sábado, 29 de marzo de 2014

La creación - Día 6: el género humano

Hola a todos. Después de mucho tiempo, vuelvo a compartirles en este espacio una reflexión, que en cierta manera es una segunda parte de la anterior, aunque no tiene relación directa. A partir de la próxima publicación, voy a tratar de encadenar esta serie con otra, que me parece que puede llegar a ser muy enriquecedora. En la reflexión de hoy, por cuestiones de espacio, no voy a transcribir todo el pasaje, sino que les dejo el link para que lo puedan leer.

Texto: Génesis 2:7-25

Habrán notado que me corrí del capítulo 1 del Génesis. En el texto de la vez pasada ya se mencionaba la creación del hombre, sólo que la pasé por alto a propósito. Es decir, traté de enfocar la reflexión en la relación entre su creación y la del resto del reino animal. Pero para comprender en profundidad la creación del ser humano, me pareció más adecuado este pasaje.

Hay muchas cosas que, a mi entender, no quedan del todo claras en este pasaje, sobre todo si pensamos en el orden de la creación que nos da Génesis 1. Tal vez un biblista encuentre mucho más sentido en las cosas. Pero fuera de eso, y teniendo en cuenta que no podemos pretender comprender la escritura en su totalidad, porque no podemos jamás comprender a Dios en su totalidad, este pasaje puede llevar nuestra reflexión a un nivel muy profundo. Desde mi punto de vista, este pasaje es una versión simbólica, pero no por eso menos real, de la forma en que el ser humano llegó a existir. Nos dice, básicamente, aquello que necesitamos saber sobre la intención de Dios al crearnos, sobre la idea original que él tenía de nosotros, y por lo tanto sobre el nuevo estado que alcanzamos al acercarnos de corazón a Dios.

En primer lugar, quiero destacar algo que no es menor. En el texto, Dios forma al hombre de la tierra, material inerte, en principio. Sin embargo, le infunde vida. Es decir, el hombre está vivo porque Dios lo quiso así. Nuestra vida nos fue dada por Dios. No existe vida fuera de él. Su aliento es nada menos que nuestra existencia espiritual, y nuestro espíritu, entonces, proviene de Dios.

Dicho de otra manera: el hombre y Dios son, originalmente, desde el punto de vista existencial, inseparables. Por eso, todos tenemos una mínima conciencia de la existencia de lo espiritual aún desde pequeños. Por eso no han existido nunca sociedades que no tengan algún tipo de religión.

Ahora bien, Dios nos dio vida. ¿Para qué? La respuesta a esta pregunta podría ser larguísima y muy variada, pero quiero centrarme en un aspecto, que destaca en este pasaje. Dios nos puso en el jardín del Edén. La palabra Edén, escuché alguna vez, quiere decir algo así como "disfrute". Entonces, por un lado, Dios nos creo para que disfrutemos de la vida. ¿Qué finalidad tiene esto para él? No lo sé. Tal vez es un fin en sí mismo. Pero hay más. Nos puso en ese jardín del Edén para que lo cuidáramos y administráramos.

Si se fijan, el jardín que describe el pasaje no es otra cosa que este mundo. No describe un lugar extraño y misterioso, sino que da una localización geográfica para ese Edén. Esto es algo que me sorprende mucho. Estamos acostumbrados a creer que el paraíso está quién sabe dónde, pero la biblia nos muestra que Dios nos creó sobre este mismo mundo. Ese es su jardín. La llamada "expulsión" del ser humano del Edén es un hecho más bien espiritual que material. No fuimos expulsados de un lugar físico, sino de un lugar espiritual, de un estado espiritual, podríamos decir. De ese estado de disfrute. Si, como venimos diciendo, ese disfrute es el significado de la palabra vivir, nuestra expulsión es, precisamente, morir.

Entonces, Dios nos creó como administradores de su creación, incluso de ese árbol del que no podía participar. Adán tenía que cuidar ese árbol también, así como el árbol de la vida. Podríamos decir que Dios le dio el encargo de preservar la vida y la sabiduría, pero las dos le seguían perteneciendo a Dios mismo, y era en todo caso él quien decidía qué se podía hacer y qué no con cada uno de esos "árboles", con cada uno de esos dos elementos, la vida y la sabiduría. Era Dios quien tenía el derecho de regularlas.

Por otra parte, Dios dejó abierta la posibilidad de desarrollar una cultura, material y simbólica. Cuando hablo de cultura material me refiero a que en este jardín, el texto dice que había oro, resina y piedra. Es decir, Dios deja planteada la opción de construir viviendas, herramientas, elementos que ayuden al ser humano en su tarea. Crea al humano como creador. Y cuando digo cultura simbólica, hablo del encargo de ponerle nombre a las cosas. Al nombrar, el ser humano va creando una manera de pensar, de imaginar y de interpretar el mundo que lo rodea, es decir, la creación. Dios, al parecer, valora enormemente esto.

Esto es enormemente revelador para mí. Estamos acostumbrados a pensar que la cultura es algo malo. Que la tecnología es algo contrario a Dios, y que esta capacidad humana de razonar y hacerse una idea de las cosas es un problema. Sin embargo, está íntimamente relacionado con el propósito del hombre: administrar la creación. Si Dios no hubiera querido que el ser humano creara e imaginara, no le habría dado esas dos capacidades. No sólo podemos contribuir a la cultura humana, sino que tenemos que hacerlo, es parte de nuestra condición humana original, y de nuestra esencia como humanos.

Por último, como ya veíamos en la reflexión anterior, se le dio al hombre la función de procrear, de multiplicar la especie. Es interesante que una de las teorías sobre la historia humana que tradicionalmente se vio como opuesta al cristianismo, el materialismo histórico de Marx, arroja bastante luz sobre este tema. Según esta corriente, la historia consiste en el proceso por el que el ser humano produce (crea) y reproduce (multiplica) su existencia material y social. Dicho de otra manera, esa teoría está diciendo: la humanidad busca ante todo vivir, crear su propia vida, y para hacerlo fabrica elementos, y establece sociedades. La historia es la permanencia y al mismo tiempo la transformación de esos elementos, y del propio ser humano, en el tiempo. Nada que Dios no nos esté diciendo en su palabra: "sean fructíferos y multiplíquense; llenen la tierra y sométanla" (Génesis 1:28).

Para esta extensión del ser humano en el tiempo, Dios crea la familia. Porque eso es lo que el Señor estaba haciendo a lo largo de toda la creación, establecer un orden. Una organización de la creación basada en su sabiduría, que trasciende los tiempos, un conocimiento eterno. En esa organización, el ser humano es un administrador, pero no solitario. La familia es la unidad social básica desde el comienzo de los tiempos. En una época muy lejana, los historiadores coinciden en que la economía se basaba precisamente en la familia. Dios creó y crea individuos, pero los crea en medio de otros individuos, entrelazados unos con otros. Por eso el hombre y la mujer forman "un solo ser", y otras versiones dicen incluso, "una sola carne", al unirse por medio del matrimonio. Este es un tema para hablar en alguna ocasión también, la cuestión de las relaciones sexuales y el matrimonio. Existe una especie de idea común de que la biblia concibe las relaciones sexuales como un pecado. Si prestamos atención a este pasaje, descubrimos que esa idea es falsa. Hay muy pocas cosas de la vida humana que Dios prohíbe. Dios, más que prohibir, regula, pone orden. En definitiva, esa unión sexual es un acto creador, y no sólo pensándolo en términos de reproducción biológica. Crea mucho más que un nuevo ser, y aunque esto no puedo decirlo por experiencia, sí puedo afirmarlo por observación detenida. Al mismo tiempo, como unión entre el hombre y la mujer, el matrimonio es mucho más que la unión corporal, y por eso es un paso socialmente crucial. De hecho, todas las sociedades tuvieron siempre algún tipo de norma para esta unión.

En fin, como administrador, el ser humano parecería tener el encargo de terminar la obra creadora de Dios, expandirla, llevarla a nuevos límites. Podemos llegar a decir que la creación no terminó en el sexto día, ni en el séptimo, del que voy a hablar la próxima vez, sino que el proceso de creación del mundo sigue activo. No terminó. Por medio de nosotros, Dios tal vez pretendía continuar ese proceso indefinidamente.

Porque así es Dios: eterno, infinito, interminable. ¿Cómo podemos estar seguros de que, en cierta manera, el mundo que él creo no tiene esas mismas características? En el medio, hubo un problema: el ser humano creyó que, más que administrador, era dueño. Pero eso es tema para otro momento. Espero que esta reflexión haya sido de mucha bendición.

Que el Dios eterno, infinito e interminable restaure en cada uno de nosotros el propósito original de nuestra existencia, para que podamos experimentar el disfrute, el paraíso, al que no entramos al dejar este mundo, sino que entramos al acercarnos a Dios en este mismo mundo. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.