domingo, 31 de marzo de 2013

Domingo Santo - Resurrección

¡Hola a todos! Bueno, para todos los que amamos a Cristo hoy es un día de celebración. Recordamos nada menos que el día en que venció a la muerte, no sólo para él, sino también para cada uno de nosotros. Por eso, para terminar esta serie de reflexiones quería centrarme en este punto, en la celebración de la resurrección.

Texto: Mateo 28

Es llamativo el cambio que ocurrió en los discípulos en este día. Después del arresto de Jesús, como ya vimos, ellos de habían dispersado y escondido mientras hacían duelo por lo que había pasado con su Maestro. No habían entendido bien el anuncio que Jesús les había dado. Y era lógico, porque hasta ese entonces, ¿quién había resucitado?

Pero lo que quiero que pensemos en esa mañana es un poco lo que nos pasa a nosotros. A nosotros, que somos creyentes. Muchas veces lloramos la muerte de Jesús, y hacemos duelo también, y no está mal. Pero, ¿somos plenamente conscientes de que resucitó y de todo lo que eso implica? Si nos enfocamos solamente en su muerte corremos el riesgo de perder de vista el poder que tenemos en su vida nueva. De hecho, es una parte central de su mensaje. Jesús nos da la posibilidad de nacer de nuevo, de empezar de cero, digamos, por el hecho de que él mismo renació, por así decirlo.

Es curioso que nos olvidemos precisamente de este punto. De hecho, no hay milagro visible en que alguien muera. Por supuesto que la muerte de Jesús es en sí misma un milagro, por el poder que también manifiesta, pero, ¿quién no cree en la muerte? Sin embargo, sólo alguien con fe puede creer que haya resucitado. El texto muestra que él se le apareció a sus discípulos. Pero, ¿no será que también a nosotros puede aparecérsenos?

Y no me refiero a una aparición visible, como quien ve un fantasma, aunque no descartaría esa posibilidad también para casos particulares, y pienso por ejemplo en Saulo de Tarso, que iba a ser el apóstol Pablo justamente después de que se le apareciera el Señor. Pero aunque no sea de esa forma, ¿no será que nosotros también podemos encontrarnos con él?

Bueno, la respuesta es que sí. Esto no es solamente una posibilidad, sino que es algo que yo mismo experimenté en un momento de mi vida, y es lo que me llevó a seguirlo. Comprender que había resucitado no fue un acto racional de convicción, sino que primero tuve un encuentro profundo con él. Cómo es este encuentro, no sabría decirlo. Si fue emocional, mental, espiritual, aunque me inclino a creer que es más bien espiritual. Pero es concreto y real. No fue simplemente una emoción, una sensación, sino una presencia real.

Entonces, no hay motivo para que no busquemos a ese Jesús resucitado, para que no le pidamos que se nos revele, que nos deje encontrarlo. Cuando veo a María y Magdalena en el sepulcro me pregunto si más allá de perfumar el cuerpo de Jesús, no estarían expectantes también por esa promesa que él les había hecho. Especialmente María, que ya había creído todas las cosas hasta ese punto. Y por otro lado, el ángel tuvo que llevarlas al lugar para que vieran que no estaba allí. Necesitaban comprobarlo.

Quiero decir, todos los cristianos celebramos Semana Santa, como una fiesta, y en la teoría creemos que Jesús resucitó, pero, ¿cómo puede alguien creer en la resurrección de manera puramente teórica? ¡Es un milagro demasiado grande para que no lo hagamos parte de nuestra vida cotidiana, de nuestros pensamientos, de cada momento de nuestras vidas! Jesús está vivo, hoy mismo, y aunque ascendió al cielo, volvió al Padre, vive. Y nos dejó además su Espíritu, y esto tampoco podemos tomarlo sólo desde la teoría, porque es algo muy práctico. Jesús está vivo no solamente en sí mismo, sino dentro de nosotros. Dentro de cada uno de los que creemos en su nombre. No podemos quedarnos tibios ante esto. Cristo resucitó, y con él nosotros también resucitamos, de una vida sin color a una vida para Dios. Si reconozco en la cruz mi propia muerte, como decía el viernes, tengo que reconocer en el sepulcro vacío mi propia resurrección, y esta nueva vida que, aunque sea por agradecimiento, tengo que dedicarle a Dios.

Cristo mismo lo encomendó. Nos dio el encargo de anunciar este mensaje a todo el mundo. Pero como dice Pablo, "el reino de Dios no es cuestión de palabras sino de poder" (1 Corintios 4:20). Anunciar el mensaje no se trata en primer lugar de ir por la vida contándole a la gente sobre la muerte y resurrección de Jesús, o sobre la biblia, sino sobre todo animarse a descubrir al Jesús resucitado, animarnos a creer en serio en esto, día a día, relacionarnos personal e íntimamente con él y llenarnos así con el poder del Espíritu que vive en nosotros, para ir y transformar el mundo que nos rodea con esa nueva vida. Y esto, créanme, es posible.

Jesús resucitó. Está vivo. ¿Qué mejor manera de celebrar esto que buscar su poder para nuestras vidas cada día de nuestras vidas? Porque esa es la victoria sobre el mal: creer en que Jesús murió para pagar por mi desobediencia, pero que resucitó para limpiar mi cuenta y empezar una vida de obediencia desde cero. Y Cristo define la obediencia así: "¿Quién es el que me ama? El que hace suyos mis mandamientos y los obedece. Y al que me ama, mi Padre lo amará, y yo también lo amaré y me manifestaré a él" (Juan 14:21). Hacer propios sus mandamientos. Entender que lo que nos manda es lo que realmente es bueno para todos, para el mundo, digamos, para la vida. Y cumplirlo por eso, no por obligación, sino porque entendemos que es lo mejor. Y dice: "y me manifestaré a él". Es una promesa. Y Dios cumple sus promesas.

Que el Dios que resucitó a Jesús de entre los muertos nos resucite a todos en nuestro corazón en este domingo de resurrección, y que podamos animarnos a creer de verdad, completamente, de todo corazón, en que Jesús está vivo y hoy mismo podemos encontrarnos con él cada vez que lo busquemos. "Y les aseguro que estaré con ustedes siempre, hasta el fin del mundo" (Mateo 28:20). ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

sábado, 30 de marzo de 2013

Sábado Santo - Silencio

Hola a todos.




Texto: Mateo 27:62-66

Creo que el sábado de la Semana Santa es el día más intrigante. Sólo uno de los evangelistas, Mateo, habla sobre ese día con toda claridad. El resto de los evangelios pareciera acompañar al Señor Jesús en su silencio. Después de haber sido crucificado y entregar su vida, fue sepultado, y ahí permaneció todo un día, sin que pasara nada más. ¿Alguna vez trataron de imaginar lo que los discípulos atravesaron durante ese día? Trato de pensar en todas las expectativas que tenían, en todo lo que habían vivido junto al Señor, y viene a mi mente lo que dije ayer: parecía que todo había terminado, que sus sueños, esperanzas y creencias estaban totalmente frustradas. El Cristo, el Mesías de los profetas, estaba muerto. ¿Acaso Dios se había olvidado de su pueblo?

Y Dios hizo silencio durante todo un día. No dijo que sí. No dijo que no. Dijo: no hay otra más que creer y esperar.

Lo interesante es que, mientras tanto, los jefes de los sacerdotes y los fariseos temían. El templo se había quebrado y el velo se había rasgado, y los rumores hablaban de gente que había regresado de la muerte. Con todo esto en mente fueron a buscar a Pilato para contarle que Jesús había afirmado que iba a resucitar. Le dijeron que los discípulos probablemente robarían el cuerpo, y que por lo tanto era necesario que sellaran el sepulcro.

Pero, ¿de qué tenían miedo? Si robaban el cuerpo pero nadie lo veía, hubiera sido poco creíble que Jesús hubiera resucitado. Si lo custodiaban sólo hasta el tercer día, como proponían los sacerdotes, los discípulos podían robarlo al cuarto día y crear el mismo supuesto engaño. ¿No podríamos pensar entonces que, en definitiva, tenían mucho miedo de que fuera cierto? ¿Qué tal si realmente resucitaba? Por lo menos, si el sepulcro estaba bien sellado, nadie iba a enterarse.

En definitiva, permanecían con la misma actitud obstinada aún a pesar de haber recibido las señales en el templo, es decir, a pesar de que pensaran que era cierto que iba a resucitar. Con sus actos estaban diciendo algo como "sabemos que al final tenías razón, pero salí de ahí si podés... ¡vamos a tapar la verdad con la piedra más pesada que podamos encontrar!"

Creo que es en el fondo un mecanismo de defensa. Aceptar públicamente el error que habían cometido hubiera sido el fin de sus días como sacerdotes, y tal vez incluso el fin de sus días, directamente. Hasta habían provocado muchos disturbios por causa de su condena hacia Jesús, así que ni los romanos les iban a tener contemplación.

Por otra parte, imagino que Pilato estaba harto del tema. Ya suficiente había tenido que soportar durante el arresto de Jesús, y supongo que habría pensado "buen, al menos ya me saqué este peso de encima". Pero no, ahora venían otra vez estos líderes religiosos diciendo que el que acababan de matar había dicho que podía resucitar. Ahora, Jesús había llegado a decirle a Pilato que su reino no era de este mundo (Juan 18:36), y los judíos le habían dicho que se proclamaba a sí mismo Hijo de Dios. ¿No podemos pensar que, hilando y uniendo toda la historia, Pilato también empezaba a pensar que había algo más ahí dando vueltas?

Él, que había tratado de ser lo más imparcial que pudo para no meterse en problemas con sus superiores, pienso que ahora que todo estaba jugado y la suerte estaba echada, quería ver en qué terminaba todo eso. Pienso que hay cierto tono de desafío en la respuesta de Pilato a las autoridades religiosas judías. "Vayan a asegurar el sepulcro lo mejor que puedan" (27:65), les dice. No sabemos cómo sigue la historia del procurador romano, ni si finalmente creyó en el Señor, ni si el Señor se le apareció también a él. Pero no podemos descartar esa posibilidad, después de todo lo que él también había vivido alrededor de estos sucesos.

De los discípulos ni siquiera se habla en este pasaje. Tal como Jesús había anunciado, se habían dispersado, y seguramente estarían escondidos llorando por la muerte de su Maestro, sin tener en cuenta todo lo que les había anunciado. Creían que ya había sido suficiente. ¿Y no nos pasa esto? Quiero decir, personalmente a mí me pasa. Me preocupo y hasta llego a sufrir por situaciones para las que el Señor me dejó promesas claras y contundentes. Me olvido de esas promesas, y recién cuando se cumplen recuerdo que ya me había sido anunciado. Creo que es natural: no estamos acostumbrados a mirar hacia aquello que no vemos. Lo mismo les pasó a los discípulos.

Y quiero terminar esta reflexión siguiendo esta idea con otra cosa que pensé mientras veía la película "La Pasión de Cristo". Cerca del final, la película muestra al diablo gritando en agonía. Cualquiera pensaría "bueno, murió Jesús, así que perdió. Sus seguidores perdieron. La humanidad perdió". Pero justamente la realidad es todo lo opuesto: la muerte de Jesús es la victoria de la humanidad. No es la resurrección lo único que aporta esperanza, sino que la muerte en sí misma es la derrota del diablo y del pecado. Jesús murió llevándose consigo la condena de la humanidad. Cualquiera que se une a Cristo en su muerte, ya no tiene ninguna condena posible. No fue Jesús el que fracasó en su misión, sino todo lo contrario: fue el diablo el que perdió la guerra, aún después de los numerosos esfuerzos que hizo para que Jesús no alcanzara su objetivo. Dios ganó. Y nosotros con él.

Y ahora, hago silencio, como Dios en aquel sábado.




Hasta mañana, si Dios así lo quiere.

viernes, 29 de marzo de 2013

Viernes Santo - Muerte

Hola a todos. Se me hizo un poco tarde hoy, pero quiero seguir con esta reflexión sobre la Semana Santa. Ayer tomé como foco el arresto de Jesús. Hoy me corresponde hablar acerca de su muerte. Como dije ayer, voy a tratar de ser breve, aunque es evidente que no es mi fuerte.

Texto: Mateo 27:1-61

En lugar de hablar sobre momentos, me gustaría esta vez hablar sobre tres elementos que creo ver en este episodio de la obra de Jesús. El primero de ellos es la diferencia entre arrepentimiento y remordimiento. Normalmente tendemos a asociar ambas cosas, pero si prestamos atención a este pasaje, podemos encontrar una diferencia muy clara. Pienso, por ejemplo, en la diferencia que hubo entre la actitud de Pedro y la de Judas. Conociendo el final de la historia, sabemos que Pedro se arrepintió por haber negado a Jesús. Tuvo su oportunidad, y la aprovechó. Incluso en el mismo momento en que lo hizo, recordó las palabras de Jesús, y podemos imaginar que deseó no haberlo hecho. Sin embargo, parece haber entendido que eso tenía que llevarlo a remediar su error, por ejemplo, cambiando su postura y defendiendo el mensaje de Cristo. Judas, por el contrario, decidió quitarse la vida. ¿Por qué?

Bueno, pienso que Judas no había entendido el mensaje del arrepentimiento. Por supuesto, se sintió miserable por haber derramado sangre inocente, pero pidió perdón a las personas equivocadas. A los jefes de los sacerdotes les daba igual si Judas se sentía culpable o no. Ellos ya habían conseguido lo que querían. Para Judas, no había vuelta atrás. El daño ya estaba hecho. Tal vez se sintió totalmente acorralado. ¿Y quién no se siente acorralado por sus propias equivocaciones de vez en cuando?

Pero su error estaba en pensar que no había vuelta atrás. Por supuesto, en el exterior, en las circunstancias, no había retorno: Jesús iba a ser entregado e iba a morir, y era su responsabilidad. Pero en su interior, en aquello que lo había conducido a hacer eso, sí había vuelta atrás. Adentro de nosotros, siempre hay vuelta atrás. Solamente tenía que adoptar una actitud humilde, reconocer que se había equivocado, y sin dudas Jesús mismo iba a estar dispuesto a perdonarlo. Ya vimos que perdonó a Pedro incluso antes de que llevara a cabo lo que Jesús sabía que iba a hacer: negarlo. Estoy seguro de que al recordar las palabras de Jesús, Pedro comprendió esto. Por eso Pedro no se quitó la vida.

2 Corintios 7:10 dice que "la tristeza que proviene de Dios produce el arrepentimiento que lleva a la salvación, de la cual no hay que arrepentirse, mientras que la tristeza del mundo produce la muerte". Creo que la idea encerrada en este pasaje es clara: arrepentirse es reconocer que Dios puede cambiar lo que me hizo equivocarme. El remordimiento es ese sentimiento que me lleva a castigarme a mí mismos, sin tener en cuenta que Dios está siempre dispuesto a perdonarme. El arrepentimiento me conduce a Dios, y me aleja de las conductas autodestructivas. Dios tiene poder para limpiarme y para cambiar lo que no está bien en mí, y no lo hace castigándonos, sino enseñándonos y corrigiéndonos. Incluso nos ayuda a lidiar con las consecuencias de nuestros actos. Creo que el centurión que estaba junto a la cruz fue otro de los que comprendieron esta verdad liberadora.

El otro elemento que veo en este pasaje es la obstinación del pueblo judío, y esto tiene, en mi opinión, mucho para enseñarnos. Los judíos simplemente gritaban desordenadamente que crucificaran a Jesús y soltaran a Barrabás. Es evidente que no pensaban en lo que decían. Seguramente se dejaban llevar simplemente por sus pasiones, por sus frustraciones y por la voz de los líderes religiosos. Estaban confundidos y obnubilados. Pero, ¿no nos pasa esto a nosotros? ¿Cuántas veces participamos de ritos, liturgias o festividades religiosas sin detenernos a pensar en su significado, por ejemplo? Y pienso, incluso, en Semana Santa. ¿O cuántas veces cuestionamos a otras personas o a otras maneras de pensar sólo por el hecho de que no provengan del cristianismo tal como lo entendemos? Por supuesto que no por esto quiero decir que el mensaje de Dios es relativo. No, todo lo contrario: es absoluto. Pero, ¿no será que muchas veces sólo nos dejamos arrastrar por esquemas cerrados de comprensión de la fe cristiana? ¿Por qué a veces pensamos que una iglesia es mejor que otra, o que una determinada persona o congregación no es verdaderamente cristiana?

Por otra parte, la biblia dice que "la mente de ellos se embotó, de modo que hasta el día de hoy tienen puesto el mismo velo al leer el antiguo pacto. El velo no les ha sido quitado, porque sólo se quita en Cristo" (2 Corintios 3:14). Éste es el secreto del cristianismo: volver la mirada a Jesús. Pero no al Jesús escrito, al Jesús de la cruz de las iglesias, al Jesús de las imágenes. Al Jesús viviente, al que hoy, acá y ahora, está actuando en cada uno de los que creen en su nombre y lo aman. Jesús murió para romper ese velo y ayudarnos a entender a Dios. Entablar una relación personal, profunda e íntima con Cristo, con el Jesús que vive hoy mismo, es la única manera de entender su mensaje, y de hacerlo propio. Esto es lo que no comprendió el pueblo al condenar a Cristo. En cualquier caso, esto ocurrió para que se cumpliera lo que Dios había establecido. ¿No será que Dios quería mostrarnos que en realidad, todos y cada uno de nosotros condenó a Cristo al tener esa misma tendencia a ver todo desde nuestra propia mirada esquemática, cerrada? Y me incluyo. Pero otra vez: no olvidemos que Dios nos perdona por esto. Después de todo, ¡Jesús dio su vida también por esos judíos que lo condenaron!

Y finalmente, la muerte de Cristo nos habla de la entrega total de Jesús hacia el Padre. Este mensaje es intenso, y además central. La muerte de Jesús en sí misma no me salva. Lo repito: la muerte de Jesús en sí misma no me salva. Tengo que hacer propia esa muerte. ¿Qué significa eso? Que tengo que reconocer primero que nada que era necesario que él pagara una deuda vital que yo tenía para con Dios. Si no creo que yo soy por naturaleza desobediente a Dios y que por lo tanto merezco estar separado de él, no voy a aceptar que era necesario que Jesús muriera. En segundo lugar, tengo que aceptar que Jesús era y es efectivamente el Hijo de Dios y que sólo por eso su sacrificio valió para toda la humanidad. Dios cargando sobre sí mismo la deuda de desobediencia del ser humano. ¿Cómo? Siendo obediente hasta el final, incluso hasta en la decisión de dejarse morir.

Si no comprendo esto, no voy a creer que Jesús murió también por mí, personalmente. En definitiva, tengo que verme a mí mismo, a mi pecado, es decir, a mi desobediencia crónica al Señor, en esa cruz. Lo digo de nuevo: tengo que verme a mí mismo en esa cruz para que la muerte de Cristo valga para mí. Esto es creer en Cristo. La biblia dice que Jesús murió por todos, por supuesto. Pero si no hago mía esa muerte de Cristo, es como si la estuviera negando, declarándola inválida para mí. Por eso dije que por sí sola no alcanza: necesito creer en la muerte de Cristo para que valga para mí. "Por gracia ustedes han sido salvados mediante la fe" (Efesios 2:8). ¡Mediante la fe! Si no hay fe de por medio, sigo estando separado de Dios, por más que Cristo haya pagado por mí. Porque no reconozco como válido el pago que él hizo.

Pero de nuevo: con Dios siempre hay vuelta atrás. Nunca es tarde para darse vuelta y decir "está bien, es cierto, Jesús murió también por mí. Aunque antes lo negué, o no lo consideré, o no lo entendí, ahora miro a Jesús y reconozco que ahí, en esa cruz, en esa mirada de paz aún en medio del dolor, está el pecado que vive en mí, pero el cuál Jesús condenó en la cruz para empezar a limpiarme y unirme de una vez y para siempre con el Padre". Repito: nunca es tarde. Dios espera siempre con los brazos abiertos, siempre, no importa qué hayamos hecho hasta ahora. Porque de todas maneras, hayamos hecho lo que hayamos hecho, el punto en el que reconozco eso es el comienzo de una etapa totalmente nueva en nuestras vidas, una etapa donde lo que antes fui empieza a desaparecer para dejar paso al nuevo ser humano que Dios está creando en mí, una nueva naturaleza "creada a imagen de Dios, en verdadera justicia y santidad" (Efesios 4:24). De hecho, cuando Jesús murió parecía que todo había terminado. Que las promesas, las ilusiones y esperanzas de los que lo habían seguido habían desaparecido. Pero en realidad, hoy sabemos que era todo lo contrario: nada había terminado, sino que eso era sólo el comienzo de una nueva era de la humanidad.

Que el Dios que dio su vida por cada uno de nosotros rompa el velo día a día, para que nuestra comprensión de toda su obra aumente y nos permita disfrutar cada vez más de una relación personal profunda con él mismo. Y si recién hoy se están planteando esto por primera vez, que Dios los ayude a recordar que con el mero hecho de aceptar que todo esto es cierto, ya están reconociendo su condición frente a él, y están tomando para ustedes mismos la muerte de Cristo, aunque no estén totalmente conscientes  de eso, si es que no lo están. "Por lo tanto, ya no hay ninguna condenación para los que están unidos a Cristo Jesús" (Romanos 8:1). ¡AMÉN!

Hasta mañana, si Dios así lo quiere.

jueves, 28 de marzo de 2013

Jueves Santo - Arresto

Hola a todos. Después de un breve descanso desde la serie sobre la lucha espiritual, aprovechando la fecha en la que estamos, se me ocurrió publicar una serie de reflexiones breves sobre los días de la llamada Semana Santa, es decir los días de la muerte y resurrección de Jesús. Por motivos de tiempo no pude empezar ayer, aunque tenía la idea de hacerlo con la entrada del Señor en Jerusalén. Así que empiezo hoy con el arresto.

Texto: Mateo 26:17-75

Creo que identifico al menos seis momentos en el arresto de Jesús. En primer lugar, la celebración de la cena de Pascua. Hay dos elementos importantes que quiero destacar de ese momento. En primer lugar, aún sabiendo que Judas iba a traicionarlo, no lo dijo abiertamente, y creo que podríamos pensar en que no quería generar discordia entre sus discípulos, o desconfianza, pero además podríamos pensar en que ya lo había perdonado en su corazón. No quería causarle problemas. Por otro lado hay en el pasaje dos símbolos importantes: el pan, que representa al cuerpo de Cristo, y el vino, que representa la sangre de Cristo.

El pan es un alimento básico, y lo era aún más para el pueblo judío. Por otro lado, el cuerpo de Cristo es en definitiva la iglesia. ¿No será que lo que Jesús estaba tratando de mostrarnos es que la iglesia como tal, es decir, el congregarnos, el unirnos, el amarnos, es un alimento esencial para mantenernos unidos a Cristo?

En cuanto a la sangre, es lo que sella el nuevo pacto. Es lo que nos proporciona el perdón para nuestro pecado, la que lava nuestra desobediencia. Hebreos lo expresa claramente: "Sin derramamiento de sangre no hay perdón" (
Hebreos 9:22). La sangre es además la vida, los hebreos lo consideraban así. Se necesitaba el costo de una vida para pagar por el pecado, y Cristo representa en su muerte a toda la humanidad, la versión corregida de Adán. "Así como por la desobediencia de uno solo muchos fueron constituidos pecadores, también por la obediencia de uno solo muchos serán constituidos justos" (Romanos 5:19).

El segundo momento es el abandono de los discípulos, que por otra parte Jesús mismo anuncia, aunque sus discípulos no lo creen posible. A veces pensamos que no vamos a apartarnos del Señor, y sin embargo lo que realmente cuenta es que volvamos a él después de habernos desviado. Creo que ambas cosas son muy importantes. Que pensemos que no vamos a desviarnos significa que no queremos hacerlo, y eso es lo que Dios espera de nosotros. Pero que sepamos que siempre podemos volver, también es muy importante. Por otra parte, cuando Pedro dice que moriría antes que dejarlo, no está diciendo algo que no vaya a ser cierto, sólo que va a cumplir su palabra recién después de la resurrección. De hecho, esto completa el cuadro que Jesús da durante la cena: no hay cristianismo sin el pan, que es la vida, y el vino, que es la muerte, pero tampoco sin resurrección. Jesús veía la resurrección en el momento previo a su muerte. Las tres cosas son una sola.

El tercer momento es la oración en Getsemaní. Es interesante que en ese momento se aparta con sus discípulos más cercanos: Pedro, Jacobo y Juan. Les cuenta su pesar, y les pide que lo acompañen en su dolor. ¿Hacemos esto entre nosotros? Pienso que está en el centro del mensaje de Jesús, no sólo el acompañar a otros, sino el abrirse y contar nuestras cargas, y pedir ayuda. Después de todo nos enseña eso con respecto al Padre: entender que necesitamos su ayuda y su salvación. Por otra parte, no sólo lo contó y pidió ayuda, sino que además se inclinó ante el Padre y se entregó a su voluntad. Creo que son las tres herramientas sin las cuales es imposible vencer a nuestras circunstancias difíciles.

El cuarto momento es la captura. De esta parte me impresiona que vinieran con armas y palos a capturar a Jesús. Al Señor mismo le impresionó, de hecho. Sin embargo, Jesús le da un mensaje claro y contundente a Pedro: no opongas resistencia, esto tiene que ocurrir. Le dice en definitiva que aunque se resista a que pase, va a terminar pasando igual, pero va a ser peor para ellos. Finalmente, tal como Jesús había anunciado, los discípulos se dispersan, lo abandonan, y además en el momento más crítico.

El quinto momento es el juicio ante el Consejo. Las autoridades religiosas judías querían matarlo desde hacía tiempo, pero no hallaban motivos concretos. Intentan con testigos falsos, pero no funciona. Al final, toman las declaraciones de Cristo, interpretándolas de alguna manera conveniente, y le preguntan si es el Cristo. Lo interesante es que nadie había mencionado eso en esa reunión, sino que ellos mismos lo trajeron a cuento. ¿No será que en el fondo tenían miedo de que fuera cierto? Jesús entonces aprovecha para anunciar su ascenso y su regreso, y lo condenan por blasfemia. Una blasfemia por otra parte inexistente. También es llamativo que, aún si habría podido defenderse basándose en las Escrituras, no lo hizo. Evidentemente sabía que no tenía sentido. Ellos no estaban discutiendo por motivos doctrinales, sino por motivos de poder terrenal. No había nada que hacer contra esa obstinación.

Finalmente, hay un sexto momento. Pedro estaba ahí presente, dice el texto que "para ver en qué terminaba aquello" (26:58). Pero al final ni siquiera pudo hacer eso, porque empezaron a hacerle preguntas acerca de su conexión con Jesús. Preguntas a las que respondió negando tal conexión, como Jesús mismo le había anunciado. No tuvo el valor de exponerse a las consecuencias de afirmar ser su discípulo. ¿Y no nos pasa más de una vez? Es interesante que hasta el más cercano de los discípulos terminó abandonándolo. Simón, el que Jesús mismo había llamado Pedro porque sería la base sobre la que edificaría la comunidad del nuevo pacto. Hasta él lo abandonó. ¿Cuántas veces pensamos que, por estar muy cerca de Jesús, no podemos ya negarlo ante los demás? ¿O defraudarlo, o fallarle?

Lo interesante es que Jesús sabía todo esto, y nunca se los reprochó a sus discípulos, e incluso se los advirtió, para que cuando eso ocurriera, supieran que él igual, a pesar de eso, todavía los amaba. Es importante que tengamos presente esto. El mensaje del arresto es esta triple enseñanza: el amor incondicional, la aceptación incondicional de la voluntad de Dios, y la unidad profunda entre la vida, la muerte y la resurrección de Cristo.

Que el Señor los acompañe en este día mientras reflexionan acerca de la víspera de la muerte de Jesús, y consideran el impacto y la importancia que esto puede tener en sus vidas y en las vidas de todos los que los rodean. ¡AMÉN!

Hasta mañana, si Dios lo quiere así.

martes, 5 de marzo de 2013

En la lucha 6 - La victoria

Hola a todos. Llegó el momento de cerrar esta serie sobre la lucha espiritual, pero antes quiero hacer un pequeño repaso de los temas que vimos durante la serie.

Al principio, hablé de que es fundamental para cualquier cristiano entender que la vida es mucho más que lo que vemos. Como seres humanos tenemos una fuerte tendencia a perder esto de vista, porque estamos bajo el efecto de un triple engaño, por parte del diablo, por el que nos hizo cambiar nuestra manera de ver a Dios, de vernos a nosotros mismos y de ver lo que nos rodea. Principalmente, desvió nuestra mirada de lo "invisible" a lo material, tangible, visible, y una de las consecuencias, por ejemplo, es que nos cuesta creer en la existencia del diablo mismo, algo muy arriesgado.

También vimos que estamos en una pelea permanente contra fuerzas espirituales, que en definitiva son como "estados de conciencia" con su propia autonomía, que actúan en contra nuestra y que quieren controlar nuestras acciones, para lo que primero intentan ganar terreno en nuestros pensamientos. Dije a lo largo de la serie que tenemos tres enemigos: el pecado, una manera de pensar que va a contramano de lo que Dios quiere para nosotros, para nuestra manera de vivir; el mundo, el grupo de todas personas que rechazan a Dios, y que componen o dan forma en este tiempo a nuestra sociedad y a sus normas convencionales; y finalmente, el diablo, el espíritu que gobierna a todos los espíritus que están por fuera de Dios, y que todo lo que quiere es frustrar la creación de Dios, para lo cual tiene que primero deshacer a la humanidad.

En la última reflexión dije que, si estábamos en medio de una lucha, todo cristiano es como un soldado. Como soldados, somos por un lado mensajeros de paz en el mundo visible, pero guerreros en el mundo invisible, enfrentando día y noche a las fuerzas espirituales que corrompen a las personas, que las esclavizan, que las destruyen.

Textos: Romanos 8:35-39; 2 Timoteo 4:7-8; Colosenses 1:9.14, 1 Corintios 15:54-57, Apocalipsis 12:10-11.

Nos queda ahora hablar de cómo hacemos para ganar esta batalla, y qué pasa cuando lo hacemos. La buena noticia es que la lucha ya la ganamos antes de empezar. Presten atención, y tal vez sean sacudidos profundamente y llenados de esperanza como lo fui yo al reflexionar sobre estas cosas.

Así planteada, la situación de la pelea espiritual parece estar totalmente en nuestra contra. Tenemos muchos enemigos, todos con tácticas diversas, algunos incluso difíciles de ver, corremos el riesgo de terminar dañando a las personas en lugar de enfocarnos en lo invisible, y a veces parece que estamos rodeados, acorralados. Pero no tenemos que desesperar: tenemos dentro de nosotros una fuerza capaz de vencer de manera totalmente definitiva.

Esta fuerza es el amor de Cristo. El eterno, poderoso, enorme y profundo amor de Cristo. A veces oímos hablar tanto de esto que perdemos de vista el significado inmenso que tiene su amor en la vida de una persona. Creo que podría escribir una serie entera sobre el amor de Cristo, pero quiero limitarme acá a hablar de lo que creo que implica en esta lucha de la que hablamos.

En primer lugar, nos habilita para usar todas nuestras armas y herramientas, de las que hablamos en las reflexiones anteriores. Sin su amor, nada de eso nos sirve. Si intentamos hacer las cosas por nosotros mismos, vamos a sufrir derrota tras derrota. El amor de Cristo enciende nuestra capacidad de defendernos y de avanzar sobre la oscuridad.

Además, pase lo que pase, hagamos lo que hagamos, el amor de Cristo permanece. No nos da su amor solamente mientras hacemos las cosas bien, sino que su amor está ahí, siempre al alcance de nuestras manos, para que lo tomemos. Romanos 5:20 dice que "donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia". El amor de Cristo es más fuerte que el pecado, más fuerte que mi desobediencia, que mis errores. No lo afectan nuestras malas acciones. Su amor, de hecho, limpia nuestra culpa por esas acciones, y hasta nos limpia progresivamente de los pensamientos que nos llevan a comportarnos así.

Pero, ¿cómo hago para alcanzar su amor? ¿Todos pueden hacerlo, todos pueden tenerlo? Bueno, sí. Eso es lo que enseña la biblia. Sólo hay un requisito: confiar. Esto no es porque Jesús no ame a los que no confían en él. Todo lo contrario: los ama tanto que su amor sigue estando disponible para una persona, sin importar cuántas veces esta persona haya rechazado su amor. Pero para que el poder de su amor obre eficazmente en mi vida, tengo que recibirlo, aceptarlo. Esto ya es confiar. Esto es la fe, básicamente. Confiar en el amor de Cristo, en que es totalmente genuino, desinteresado, gratuito, en que es verdadero, o sea que en serio tiene ese amor por mí, y en que es poderoso, confiar en que realmente el amor de Cristo puede liberarme, fortalecerme, protegerme.

Ese amor, entonces, está ahí para nosotros, para que lo tomemos. Al apropiarnos de ese amor, al tomarlo para nosotros, estamos apropiándonos nada menos que de nuestra victoria definitiva en la lucha espiritual, y con el tiempo, también podemos apropiarnos de la certeza sobre esa victoria, a medida que ganamos confianza en el Señor. Esto es la clave de todo. En cualquier relación, el principal pilar es la confianza, especialmente la convicción de que la otra persona tiene buenas intenciones hacia mí. La relación con Cristo no es una excepción a esta regla.

La confianza, la fe, refuerza los nudos que me unen con Dios. Agranda cada vez más mi conocimiento de él, y cada vez lo conozco además en mayor profundidad. De esto habla, según entiendo, el pasaje de Colosenses. A medida que lo vamos conociendo más, vamos dando más y mayores frutos de luz, obras cada vez más fuertes en el impacto que tienen a nuestro alrededor, o en nuestras propias vidas. Acciones de vida, podríamos decir, si retomamos la distinción entre acciones de vida (que construyen, que acercan a Dios) y acciones de muerte (que destruyen, que alejan de Dios). Recordemos que la lucha es por las acciones de las personas. Dar fruto de vida es un aspecto de la victoria.

Ahora, si todo se basa en la confianza, en la fe, y esto es un estado mental, en el que todas esas cosas que dije antes (el amor de Cristo es genuino, verdadero y poderoso) son ciertas, podríamos decir que la fe es una fortaleza espiritual construida sobre un sólido cimiento, la piedra angular, la Roca, que es Cristo. Todo el secreto está en eso. La victoria es EN Cristo (sólo si estoy dentro de su amor), DE Cristo (sólo porque él vence a la muerte) y PARA Cristo (él es nuestro Señor, y para él es que hacemos todo esto).
Por esto, ya no existe ningún enemigo que sea capaz de derrotarnos. El pecado tenía poder sobre nosotros, lo tiene, de hecho, influyendo en nuestras acciones para que demos fruto de muerte, y de tanto en tanto, lo damos. A veces más seguido, a veces menos seguido. Pero nuestra actitud ya no es esa. Nuestra actitud ya no es la de desobedecer, por lo tanto ya no estamos separados de Dios, que era la principal función del pecado. Por eso, ya no hay muerte. Es lo que dice el pasaje de 1 Corintios: "el aguijón de la muerte es el pecado" (15:56). Sin pecado, no hay muerte. Por eso dice la biblia que Cristo quiebra el pecado, y que vence a la muerte. Son dos caras de la misma moneda.

En cuanto al mundo, tenemos que recordar que no es que las personas se ponen en contra nuestra porque seamos cristianos. Su ataque es más sutil, y está en el fondo. Está en la sociedad, en el "espíritu de la sociedad", diríamos; en la manera de pensar de la mayoría, en la manera de comportarse, en un estilo de vida que es contrario al que Dios nos propone. Esta es la lucha contra "el mundo". Ahora bien, el mundo puede agredirnos por no amoldarnos, puede perseguirnos por dar un mensaje incómodo, tratar de absorbernos, o lo que sea, pero sus "ataques" no pueden derribarnos si nos mantenemos en el amor de Cristo. Jesús nos dice: "en este mundo afrontarán aflicciones, pero ¡anímense! Yo he vencido al mundo" (Juan 16:33).

Es importantísimo tener esto en mente. Victoria no quiere decir que la vida va a ser sólo alegría y buena fortuna para los que confían en Cristo. El mundo sigue estando quebrado. Seguimos formando parte de una humanidad que está rota. Dios nos está reparando, pero eso lleva tiempo y mientras tanto, duele. La victoria está en las etapas del proceso. Cristo venció al mundo, del mismo modo que su amor vence al pecado. Nos rescató del mundo. De hecho, el pasaje de Colosenses lo dice muy claramente: "Él nos libró del dominio de la oscuridad y nos trasladó al reino de su amado Hijo" (Colosenses 1:13). ¡Nos transladó! Eso quiere decir que YA estamos en el reino de la luz, en el reino de Dios. El amor de Cristo, o más bien nuestra fe en él, corrige el gran engaño del diablo, corrige en nosotros el efecto de la caída, por el simple hecho de que nos sometemos de corazón a la enseñanza de Cristo, a la obediencia a Dios. Esto es el final de la caída.

Por eso, el amor de Cristo vence también al diablo. Pierde control sobre nuestra percepción, pierde control sobre nuestra mente y por lo tanto pierde control sobre nuestros actos. Puede tentarnos, y hasta hacernos fallar, pero su poder, acusarnos y hacernos caer de la gracia de Cristo, ya no existe. Su plan de ponernos en contra de Dios falla en el momento en que nos ponemos de parte de Dios. La sangre de Cristo pagó el precio de todo lo que hicimos controlados por él, así que se acabo, ya no hay condena, ya no hay muerte, no hay más separación entre yo y Dios. Es lo que dice el pasaje de Apocalipsis 12, un pasaje además muy intenso en mi opinión. Y pronto, ¡su poder se va a acabar del todo! "Muy pronto el Dios de paz aplastará a Satanás bajo los pies de ustedes" (Romanos 16:20).

En fin, esa es la etapa final de la victoria, la que todavía falta: el regreso triunfal de Cristo. Si sólo por su amor ya tenemos la victoria en esta vida, en lo que vivimos diariamente, mucho más potente va a ser la victoria final cuando Cristo venga a buscar a todos los que confiamos en él. A buscarnos sí, pero además a liberarnos de todo lo demás. Esto también es importante, y también es fácil perderlo de vista. La vida no se agota en el día a día, ni en el ahora. Un día, Cristo va a volver, como dice el pasaje de 2 Timoteo, y todos los que confiamos en él, o sea, los que lo estuvimos esperando, activa o pasivamente, vamos a recibir "la corona de justicia", la luz de los hijos de Dios en toda su potencia. Si mantenemos la fe en Cristo (la confianza en su poder y en su amor) hasta el fin, estamos peleando "la buena batalla".

Por eso, por todo esto, somos no solamente vencedores, sino "más que vencedores" (Romanos 8:37). No sólo NO somos derrotados y sobrevivimos, sino que avanzamos un paso más y vamos recibiendo la plenitud de Dios, en su totalidad, poco a poco. La vida cristiana no se trata de sobrevivir en medio de la oscuridad, sino de vencer a la oscuridad, día a día, paso a paso. No olvidemos que todo esto, esta victoria, tiene lugar ya mismo, en esta vida, con cada pequeña victoria en Cristo. El mensaje de la victoria, el mensaje de la redención, de la próxima venida de Cristo, no es un mensaje solamente para el futuro: es un mensaje principalmente para hoy.

Que el profundo, poderoso y eterno amor de Cristo los inunde totalmente, y que puedan confiar en él, para que puedan experimentar la victoria definitiva en cada una de las áreas de su vida. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.