentos donde se nos pone difícil, donde tenemos que remar, caminar cuesta arriba, o cualquier otra metáfora que se les ocurra. Tendemos a pensarla como un transcurrir calmo interrumpido por momentos de cambios, o sobresaltos, en el que vamos alcanzando resultados y éxitos si logramos superar los obstáculos.

Pero la vida nos sorprende muchas veces con que incluso cuando hacemos las cosas bien, de la nada nos pasa algo que desestabiliza nuestra tranquilidad, nuestra comodidad, o hasta nuestro bienestar. Creo que este es el problema de lo que voy a llamar acá "mentalidad de premio". Según este punto de vista, la vida nos premia si somos buenos, o nos castiga si somos malos. Es muy arriesgada esta forma de pensar, porque la vida es simplemente vida. Creo que eso es lo que me gusta de Eclesiastés: es muy realista, y reduce las cosas a su componente más simple. Si le damos a la vida características que no tiene, es lógico que después no nos cierre, no le veamos sentido a las cosas, nos parezca que es "un correr tras el viento" permanente.

Además, condiciona la imagen que vamos a tener de Dios. Si nos paramos en la mentalidad de premio, vamos a pensar que Dios es injusto. "No puede ser, yo soy buena persona, ¿por qué me pasa esto?". Se podrían cuestionar varias cosas de un pensamiento como ese, pero me voy a enfocar en esto: "No puede ser". Es evidente que si algo pasa, es porque sí puede ser. Nuestra tendencia es a evadirnos de las cosas tal como son. Nos enfocamos más en cómo deberían ser que en aceptar que son como son. Esto es, pienso yo, la principal fuente de la mayoría de nuestras frustraciones y desilusiones. No son frustraciones sobre el futuro, sino sobre el presente.

Es lo que dice el pasaje que cité al principio: "Consideré luego todas mis obras y el trabajo que me había costado realizarlas, y vi que todo era un absurdo" (2:11). Lo que está expresando es, básicamente, que se puso a pensar en lo que hacía y en cuánto le costaba hacerlo, y no le encontró ningún sentido. Habrá dicho, ¿para qué hago todo esto? ¿Qué provecho saco? ¿En qué me beneficia realmente, si al final mi vida no depende de cuánto haga o no haga?

Hay una canción que me gusta mucho, que refleja esta sensación de manera muy realista. Dice, "Hold it all together, everybody needs you strong. But life hits you out of nowhere and barely leaves you holding on". Traducida, sería más o menos así: "Sostené bien todo, los demás necesitan que seas fuerte. Pero la vida te golpea de la nada y te deja apenas en pie". Y esta idea está siempre dando vueltas: tenemos que ser fuertes, no podemos permitirnos estar mal, llorar, ser débiles, etc.

Pero si vivimos nuestra vida con una mente atenta, deberíamos poder ver que siempre hay algún problema, o alguna cuestión que no cierra, o algo. Nunca está todo completamente bien. Y no sé si les ha pasado, pero llega un momento en el que nos cansamos de remarla, de luchar, a veces para conseguir cosas que al final parecen no valer la pena, o a las que parece que nunca vamos a llegar. Eclesiastés identifica dos tipos de cosas: los afanes y las cargas.

Los afanes vendrían a ser esas cosas que hacemos en el día a día, las tareas cotidianas, la rutina. Pueden ser las obligaciones o el ocio, aquellas cosas en que ocupamos regularmente nuestro tiempo. Son esas cosas en las que Salomón se pregunta, en este libro, ¿tiene realmente un sentido esto que hago? Las cargas son esas cosas que llevamos en la mochila de nuestra vida, las experiencias que nos fueron marcando y moldeando, y que por momentos puede ponerse muy pesada. ¿Cómo se puede alivianar la carga?

La canción que mencioné sigue así: "And when you're tired of fighting, chained by your control, there's freedom in surrender; lay it down and let it go": "cuando estás cansado de luchar, preso por estar en control, hay libertad si te entregás; apoyalo y soltalo". En Mateo 11:28-30, Jesús nos propone algo parecido: "Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, pues yo soyu apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma". Cuanto más aferramos nuestra mochila, más nos pesa. Creo que el paso de aceptar que hay muchas cosas que no controlamos es difícil de dar, pensamos que si hacemos eso nos estamos dando por vencidos.

Pero ¿qué pasa si "darnos por vencidos" es la clave para salir adelante? Si pensamos que estamos solos en esto, obviamente no vamos a querer darnos por vencidos. Pero no lo estamos: Jesús nos dice que él está a nuestro lado, y que está dispuesto a recibir nuestras mochilas. Nos invita a contarle a él lo que nos pasa, y a valernos de sus recomendaciones y sus puntos de vista, y nos promete que si lo hacemos, nuestras vidas van a ser más livianas.

Esto es la sabiduría de la que habla Salomón. Los preceptos de Dios, su punto de vista, la manera en la que Dios nos dice que el mundo es y funciona. Él es el creador, sabe mejor que nosotros cómo funciona. Si nosotros elegimos ignorarlo, no vamos a recibir el castigo de Dios, pero eventualmente vamos a descubrir que la vida es ilógica, es absurda, no tiene sentido. Porque vamos a estar tratando de entenderla por nuestros medios, con nuestro propio punto de vista, que no tiene suficiente información. Nosotros no conocemos ni vamos a poder conocer jamás cómo son las cosas. Sólo podemos vivir. Por eso parece un absurdo sin sentido cuando no escuchamos lo que Dios nos dice o nos explica. Pero si nos acercamos a él, si le prestamos atención, si le creemos, todo empieza lentamente a cobrar sentido.

Y ahí está la conclusión a la que llega Salomón: hay más provecho en la sabiduría. ¿Por qué? Porque para Salomón, la sabiduría está relacionada con conocer y prestarle atención a Dios. Y al analizar lo que Dios le dice, cómo funcionan las cosas según él, encuentra maneras de actuar y de entender su vida que le dan un nuevo sentido a todo. No se trata del resultado que alcance, de cuánto logre, de qué tan lejos llegue, sino de todo lo que puede ir descubriendo en el proceso, y de lo liviana que la vida puede volverse. Pero solamente es posible esto cuando nos refugiamos en Jesús.

¿Eso quiere decir que los problemas se acaban? Para nada. Es más, a veces nos trae nuevos problemas, al mismo tiempo que hay otros que sí se acaban. Pero empezamos a desarrollar hábitos que le dan más sentido y más contenido a la vida. Gálatas 6:2 nos enseña, "ayúdense unos a otros a llevar sus cargas, y así cumplirán la ley de Cristo". Mateo 5:2 nos avisa, "dichosos los que lloran, porque serán consolados". A veces nos da miedo contarle a otro nuestras preocupaciones más profundas, nuestros miedos, las cosas que no entendemos de la vida, porque pensamos que no nos van a entender, o porque pensamos que somos los únicos que nos planteamos esas cosas. A veces es así, pero sinceramente, hay muchas personas que viven la vida con profundidad y que están dispuestas a escuchar y comprender a otros.

En lo personal, la mayoría de los que conozco son además personas que se apoyan en Cristo. Pero esto no es necesariamente una regla, porque también conozco personas que simplemente tienen esa capacidad o facilidad. Sin embargo, es más fácil comprender a otros y escucharlos si tengo una relación sincera y profunda con Cristo porque yo mismo experimenté lo que se siente ser escuchado y comprendido, entonces es más fácil hacerlo con otros. De nuevo, esto no necesariamente es una regla.

Y lo mismo pasa con llorar. Llorar en soledad da miedo, porque puede generar sensaciones feas y que no nos llevan a nada bueno. Pero en combinación con apoyarnos en Jesús y en nuestras personas de confianza, animarse a desahogarnos puede tener un efecto realmente sanador. Es cuestión de animarse a ser débil. Al fin y al cabo, ¿por qué tenemos que parecer siempre fuertes? ¿Quién nos engañó de esa manera? ¿Cuándo empezamos a pensar que podíamos lograr todo por nosotros mismos? Salomón seguramente nos diría "eso también es un absurdo, es correr tras el viento". Si no nos animamos a mostrar que somos débiles, nunca vamos a poder ser fuertes de verdad, sino que solamente vamos a tener la apariencia de ser fuertes. Por dentro, vamos a estar rotos, asustados y confundidos.

Para terminar, insisto en esto: a veces creemos que el sentido de lo que hacemos está en el resultado que obtengamos. Sin embargo, lo único que depende de nosotros es el proceso. Por eso nos desgastamos tanto para alcanzar el éxito, y nos frustramos cuando no lo alcanzamos; porque por enfocarnos tanto en el resultado, nos olvidamos de vivir intensamente el proceso, con sus luces y sombras, y sacar de ahí el máximo provecho posible. Esto sólo puedo lograrlo si me animo a compartir mis cargas con otros y a no ocultar mi debilidad, y si me enfoco en la sabiduría, que se trata básicamente de considerar a Dios, creerle lo que me dice. Si hacemos esto, empezamos a valorar el proceso por encima del resultado, la perspectiva cambia, y nos vamos volviendo conscientes del crecimiento que nos trae cualquier tormenta que atravesamos, si nos atrevemos a vivirla con intensidad. Y cuando descansamos, en los momentos de paz, reflexionamos sobre lo vivido, y nuestras fuerzas se ven renovadas, así como nuestra comprensión de las cosas. Posta.

La vida, en definitiva, se trata de los procesos, y sólo así podemos realmente vivir en paz. Por eso la sabiduría es una de las claves. Por eso, lo mejor que podemos hacer es refugiarnos en Dios, en su explicación de las cosas, en su manera de entender el mundo que él mismo creó. Y sólo así vamos a sacar el máximo provecho de una vida que a veces, si no, puede parecernos ilógica y sin mucho sentido. Por eso, el Salmo 46:1-3 dice: "Dios es nuestro amparo y nuestra fortaleza, nuestra ayuda segura en momentos de angustia. Por eso, no temeremos aunque se desmorone la tierra y las montañas se hundan en el fondo del mar; aunque rujan y se encrespen sus aguas, y ante su furia retiemblen los montes". Y la canción que mencioné dice, llegando al final, "come to me, find your rest in the arms of the God who won't let go", o sea, "vengan a mí, encuentren su descanso en los brazos del Dios que no los va a soltar".

"Vengan a mí todos ustedes que están cansados y agobiados, y yo les daré descanso" (Mateo 11:28). Amén.

Hasta que volvamos a encontrarnos.

viernes, 5 de septiembre de 2014

Eclesiastés 1 - El síndrome del mundo caído

"Yo, el Maestro, reiné en Jerusalén sobre Israel. Y me dediqué de lleno a explorar e investigar con sabiduría todo cuanto se hace bajo el cielo. ¡Penosa tarea ha impuesto Dios al género humano para abrumarlo con ella! Y he observado todo cuanto se hace en esta vida, y todo ello es absurdo, ¡es correr tras el viento! Ni se puede enderezar lo torcido, ni se puede contar lo que falta" (Eclesiastés 1:12-15).

¡Hola a todos! Con este fuerte pasaje abro la reflexión después de tantos meses. Para ponerlos un poco al día a todos los que siguen el blog, estuve viviendo una primera mitad del año a todo trapo, no sólo en cuanto a actividades, sino en cuanto a experiencias de vida, atesorando aprendizaje, descubriéndome más a mí mismo y a la personas que me rodean, y conociendo un poco más el mundo, no en el sentido geográfico, sino, aunque suena bastante exagerado, en un sentido existencial. Comparto, de paso, que estoy muy agradecido con Dios por esta posibilidad de explorar la vida, a pesar de las dificultades, temores, inseguridades y riesgos que conlleva. Parado en el hoy, puedo afirmar sin titubeos que vale la pena.

Lo cierto es que quiero empezar a compartir un poco de todo lo que descubrí o viví en esta etapa. Probablemente haya varios cambios en formato, en ideas, en propuestas. O tal vez no, quién puede saberlo. Para entrar en tema, precisamente, quiero empezar compartiendo una serie de reflexiones relacionadas con el libro de Eclesiastés, el cual no había leído de antemano, o sea, antes de atravesar estos últimos varios meses, sino recién ahora, pero que sorprendentemente, o al revés, lógicamente, describe con impresionante precisión lo que la experiencia me enseñó previamente.

Titulé a esta primera reflexión "El síndrome del mundo caído". Hace tiempo que quiero compartir esta reflexión, a partir de una canción que escuché, que se llama "Blessings", que en un momento dice una frase que me marcó poderosamente: "The pain reminds this heart that this is not our home". Para los que no están familiarizados con el inglés, la traducción sería, más o menos, "el dolor le recuerda a nuestro corazón que éste no es nuestro hogar".

Precisamente, me parece que esto es a lo que hace referencia el pasaje que cité de Eclesiastés. Cuando caminamos por esta vida, creo que muchas veces nos parece un poco absurda. Cualquiera que sea honesto consigo mismo, y que se haya atrevido a soñar y a vivir con intensidad la vida, debería ser capaz de reconocer esa sensación. Queremos volar alto, dejar una huella en el mundo, hacer algo nuevo, que nadie hizo, sentir que nuestra vida impacta. Pero nos chocamos una y otra vez con esta sensación de que "no hay nada nuevo bajo el sol" (Eclesiastés 1:9). Nadie inventa nada, todo ya fue hecho y nadie parecería ser imprescindible.

Es interesante. Vivimos nuestras vidas envueltos en rutina, persiguiendo sueños pero repitiendo siempre los mismos errores, luchando con esas cosas que sentimos que no podemos cambiar, nuestras y externas. Buscamos un sentido a la vida, un hilo conductor, un propósito trascendente, y muchas veces se nos hace extremadamente difícil encontrarlo. En verdad, se nos dice que efectivamente hay un sentido, y podemos incluso creerlo con toda honestidad, pero sin embargo, muchas veces parecería como que la vida nos cuenta otra cosa. Por sí mismo, es como si todo lo que se hiciera efectivamente fuese absurdo, infructífero e insignificante. Y nos preguntamos, ¿para qué me esfuerzo para lograr esto? ¿Para qué me rijo por esta búsqueda? ¿Para qué me aferro a estos proyectos y planes tan altos?

Las respuestas a estos interrogantes podrían ser tan infinitos como infinitas personas hay, hubo y habrá en el mundo. La historia humana pareciera tratarse de esto. Es como un círculo repetitivo, un "loop", del que daría la impresión de que no se puede salir. Cada vez que nos frustramos porque las cosas no salen como creemos que deberían salir, la vida nos recuerda que todo es "correr tras el viento" (1:14). Creemos que si somos buenos merecemos una mejor vida o nos va a ir mejor, y sin embargo la vida viene como viene, las tormentas arrasan por igual a buenos y no tan buenos. Se nos reparten ciertas cartas, y parece como que en última instancia, de eso se tratase todo: de hacer lo mejor que nos salga con esas cartas que se nos repartieron, o abandonarnos a la suerte.

Y tal vez haya un poco de eso. Pero ese es el punto. "No hay nada nuevo bajo el sol". El dolor y la angustia, la sensación de querer y esperar algo más de la vida, nos recuerdan que no pertenecemos a "bajo el sol", sino a "por encima del sol". "Éste no es nuestro hogar", dice la canción. De donde venimos, las cosas sí tenían un sentido, y salían bien. Nuestra comprensión de la vida era mayor. Nosotros venimos de Dios, y por eso tenemos esas sensaciones de que la vida debería ser más que estos absurdos, que estas corridas tras el viento, sin significado. Acá, bajo el sol, vivimos en aflicción, en agotamiento, en confusión, en frustración y en desánimo, pero allá vivíamos en plenitud. ¿Por qué?

Bueno, creo que en este punto, Dios nos da una respuesta admirable: "el que estaba sentado en el trono dijo: «¡Yo hago nuevas todas las cosas!»" (Apocalipsis 21:5). Por encima del sol, todo es siempre nuevo. No sólo eso, la biblia nos dice que "si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo!" (2 Corintios 5:17), y que Dios "da vida a los muertos" y "llama las cosas que no son como si ya existieran" (Romanos 4:17). En contraste con lo que vengo diciendo, y con lo que plantea el rey Salomón en Eclesiastés, creo que estas declaraciones sobre Dios son muy fuertes y profundas. ¡Se puede salir del círculo repetitivo, del "loop"!

Es por eso que Dios nos dice que somos libres, porque si nos atrevemos a acercarnos a él, nos pone por encima de la historia. Es posible vivir otra vez por encima del sol, aunque estemos, en realidad, habitando debajo de él. Ésta es una sensación rara. Claro, saber cómo son las cosas nos hace más vulnerables a la evidencia de que vivimos en un mundo que no es como debería ser; en un mundo quebrado, en un mundo caído. Pero mientras tanto, Dios da vida a los muertos, descanso a los cansados, entendimiento a los confundidos, poder y esperanza a los frustrados y consuelo a los desanimados.

En definitiva, la clave de toda la vida, para disfrutarla al máximo en toda su complejidad, con sus luces y sombras, con lo blanco, lo negro y lo gris, es una buena, fluida, libre y creativa relación con Dios. No se trata de seguir una serie de reglas que este Dios nos impone o nos propone, o un código de vida saludable. Esto ocurre como consecuencia, de manera progresiva, muchas veces sin que activamente nos lo propongamos. Pero se trata de explorar, como si fuésemos niños aprendiendo a caminar, este mundo y esta vida de la mano de Jesús. Descubrir al Dios vivo y real que nos acompaña perceptiblemente, que nos sostiene, que no nos condena ni nos juzga, sino que nos comprende, y que nos sostiene cuando todo se vuelve borroso y confuso, es el primer paso para vencer el síndrome del mundo caído.

"El que estaba sentado en el trono dijo: «¡Yo hago nuevas todas las cosas!»" (Apocalipsis 21:5). Amén.

Hasta que volvamos a encontrarnos.