martes, 28 de mayo de 2013

2 Corintios 7 - Comunidades vivas

Hola a todos. Ya hace casi un mes vengo publicando sobre la segunda carta a los corintios, un libro de la biblia que, no sé si pensarán lo mismo que yo a esta altura, tiene mucho para enseñarnos. La primera parte tenía que ver con el mensaje del evangelio, de qué se trata el mensaje de Dios. La segunda parte, como ya había anticipado, tiene que ver con cómo se ve eso en la práctica, y en particular en la vida de las comunidades que suscriben a ese mensaje del evangelio. Sugiero que oren antes de empezar a leer, para que sea a Dios a quien escuchen principalmente, lo que él tenga para decirles hoy, y que sobre todo lean el pasaje y reflexionen sobre él, en lo posible antes de leer el resto de la reflexión. Si tienen tiempo y ganas, comenten.

Texto: 2 Corintios 7

Pablo, que venía hablando de nuestra relación con las cosas que no vienen de Dios, afirma acá lo que para mí es el centro de este capítulo. El crecimiento es, básicamente, "completar en el temor de Dios la obra de nuestra santificación" (7:1). Ante todo quiero hacer una aclaración sobre la palabra "temor". No es el temor del que estamos acostumbrados a hablar, asociado al miedo. La palabra que está traducida acá como "temor" tiene que ver con un sentido profundo de la autoridad de Dios, de su inmensidad y superioridad. Una especie de admiración que nos conduce a tener por él una intensa reverencia. Esa es la clave de nuestro crecimiento como personas, en todos los órdenes de la vida: es lo que activa y desarrolla en nosotros la obra de santificación, el proceso de ser transformados por el Señor a imagen de Cristo, el modelo definitivo de ser humano completo.

Entonces, vivir es crecer, y crecer es crecer en santidad, o sea, en similitud con Cristo. Estamos vivos en tanto estamos siendo transformados más y más a su imagen. Y esto es activado e impulsado por esa actitud de reverencia y reconocimiento de Dios. Ahora, ¿cómo funciona este crecimiento?

Pablo da una respuesta bastante extensa de esto, me parece. Crecer es un proceso tortuoso, complejo, difícil. Para poder crecer pasamos por ciertas experiencias que nos van marcando. A esto apunta la carta, me parece, cuando habla de la tristeza que proviene de Dios. Quiero vincular esto con lo que había dicho en la segunda publicación acerca de "reprender en el amor". Dios mismo nos corrige y nos reprende para que podamos comprender las cosas que hacemos equivocadamente. Y lo hace porque esa tristeza que nos genera saber que desobedecimos al que nos ama más que ninguna persona en el mundo, nos conduce al arrepentimiento.

Esto es muy importante. Hoy existe en la sociedad un consenso generalizado de que tanto la culpa como la tristeza son cosas malas en sí mismas. Me parece que esto es un error. Hay dos tipos de culpas, dos tipos de tristezas. Uno de estos tipos, en ambos casos, es patológico. No sé mucho de psicología ni quiero extenderme por ese lado, pero hablo de lo que he visto en mi vida y experimentado. Este primer tipo nos lleva a castigarnos a nosotros mismos, a reprimirnos, a achicarnos y desvalorizarnos como personas. El segundo tipo de tristeza, o de culpa, es el que nos lleva a reflexionar, a meditar sobre nuestros actos o sobre lo que pasó.

Este tipo de tristeza, dice Pablo, no sólo no es malo, sino que es muy bueno. Y lo es porque el arrepentimiento, el reconocimiento de mis propias faltas, de mi estado incompleto, de mi imperfección, es una señal de que tengo en mí este "temor" del que habla el pasaje. Esta reverencia profunda por Dios, que me lleva a querer hacer las cosas cómo él me pide, y me lo hace vivir como una meta personal, tanto que me entristece si fallo.

Lo bueno de la tristeza que proviene de Dios, además, es que, como dije cuando hablé en alguna oportunidad sobre las bienaventuranzas para los que lloran, Dios mismo nos consuela. Y el consuelo de Dios transforma. Eso es, me parece, lo que Pablo está mostrando de los corintios: "Fíjense lo que ha producido en ustedes esta tristeza que proviene de Dios: ¡qué empeño, qué afán por disculparse, qué indignación, qué temor, qué anhelo, qué preocupación, qué disposición para ver que se haga justicia! En todo han demostrado su inocencia en este asunto" (7:11). Evidentemente, estas cosas no estaban en ellos antes de que experimentaran esa tristeza.

Entonces, el arrepentimiento es la base del temor de Dios, y el temor de Dios la base del crecimiento como personas integrales. Porque el mensaje que Dios nos propone es integral: abarca todo nuestro ser, cuerpo, mente y espíritu, nos dirían los griegos clásicos. Y por eso, este crecimiento es la base de una comunidad de creyentes que crece, individual y colectivamente.

Este es el otro tema central de este capítulo, a mi entender. Es evidente que Pablo tiene un afecto especial por su comunidad. Me encanta lo que cuenta sobre Tito, toda esa situación en la que los corintios lo reciben y lo tratan con tanto amor, con tanto respeto. Me imagino a Tito reuniéndose con Pablo y diciéndole "Pablo, tenías razón, ¡la iglesia de Corinto es una comunidad admirable!". ¡Y cómo se habrá sentido Pablo! Personalmente, cuando alguien a quien invito a mi comunidad, creyente o no, me dice que se sintió cómodo, bienvenido, y que disfrutó de formar parte al menos temporalmente de esa comunidad, me pone feliz. Me siento, como se siente Pablo, orgulloso de mi comunidad.

Claro que Pablo tenía motivos para sentirse orgulloso de esa comunidad, porque él mismo había hecho un gran esfuerzo y había atravesado momentos de profunda tristeza para reprender a los corintios con respecto a las cosas que les hacían mal. Y es muy interesante, porque la comunidad de los corintios respondió a Pablo con una actitud de confianza. Entendieron que era desde el amor que él les corregía esas cosas, y eso los convirtió en una comunidad viva: que se arrepiente, que teme al Señor, y es transformada por él. Una comunidad que se arrepiente, que no se conforma, que escucha la reprensión de Dios, es una comunidad que crece, y por lo tanto, que vive.

Esto los llevó justamente a reconocer en Pablo a alguien que los amaba profundamente, y respondieron a esto demostrando ser dignos de su confianza, al mostrar ese amor y respeto hacia Tito, esa preocupación por Pablo mismo, ese interés por su bienestar, físico y espiritual. Pablo, por su parte, tenía un profundo amor por su comunidad, y por eso se entristecía por su tristeza, pero al mismo tiempo se alegraba por su renovación espiritual. Y estaba atento a sus necesidades.

Y muy importante: no se avengonzaba de esa comunidad. Por eso con total confianza envía a Tito, sabiendo que lo iban a recibir como él esperaba de ellos. Esto animó mucho a Pablo, que además pudo sentir la contención, la compañía, el afecto de los corintios.

Me encanta todo esto porque me desafía. Me desafía como persona, y como miembro de una comunidad. Me hace preguntarme: ¿aporto vida a mi comunidad? Vida en la forma de reprensión desde el amor, vida en la forma de interés por el crecimiento, las necesidades y el bienestar de los demás, vida en la forma de arrepentimiento y temor reverente hacia Dios. ¿Confío en mi comunidad? Pablo dice, "me alegro de que puedo confiar plenamente en ustedes" (7:16). ¿Puedo decir yo lo mismo? ¿Me enorgullezco de mi comunidad? Si tuviera que dar una referencia, si tuviera que emitir un juicio sobre mi comunidad, respondiendo tal vez a una pregunta de otra persona, ¿cómo sería ese juicio? ¿Qué opino de mi comunidad?

Bueno, personalmente quiero decir, y lo hago público, que considero que la comunidad a la que pertenezco, al menos hablando en términos generales, es una comunidad viva, que teme al Señor, que se arrepiente, que está atenta a cada uno de sus miembros, y una comunidad por la que, como le pasaba a Pablo con los corintios, tengo un amor profundo y una enorme confianza. Espero que esta reflexión haya sido de mucha bendición para ustedes y que puedan pensar en sus propias comunidades, y en lo que esa comunidad de pertenencia les genera. Que se puedan hacer esas preguntas y que la respuesta sea, en todos los casos edificante.

Hago una última aclaración: Pablo no tenía una comunidad de pertenencia, tenía múltiples. Ante todo, era discípulo de Cristo, y ese mismo afecto lo tenía por todas las comunidades por las que había pasado: romanos, tesalonicenses, gálatas, efesios, y demás. Eso nos dice mucho sobre qué actitud deberíamos tener hacia otras comunidades, y eso incluye otras confesiones y denominaciones. Hoy llamamos a eso "ecumenismo", y me parece que la biblia apunta hacernos reflexionar sobre eso.

Que el Dios inmenso, poderoso y eterno nos llene de temor reverente hacia él y nos conduzca al arrepentimiento, para que podamos vivir en permanente crecimiento hacia la imagen de su Hijo, y formar de esa manera comunidades vivas a las que amemos profundamente. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

viernes, 24 de mayo de 2013

2 Corintios 6 - El camino del cristiano

Hola a todos. Seguimos con esta serie sobre la segunda carta a los corintios. Espero que estén pudiendo sacarle el jugo. Recuerden las dos premisas básicas de este blog: la primera es que lo que realmente cuenta es que lean el pasaje o los pasajes citados al principio. La palabra de Dios va a tener algo específico para decirle a cada uno de ustedes personalmente, además de lo que me dijo a mí y que yo comparto en la reflexión. La segunda, no duden en dejar comentarios, preguntas, y esas cosas, para que todos podamos también enriquecernos con lo que Dios le diga a cada uno.

Texto: 2 Corintios 6

La primera parte de este capítulo es de algún modo una continuación con el anterior, que de esa manera nos perminte hacer una vinculación. Había hablado la vez pasada del ministerio del nuevo pacto, diciendo que es la gloria de Dios lo que llevamos dentro y manifestamos continuamente. Pablo dice en este pasaje que también es su gracia lo que llevamos, y esto tiene que ver en algún punto con el capítulo 1 y el 2. La gracia es nada menos que el regalo de Dios: la salvación y renovación de nuestras vidas. Su gracia se anuncia como parte de la gloria del ministerio del Espíritu. Es una parte crucial.

Y me encanta lo que dice el final del versículo 2: "Les digo que éste es el momento propicio de Dios; ¡hoy es el día de salvación!". Sobre esto quiero decir dos cosas. Primero, si alguno de ustedes está en este momento empezando a acercarse a Dios, y tal vez se siente inseguro, no sabe si es cierto, si es conveniente, y demás, o si alguno no está seguro de haber recibido esa gracia de Dios, este versículo es la respuesta: ¡éste es el día! Hoy es el tiempo de recibir esa gracia, que sólo se recibe de una manera: por medio de la fe. Confiando en que es cierto y actuando en consecuencia. La forma más directa de decidir que quiero seguir a Cristo, es hablarle y decírselo: "Dios, quiero esto, quiero vivir en tu gracia, quiero caminar con vos". Y la segunda cosa tiene que ver con esto: si ya tengo una actitud de seguirlo, si ya tengo una relación con él, es decir, si creo en que la vida está en Cristo, entonces no hay motivo para dudar. Su gracia ya me pertenece. No voy a ser salvado, sino que ya fui salvado. Vuelvo sobre esta idea: "hoy es el día de salvación".

En la reflexión sobre el capítulo 2 había dicho que no necesitamos recomendarnos a nosotros mismos, porque es Dios mismo el que testifica a nuestro favor. En este capítulo 6 parecería que hay una idea contradictoria, porque dice que "a nadie damos motivo alguno de tropiezo, para que no se desacredite nuestro servicio" (6:3). Ahora bien, hay una diferencia entre que me recomiende a mí mismo y que no se desacredite mi servicio. Lo que Pablo nos está recordando acá es algo que hablamos para el capítulo 2 también: la base de todo es el amor. Si yo trato a alguien con dureza, o soy incoherente con mi propio mensaje de amor, de respeto, de perdón, estoy provocando el tropiezo de otros, que van a decir "buen, esto es todo apariencia", y se van a apartar de Dios. Desacreditar tiene que ver con descreer. Mi servicio se desacredita cuando causo que mi mensaje sea poco creíble, justamente por incoherente con mis actos. Predicar es vivir, como dije en la publicación pasada.

Pero, ¿vivir cómo? Bueno, Pablo es bastante claro. Acreditarnos como servidores de Dios, caminar como cristianos, tiene que ver con un elemento fundamental: entrega. Lo que tiene que caracterizarnos como cristianos, como servidores, es nuestra entrega. Es lo que le da veracidad a nuestro mensaje, lo que pone de manifiesto la gracia y la gloria de Dios. Cuando digo entrega digo, digamos, jugarnos todo por el bienestar de otros y por el mensaje práctico que predicamos.

O sea, para ponerlo en otras palabras. Predicar es vivir el mensaje que queremos mostrar: gracia, amor, paz, perdón, y todas esas cosas que venimos viendo. Pero vivir eso es llevarlo a la práctica sin pensar en las consecuencias. Consecuencias de todo tipo. Pablo enumera un montón, y creo que más de uno se habrá sentido identificado con más de una situación que él menciona. Pero si las enumera es precisamente para proponernos una entrega absoluta, sin importar las presiones, dificultades, problemas, trabas, heridas, temores, amenazas o persecuciones.

De hecho, en otra parte Pablo dice que en todas estas cosas no tenemos nada de qué preocuparnos, ¡porque por medio de Cristo podemos superarlas a todas! "¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, o la angustia, la persecución, el hambre, la indigencia, el peligro, o la violencia? Así está escrito: 'por tu causa siempre nos llevan a la muerte; ¡nos tratan como a ovejas para el matadero!'. Sin embargo, en todo esto somos más que vencedores por medio de aquél que nos amó" (Romanos 8:35-37).

Y como parte de esta misma entrega, tenemos que abrir nuestro corazón de par en par. Dejar que las demás personas entren en nosotros, en nuestras vidas, en nuestras conciencias. Compartirles nuestras vidas. Esto es parte de nuestro mensaje, pero además de nuestro camino. Pablo lo expresa así: "les hemos hablado con franqueza; les hemos abierto de par en par nuestro corazón" (6:11). Y después desafía a los corintios, y por lo tanto a nosotros, diciendo "¡abran también su corazón de par en par!" (6:13). Como cristianos, como servidores de Dios, no conviene que le neguemos a nadie el afecto, ni siquiera a los que nos ofenden, ni siquiera a los que nos lastiman. Esto es una entrega absoluta. Por supuesto, esto no significa que nos dejemos lastimar. Pero antes de negarle afecto a alguien, es mejor apartarse, si es cuestión sólo de preservarse a uno mismo. Pero estar siempre dispuestos a dar nuevas oportunidades y a abrir nuestros corazones es fundamental. Alguien una vez me propuso que abriera mi corazón no al 100%, sino al 110%. Es una irregularidad matemática interesante, pero es perfectamente posible. Nosotros apuntamos al 100%, pero Dios saca de nosotros un poco de entrega extra. Ésto es la entrega absoluta: hasta donde podamos abrirnos y entregarnos, y un poco más. 110%.

Algo que también es muy importante es que no tratemos de dar apariencia de tener una vida perfecta, donde todo está en orden, o donde somos personas excelentes y que hacen siempre lo bueno, porque ambas cosas son engañosas. La vida no es perfecta, nunca. Nos puede ir muy bien, y podemos estar muy bien, pero eso no es porque la vida sea perfecta. En todo caso aprendimos a vivir con lo que nos toca, pero es importante que eso quede claro a los demás. Porque todo el mundo sabe que la vida no es perfecta, y eso también desacredita nuestro mensaje. Pablo decía "hablar con franqueza". Abrir mi corazón es estar dispuesto a reconocer que mi vida es una vida como cualquiera, con sus problemas y sus conflictos. Y también que mi manera de vivir no es perfecta, sino que está salpicada de errores, algunos más leves, otros más graves. Recordemos lo que decía el capítulo 4: el tesoro que llevamos, la gloria de Dios que se manifiesta en nosotros, lo tenemos en basijas de barro, o sea, en recipientes frágiles. Cuanto más dejemos en claro esto hacia afuera, más se va a manifestar la gloria de Dios.

Y esto implica perseverar y entregarnos en amor y en sinceridad todo el tiempo, en cada momento, en cada oportunidad que tengamos. No importa qué sea lo establecido socialmente para una determinada situación, nosotros tenemos que regirnos por esta regla de oro: 110% de entrega. Tenemos que mantenernos firmes y no retroceder ante las opiniones de los que no comparten nuestro punto de vista, o nuestra fe. Para alguien que no conoce a Dios, este nivel de entrega puede parecer una locura, o un desperdicio, o una tontería. Sin embargo, la biblia es muy clara: "El mesnaje de la cruz es una locura para los que se pierden; en cambio, para los que se salvan, es decir, para nosotros, este mensaje es el poder de Dios" (1 Corintios 1:18). No es que el Pablo quiera alimentar nuestro orgullo por ser cristianos frente a los que no lo son. Lo que está diciendo es que los que no conocen a Cristo piensan de otra manera, y hay ciertas cosas que tal vez se les escapan a la vista. Por medio de la fe en Cristo, Dios nos abre los ojos para que veamos que lo que antes parecía locura, ahora tiene muchísimo sentido.

Entonces, es fundamental que como cristianos conservemos nuestra cosmovisión, nuestra manera de entender el mundo, la manera que Dios mismo nos propone en su palabra. Por supuesto, esto no significa cerrar la mente y desoír cualquier opinión, porque cualquier persona que nos corrija algo puede tener razón, cristiano o no, y puede enriquecer muchísimo nuestras vidas. Pero hay cosas que son básicas, fundamentales e innegociables, y la entrega absoluta es una de ellas. Y si realmente estoy siguiendo a Cristo, esta diferencia de cosmovisión con los no cristianos es inevitable y es la primera señal de que estoy dejando que Dios renueve mi mente. Si ciertas prácticas o formas de pensar ya no las puedo entender, ya no me parecen tan naturales, entonces hubo un cambio en mi manera de ver el mundo. La sociedad, "el mundo", como la biblia llama a toda la comunidad de los que no creen en Cristo, pasivamente (o sea, sin necesariamente proponérselo de forma activa), va a intentar amoldarnos, asimilarnos a sus pautas.

Pero nosotros tenemos que conservar nuestra forma de comprender el mundo. Podemos sí comparar nuestro pensamiento con lo que se nos ofrece, y juzgarlo a la luz de la palabra de Dios, y entonces ver si tal vez algún elemento que se nos propone puede sumar a la obra de restauración y de entrega que nos propone Dios. Pero no dejar que formas de pensar que se contradicen con el mensaje de Dios manchen nuestra mirada, no afecte nuestra manera de vivir.

Alguno dirá "bueno, pero ¿no dijiste que teníamos que abrir el corazón, no hablaste de una entrega absoluta?". Sí. Definitivamente. Eso implica involucrárnos con los demá, crean o no crean en Cristo. Pero involucrarnos no significa mezclarnos o fundirnos. Recordemos lo que Jesús mismo dijo "si fueran del mundo, el mundo los querría como a los suyos. Pero ustedes no son del mundo, sino que yo los he escogido de entre el mundo" (Juan 15:19). ¿Estamos en el mundo? Sí, y tenemos que entreganos al 110%, dejar todo para servir al mundo y volverlo un lugar mejor, una comunidad más agradable para todos. ¿Pertenecemos al mundo? No, y no podemos dejar que la forma de pensar, las filosofías, ciencias, y normas sociales del mundo moldeen nuestra forma de comprender la vida. "Nosotros somos templo del Dios viviente" (6:16), dice Pablo.

Bueno, eso es todo. Espero que esta reflexión haya sido de bendición para todos ustedes. Para resumir la idea principal, el camino del cristiano se trata de una entrega absoluta, de una apertura extrema del corazón, en sinceridad y afecto, y de una cosmovisión firme en permanente renovación por medio de Cristo y de la palabra de Dios, pero siempre teniendo en cuenta el mensaje de Dios para nuestras vidas, su misericordia, su gracia y su amor.

Que el Dios viviente llene las vidas de cada uno de nosotros con su infinito amor y su gracia poderosa, para que podamos vivir su mensaje en cada fibra de nuestro ser, siempre sirviéndolo a él y a los demás con una entrega absoluta, al 110%. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

lunes, 20 de mayo de 2013

2 Corintios: el ministerio del nuevo pacto

Hola a todos. Vengo publicando desde hace algunas semanas esta serie sobre 2 Corintios, y creo que hasta acá ya tiene bastante contenido. Me pareció que merecía una recapitulación, una reflexión para redondear algunas cosas que me parece que son centrales hasta donde llegamos. Como hice algunas veces en la serie sobre Romanos, pongo los links de las reflexiones anteriores y las referencias de los pasajes que me parecen centrales de cada capítulo desde el punto de vista con el que vengo enfocando la reflexión. Lean estos pasajes, y capaz les va a convenir tenerlos a mano para ir consultándolos a medida que avanzamos en la reflexión. Les recuerdo que pueden usar esta página, http://www.biblegateway.com/, muy útil.

2 Corintios 1 - Se trata de Cristo 1:20-22
2 Corintios 2 - Reprender en el amor 2:3-4,15-16
2 Corintios 3 - La carta de Cristo 3:3,18
2 Corintios 4 - El tesoro de Dios 4:5-7
2 Corintios 5 - La nueva manera de vivir 5:16-18

Al releer las reflexiones y los pasajes, encuentro un denominador común, algo que ya había mencionado también en la primera publicación: toda la carta, todo el mensaje que Pablo (y Dios a través de él) transmite en 2 Corintios, así como en toda la Escritura, conduce a Cristo. Esto me parece intenso y profundo. Esta primera parte, por ejemplo, abre en Cristo y cierra en Cristo. El primer versículo establece que Pablo es "apóstol de Cristo Jesús", y el último del capítulo 5 dice que "al que no cometió pecado alguno [Cristo], por nosotros Dios lo trató como pecador, para que en él recibiéramos la justicia de Dios". Esto es importantísimo. De esto se trata, en primera instancia, el ministerio del nuevo pacto: de Cristo.

Este ministerio del nuevo pacto es de lo que va a hablar toda la carta. La primera parte, hasta donde llegamos, me parece que se enfoca en explicar cuál es el contenido de este pacto, y la parte que viene después creo que está más enfocada en llevarlo a la práctica, cómo se traduce en acciones. Quiero hacer una aclaración sobre este "nuevo pacto". No es que Dios se arrepienta del pacto anterior, y entonces cambie las reglas. Dios no se arrepiente, ni tiene por qué hacerlo. Es en realidad el mismo pacto, pero completado y expresado de otra manera, de una manera nueva, para un contexto nuevo. Es un giro radical en el camino de su plan, pero un giro planeado de antemano. Es como si hubiese establecido un pacto incompleto primero, pero al anunciar desde un comienzo el pacto que habría de venir, estaba dándole validez completa al primer pacto por medio del segundo. Dicho de modo más simple, el pacto del Antiguo Testamento parece incompleto, pero en realidad está completo porque se apoya en la fe en la llegada del pacto del Nuevo Testamemto, que es en Cristo, donde, como dijimos, todas esas promesas del antiguo pacto se convierten en "sí" y "amén".

Así que, dijimos en el capítulo 1, el nuevo pacto es básicamente Dios poniéndole la firma al viejo pacto a través de Cristo. "Cristo es todo y está en todos" (Colosenses 3:11). Él es el único mediador entre nosotros y Dios, entre nosotros y sus promesas. Y es el único sacerdote, el sacerdote definitivo, que intercede por nosotros y conduce el ritual necesario para que podamos estar en paz con Dios. De hecho, donde antes era necesario sacrificar un cordero, tenemos en Cristo el sacrificio definitivo, el Cordero de Dios. Así que Cristo es al mismo tiempo mediador, sacerdote y sacrifico. La biblia expresa esto de manera tajante: "un solo sacrificio ha hecho perfectos para siempre a los que está santificando" (Hebreos 10:14).

No es que seamos ya perfectos, en el sentido de que no nos equivocamos. Pero para Dios, el ahora y el después no existen. Si comenzó a santificarnos, es como si ya tuviéramos asegurada la perfección final, la plenitud que vamos a tener cuando estemos en la presencia del Señor. La forma completa de nosotros mismos. Lo que es nuevo, entonces, es esta nueva oportunidad de ser perfectos, de ser reconstruidos tal cual Dios mismo nos planeó. Es la chance definitiva, porque está siempre ahí, Dios nos va dando nuevas oportunidades cada día, a cada hora, en cada minuto. Y a medida que recibimos esas oportunidades, vamos siendo transformados más a su imagen. Ésta es la buena noticia que anunciamos, y esta idea resume toda esta primera parte de la carta. Veamos cómo lo hace.

El ministerio del nuevo pacto es muchas cosas al mismo tiempo. Por un lado, dijimos en la segunda publicación que es corrección. El bienestar de otros bien vale mi tristeza o la de esos "otros". Por eso, ministrar tiene que ver muchas veces con reprender, con marcar aquellas cosas que consideramos que están por fuera del camino de Dios en la vida de otras personas. Lo importante es que esto no nos haga sentir superiores: reprendemos desde nuestro lugar de personas que también necesitan ser reprendidas. Por eso, reprender también es perdonar. La única finalidad válida de reprender es ayudar a esas otras personas a tener una vida más agradable, para ellos mismos, para los demás y para Dios. Ser, como decía ese capítulo 2, "aroma de Cristo" (2:15).

El ministerio del nuevo pacto también es predicación. Agustín de Hipona, teólogo de las primeras épocas de la iglesia, conocido por la tradición como San Agustín, decía algo muy parecido a esto: "predica todo el tiempo, y si es necesario usa palabras". Resalto esto último: si es necesario, usa palabras. Si no, no las uses. Porque predicar no es hablar de Cristo, sino que antes es vivir en Cristo. No hablar de la palabra de Dios, sino más bien vivir la palabra de Dios. Por eso, el capítulo 3 decía que somos una carta de Cristo, escrita en parte por los que nos predicaron a nosotros, en parte por Dios mismo, con la tinta del Espíritu. No es que "leemos" una carta de Cristo, sino que "somos" una carta de Cristo. Las palabras son nuestras propias acciones. Y como está escrita con la tinta del Espíritu, la gloria del Señor resplandece en nosotros. No debería hacer falta que digamos nada para que otros vean a Dios por medio nuestro. Por eso, Pablo dice que "el reino de Dios no es cuestión de palabras sino de poder" (1 Corintios 4:20). Y también que el evangelio "es poder de Dios para la salvación de todos los que creen" (Romanos 1:16). Es poder de Dios, no palabras.

Así que no cuenta tanto lo que digamos, sino lo que hagamos. Y como el evangelio se trata ante todo de la gloria de Dios, éste es el tesoro que llevamos dentro. Ésta es la riqueza que tenemos. Así que el ministerio del nuevo pacto es riqueza. Riqueza espiritual, un tesoro invisible pero más real que cualquier tesoro visible, y sin duda más poderoso y más importante para nuestras vidas. Por eso, esto que llevamos tenemos que compartirlo. Dijimos que era un tesoro que crecía mientras lo comparto, y al mismo tiempo, al aumentar, lo comparto más y más, cada vez con menos esfuerzo, porque cada vez brilla más. Pero no se trata de que seamos perfectos: de nuevo, la clave está en lo contrario, en que aún siendo imperfectos, Dios se revela por medio nuestro. Como dice Pablo, "tenemos este tesoro en vasijas de barro para que se vea que tan sublime poder viene de Dios y no de nosotros" (4:7). Porque como vimos, detrás de lo que se ve está lo que verdaderamente importa.

Por eso dice Hebreos 11:1-2 que "la fe es la garantía de lo que se espera, la certeza de lo que no se ve. Gracias a ella fueron aprobados los antiguos". De hecho, nosotros somos imperfectos, y además, injustos. Es decir, hacemos las cosas mal, por fuera de las normas que Dios quiso establecer para que viviéramos en armonía, unos con otros, interiormente, con el medio natural y con Dios mismo. Sin embargo, el ministerio del nuevo pacto justamente es reconciliación. Porque aunque estábamos enfrentados con Dios por nuestra desobediencia y rebeldía, él canceló esa enemistad en Cristo. Nosotros, que reflejamos la gloria de este poderoso mensaje, somos sus embajadores. No sólo somos una carta de parte de Dios, sino una carta de paz. Éste es el mensaje que predicamos. Que Dios nos da la oportunidad de empezar nuestra relación con él desde cero, sin tener en cuenta el tiempo en el que vivimos en desobediencia a él, sin importar qué tan enfrentados hayamos estado, y qué tanto lo hayamos ofendido. Cristo ya pagó por todo esto.

Y vuelvo a la idea inicial: de principio a fin, el evangelio se trata de Cristo. Éste es el ministerio del nuevo pacto. Cristo es el que hace toda la obra. Por la gloria de Dios manifestada en Cristo, mi vida brilla con el mensaje de paz que Dios quiere anunciar. Paz, consuelo, esperanza. Por eso, si vivo en Cristo, mi vida inevitablemente es predicar, y Cristo, que es el sí y el amén, pone la firma a esa predicación. El resto depende del poder de Dios. Cristo, entonces, ES el nuevo pacto.

De forma resumida, de esto se trató esta primera mitad. Espero que haya sido de mucha bendición para todos leer esto, y recordar y poner en conjunto todas estas cosas de las que veníamos reflexionando. La próxima vez retomo el hilo para pasar a la parte de cómo todo esto se va aplicando de manera concreta en nuestras vidas y las de otros.

Que el Dios de pactos, el del antiguo pacto y el del nuevo, que no contradice sino que sobrepasa al primero, haga brillar su gloria en nosotros, vasijas de barro, para que muchas personas puedan verlo y llegar a reconciliarse con él, convirtiéndose en aroma de Cristo, porque eso es la vida. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

martes, 14 de mayo de 2013

2 Corintios 5 - La nueva manera de vivir

Hola a todos. En mi opinión, hoy llegamos al punto central, al climax, por así decirlo, de la segunda carta a los corintios. Creo que este es uno de los pasajes más intensos de la carta, y plantea de alguna manera el nudo del ministerio del nuevo pacto, que creo que es lo que viene desarrollando Pablo en los primeros capítulos. Seguramente pronto haga una recapitulación, como para ir retomando algunos puntos que después vamos a estar profundizando.

Texto: 2 Corintios 5

En lo personal, este capítulo me encanta. Es uno de los pasajes más reveladores que leí en todo el Nuevo Testamento desde que conozco al Señor. En un primer momento había pensado en dividir esta publicación en dos partes, pensando que hablaba de dos cosas diferentes. Pero en realidad todo está integrado.

En primer lugar, este pasaje se atreve a hablar de algo sobre lo que a nosotros, seres humanos, incluso siendo cristianos, nos incomoda hablar: la muerte. Dice que vivimos en una tienda de campaña. Una tienda de campaña es una vivienda pasajera, que hoy está y mañana no. Estas tiendas se usaban principalmente en tiempos de guerra, y esto lo voy a retomar más adelante. Pablo está diciendo: estamos en guerra, y lejos de casa, viviendo en un hogar pasajero.

Dice el pasaje que esta tienda va a deshacerse un día, pero también dice que si se deshace, tenemos una certeza que es fundamental: tenemos una casa eterna, indestructible, en el cielo; una casa que no fue hecha por manos humanas, en cuyo caso sería efímera, sino por Dios, que permanece para siempre. Pero parecería que esta certeza no es suficiente para nosotros: dice el pasaje que nosotros suspiramos, deseando que ese momento en que esta casa temporal se deshace no fuera necesario, sino que fuéramos revestidos de la morada celestial sin pasar por esa instancia, sin ser "desnudados" en primer lugar.

Y esto es natural. Pablo mismo lo dice: "es Dios quien nos ha hecho para este fin" (5:5). Estamos acostumbrados a pensar que la muerte es algo natural; y lo es, pero sólo desde el punto de vista del mundo tal como nosotros lo experimentamos: el mundo caído. Cuando el ser humano no había desobedecido a Dios, la muerte no era algo natural. Al menos no para el hombre. Dios le anuncia su nuevo destino después de la desobediencia: "...hasta que vuelvas a la misma tierra de la cual fuiste sacado. Porque polvo eres, y al polvo volverás" (Génesis 3:19).

Entonces, lo que es natural es que la muerte nos genere tanta incomodidad. No solamente porque es algo desconocido, algo que no podemos medir, que no podemos ver; sino porque es algo que no podemos aceptar, ni siquiera desde la perspectiva de Dios. ¡El cuerpo separado del espíritu! Dios nos creó para ser una misma cosa, cuerpo y espíritu al mismo tiempo. Y esa es la forma de nuestra morada celestial. La muerte, esa separación, es algo incluso antinatural, al menos en el ser humano. Pero en esta naturaleza caída, es algo ineludible. Y es importante estar mentalmente preparados para comprender que un día, antes o después, nos llega a todos. Seguramente algún día me tomaré el tiempo de publicar una reflexión sobre este tema.

Lo importante ahora es que nosotros, de hecho, ya fuimos revestidos de nuestra morada celestial. Podríamos decir, siguiendo con la metáfora de la ropa, que somos vestidos de adentro hacia afuera. Primero, creemos en nuestro corazón que Jesús es el que nos salva y nos libra, y nos acerca a Dios: somos vestidos interiormente. En ese momento, somos revestidos bien cerca de nuestro cuerpo por nuestra morada celestial, pero todavía queda por fuera la vestimenta terrenal, que no nos podemos sacar a nosotros mismos: sólo esperar a que se deshaga. Esto ocurre cuando morimos físicamente, o cuando Jesús vuelva a buscarnos, lo que ocurra primero.

Pero esto es central. El pasaje dice claramente: "si alguno está en Cristo, es una nueva creación. ¡Lo viejo ha pasado, ha llegado ya lo nuevo!" (5:17). Podríamos parafrasear diciendo que si estamos en Cristo, somos un nuevo tipo de creación, no ya solamente terrenal, sino que somos una creación íntegra, celestial, que permanece para siempre. Esto implica que las cosas pasadas ya se fueron. Lo que antes fui, los errores del pasado, las experiencias que viví... ¡Soy libre de todo eso! No es que pueda olvidar todo eso, pero ya no necesito dejar que esas experiencias me condicionen. Dios me da la oportunidad de empezar de nuevo, desde el lugar donde estoy.

Entonces, empieza una nueva manera de vivir, y esto es lo que decía el capítulo anterior al final. Ya no importa lo visible, pasa a un lugar secundario. Lo que realmente importa es lo invisible. No vivimos por vista, sino por fe, y la fe es la capacidad de percibir lo invisible, de verlo, de darle importancia. Sólo la fe puede lograr eso. Fe es abrir los ojos al mundo tal cual es, aunque algunas cosas de esa realidad se nos escapen debido a nuestra limitación como seres que vivimos revestidos de lo terrenal, todavía.

Pero esa es la nueva manera de vivir. Ya no vemos nada ni conocemos a nadie según la vista, sino que conocemos la realidad según lo que hay detrás de la vista. Las personas ya no son sólo personas: son seres humanos que actúan y piensan condicionados por lo que viven y vivieron, por lo que otros hicieron de ellos, por los miedos y expectativas que tienen. Empezamos a reconocernos en el otro. Esa es la única manera de amar al prójimo de manera profunda y real. Cualquiera puede realizar actos de amor esporádicos por el prójimo, pero amarlo en profundidad y valorarlo en el corazón como persona integral requiere que pueda ver lo invisible, lo que está detrás. Requiere que viva por fe, y no por vista.

Por eso deseamos de todo corazón que los demás también sean revestidos de la nueva morada celestial. El mensaje que transmitimos es una locura, pero como dice Pablo, "si estamos locos, es por Dios; y si estamos cuerdos, es por ustedes" (5:13). Pero el amor de Cristo me impulsa a compartir el mensaje con otros. Entonces, no necesito hacerme pasar por normal para que no parezca que estoy loco. Lo que realmente importa es que tenemos un mensaje importantísimo para transmitir, aunque quedemos como locos.

Y este mensaje es el que nosotros también recibimos y creímos, y es el que nos reviste del hogar celestial, eterno. Por nuestra desobediencia, éramos enemigos de Dios. Pero Dios descargó su ira, su enemistad, sobre el único que no la merecía: Jesús. Sólo por no haber pecado jamás pudo ser eficaz ese intercambio. Como el no merecía para nada ese castigo, Dios lo declaró culpable en lugar de cada uno de nosotros. Por lo tanto, si él es el único culpable, todos nosotros tenemos el status de inocentes, aunque no sea cierto en el mundo terrenal. Y otra vez volvemos a lo mismo: en el mundo visible, somos culpables por vivir siempre pecando. En el mundo invisible, somos inocentes por depositar nuestra fe en la inocencia de Cristo, por reconocer que el único motivo por el que soy inocente es que Jesús cumplió mi condena sin merecerla.

Entonces, Cristo murió por TODOS los humanos, para que TODOS puedan participar de su muerte. Nosotros tenemos que mirar la cruz y reconocer que estamos muertos. Se necesita que en nuestra conciencia seamos clavados en esa cruz junto con Cristo. "Estamos convencidos de que uno murió por todos, y por consiguiente todos murieron". Y sigue: "Y él murió por todos, para que los que viven ya no vivan para sí, sino para el que murió por ellos y fue resucitado" (5:14-15). Nos transfiere su propia justicia, y su propia vida. Jesús murió por todos, pero resucitó. Si nos entregamos de corazón a su muerte, participamos también de su propia vida: la vida revestida de eternidad. Somos justos por la justicia de Cristo. Justicia que no se ve, sino que simplemente se confía en ella, porque nosotros no vemos con nuestros ojos a Cristo. Los vemos con el espíritu a través de la fe. Tanto la justicia de Cristo como la mía, que es en Cristo, pertenecen al orden de lo invisible.

Resumiendo esta última idea, Dios trató como injusto a Jesús, que era justo, para tratarnos como justos a nosotros, injustos que vivimos en y por Cristo. Éste es el mensaje que anunciamos: el ministerio de la reconciliación. En Cristo, Dios lo que hizo fue pasar por alto los pecados y la desobediencia del ser humano, para reconciliarse con él, porque lo amaba, y lo ama. Y con esta idea cierro la reflexión. Espero que haya sido de mucha bendición para todos, y que haya sido tan intensa para ustedes como lo fue para mí, tanto la primera vez que la hice como ahora mientras la publicaba.

Que el Dios eterno, artífice de nuestra morada celestial, los llene de esperanza mientras viven en esta tienda de campaña, anunciando el hermoso mensaje de la reconciliación y justificación en Cristo Jesús. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

sábado, 11 de mayo de 2013

2 Corintios 4 - El tesoro de Dios

Hola a todos. Como ya saben o habrán visto, sigo con esta serie sobre 2 Corintios. La vez pasada había hablado sobre el ministerio del Espíritu, el servicio que realizamos para Dios en cuanto a anunciar su mensaje. Habíamos visto que somos como cartas escritas por Jesús con la tinta del Espíritu Santo, y que de eso se trata nuestra misión, acercar a otros a Jesús para que el velo sea quitado, y ellos puedan ver las cosas como Dios las muestra. En definitiva, como son.

Texto: 2 Corintios 4

El pasaje que nos toca hoy profundiza todavía más estas ideas de las que venimos hablando: trabajamos para que otros puedan acercarse a Dios, para que puedan ser aroma de Cristo, para que puedan verlo, y es Dios mismo el que se encarga de hacer todo, de principio a fin, siendo nosotros los canales por los que fluye su poder.

Este pasaje habla de un tesoro. Dice que llevamos en nuestro interior un tesoro. Ese tesoro no es otra cosa que la luz que brilla en el rostro de Jesús: la gloria de Dios. Sí, llevamos adentro de nosotros la gloria de Dios. ¿Cómo se produce esto? Bueno, Dios mismo enciende esa luz en nosotros. Como afirma Pablo, así como Dios ordenó que se hiciera la luz en el mundo, ordena que se haga la luz en nuestros corazones, y así ocurre: "Y dijo Dios: '¡Que exista la luz!' Y la luz llegó a existir" (Génesis 1:3).

Pero para que podamos tener acceso a esa luz, es necesario que ocurra algo primero. Ya lo veníamos viendo en el capítulo 3, y creo que esa idea está reforzada en este capítulo. Es necesario que veamos primero esa gloria de Dios. Que a través de la fe nos apropiemos de esa gloria. La fe, el paso de no creer en Jesús, en que él es la verdadera y definitiva provisión de Dios para el hombre, a creer, es lo que abre la puerta de nuestro corazón. Es el interruptor de esa luz. "Cada vez que alguien se vuelve al Señor, el velo es quitado" (3:16).

Y acá nos topamos con el gran problema de la espiritualidad. El gran obstáculo de la vida trascendente. Para poder tener este tesoro, esta gracia que nos salva, que nos reconstruye, que nos consuela; para poder, en definitiva, ser libres, como decía el capítulo 3, necesitamos ver lo invisible. Y para poder compartir nuestra fe con otros, necesitamos mostrar lo invisible.

Pablo afirma que los incrédulos están ciegos, pero la gran pregunta es: ¿quiénes son "los incrédulos"? Bueno, creo que la respuesta podría ser "cualquier persona que no cree en Jesús". Parece obvio, pero eso nos deja a nosotros, a todos, en un plano de igualdad: todos fuimos un día incrédulos. Todos nacemos ciegos. "El dios de este mundo ha cegado la mente de estos incrédulos, para que no vean la luz del glorioso evangelio de Cristo" (4:4). Nacemos ciegos porque el diablo mismo, el "dios" que controla el orden de lo terrenal, nos saboteó desde que entramos en el vientre de nuestras madres. Habíamos hablado bastante de esto en la serie sobre la lucha espiritual (están los links al costado del blog por si alguno quiere leer alguna de esas reflexiones), así que no voy a entrar en demasiados detalles.

Pero si quiero retomar una idea de esa serie: el gran engaño del diablo, su plan maestro, consiste en buena medida en engañar al ser humano para que no se fije más en las cosas que no son materiales, tangibles, concretas, y piense que el mundo se trata solamente de esas cosas, lo visible. En definitiva, nos hace ciegos a lo invisible.

La fe es lo único que puede abrir nuestros ojos otra vez a lo invisible. Esto es un proceso, pero a medida que vamos viendo más y más lo invisible, y cuando digo viendo me refiero al mismo tiempo a una forma "invisible" de ver ("ver" no es nada más percibir con los ojos, tiene que ver con la percepción integral de esas cosas que no son materiales), vamos siendo liberados más y más, y vamos reflejando cada vez más esa luz que se va encendiendo en nosotros.

Este es el tesoro de Dios, que llevamos en nuestro interior. "¡Levántate y resplandece, que tu luz ha llegado! ¡La gloria del Señor brilla sobre ti!" (Isaías 60:1). Llevamos con nosotros todo el tiempo esta gloria, esta luz de Cristo, que resplandece en medio de la oscuridad causada por la ceguera. Incluso los que todavía están ciegos pueden ver esa luz, y entonces pueden creer y recuperar también la vista. Por eso dice Pablo que "hemos renunciado a todo lo vergonzoso que se hace a escondidas" (4:2), y que "si nuestro evangelio está encubierto, lo está para los que se pierden" (4:3), o sea, los que no encuentran esta luz, porque siguen mirando sin mediación de la fe. Porque para los que se atreven a creer, el evangelio, esta gloria de Cristo, este tesoro de Dios, está perfectamente a la vista. Se refleja en cada cosa que hacemos, en cada cosa que decimos.

Por supuesto, es muy inocente verlo de forma tan lineal, porque somos seres humanos y nos equivocamos, y a veces no damos un buen testimonio de la verdad que descubrimos. Pablo se encarga de dejar bien claro esto cuando dice que "tenemos este tesoro en vasijas de barro para que se vea que tan sublime poder viene de Dios y no de nosotros" (4:7). Nosotros fallamos, tropezamos, somos vapuleados por las circunstancias, a veces derribados temporalmente. Pero la gloria de Cristo permanece, y se refleja aún en medio de todo eso. Incluso cuando las cosas no nos salen como lo hubiéramos querido, aún cuando no logramos "renunciar a todo lo vergonzoso" en la vida práctica, y nos quedamos con esa renuncia sólo en nuestra intención, incluso ahí el poder de Dios obra a través de nosotros. Dios no me necesita para llevar adelante su plan. Dios me quiere para llevar a delante su plan. Como decía en la reflexión del capítulo 1, todo se trata de Cristo. Si la muerte de Cristo obra en mi cuerpo, la vida de Cristo se manifiesta. Lo que resalta de mí al final termina siendo cada vez más lo invisible, lo que está por detrás, por encima y por fuera de mí; y la parte visible, mi parte de ser humano, queda en segundo plano justamente por causa de mi debilidad.

Dios, en todo esto, me sostiene con sus propias manos. Pablo es muy claro: ¿atribulados? Puede ser, pero angustiados jamás. ¿En apuros? Puede ser, pero no desesperados. ¿Perseguidos? Puede ser, pero nunca desamparados. ¿Derribados? Puede ser, pero jamás destruidos. "Ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús" (Romanos 8:1). El que hizo resucitar a Cristo nos va a hacer resucitar también a nosotros, y mientras tanto nos va preparando en vida para ese día.

Tenemos, entonces, un tesoro que se comparte al mismo tiempo que se acumula. Cuando más parte de este tesoro comparto, más acumulo, y cuanto más acumulo, inevitablemente más comparto. Vamos a volver sobre esto más adelante, pero es un punto muy importante. Compartir nuestro tesoro es una parte inevitable de tener ese tesoro. Se comparte prácticamente solo si realmente vivimos en el Espíritu de Cristo. Manifestamos la verdad y la gloria de Cristo cuanto más nos alejamos de lo oculto y vergonzoso. Y podemos hacer esto porque "tenemos la mente de Cristo" (1 Corintios 2:16).

Y por esta misma razón es que podemos ver lo invisible, que es lo que realmente importa. Porque nuestro tesoro forma parte de lo invisible, y eso es lo que hace que, irónicamente, lo hace tan visible por obra del Espíritu Santo. "Así que no nos fijamos en lo visible sino en lo invisible, ya que lo que se ve es pasajero, mientras que lo que no se ve es eterno" (4:18). Espero que esta reflexión haya sido de enorme bendición para ustedes, como lo fue para mí compartirlo.

Que el Dios invisible renueve sus mentes cada día más para que podamos ver su gloria y, al alejarnos más y más de lo vergonzoso, podamos resplandecer con la luz de Cristo y devolver la vista a los ciegos. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

martes, 7 de mayo de 2013

2 Corintios 3 - La carta de Cristo

Hola a todos. Sigo publicando esta serie sobre la segunda carta a los Corintios, que creo que es sumamente desconocida para muchos, y me parece que tiene mensajes muy importantes para todos. La vez pasada hablé sobre la importancia de reprender desde el amor y de ser aroma de Cristo, esparcir su fragancia. El tema de hoy tiene algo que ver, pero llevado a un nivel más alto.

Texto: 2 Corintios 3

Al principio de este capítulo, Pablo hace una pequeña aclaración. Hasta ese momento, parece como si estuviera tratando de justificarse a sí mismo. Sin embargo, dice en esta parte que esa no es su intención, ya que ellos mismos son la prueba de que el ministerio de Pablo es confiable. Dice que no necesita que nadie escriba una carta de recomendación a su favor, sino que ellos mismos son cartas escritas por Cristo y enviadas por él y los que estaban con él.

Esta verdad me parece muy potente. Somos cartas escritas por Cristo. Cartas en las que Jesús mismo va escribiendo lo que quiere comunicarles a las personas que nos rodean. Estas cartas, dice Pablo, no están escritas en tablas, con letra, sino que están escritas en nuestros corazones, con la tinta del Espíritu de Dios.

Esto es muy interesante. Jeremías había anunciado, muchos siglos atrás: "Éste es el pacto que después de aquel tiempo haré con el pueblo de Israel -afirma el SEÑOR-: Pondré mi ley en su mente, y la escribiré en su corazón. Yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo" (Jeremías 31:33). En la carta, Pablo también nos habla del pacto, y distingue entre dos pactos: el antiguo y el nuevo. No es que el pacto haya cambiado de contenido, de hecho, pero si de forma.

El antiguo pacto tiene que ver con Abraham, y en particular con Moisés. En la carta está asociado a la ley, a la letra. Dice Pablo que el antiguo pacto traía condenación. Pero, ¿cómo puede ser esto?

Bueno, la biblia nos dice que la ley vino para que aumentara la transgresión, y para mostrarnos que somos desobedientes. "Ocurrió así para que el pecado se manifestara claramente, o sea, para que mediante el mandamiento se demostrara lo extremadamente malo que es el pecado" (Romanos 7:13). La ley pone de manifiesto cuán grande es la desobediencia del ser humano, y por lo tanto, lo condena de raíz.

Pero hay que tener cuidado con esto, porque aunque la ley me condena, Dios me perdona. Sin embargo,esto es muy difícil de comprender, y mucho más al ver el antiguo pacto, donde la ley parece tener una centralidad enorme. Naturalmente, tenemos un velo al leer el mensaje de Dios. Tenemos puesto un velo que nos impide entender. Y ese velo solamente se quita en Cristo. Para poder comprender el mensaje de Dios, tengo que acercarme al Señor.

El Señor, además, es el Espíritu. Y es este Espíritu el que está grabado en nuestros corazones desde el momento en que recibimos a Cristo. Esto es lo que nos transforma, y vuelvo a la idea, en cartas de Cristo. Cartas que expresan este pacto, cartas que dicen: "quiero hacer las paces con ustedes. Que ustedes sean mi pueblo y yo sea su Dios". Y esto es nuestro ministerio, nuestro servicio a Dios y a los demás, nuestra misión. No tanto ir por todos lados hablando sobre Jesús, porque "el reino de Dios no es cuestión de palabras sino de poder" (1 Corintios 4:20). Y ese poder está en el Espíritu de Dios.

Ese poder se manifiesta reflejando, como en un espejo, dice Pablo, la gloria de Dios. Las maravillas de su presencia y de su nombre. Lo que Dios es, sus cualidades, su poder, su amor, brillan en nosotros cada vez con más visibilidad, con más potencia, con más intensidad, cuanto más nos acercamos a Cristo. El mensaje se anuncia por sí mismo a través de toda nuestra vida. A veces esto también se manifiesta en forma de palabras, pero las palabras por sí mismas no son nada. Es principalmente mi vida la que tiene que brillar para mostrar la gloria de Dios.

Este es un ministerio poderoso. "Donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad" (3:17). La ley me sometía a condenación, pero el Espíritu me libera de ella. Esto es la gracia de Dios. Esto es el pacto de gracia. Por eso dice Pablo que el ministerio del nuevo pacto es superior al del antiguo, y refleja con mucha más grandeza la gloria de Dios. Porque el antiguo pacto se enfoca en el juicio de Dios, pero el nuevo se enfoca en su inmenso amor por nosotros, que de por sí somos por nosotros mismos culpables. Las dos cosas están presentes en ambos pactos, porque es el mismo Dios. Pero el nuevo pone el énfasis ya no en el pecado del hombre, sino en el amor de Dios que es absolutamente superior a ese pecado. "Donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia" (Romanos 5:20).

El amor de Dios trae libertad, y una libertad muy superior a la que podemos llegar a encontrar en este mundo. Nos abre los ojos para ver a Dios, una capacidad que el ser humano perdió desde la primera vez que desobedeció al Señor. Y al traernos libertad, nos renueva y nos llena de su gloria para que a través de esa carta escrita en nosotros podamos llevar esa misma libertad a otros, a través de la gloria de Cristo que se refleja en nuestras vidas. Esto es el nuevo pacto del que hablaba Jeremías, éste es el ministerio del Espíritu.

Espero que la reflexión haya sido de mucha bendición, tanto como lo fue para mí al hacerla la primera vez. En mi opinión, este es uno de los pasajes más importantes de toda la carta. Seguramente hay mucho más para decir de este capítulo, y si se les ocurre algo para agregar, no duden en comentar. Empieza a ser claro, me parece, que el ministerio del nuevo pacto es algo tan complejo que pareciera que a Pablo le lleva toda la carta explicarlo en detalle. Pero ya voy a volver sobre esta idea más adelante.

Que el Dios de la gracia infinita renueve sus vidas a la luz de su poderoso Espíritu, y que su gloria se refleje más y más en ustedes a medida que son transformados a su imagen por obra de Cristo, y a medida que su carta es escrita en sus corazones. ¡AMEN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

viernes, 3 de mayo de 2013

2 Corintios 2 - Reprender en el amor

¡Hola a todos! Como les había dicho, voy a tratar de publicar cada tres o cuatro días, cuando pueda, porque tengo muchas otras reflexiones pendientes de publicación también, y para que puedan ir siguiendo la reflexión.

Antes de empezar, les recuerdo uno de los fundamentos básicos de este blog: la palabra de Dios es la palabra de Dios. No importa tanto todo lo que yo pueda llegar a decir, es simplemente mi experiencia o lo que yo entiendo de los pasajes que esté analizando. Por supuesto que Dios también me habla a mí al volver a ese pasaje y al publicar, pero lo que escribo sale mezclado con mis propios pensamientos. Lo más importante es que ustedes puedan tomarse uno o dos minutitos para pedirle a Dios que les hable a través de su palabra, y que en todo caso, de lo que yo haya escrito, quede en sus mentes aquello que él haya querido decirles. Y por eso es muy importante que antes de empezar a leer la reflexión, lean atenta y detenidamente el o los pasajes que esté citando. No los publico como parte de la reflexión por cuestiones de espacio, pero como ya les dije, si no tienen una biblia a mano, pueden entrar en http://www.biblegateway.com/, una biblia online que tiene incluso muchísimas traducciones diferentes, muchísimas versiones, digamos. Lo cual puede incluso ser muy útil para comparar.

Texto: 2 Corintios 2

Bueno, en la publicación pasada hablé del consuelo de Dios. Así empezaba de alguna manera esta carta a los corintios, y vamos a ver que el tema de la tristeza y el consuelo juega un papel importantísimo en esta carta. En este segundo capítulo, Pablo avanza un poco más. Creo que podríamos resumir su reflexión en la siguiente pregunta: ¿qué pasa cuando, en vez de las circunstancias, soy yo mismo el que les causo tristeza? Alguien podría preguntar, ¿de qué manera?

Pablo lo responde y se explaya bastante. La manera es reprendiendo. Cuando corregimos a alguien, cuando le marcamos una falta o un error, podemos llegar a causar mucha tristeza. Detengámonos un poco en esto. ¿Es malo, entonces, corregir a alguien? Mateo 7:4 dice: "¿Cómo puedes decirle a tu hermano: 'Déjame sacarte la astilla del ojo', cuando ahí tienes una viga en el tuyo?". Parecería que no es algo bueno. "No juzguen a nadie, para que nadie los juzgue a ustedes" (Mateo 7:1).

Pero ahí está el punto, ¿no? Ese pasaje de Mateo me parece muy revelador, desde el 1 al 5. No se trata de no juzgar. Es cierto que dice "no juzguen a nadie", pero no se queda ahí, sino que dice "para que nadie los juzgue a ustedes". Podríamos expresarlo así: si no están listos para recibir la corrección que otro les haga, no corrijan. Si no están dispuestos a que les marquen sus faltas, no marquen las de otros. Y creo que ésta es la idea. Para poder reprender a otro tengo que estar listo para reprenderme a mí mismo, o al menos para aceptar y recibir con humildad la reprensión de otros.

Proverbios 1:9 va todavía más lejos. Hablando de las correcciones de nuestros padres, aunque podríamos pensar también en las correcciones de cualquier otra persona que sea o más experimentada, dice que "adornarán tu cabeza como una diadema; adornarán tu cuello como un collar". ¿La reprensión puede entonces ser incluso un adorno? ¿Algo que nos haga lucir mejor, o que resalte nuestras cualidades? ¿Cómo puede la reprensión resaltar mis cualidades si está justamente marcando mis faltas?

Y acá volvemos a la idea de Pablo. El punto, el verdadero punto, está en la intención. "El Señor disciplina a los que ama, como corrige un padre a su hijo querido" (Proverbios 3:12). Por esto el otro pasaje de Proverbios también tomaba el ejemplo de un padre o una madre. Porque cuando uno de ellos ama a su hijo, lo reprende en lo que cree que no le hace bien. Se ocupa de su bienestar.

Ahora, esto me parece que es muy difícil. Si alguien me reprende, me marca mis errores o mis faltas, ¿cómo hago para aceptar humildemente esa corrección? Todos somos más o menos orgullosos, en un punto o en otro, y nos dolemos cuando nos reprenden. Están atacando nuestro orgullo, nuestra intención de ser personas que hacen las cosas bien. Pero, ¿es siempre así? Pienso que deberíamos estar siempre preparados para darle lugar a la corrección. A veces la persona nos corrige algo que no es cierto. Otras veces sí lo es, pero lo negamos por orgullo, porque reconocer mi error es reconocer mi vulnerabilidad a equivocarme, y eso implica a veces mirar lugares de mí mismo que no me gustan mucho, y además implica que hay cosas que tengo que cambiar. Me saca de mi zona de comodidad, digamos.

Pero es importante que al menos reflexionemos por un momento si lo que nos corrigen es cierto o no. Y si es cierto, tenemos que saber que la reprensión, aunque venga a través de una persona, viene de parte de Dios. Él mismo tiene un objetivo al corregirnos, y ahora vamos a pasar a eso. Pero es importante que al reprender tengamos en cuenta lo difícil que es aceptar la corrección. Y preguntarnos a nosotros mismos, precisamente: ¿cuál es mi objetivo al reprender?

Creo que hay algunos riesgos. De hecho, no necesariamente corrijo porque amo a la otra persona. Incluso un padre puede corregir a su hijo por motivaciones diferentes. En lo que respecta a la fe, que es de lo que habla Pablo, una motivación equivocada puede ser la de tener autoridad sobre la fe de otros. Por eso el capítulo anterior aclaraba, "no es que intentemos imponerles la fe, sino que deseamos contribuir a la alegría de ustedes" (1:24). Otro riesgo es que reprendamos porque consideramos que estamos más avanzados que la otra persona en la fe, y entonces sabemos qué está bien y qué esta mal, y por eso se lo marcamos. El otro riesgo es que, como yo aprendí mucho, estoy preparado para enseñarle a la otra persona cómo es mejor vivir. No quiero decir que esto no sea cierto, por supuesto. Estoy mejor preparado para reprender a otros si aprendí muchas cosas. Pero el problema es que la motivación sigue siendo la misma. En todos estos casos, la corrección apunta a mostrar lo que yo sé. Apunta a tener control sobre el comportamiento de otra persona.

Me parece que Pablo nos propone una mirada totalmente diferente, que se corresponde con el objetivo que él mismo tiene al reprender (el que dice en 1:24), y con el que Dios mismo tiene al reprendernos. El objetivo, al reprender, tiene que ser que el otro pueda ser un perfume agradable para Cristo y para los demás. Que al mirar su corazón, Dios pueda gozarse en él. Que esa otra persona pueda vivir con mayor intensidad en el amor y el gozo del Señor. Es lo que dice también Proverbios 13:18, "el que atiende a la corrección recibe grandes honores". Si el objetivo al reprender es el bienestar de esa otra persona, ESO es reprender con amor. Todo lo que no responde a esa motivación, en mi opinión, es egoísmo, y no es verdadera disciplina.

Ahora, si ésta es mi motivación, el método para reprender tiene que ser igualmente de edificación y no de tropiezo. Si mi motivación es correcta pero mi manera de reprender es dura e hiriente, entonces hay un problema. Porque yo también tengo que ser un perfume agradable para Cristo y para otros, y ahí volvemos al punto que planteaba Jesús en el pasaje de Mateo. Si yo no soy un perfume agradable, ¿cómo puedo pretender que lo sean los demás?

Por eso, para reprender tengo que tener: por un lado, humildad, para aceptar mi lugar como persona que también se equivoca y no considerarme superior a la otra persona, aunque en esa circunstancia concreta pueda estar en una mejor posición. En segundo lugar, paz, para que mi forma de decir las cosas no genere conflictos o enojos con esa persona, porque la idea es generar mejores relaciones, y no peores. En tercer lugar, tengo que tener la mayor calidez posible al corregir a esa persona, es decir, tratarla con amabilidad y consideración, con respeto y comprensión. Y por último, ser compasivo, comportarme con bondad, ser, precisamente, aroma de Cristo para esa persona.

Claro que esa persona puede tomarse a mal mi corrección, incluso aunque yo tenga todos estos reparos. Pero eso ya queda en la otra persona. Lo importante es que yo tenga la actitud adecuada, porque sino mi corrección es inválida. Si yo mismo no estoy dispuesto a pasar primero por la corrección mía y del Señor, no puedo corregir de manera válida a otra persona.

Para terminar, quiero agregar un caso que es muy frecuente. Cuando quiero corregir a alguien que me ofendió a mí, hay dos cosas que tengo que hacer sí o sí primero. Una es fijarme si yo mismo no ofendí también a esa persona, ocasionando su respuesta ofensiva. La otra es, en cualquier caso, perdonarlo, para poder amarlo de verdad y reprenderlo no para tener razón yo, sino para su propio bienestar. Pero perdonarlo en serio, perdonarlo, como dice Pablo, "en presencia de Cristo" (2:10). Dios me perdonó a mí, y me perdona constantemente, así que yo también puedo perdonar y sé lo que significa. Porque sino, como Pablo también dice, el diablo aprovecha cualquier oportunidad que tiene para sembrar discordia, y la reprensión, por todo lo que se pone en juego, es una ocasión ideal. No le demos cabida al diablo, ni le dejemos aprovecharse. Actuemos con amor.

Espero que la reflexión les haya sido de tanta bendición como a mí. Recuerden que a veces nos sentimos ofendidos por cosas que en realidad las otras personas no hicieron, sino que nuestra mente empieza a armar toda una situación que muchas veces no existe. Eso también es una trampa que el diablo usa seguido, y lo digo por experiencia. En esos casos, aunque la persona no me haya hecho nada y yo lo sepa, igual tengo que pasar por el proceso de perdonarla, porque adentro mío la imagen que tengo de la persona es negativa mientras no la perdone. Para perdonar, no hace falta que me pidan perdón. Sino Dios no nos habría perdonado.

Que el Dios justo y compasivo, que corrige a los que ama, los ayude a saber cuándo es necesario que corrijan a alguien, y llegado el caso les de la actitud correcta por medio del Espíritu de Cristo, que nos hace ser perfumes agradables para los demás. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.