viernes, 26 de julio de 2013

2 Corintios: el nuevo pacto

Hola a todos. Durante los últimos meses estuve publicando una serie de reflexiones sobre la segunda carta a los corintios, una carta que, desde mi punto de vista, tiene un montón de contenido. Habla de cosas que me parecen muy importantes, y en definitiva nos da un panorama de lo que es el nuevo pacto con Dios, a partir de la llegada de Jesucristo a la tierra. En esta publicación voy a hacer una síntesis de todas las ideas centrales que fuimos tocando, tratando de articularlas para sacar una conclusión. No una conclusión sobre la carta en sí, porque creo que me falta conocimiento y material para poder hacer algo tan profundo, pero sí sobre todas las reflexiones que fui haciendo a partir de ella. Dejo los links de las síntesis anteriores por si quieren releerlas y recordar un poco por dónde veníamos reflexionando.

2 Corintios 1 al 5 - El ministerio del nuevo pacto
2 Corintios 6 al 10 - La comunidad del nuevo pacto
2 Corintios 11 al 13 - Los servidores del nuevo pacto

Textos: 2 Corintios 1:18-22; 3:13-18; 9:10-14; 13:5-11

De los textos que seleccioné para esta conclusión, quisiera empezar por el versículo 3:17: "Ahora bien, el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad". Esto es, por medio del Espíritu de Dios, que es el Señor, somos libres. Creo que ya con esto tendríamos para una reflexión entera, pero quiero resaltar las implicancias que esto tiene para el nuevo pacto. Antes de recibir el Espíritu Santo, no podíamos entender nada de lo que tiene que ver con Dios: ni el pecado, ni el plan de salvación, ni la gracia, ni la restauración, ni siquiera la palabra de Dios. Encontrarle un sentido a lo que dice la biblia es en realidad obra del Espíritu, sobre todo cuando humanamente no lo tendría, o podría parecer solamente un cuento lindo.

Es decir que la única salida para poder empezar a entender y por lo tanto conocer a Dios es Cristo. "Cada vez que alguien se vuelve al Señor, el velo es quitado" (3:16). Como habíamos visto para el capítulo 1, todo está centrado en Cristo. Volvernos a él es la llave para recibir el Espíritu que nos hace libres, libres para entender de qué se trata todo, libres para vivir como Dios quiere que vivamos, al máximo de nuestro potencial.

Es el Espíritu de Cristo el que en definitiva lleva a cabo la obra de restauración, y nosotros cooperamos con él. Para eso es necesario que permanentemente, en nuestro caminar diario, nos volvamos a Jesús una y otra vez, en la aflicción, en la necesidad o en la abundancia; siempre. Esto nos conecta con la fuente de nuestra vida, de la vida plena y llena de sentido, que es la vida por definición. Jesús dijo: "Yo soy la vid y ustedes son las ramas. El que permanece en mí, como yo en él, dará mucho fruto; separados de mí no pueden ustedes hacer nada" (Juan 15:5). Y permanecer en Cristo es básicamente eso: volver una y otra vez nuestra mirada hacia él, para recibir dirección y guía.

El nuevo pacto, entonces, es en el Espíritu, y por lo tanto en Cristo. El capítulo 1 ya nos advierte también que todo lo que recibimos de Dios por este pacto lo obtenemos por medio de Jesús, y que el sello, la garantía del pacto, es el Espíritu, porque Dios "nos selló como propiedad suya y puso su Espíritu en nuestro corazón, como garantía de sus promesas" (1:22).

Y lo que recibimos de Dios no es otra cosa que su gloria, una dosis de aquello que él mismo es. Los atributos de Dios se nos transfieren a nosotros, como también dice Pablo en la carta a los gálatas: "el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio" (Gálatas 5:22-23). Es que Dios quiere que nos parezcamos cada vez más a él, como fue en un principio. Y no había nada que pudiéramos hacer para que esto fuera así, no por nuestros propios medios, porque el pecado, la desobediencia, lo impide. Por eso, Dios, mediante la vida, muerte y resurrección de Jesús, nos regala todo eso, nos regala su gloria, que nos hace resplandecer en medio de un mundo quebrado por el poder del pecado. En realidad, merecíamos ser despojados de todo, incluso de nuestra vida, pero Dios hace todo lo contrario: nos ofrece vida en Cristo.

Por eso, el nuevo pacto es además el pacto de la gracia. No ya el de la ley, que se basaba en el compromiso de su cumplimiento. Por supuesto que el denominador común de ambos pactos fue siempre la fe: la obediencia a la ley siempre tuvo que ser sincera y de corazón para que valiera. Pero los antiguos no habían recibido el Espíritu Santo, ni habían conocido al Mesías, a Jesucristo, el que guarda en sí mismo todas las promesas y bendiciones de Dios. El nuevo pacto nos permite un nuevo tipo de obediencia, porque la ley está escrita en nuestros corazones, grabada con la tinta de Cristo que es el Espíritu. Un regalo que no merecíamos; eso es la gracia.

Todos los que entran en este nuevo pacto, los que al recibir a Cristo en sus corazones firman este acuerdo con Dios, participan de una comunión especial con Jesús, pero además entre ellos mismos. En definitiva, recibimos todo esto para resplandecer con la gloria de Dios, y de esa forma, en nuestra manera de vivir, dar a conocer su nombre y sus intenciones. El Espíritu nos impulsa a compartir esa gracia con todos. Como consecuencia, nacen del Espíritu comunidades vivas, como decíamos, comunidades que crecen en el Señor permanentemente, siempre acercándose más y más a la imagen de Cristo. Esto debería reflejarse en ciertas características importantes. Muchas veces funcionan como si fueran grandes familias. Sus miembros velan unos por otros, en oración y en acción, cuidándose y protegiéndose mutuamente. Se alientan unos a otros, y se acompañan, brindando apoyo y contención, o simplemente descanso para el espíritu tanto en los momentos adversos como en los más agradables.

Por supuesto, estas comunidades de creyentes no son perfectas, y siempre hay algún punto en el que fallan. Puede que sea por algunos de sus miembros en particular, pero también como comunidad. Por eso es importante entender que como partícipes del pacto de gracia, nuestro objetivo, y diría que nuestro deber, es derramar esa gracia, compartirla generosamente con todos, tanto con los que también recibieron a Cristo como con los que no. Nadie hizo nada para recibir el regalo de Dios, ni mucho menos para merecerlo. Por eso, estamos todos a la misma altura, a lo sumo en diferentes estados espirituales. No hay méritos en Cristo, sólo hay gracia. Por supuesto, es importante que entre nosotros nos animemos a reprendernos y corregirnos cuando sentimos que algo anda mal, y también es importante que estemos abiertos a recibir la reprensión y corrección de los demás, y a tenerla en cuenta.

Esa es una de las consecuencias lógicas de una humildad sincera. Pero justamente es importante hacerlo desde la humildad, y con el único objetivo en mente de que esa persona pueda estar mejor de lo que está. Al corregir es importante que siempre tengamos en cuenta el bienestar del otro, y que esa sea mi motivación. Que no mostrar lo maduro que creo ser, ni imponer mi forma de pensar sobre el otro, ni nada que se parezca a esto; simplemente tratar de que la otra persona refleje más a Dios y por lo tanto tenga una vida más plena. En definitiva, lo que realmente cuenta es que reflejemos el amor y la paz de Dios. Estas son las características más significativas del nuevo pacto. El amor de Cristo trajo paz entre Dios y los hombres, porque Dios, en su misericordia, así lo quiso, aunque no lo mereciésemos.

Ese es el nuevo pacto, el pacto de la gracia, que nos renueva más y más hasta hacernos a imagen de Cristo. Hoy apenas reflejamos esa imagen como si fuéramos un espejo, pero un día, Jesús va a venir a buscarnos para que habitemos con él donde él está, y ese día vamos a ser revestidos de lo que en realidad somos pero de lo cual reflejamos apenas una parte: la imagen de Cristo. Entonces vamos a ser vistos realmente sin mancha, puros delante de Dios. Esa es la promesa: el Espíritu trabaja permanentemente en restaurarnos, desde el mismo momento en que Jesús viene a vivir a nuestras vidas, porque "el que comenzó tan buena obra en ustedes la irá perfeccionando hasta el día de Cristo Jesús" (Filipenses 1:6).

Que el Dios de amor y de paz, que estableció por medio de Cristo un nuevo pacto con nosotros en su gracia, siga corriendo el velo de nuestros ojos para que podamos conocerlo cada vez más, y ser transformados con más y más gloria a imagen de Dios, derramando esa gracia por todas partes por medio del Espíritu, que nos hace libres. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

sábado, 20 de julio de 2013

2 Corintios: Los servidores del nuevo pacto

Hola a todos. Como hice ya otras dos veces antes, voy a tratar de resumir y redondear las últimas publicaciones en esta reflexión, y les adelanto también que voy a hacer algo parecido la próxima vez con todas las reflexiones sobre la segunda carta a los corintios, una especie de conclusión general, digamos. Quiero insistir en que esto que escribo y publico por supuesto que son cosas que siento que Dios me dijo al leer su palabra, pero no es comparable a la palabra de Dios, ni mucho menos. Tampoco soy teólogo, así que probablemente haya cosas de mi interpretación que son poco acertadas por falta de conocimiento general sobre algunos sentidos en la escritura. Fuera de eso, insisto en otra cosa: primero oren, después lean los pasajes, recién después la reflexión, y si quieren anoten para ustedes mismos y comenten.

2 Corintios 11 - Ministros de Cristo 11:1-6
2 Corintios 12 - Entrega desinteresada 12:7-15
2 Corintios 13 - La autoridad de la gracia 13:5-10

En estos tres capítulos, Pablo defiende su ministerio, y creo que eso nos permite sacar algunas conclusiones acerca de lo que nosotros debemos considerar como ministros (servidores) de Jesús. Repasando las reflexiones y los pasajes me di cuenta de que hay un denominador común en los tres capítulos, es decir, en esta última parte de la carta, además de que es la defensa de Pablo frente a quienes los desacreditaban. Ese hilo conductor es la gracia.

Después de todo, el nuevo pacto, como decía en el capítulo 5, está basado en la gracia: Dios mismo, hecho hombre, pagando el precio por nuestra desobediencia sin que nosotros merezcamos que él lo haga. Eso es la gracia, el favor no merecido de alguien, en este caso, Dios. Ahora, si el nuevo pacto se trata de eso, los ministros tienen que ser servidores de la gracia.

Esto implica varias cosas. Primero, que todos los que participamos de esa gracia de Dios por medio de Cristo somos sus ministros. El servicio está basado en esa gracia, o sea que basta con recibirla del Señor para convertirnos en sus servidores. Por supuesto que, por esta razón, servimos desde la gracia. ¿Qué quiere decir esto? Que no es desde nuestra capacidad, nuestras cualidades o nuestro conocimiento que servimos, sino desde aquello que Dios nos da para que demos a otros. Desde el poder que Dios nos da sólo porque es su propósito, no porque nosotros seamos buenas personas o buenos servidores. Diría que es al revés: somos buenos servidores porque tratamos de no ser nosotros los que actúen, sino el poder de Dios manifestándose en y a través de nuestras propias debilidades. La humildad entonces debería ser una característica de los ministros del nuevo pacto.

Además, servimos por y para la gracia. Por gracia, porque no esperamos recibir nada a cambio por lo nuestro servicio, "pues no me interesa lo que ustedes tienen sino lo que ustedes son" (12:14). Nuestro servicio al Señor, al ministerio de la gracia, debería ser, justamente, gratuito. Esto no siempre quiere decir que no recibamos en realidad algo a cambio, sólo que este no es nuestro objetivo. A veces incluso podemos estar sirviendo indirectamente desde nuestro propio trabajo, es decir, recibimos a cambio una paga, pero así y todo podemos no tener como foco, como objetivo, esa paga. En fin, es la entrega desinteresada de la que hablaba hace algunas publicaciones. Servimos por gracia porque tratamos de no ser una carga, sino ser una bendición. Y servimos para la gracia, porque ese es el fin último del evangelio: instruir en la gracia de Cristo y acercar a otras personas a esa gracia, a través del arrepentimiento para recibir ese perdón que Jesús compró en la cruz para cada uno de nosotros.

Es por eso que, como habíamos visto, un ministro de Cristo tiene celo por aquellos a los que sirve. Si nuestro deseo es que esas personas crezcan en la gracia de Dios, y por lo tanto en su gloria, es lógico que tengamos un especial sentido de cuidado hacia esas personas. Es natural que nos preocupemos por su salud, en todo sentido, y por su crecimiento y su manera de vivir. También es normal que no sólo nos preocupemos, sino que nos ocupemos. Si nuestro servicio es genuino, este celo es natural. Y nos lleva a tomar decisiones y hacer cosas para lograr ese objetivo, que esas personas a las que servimos estén bien y que puedan conocer y crecer en la gracia del Señor. Estas acciones son en definitiva, como vimos, las que realmente acreditan nuestro servicio. Nuestra autoridad como ministros viene también de la gracia, porque es Cristo mismo quien nos autoriza al manifestarse a través de esas acciones de servicio. Por eso nos alegramos cuando somos débiles o atravesamos situaciones difíciles, porque entonces el poder de Cristo se hace más evidente. Creo que puede resumirse en que "pedimos a Dios que no hagan nada malo, no para demostrar mi éxito, sino para que hagan lo bueno, aunque parezca que nosotros hemos fracasado" (13:7).

Entonces, en definitiva, para un servidor del nuevo pacto, la gracia es todo. Es el motor, es la herramienta, es el servicio, es el objetivo, es el propósito. No importa lo que parezca, lo que se vea, lo que los demás piensen o digan sobre nuestro servicio. Todo proviene de Cristo y es para Cristo, "pues Dios es quien produce en ustedes tanto el querer como el hacer para que se cumpla su buena voluntad" (Filipenses 2:13). Es muy importante entender esto. No hacemos o dejamos de hacer cosas buenas porque tienen éxito en que otros conozcan a Dios, o sólo porque Dios nos lo pide, o para que los demás vean que somos buenos servidores. Lo hacemos simplemente porque es lo correcto para hacer. Al fin y al cabo es por eso que Dios nos lo pide, no por otro motivo. Me quedo con esta exhortación: "consideren bien todo lo verdadero, todo lo respetable, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo digno de admiración, en fin, todo lo que sea excelente o merezca elogio" (Filipenses 4:8). ¿Por qué? ¿Para que me elogien o me admiren? No, pero sí para servir a los demás gratuitamente, sin esperar retribución ni reconocimiento por eso, pero reconociendo nosotros mismos que en definitiva, esas acciones simplemente van destinadas a elogiar a Dios o dirigir hacia él la admiración, hacia ese mismo Dios que en definitiva nos envolvió en su gracia y nos envía, por y a través de la gracia, a servir a los demás.

Que el Dios de la gracia sublime y asombrosa, que pagó él mismo el precio de nuestra vida, nos inunde con ese favor que no merecíamos para que nosotros podamos servir a los demás, ser ministros de Cristo, desde esa misma posición, favoreciendo a aquellos que no necesariamente hacen algo por nosotros, y sin esperar que hagan o nos den nada como retribución. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

martes, 16 de julio de 2013

2 Corintios 13 - La autoridad de la gracia

Hola a todos. Bueno, llegamos al último capítulo de la segunda carta a los corintios. Sinceramente, repasar esta serie para publicarla me hizo recordar cosas importantes que había aprendido la primera vez, y me hizo encontrar también cosas nuevas. Espero que para ustedes haya sido también de bendición. La próxima vez voy a publicar la última recapitulación, sobre estos últimos tres capítulos, y probablemente después cierre con una conclusión general. No olviden prestar especial atención al texto bíblico, orar para que sea a Dios a quien escuchen, tal vez anotar lo que les surja a ustedes y bueno, si hay algo que quieran compartir, comenten.

Texto: 2 Corintios 13

Pablo termina en este capítulo de defender su ministerio, y de una forma que me parece bastante práctica. Por todo lo que ya les habló al respecto, está dispuesto a demostrar con hechos lo que viene diciendo. Cristo mismo le da autoridad, y piensa usar esa autoridad para poner en orden todo lo que haya que poner en orden cuando llegue a Corinto otra vez. "No seré indulgente con los que antes pecaron ni con ningún otro, ya que están exigiendo una prueba de que Cristo habla por medio de mí. Él no se muestra débil en su trato con ustedes, sino que ejerce su poder entre ustedes" (13:2-3).

Ahora, ¿por qué insiste Pablo en esto? ¿Qué nos dice esto sobre la actitud de un ministro de Cristo? Vuelvo sobre esta idea: todos los creyentes somos ministros de este nuevo pacto. Habíamos dicho en su momento que una de las principales características de este nuevo pacto era la gracia: el único hombre justo pagando el precio de la injusticia de todos los demás hombres con su propia muerte. Ésta es la autoridad que Pablo afirma recibir de Cristo, la autoridad que la gracia le da.

Esta autoridad de gracia tiene una primera consecuencia fundamental: reconocer que no nos ganamos esa autoridad, sino que nos fue regalada por medio de la fe. Porque a través de la fe viene en nosotros el poder de obedecer la palabra de Dios de forma voluntaria y consciente. De hecho, no es una autoridad teórica la que se nos confiere, sino una autoridad práctica, que sólo se demuestra por las obras. Son éstas las que, como vimos en otra publicación anterior, acreditan nuestro ministerio, nuestro servicio, y sobre todo nuestra posición para reprender a otros. No porque nuestras obras nos hagan mayores que los demás, porque en realidad, cualquiera puede reprender a cualquiera. Pero no puedo reprender a alguien por algo que yo mismo no pongo en práctica.

Otra consecuencia de la autoridad de gracia es que el ejercicio de esa autoridad tiene un objetivo distinto del de mandar sobre otros: la meta es que los demás crezcan en el Señor. La edificación de los demás, y no su destrucción, como señala Pablo. Si usamos nuestra autoridad para aprovecharnos de los demás, para tomar lo que otros tienen, para hacerles daño por cosas que en el pasado pueden habernos hecho, o lo que sea, entonces no estamos usando la autoridad de la gracia ni manifestando el poder de Cristo. El ministerio del nuevo pacto se basa en el amor y el perdón del Señor. Y recordemos que contribuir a la edificación de otros es necesariamente ayudar a que la gloria de Dios se refleje de manera cada vez más visible en esas personas, y por lo tanto requiere que yo mismo la deje brillar en mí.

Uno de los puntos más importantes de esto, y Pablo vuelve sobre él en esta parte de la carta, es reconocer que somos débiles. Como hablamos para el capítulo 4, tenemos esta gloria, y por lo tanto, esta autoridad, en vasijas de barro. Es el poder de Cristo el que me fortalece y hace toda la obra de restauración en mí. Por eso conviene permanentemente hacer un autoexamen de mi propia relación con Dios y de mi caminar como cristiano. ¿Estoy reflejando apropiadamente la gloria de Dios? ¿Qué barreras tengo? ¿Quién puede ayudarme a sortear esos obstáculos? Y eso también es importante. Si quiero ejercer eficazmente la autoridad de la gracia, es necesario que yo mismo me ponga bajo la autoridad de otro. Que busque el consejo de otro, la ayuda de otro, y por qué no, la reprensión de otro. Sí, esto también es importante. No hay mayor confianza, me parece, que la que me permite depositar en otra persona el "derecho" de reprenderme sin que yo me ofenda por eso. También es un paso grande de humildad, que creo que sirve de mucho.

Y lo importante es que al probarme a mí mismo, al someterme a examen, no lo haga para quedar bien con otros, o para hacer quedar bien a los cristianos. Esto es una tendencia o una tentación muy común. Muchas veces me vi en la situación de querer hacer las cosas bien para que la gente no piense mal de los creyentes. De esas veces, varias lo hice. Hacer las cosas bien es de por sí algo bueno, pero la motivación es incorrecta, y eso tiene la consecuencia de que mi obediencia sea forzada y no natural. La motivación para hacer las cosas bien tiene que ser que eso es lo correcto. Que eso es lo que hay que hacer, porque para eso fuimos creados, para eso fuimos liberados de la desobediencia, rescatados por el poder de Cristo, y si somos conscientes de esto, "nada podemos hacer contra la verdad, sino a favor de la verdad" (13:8). De nada sirve engañarnos a nosotros mismos sobre qué tan aprobados estamos o en qué sentido, porque en cualquier caso no podemos engañar a Dios, y él siempre nos va a recordar qué necesitamos corregir o cambiar. Su intención es, siempre lo fue, hacer de nosotros la mejor versión de nosotros mismos.

Cada uno, entonces, es responsable de tratar de conocerse a sí mismo y de trabajar codo a codo con el Señor para sacar afuera esa mejor versión posible de sí mismo. Pero no podemos tampoco excedernos en severidad con nosotros. A veces, no sé si les habrá pasado, llegué a examinarme con más severidad de la que creo que Dios mismo pretendía. Eso no lleva a buen puerto, porque muchas veces puede desanimarnos en nuestro crecimiento. Lo mismo ocurre al examinar a otros o, digamos, tratar de corregir a otros. Primero que nada, si soy demasiado severo con los demás puede que no esté examinándome a mí mismo apropiadamente. Pero además, si la idea es edificar, tengo que reprender con cuidado. No con cuidado en el sentido de precaución, sino en el sentido de cuidar de esa persona mientras la corrijo. Porque en definitiva ese es el objetivo de esa corrección. "les escribo todo esto en mi ausencia, para que cuando vaya no tenga que ser severo en el uso de mi autoridad, la cual el Señor me ha dado para edificación y no para destrucción" (13:10).

Entonces, la idea es que siempre hagamos el bien, y que siempre animemos a otros a hacer el bien, con la autoridad que la gracia nos da. Porque eso es lo correcto. Y hacer el bien quiere decir obedecer, por fe, a Dios. No me refiero a cada cosa puntual que la palabra dice, porque eso es justamente lo que Dios produce en cada uno de nosotros. Lo importante, o la base, es buscar a Dios de corazón y querer hacer las cosas a su manera, para que cada vez que su palabra, de manera directa o a través de otro, nos corrija, pongamos todo de nosotros en cambiar ese aspecto. Crecer en el Señor es un proceso, y es un camino que dura toda la vida y va dando resultados de manera progresiva. Por eso también tenemos que animarnos a darnos un margen de error. Apuntar alto es importante, pero también lo es saber que vamos a fallar, de manera regular, y entonces, tenemos que corregir nuestro rumbo, sí, pero no castigarnos a nosotros mismos porque Dios mismo nos perdona.

Insisto en esto: no es en nuestra fuerza o capacidad que logramos crecer, sino apoyándonos en el poder de Cristo: oración, palabra de Dios, comunidad. La propia práctica de lo que está bien es el impulso que nos lleva más y más hacia adelante. Cuánto más tratamos de hacer lo bueno, más fácil nos resulta, si lo hacemos confiando ante todo en el poder de Cristo. Y en cuanto a contribuir al crecimiento de otros, lo mismo: lo que importa es que resulte, que salga bien, pero no para que nosotros quedemos como ministros muy capaces que logran "hacer crecer" a otros, porque esto no es cierto. Lo que cuenta es que esas personas aprendan a obedecer a Cristo, porque eso es bueno, no porque nosotros somos buenos. "Pedimos a Dios que no hagan nada malo, no para demostrar mi éxito, sino para que hagan lo bueno, aunque parezca que nosotros hemos fracasado" (13:7). Y en todo, tenemos que intentar estar en paz, con Dios, con nosotros mismos y con los demás, y procurar mantener la unidad.

Que la gracia del Señor Jesucristo, que nos da autoridad para edificar y sostener a otros, el amor de Dios que es la base de esa autoridad, y la comunión del Espíritu Santo que nos conduce a hacer el bien cada vez con más soltura, sean con todos nosotros. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

sábado, 13 de julio de 2013

2 Corintios 12 - Entrega desinteresada

Hola a todos. Después de una larga pausa, acá estoy de nuevo. Estamos ya llegando al final de la serie sobre este libro del Nuevo Testamento que, al menos desde mi punto de vista, tiene mucho para enseñarnos. Quiero insistir, como siempre, en que lo ideal para leer este blog es: hacer una breve oración, leer primero el pasaje, reflexionar unos momentos sobre él, tal vez anotar alguna que otra cosa que sientan que Dios les esté mostrando en él, y después leer esta reflexión. Por supuesto, podríamos agregar el paso de hacer algún comentario para enriquecer todavía más la publicación. Bueno, espero que esta reflexión les sea de bendición.

Texto: 2 Corintios 12

La vez anterior había marcado algunas características de lo que podríamos llamar el "ministro del nuevo pacto", que como vimos la vez anterior, describe a cualquier creyente que vive con el deseo permanente de servir a Dios, y por lo tanto, a los demás, ayudándolos a crecer en él. Creo que desde ese punto de vista, hay dos cosas centrales que aporta este pasaje.

Pablo que continúa de algún modo defendiendo su ministerio, afirma que si pensara en términos humanos tendría varias cosas de las que jactarse. Sin embargo, de todo lo que experimentó en su servicio a Cristo, elige jactarse de sus debilidades, de las persecuciones en su contra, en fin, de todo lo que demuestra que el éxito de su empresa no depende de su capacidad.

Esto me resultó muy llamativo desde la primera vez que leí este pasaje. Quiero decir, ¿quién puede jactarse de algo que lo hace más débil o lo hace parecer menos capaz de lo que se ve a simple vista? Si esta idea fuese dicha fuera de contexto podríamos pensar que Pablo tenía algunos problemas consigo mismo, es decir, una autoestima relativamente baja.

Sin embargo, en este contexto está claro que él no está dudando de su valor como siervo de Cristo. De hecho, él mismo dice: "de ningún modo soy inferior a los 'superapóstoles', aunque yo no soy nada" (12:11). Podríamos parafrasearlo de esta manera: "yo no soy nada, soy débil y si llegué a este punto no tuvo nada que ver con mi poder, mi capacidad o mi genialidad, y sin embargo para nada soy inferior a otros que desempeñan el ministerio de Cristo".

¿Cuál es la clave de todo esto? Evidentemente es reconocer que todo, absolutamente todo lo que hayamos logrado hasta ahora, y la posición, es decir, la función que llevemos a cabo en nuestra comunidad, proviene de Cristo, y es para su gloria. No tiene nada que ver con que seamos mejores o peores que otros. Tiene que ver sencillamente con el rol que Dios designó para cada uno en función de su propio plan. No es un premio, un favoritismo o un castigo. Podemos pensar incluso que cuando sufrimos adversidades en nuestro servicio, Dios las permite simplemente para que recordemos siempre que no depende de nosotros, sino de él. ¿Qué mayor satisfacción podemos hallar en el servicio que cuando, por ejemplo, las condiciones son absolutamente desfavorables pero aún así el resultado es altamente exitoso? "Por lo tanto, gustosamente haré más bien alarde de mis debilidades, para que permanezca sobre mí el poder de Cristo" (12:10).

A veces, esta actitud puede encontrar resistencia entre los que nos rodean, en especial aquellos que no reconocen a Cristo como tal. He escuchado, por ejemplo, cosas como "pero también es porque vos te esforzaste mucho", o "no te eches a menos, vos sos muy capaz de todas formas", o cosas así. La idea de tener una opinión sólida y sana sobre uno mismo y la de jactarse en las propias debilidades parecen incompatibles desde los parámetros humanos. Sin embargo, pienso que sólo alguien que se conoce lo suficiente y que está seguro de sí mismo puede ver sus propias debilidades como motivo de jactancia, y por supuesto, alguien que además confía en el poder de Cristo, que es el que sostiene nuestro trabajo a pesar y en medio de nuestras debilidades.

Ahora bien, esta humildad de Pablo es absolutamente genuina. No le interesa lo que en este caso los corintios puedan opinar sobre él. No le interesa lo que puedan darle a cambio de su servicio. Como insiste todo el tiempo, no quiere serles una carga. Hay muchas maneras de ser una carga para otros, pero se refiere principalmente a la carga económica que podría significar, y pienso que también a la carga que implica a veces ser reprendido por otros. Pablo tiene un solo deseo y objetivo para su ministerio: la edificación de aquellos a los que está sirviendo, su crecimiento en el Señor. "No me interesa lo que ustedes tienen, sino lo que ustedes son" (12:14).

Y me parece clave lo que dice sobre su regreso a Corinto: "de buena gana gastaré todo lo que tengo, y hasta yo mismo me desgastaré del todo por ustedes" (12:15). Creo que esta actitud es la misma que tuvo Jesús en la cruz. Hizo todo lo que podía hacer, dio todo lo que podía dar, y se terminó dando a sí mismo. El único interés de Jesús: nuestra salvación, nuestro bienestar, nuestra restauración. De hecho, Pablo siente un poco de preocupación por su regreso, porque siente que a pesar de su entrega no van a recibirlo como él quisiera. Sin embargo, decide que va a ir a visitarlos. De nuevo: no le interesa lo que le den, ni tampoco, obviamente, lo que no le den. No le interesa su propio desgaste. Esta dispuesto a dejar todo por la edificación y el crecimiento de los corintios, y no espera recibir absolutamente nada a cambio.

Creo que esta tiene que ser nuestra actitud al servir. No importa si aquellos a los que servimos no reconocen nuestro servicio, o si piensan que viene de nosotros cuando nosotros mismos afirmamos que viene de Dios. Lo importante es la forma en la que nosotros lo hagamos. En definitiva, hay un solo hecho verdadero en todo esto: en medio y a pesar de nuestras debilidades, Cristo manifiesta su enorme poder en nosotros a través de milagros y señales, y nos usa para que otros sean bendecidos, independientemente de que esos otros se den cuenta o no. Lo demás es secundario: lo que recibimos, lo que gastamos en el proceso, lo que ponemos de nosotros mismos. El límite de nuestro propio desgaste en todo caso está dado, precisamente, por la fuente de nuestra humildad: el conocimiento de nosotros mismos y de nuestras debilidades y limitaciones, y no sólo eso, sino también su reconocimiento. Saber que están y aceptarlas. El poder de Dios se encarga del resto.

Que el Dios que se entregó a sí mismo con el único interés de rescatarnos llene nuestra manera de pensar y vivir, para que podamos actuar con humildad sincera y con esa misma entrega desinteresada, manifestando así su inmenso poder a través de nuestras propias debilidades. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

martes, 2 de julio de 2013

2 Corintios 11 - Ministros de Cristo

Hola a todos. Pasó un tiempo ya desde la última publicación, estuve bastante apretado de tiempos en esta última semana y media, pero bueno, acá estoy de nuevo. Sigo entonces con la publicación sobre la segunda carta a los corintios. Ya hablamos del ministerio del nuevo pacto, relacionado con reflejar la gloria de Dios, que se manifiesta en nuestras vidas concretas a partir de nuestra entrega sincera a los demás y nuestra actitud de humildad y arrepentimiento frente a Dios. Por supuesto, hay más: la pureza, una forma de vivir agradable a Dios. Toda esta cuestión práctica de la entrega y la generosidad tiene como consecuencia que se formen, a raíz de este nuevo pacto en el Espíritu, comunidades vivas que crecen y que sirven como modelo de comunidad ideal, aunque sin serlo del todo. Ahora, nos queda ver qué pasa con cada persona dentro de esa comunidad, cómo es que funcionan y crecen estas comunidades. Repito algo que siempre digo: primero que nada, lean y reflexionen en el pasaje que cito. Recién después, y como complemento, lean mi reflexión, que es sólo eso, una reflexión. Y si se animan, comenten qué sintieron que Dios les dijo.

Texto: 2 Corintios 11

Ya habíamos visto que algunos cuestionaban a Pablo como ministro, como líder de la iglesia, como maestro. Lo hacían, según él, a partir de parámetros humanos, y en este pasaje se ve con más claridad. Argumentaban, aparentemente, que no era suficientemente bueno, que no tenía suficiente capacidad de oratoria, o tal vez que no estaba capacitado para enseñar, para corregir, para reprender, y que no tenía derecho a hacerlo. Pero también aplicaban parámetros humanos para justificarse o recomendarse a sí mismos, considerándose ellos mismos como buenos maestros, mejores que Pablo.

Es interesante la manera de responder de Pablo. Ya habíamos visto también que él no responde a estas acusaciones con argumentos, sino con su testimonio. Habla desde la experiencia, y de la experiencia, no tanto de razones. En este capítulo, sin embargo, toma los propios argumentos contra él y los revierte. "Si ustedes son buenos, sepan que yo soy igual que ustedes en todo", podríamos expresar. Todo aquello de lo que estos maestros se jactaban se cumplía también en Pablo.

Pero lo que Pablo destaca de todo esto no son los requisitos humanos, sino justamente la entrega. Si en algo se enorgullece, no es en quién es él socialmente (según su origen familiar, su posición social, etc.), sino en lo que tuvo que dejar en el camino de ser un servidor de Dios. De hecho, la palabra que suele traducirse como "ministro" tiene este significado tanto en hebreo como en griego, el de "servidor". Y el servicio está asociado aquí con las circunstancias que tuvo en contra y a pesar de las cuales siguió perseverando con tal de entregarse a estas comunidades al 110%. Voy a volver sobre esta idea en la próxima publicación, pero quiero quedarme con esta idea del servidor de Cristo.

Esto es, entonces un ministro. Una persona que, contra toda circunstancia adversa, está dispuesta a entregarse por los demás. Por supuesto, esto se aplica hacia cualquier persona, pero en particular, este capítulo sirve para pensar cuáles son las características de un servidor de Cristo hacia el resto de la iglesia, es decir, la comunidad que crece en Cristo. Y me parece que el papel del servidor, es decir, el ministro, es fundamental.

Primero, ¿quiénes son los ministros? Bueno, más allá de la estructura de cada iglesia, tenemos que entender que desde el punto de vista de Dios, todos somos ministros. "Ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo que pertenece a Dios, para que proclamen las obras maravillosas de aquel que los llamó de las tinieblas a su luz admirable" (1 Pedro 2:9). Cada creyente es un sacerdote, desde el punto de vista de que todos somos responsables por el mensaje de Cristo, por el servicio a los demás y por la administración de todo lo que pertenece a Dios, toda la obra de sus manos. Digo esto porque es fácil caer en la falacia de que sólo las autoridades de la iglesia tienen la responsabilidad de enseñarle a otros, de leer y conocer la palabra de Dios, de trabajar por la iglesia.

Pero no es así, la biblia no nos muestra eso. Cada creyente es un sacerdote, aunque esté bajo autoridad de un sacerdote ordenado como tal. Lo mismo todo creyente es un maestro, aunque a su vez esté bajo la guía espiritual de otro maestro. Todo creyente es un teólogo, aunque sea instruido en la palabra por otros teólogos. Y finalmente digo que todo creyente es un ministro de Cristo, porque todos somos servidores y tenemos la responsabilidad de trabajar por nuestra comunidad de fe.

Ahora, ¿a qué me refiero con "trabajar por nuestra comunidad de fe"? Bueno, el objetivo es edificar a la iglesia, lograr que todos los que comparten comunidad con nosotros crezcan en el conocimiento de Dios. Ya había hablado de esto en el capítulo 2 y en el 7, pero ahora voy a tratar de precisar cómo pasa esto. Había dicho que las comunidades cristianas son comunidades vivas, que crecen en santidad, es decir, en parecerse a la comunidad ideal, la que Dios mismo soñó al crear a la humanidad. Y esto se lleva a cabo justamente a través de la acción de los ministros, los servidores, es decir, todos los creyentes.

En primer lugar, un ministro de Cristo tiene celo por aquellos que ministra. ¿Qué quiere decir que tenga celo? Es una preocupación, o mejor, una ocupación continua de que los que nos rodean conozcan al Señor y crezcan en la vida que él nos propone. Que crezcan en entrega y en santidad. Todo creyente debería estar preparado siempre para transmitir lo que ya aprendió en su caminar con Dios, sin miedo y sin vergüenza, porque es la práctica la que nos acredita. Haber experimentado el amor de Dios me permite hablar de él. Experimentar el poder de Dios me permite hablar de él. Lo mismo experimentar la precisión de la palabra de Dios, o cualquier otra cosa que hayamos aprendido por la vida misma. Un ministro de Cristo observa y cuida a sus hermanos en la fe, está atento a sus necesidades y a su manera de vivir, para aportarle lo que esté a su alcance y para corregirlo cuando esté yendo por un camino que lo aleja de la imagen de Cristo. Reprender es responsabilidad y privilegio de todo creyente.

Por supuesto, siempre, como veíamos en el capítulo 2, desde la humildad de alguien que está en la misma posición frente a Dios, y con el motivo de que la persona crezca, no para que viva como a mí me parece que tiene que vivir. El propósito de esto lo deja claro Pablo: "el celo que siento por ustedes proviene de Dios, pues los tengo prometidos a un solo esposo, que es Cristo, para presentárselos como una virgen pura" (11:2). Ésta es una imagen fuerte, pero quiero quedarme con esta idea: una virgen pura. La expresión se puede traducir también como "limpia", sin mancha. Y esto ocurre sólo a través de la fe, como ya vimos. Entonces, un ministro de Cristo trabaja para fortalecer la fe de otros, desde la palabra y desde el ejemplo.

Otra característica del ministro de Cristo es que va de frente, siempre con la verdad, como lo hace Pablo en este capítulo. Denuncia lo malo con naturalidad, con amor, con suavidad y con humildad. Pero sobre todo, con firmeza, sin dudar. Tiene grabados en sus mentes los parámetros de Cristo, y no está dispuesto a negociarlos. Dice las cosas como son. Por supuesto que cuidar de los demás creyentes implica tratar de no herirlos con las palabras, de respetar su espacio personal y su experiencia de vida, de ser comprensivo y compasivo. Pero no por eso menos sincero. Si algo está mal, y estoy seguro de eso, no puedo callarme, por lo menos no si la persona que lo practica es un creyente. Tal vez la persona ya sabe que está mal, y está luchando con eso, pero tal vez no. O tal vez no se lo plantea, o no se puso a pensar que está mal. Por eso es fundamental que, desde el amor y el respeto, hablemos con esa persona y tratemos de mostrarle qué es lo que está mal y por qué.

Y esto está ligado totalmente a otra característica: un ministro de Cristo es humilde, es decir, no se endurece ni se gloría según su propia capacidad. Si tengo conocimiento teológico, no es eso lo que me acredita como un buen servidor. Tampoco pertenecer a una familia cristiana muy conocida, o a una iglesia que trabaja mucho, o lo que sea. Es el servicio el que me acredita, no porque yo sea capaz de servir mucho y bien, sino porque a pesar de mis debilidades, Dios me usa de formas inesperadas, demostrando su propio poder. Si mi servicio pone en evidencia el poder de Dios y no el mío, entonces mi servicio es válido. Por eso Pablo dice que prefiere jactarse de sus debilidades y sufrimientos, para que sea evidente que su tesoro, la gloria de Dios, viene en una vasija de barro, frágil y que si no se rompe en el camino es porque Dios la protege y sostiene. Esa debería ser mi actitud, porque entonces voy a querer servir hasta en las condiciones más adversas, y porque así voy a ser cuidadoso de los demás creyentes, que también son débiles y frágiles, y atraviesan dificultades cuando intentan crecer y servir. No es fácil vivir con los parámetros de Dios en medio de una sociedad que empuja por moldearnos con otros criterios que son a veces muy diferentes, y que nos "castiga", implícita o explícitamente, si no nos amoldamos.

Entonces, el nivel de entrega a Cristo y las consecuencias que tiene en mi vida son una medida de mi ministerio, de mi servicio. O sea que no hay motivo de orgullo o jactancia que no sea Cristo o mis propias aflicciones y debilidades. Es importante, como hace Pablo, reconocer también cuáles son mis fortalezas, para no desmerecer mi propio trabajo, porque aún para Dios es importante. Pero es crucial entender que Dios sabe todo, y si yo quiero parecer más capaz o fuerte de lo que realmente soy, es con Dios con quien no tengo las cuentas claras. Porque todos fallamos y todos tropezamos, y si me considero más capaz que otro estoy ignorando esto. Este es el principio de la humildad. Estoy en igualdad de condiciones que los demás creyentes, y si llegué a determinada posición de servicio o logré determinadas cosas, es sólo por el poder de Dios. De hecho, cuanto más alta la posición, no se espera menos trabajo por mi parte, sino el mismo o incluso más que cualquier otro. Si Dios me puso en una situación donde tengo oficialmente a muchas personas a cargo, también va a pedirme cuentas por todas esas personas más adelante. Si soy un verdadero servidor de Cristo, mi entrega va a ser absoluta en cualquier caso, sea un sacerdote ordenado, un líder de jóvenes, o la persona que acomoda las sillas.

En ese sentido, termino con esta idea, para ejemplificar lo que quise decir con esto último de la humildad: si alguno es sacerdote, no es más que el que acomoda las sillas, y si hay muchas sillas para acomodar, un sacerdote comprendió el sentido del servicio si se ofrece a sí mismo para acomodar las sillas. Si hay que limpiar, un líder de jóvenes se acredita como servidor si está dispuesto a limpiar. Esto es, no se enorgullecen de su posición dentro de la comunidad, sino que sirven en lo que sea necesario en cada momento, no como quien cree que es demasiado bueno para rebajarse a esa tarea, sino como quien entiende que Jesús, "siendo por naturaleza Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo" (Filipenses 2:6-7). Y Marcos 10:43-45 dice que "el que quiera hacerse grande entre ustedes deberá ser su servidor, y el que quiera ser el primero deberá ser esclavo de todos. Porque ni aún el Hijo del hombre vino para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos". Entonces, nuestra actitud como ministros de Cristo tiene que ser, justamente, como la de nuestro gran ministro y servidor, que es Cristo mismo.

Que el Dios de gloria, que nos conduce a servir con entrega y nos sostiene para que lo hagamos, nos contagie su celo, su sinceridad y su humildad para que en todo seamos como Cristo, y así nos acreditemos como ministros, no según los parámetros humanos, sino los criterios divinos. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.