viernes, 30 de noviembre de 2012

En la lucha 4 - El diablo

1 Pedro 5:8-9; Juan 8:42-47, 10:9-11

Hola a todos. En la reflexión final sobre la armadura de Dios habíamos visto la importancia de entender que existe un ser espiritual que quiere destruir la más preciada de las creaciones de Dios: los humanos. Creer en la existencia del diablo, vimos, es fundamental para comprender la vida espiritual. Hoy nos toca hablar precisamente del diablo, nuestro gran enemigo, el gran artífice del quiebre espiritual del hombre y la mujer.

Ya venimos viendo que todo esto es un caos. Estamos siempre rodeados de pensamientos buenos y malos que parecieran competir entre sí, queremos hacer una cosa y nos sale otra, o de otra manera, nos movemos en el mundo entre personas que nos alientan a vivir como creemos mejor pero por otro lado tratan de llevarnos en una determinada dirección, que generalmente no es la que realmente queremos, etc. Ahora, detrás de todo este caos, del gran engaño de ver sólo lo material, de este plan de frustración de la creación de Dios, hay alguien: el diablo.

Para empezar, podemos decir que el diablo es el primer mentiroso en toda la creación. Antes de que él mintiera y engañara, la mentira no existía. Hay muchos pasajes que hablan sobre el diablo, pero quiero enfocarme en la parte más práctica del asunto, ya que estamos hablando de la lucha y no tratando de entender a fondo la historia de nuestro principal enemigo.

El diablo no solamente miente, sino que se deleita en mentir, porque al hacerlo expresa su verdadera naturaleza. No es un mentiroso, sino que es la mentira misma. Por eso su manera natural de actuar es manipular, torcer, ocultar y engañar. Es precisamente lo que pasó con la primera mujer y el primer hombre, en Génesis 3:1-4. Ya desde el primer momento en el que habló, habló para mentir.

Podríamos preguntarnos también qué quiere el diablo, cuál es su intención. Bueno, creo que está más que claro, pero hay un versículo que me parece que es clave. Juan 10:10 dice que "el ladrón no viene más que a robar, matar y destruir". Viene a robar las mentes y los espíritus de las personas, y a destruir al ser humano, que equivale a destruir la creación de Dios, porque somos la cabeza de la creación.

Ahora, nosotros ya vimos que el pecado ataca con pensamientos negativos o desobedientes, y el mundo haciendo presión para que actuemos fuera de los parámetros de Dios. ¿Cómo ataca el diablo? Pienso que de varias maneras, directa o indirectamente.

De manera indirecta, el diablo nos ataca precisamente usando al pecado, su gran espía dentro de los seres humanos. Por medio del pecado, la desobediencia crónica en la que nacemos y vivimos, el diablo engaña a las personas y las hace actuar por fuera de la luz del Señor. Aquellos que no siguen a Jesús están incluso más expuestos, porque no aceptan esa luz, no reconocen la voz del pastor. 2 Corintios 4:4 dice que "el dios de este mundo ha cegado la mente de estos incrédulos, para que no vean la luz del glorioso evangelio de Cristo, el cual es la imagen de Dios". Otras versiones dicen "el dios de este siglo", digamos, el ser espiritual que domina las cosas temporales. Es interesante la distinción que hace el pasaje entre dios (con minúscula) y Dios (con mayúscula).

En fin, a través del pecado el diablo distorsiona nuestra imagen de nosotros mismos y también puede destruir relaciones entre personas, que son una de las principales fuentes de fuerza del ser humano. Nadie está exento, y por eso hay incluso iglesias enteras que se desmiembran y se desarman bajo el poder del diablo, muchas veces sin notarlo. En definitiva, el diablo enciende nuestra naturaleza pecaminosa para dar fruto de muerte. En particular, usa esta táctica con los hijos de Dios, con los creyentes, porque ya no puede matarnos. Ya no puede adueñarse de nuestra eternidad. Sólo puede hacer que demos mal fruto, aunque sea un poco, que es suficiente para esparcir oscuridad y para manchar el nombre de los cristianos. Muchas veces lo logra, y con gran éxito.

Ahora bien, no solamente nos ataca indirectamente. A veces lo hace de manera directa, y esto puede ser acusándonos, sembrando oscuridad o afectando el mundo material.

Uno de los títulos con que la biblia llama al diablo es, precisamente, el acusador. El diablo quiere nuestra muerte, y por eso nos acusa en primer lugar ante Dios, para señalarle nuestras culpas. Sin embargo, por medio de la muerte de Cristo nosotros ya pagamos la condena por nuestra desobediencia, y entonces recurre también a la acusación directa: nos acusa a nosotros mismos, recordándonos y marcándonos nuestras faltas, sembrando en nosotros el miedo a caer de nuevo. Esto debilita nuestra autoestima y por lo tanto nuestro crecimiento, y eventualmente nos lleva a desobedecer a Dios.

Por otro lado, el diablo puede interactuar con el mundo visible, de manera sobrenatural, y hasta puede hablarle a las personas o manifestar una imagen de sí mismo, supongo que falsa y distorsionada, porque él es la mentira. En cualquier caso, este tipo de ataque es menos frecuente, pero no habría que descartarlo.

Finalmente, el diablo siembra oscuridad y confusión: hace que lo malo parezca bueno, que lo bueno parezca malo, ciega a las personas y les enseña a desobedecer a Dios. Esto lo hace principalmente con el mundo, pero también con nosotros, la comunidad de los creyentes. Cuánto más ciega está una persona, más expuesta está a la influencia del diablo, y por eso el mundo es más vulnerable: sin Dios, sin la aceptación de la luz del evangelio de Cristo, el mundo está indefenso frente a los engaños del diablo.

Nosotros, por otro lado, estamos en lucha constante entre la luz, los pensamientos positivos y el deseo de hacer el bien, y la oscuridad, los pensamientos negativos que conducen al dolor y a los malos resultados. El diablo sabe que las heridas nos hacen actuar por fuera de la luz, y por eso trata de causarnos todas las que pueda, y de tocarnos en aquellas que ya tenemos.

Por supuesto, la corrupción también es física. La biblia nos enseña que la muerte, y por lo tanto la enfermedad, no existía al principio, sino que entró por causa de la desobediencia del hombre. Es parte del plan del enemigo para dañar y debilitar al ser humano. No es casual que haya manifestaciones cada vez más graves de la enfermedad y la muerte. A medida que pasa el tiempo nos vamos debilitando más y más como humanidad.

Por todo esto, estamos en un estado de emergencia. La guerra está muy avanzada y es muy intensa, y se necesitan soldados de luz, gente que esté dispuesta a seguir haciendo el bien a pesar de todo, seguir enfrentando la oscuridad interna y externa, para ganar terreno sobre el diablo. Si su plan es destruir, construir es la frustración de su plan. Cuidar la creación, tanto el mundo natural como las personas que lo habitan. La única manera de resistir y enfrentar al diablo es con el poder de Cristo, y en el poder de Cristo. El diablo no actúa solo, sino que tiene un ejército espiritual de su lado (Efesios 6:12). Es una guerra de conciencia ante todo, y el campo de batalla es nuestra mente.

Pero Dios cuenta con nosotros, sus hijos, que fuimos rescatados de la muerte y de la actitud desobediente. Y por supuesto, con otros seres espirituales que actúan para el bien. A simple vista, esto parece fantasioso. Sin embargo, la biblia nos demuestra claramente que no lo es. Es mucho más real de lo que parece, y si prestamos atención, esta lucha espiritual toma formas concretas y materiales.

El diablo nos necesita ciegos. Sin eso, no puede engañarnos, como vimos en la reflexión final sobre la armadura de Dios. Por eso es muy importante estar en contacto permanente con la verdad del evangelio, usar la espada del Espíritu, leer y aplicar la palabra de Dios en nuestra vida y meditar en ella todo el tiempo, día a día. Así podemos mantener alta nuestra fe, y encendida la luz en nuestra mente. El diablo va a querer quebrarnos, doblegarnos y separarnos de Dios. Pero no puede: "en todo esto somos más que vencedores por medio de aquél que nos amó. Pues estoy convencido de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los demonios, ni lo presente ni lo por venir, ni los poderes, ni lo alto ni lo profundo, ni cosa alguna en toda la creación, podrá apartarnos del amor que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús nuestro Señor" (Romanos 8:37-39).

Que el Dios de la luz llene nuestras mentes y nuestros corazones para que podamos resistir los engaños del diablo, creer en su existencia y combatirlo, y ayudar a otras personas a liberarse de su poder de una vez y para siempre, en fin, ser soldados de la luz de Cristo. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

jueves, 22 de noviembre de 2012

En la lucha 3 - El mundo

Juan 15:18-27; Efesios 2:1-10; 2 Corintios 5:11-21

Hola a todos. Bienvenidos una vez más. Quiero recordarles un punto central antes de empezar: lo más importante de esta publicación son esos tres pasajes que figuran en rojo antes de mi texto. Digo esto para volver a hacer énfasis en la importancia de la palabra de Dios, que habla por sí misma. Mi reflexión es sólo eso, reflexión, pero la palabra de Dios es pan de vida.

Bueno, seguimos con esta serie sobre la lucha espiritual. En la Biblia podemos identificar, como ya dijimos, tres enemigos en esta lucha. Uno es interno, del que ya hablamos, y dos son externos. Hoy nos toca reflexionar sobre eso que la palabra llama "el mundo".

Creo que esta expresión puede traer muchos problemas, porque puede generarnos una idea de "ellos" y "nosotros". Si bien la propia Biblia habla de "el mundo" en ese sentido, es importante entender qué es lo que está marcando al hacerlo. ¿Qué es lo que nos separa del mundo? Cristo. ¿Alguno de nosotros es Cristo? No. Por lo tanto, ¿hay algún mérito en no ser del mundo? No. Por eso, es importante no creernos mejores ni superiores ante el mundo. Todo lo contrario: entender que tenemos una misión para con éste, y la humildad es la base de nuestra misión.

Pero entonces, ¿quiénes son del mundo? Bueno, "el mundo" está formado por todas las personas que hasta el momento no recibieron a Cristo. Por eso dice la palabra que nosotros no somos del mundo. Esto es algo muy importante para tener en cuenta. Cada uno de los que creemos en Jesús y lo recibimos en nuestra vida pasamos a ser extranjeros en esta tierra.

Por supuesto que esto no nos hace dejar de ser parte de la misma humanidad que el mundo. Romanos 3:23-24 dice que "todos han pecado y están privados de la gloria de Dios, pero por su gracia son justificados gratuitamente mediante la redención que Cristo Jesús efectuó". Podríamos decir que el mundo es un conjunto de personas que diariamente son atacadas por el pecado y por el diablo, formando colectivamente una "comunidad de desobediencia", en la que nosotros somos como manchas hechas por Cristo. Y no es que nosotros no pequemos, sino que al estar con Cristo tenemos cómo defendernos del pecado. Una acción absolutamente pasiva: defenderse. Por eso insisto: no hay mérito, ni motivo para creernos superiores al resto.

Lo que marca la principal diferencia, creo yo, es la conciencia de nuestro pecado. Una cosa es servir a Dios con nuestra actitud pero cometiendo errores, y otra cosa es desobedecer a Dios sin reparos. La vez pasada veíamos que el pecado que vive en nosotros es el que produce la desobediencia, pero el Espíritu de Dios nos da el poder para obedecer a pesar de esto, siempre y cuando queramos realmente hacerlo.

Ahora bien, imaginemos que si existe un grupo humano entero que no tiene la voluntad de obedecer a Dios, es decir, esta "comunidad de desobediencia" formada por todos aquellos que no recibieron a Cristo, podemos asumir que las normas por las que se rige son igualmente reglas en gran medida opuestas a las de Dios. Me refiero a las pautas y normas socialmente establecidas. Es por eso que como creyentes deberíamos tratar de alejarnos lo más posible de las normas de la sociedad y quedarnos con las de Dios, que ya sabemos que están bien.

Por supuesto no hablo de reglas escritas. No hablo de las leyes, sino de los presupuestos de la sociedad. En cada momento, para cada ambiente y para cada edad, estas reglas varían. Son aquellas cosas que escuchamos que "es copado" hacer, o que hacen que nosotros quedemos bien parados. Por ejemplo, si alguien nos agrede, no dejarnos pisar, sino devolvérsela, pagarle con la misma moneda, y si es posible pagarle de más. Si alguien no te habla, no le hables, esa persona se lo pierde. No te preocupes, seguí tomando un poco más, lo más que te puede pasar es que te emborraches, pero va a ser más divertido. Y muchas otras cosas que tuve oportunidad de escuchar en diferentes lugares y momentos.

Ahora bien, estamos hablando del mundo como un "enemigo". ¿Quiere decir que tenemos que pelearnos con esta gente que no recibió a Cristo? Bueno, hay al menos tres motivos para responder que NO. La primera ya la vimos: si no tengo motivos para considerarme mejor o superior que ellos, no tengo derecho ni siquiera a enojarme contra ellos, y mucho menos a agredirlos. Sabemos, además, que servimos a un Dios de paz.

Pero además, no podemos olvidar que "nuestra lucha no es contra seres humanos, sino contra poderes" (Efesios 6:12), los mismos "poderes de este mundo" de los que habla Efesios 2:2. De hecho, nosotros también obedecíamos antes a esos mismos poderes, al menos todos los que recibimos a Cristo cuando ya éramos adolescentes o jóvenes. Pero el punto es que el problema no son las personas que desobedecen a Dios, sino lo que hay detrás. Estos poderes hacen que la sociedad sea esclava del pecado (Romanos 6:20-23), o sea, de la desobediencia a Dios, y que las personas estén además ciegas a esa esclavitud, sin poder reconocerla (2 Corintios 4:4).

Y detrás de esos poderes, está nada menos que el diablo, el autor del gran engaño del que ya hablamos. El diablo quiere que el mundo no conozca su situación de esclavitud, y por eso oscurece su visión, los ciega. Recordemos que el gran objetivo del diablo es que el ser humano muera, es decir, pase la eternidad fuera de la presencia de Dios. Nosotros, que recibimos a Cristo, vivimos bajo un régimen de obediencia libre, que conocemos como la gracia de Dios. Pero eso es solamente porque al creer fuimos reconciliados con Dios por medio de la muerte de Cristo, que ya había ocurrido. Eso está disponible también para el resto de las personas, para todos, porque Dios quiere restaurar todas las cosas en Cristo Jesús (Efesios 1:10).

Creo que el pasaje de 2 Corintios resume muy bien lo que creo que es nuestro principal objetivo al lidiar con el mundo. Como enemigo, el mundo es el único enemigo que es generalmente inconsciente de esa enemistad. La gente no anda por la calle atacándonos porque somos cristianos. Por lo general, mientras nuestra manera de vivir no interfiere con ninguno de los principios básicos de nuestra sociedad, no pasa nada. Y aún cuando eso pasa, la gente no nos agrede porque sí. El problema que enfrentamos con respecto al mundo es más que nada la presión social, la sensación de querer encajar y formar parte de esta sociedad, cuando Dios nos llama precisamente a lo contrario: marcar la diferencia. Si nosotros somos como manchas hechas por Cristo, el mundo quiere limpiarnos de esa mancha. En definitiva, los poderes que están detrás hacen lo posible para que nadie se salga de ese camino o de ese estado.

Ahora bien, nosotros podemos ver las cosas de esta manera porque Dios nos hizo volver a cambiar de perspectiva. No nos guiamos por las apariencias, sino por lo que hay detrás. Ya vimos lo importante que para el diablo fue engañarnos para que hiciéramos lo contrario, guiarnos por las apariencias. Pero dice 2 Corintios 5:16 que nosotros "de ahora en adelante no consideramos a nadie según criterios meramente humanos". Diría que a nadie ni a nada. Eso nos da una herramienta clave en nuestra lucha con la presión del mundo por amoldarnos a él. Ya no andamos guiados por nuestro sentido común (sentido común defectuoso porque está basado en lo que sentimos humanamente), ni nuestra propia voluntad (deseos que se apoyan en el criterio humano), sino guiados por el criterio y la voluntad de Cristo. Ya no vivimos nosotros, nuestro "yo" netamente humano, sino que Cristo vive en nosotros (Gálatas 2:20).

Por eso es que tratamos de convencer a todos de que se unan a Cristo. Predicar, digamos, hablarles a otros acerca de Jesús, no debería ser un mandato, debería ser un impulso espontáneo e inevitable. Si hablamos de Cristo es porque vimos el HERMOSO resultado de reconciliarnos con él. Pero además no es sólo hablar de Cristo. Es tratar al mundo con amor. Como el diablo sembró su engaño, nuestra lucha con el mundo funciona al revés: no atacamos a nuestro enemigo en el mundo visible, sino invisible. No atacamos al mundo sino al espíritu del mundo. Espiritualmente somos agresivos, pero materialmente somos amables. Ésta es la lucha con el mundo. Por un lado, no dejarnos arrastrar. Por otro lado, no dejarnos vencer por el mal, haciéndoles el mal a las personas o rechazándolas por no recibir a Jesús, sino todo lo contrario. Es más, ¡ni siquiera debería cruzársenos por la cabeza tal cosa! Nada más alejado de lo que Dios quiere para nosotros.

Romanos 12:21 dice: "no te dejes vencer por el mal; al contrario, vence al mal con el bien". De eso se trata. Somos embajadores de Cristo, y por lo tanto nuestra misión es que el mundo deje de ser "el mundo" y conozca y reciba al mismo salvador que nos libró a nosotros de la desobediencia, la esclavitud y la ceguera. Si queremos reconciliar al mundo con Dios, primero tenemos que reconciliarnos CON el mundo. Aunque nos persigan, nos ataquen, o hagan lo que hagan, y eso incluye a TODAS y CADA UNA de las personas que nos agredan. ¡Todas! No podemos despreciar a nadie, ni siquiera a quien nos asalte o nos golpee. Por supuesto, eso no significa entregarnos a que nos asalten o nos golpeen porque sí, pero hablo de nuestra actitud frente a cosas que la gente nos pueda hacer. Nuestra misión es reconciliar al mundo con Dios, y no podemos dejar que nuestros sentimientos negativos nos detengan: tenemos que vencer al mal con el bien. Hacer el bien siempre que podamos, siempre, si importar las circunstancias, para que todos vean cómo se siente esa mínima porción de Dios que les damos. No digo que sea fácil, es más, a veces es muy difícil, pero es importante saber esto: cada vez que hacemos el bien, manchamos la oscuridad con la luz de Cristo.

Esa es nuestra misión. ¿El mundo son aquellos que no recibieron a Cristo? Sí. Son víctimas del engaño del diablo. Si queremos vencer al mal, tenemos que liberarlos, para lo cual tienen que conocer a Cristo. Nadie va a conocerlo si no se los mostramos, porque Dios nos lo encomendó a nosotros. Romanos 10:14-15, "¿Cómo invocarán a aquel en quien no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán si no hay quien les predique? ¿Y quién predicará sin ser enviado? Así está escrito: '¡Qué hermoso es recibir al mensajero que trae buenas nuevas!'". Tenemos el poder de devolver la vista a los ciegos, pero para eso tenemos que entender que nuestra misión es esa: llevar las buenas nuevas, las buenas noticias de la paz con Dios por medio de Cristo. Y eso sólo se logra mostrando qué efecto tuvo esa paz en nuestra propia vida, enseñándonos a amar incluso a aquellos que nos lastiman. Ese amor es nuestra principal arma para "luchar" contra el mundo. El amor y la compasión rompen las cadenas de la esclavitud.

Que el Dios de amor y de paz nos fortalezca para resistir frente a las presiones del mundo, y sobre todo frente a la de pagar con la misma moneda, para que al mostrar amor y compasión podamos vencer al mal con el bien, y así vencer al mundo. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

martes, 13 de noviembre de 2012

En la lucha 2 - El enemigo interno

Romanos 8:5-8; Mateo 6:19-21

Hola a todos. Después de unas semanas pude sentarme a publicar la segunda parte de la serie sobre la lucha espiritual. En la conclusión sobre la armadura de Dios había dicho que básicamente tenemos tres enemigos en esta pelea continua: uno interno y dos externos. Hoy nos toca pensar en este enemigo interno que tenemos.

En la reflexión pasada vimos que la lucha es por ver quién tiene control sobre nuestras acciones, y por lo tanto el campo de batalla es nuestra mente, de donde las acciones vienen. Es interesante que tanto en hebreo como en griego, la palabra que se traduce por mente y la que se traduce por corazón podrían ser las mismas. En definitiva, nuestra mente es el lugar de nuestros deseos, de nuestros pensamientos, de nuestra definición acerca de nosotros mismos, de lo que está bien o está mal, de nuestros sentimientos y emociones, en fin, somos nuestra mente.

El pasaje de Mateo dice que "donde esté tu tesoro, allí estará también tu corazón" (6:21). Es decir que siempre vamos a tender a enfocar nuestra mente en aquello que más valoramos. Y acá es donde la actitud empieza a ocupar un lugar central en esta pelea por nuestra mente. Nosotros podemos decidir qué es lo que más valoramos en esta vida, cuál es nuestro más grande tesoro. Nuestra mente va a estar encaminada hacia eso que más estimamos.

Romanos nos ofrece una comparación muy interesante. Existen dos tipos de mentalidad: la del pecado y la del Espíritu. La mentalidad del pecado es básicamente nuestra tendencia crónica a desobedecer a Dios con nuestros pensamientos, es decir a pensar de maneras que Dios no quiere para nosotros. Esto por supuesto produce acciones desobedientes, y según el pasaje esta manera de pensar "es muerte" (Romanos 8:8), es decir, conduce a la muerte.

En este punto tenemos que retomar la perspectiva de Dios sobre la definición de muerte. La vez pasada vimos que cuando el Génesis habla de "muerte" se refiere básicamente a una separación entre el hombre y Dios. No se trata simplemente de "muerte" en el sentido que le damos habitualmente, terminar nuestra vida en este mundo. Se trata de algo mucho más profundo: muerte es cualquier situación o estado que es diferente a lo que Dios quiere para nosotros, distinto a lo que le agrada a Dios. Eso es "muerte". Por eso dice la palabra de Dios que antes de conocerlo a él "estábamos muertos en pecados" (Efesios 2:5).

Tenemos que empezar a cambiar la perspectiva. En la reflexión pasada vimos que la principal estrategia del diablo para separarnos de Dios (podríamos decir ahora, sin vueltas, para matarnos), fue cambiar nuestra manera de entender las cosas para que nos enfocáramos en lo material y así poder engañarnos. La base de la mentalidad del Espíritu es justamente volver a enfocarnos en lo invisible, al menos como perspectiva de la vida.

Y es que la mentalidad del Espíritu es básicamente la manera de pensar de Dios. Si analizamos las Escrituras, está lleno de ejemplos de que Dios ve las cosas empezando por lo inmaterial: no juzga según lo que se ve sino según lo que no se ve, no nos acepta por lo que hacemos bien sino por nuestra confianza en él, dice que, aunque hay gente que hace muchas cosas buenas, no hay en toda la tierra ni un solo justo, entre otras cosas.

Si la mentalidad del pecado nos llevaba a pensar y hacer cosas que nos alejan de Dios, la mentalidad del Espíritu es todo lo contrario: nos acerca a Dios y nos hace dar fruto de vida, es decir, hacer acciones que construyen, que edifican, a nosotros o a otras personas. Si nuestro deseo es hacer lo que Dios quiere, no importa cuánto nos equivoquemos y tropecemos, a la larga siempre nuestra tendencia va a ser la de poner la mente en sintonía con el Espíritu de Dios, y por lo tanto hacer cosas buenas. Y estas cosas buenas son en definitiva nuestro propósito en esta vida: "Porque somos hechura de Dios, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios dispuso de antemano a fin de que las pongamos en práctica" (Efesios 2:10). Siempre tenemos oportunidad de hacer algo bueno, por nosotros o por alguien más. Y generalmente está acompañada de la oportunidad de hacer lo opuesto, y por lo tanto, de hacer algo malo para otros o para nosotros mismos. La decisión es nuestra, tenemos que elegir para qué lado queremos equilibrar la batalla. De nuevo: donde está nuestro tesoro se enfoca todo nuestro ser.

Gálatas 5:25-26 dice: "Si el Espíritu nos da vida, andemos guiados por el Espíritu. No dejemos que la vanidad nos lleve a irritarnos y a envidiarnos unos a otros". A esta altura podemos marcar esta diferencia: vanidad contra trascendencia. La vanidad abarca todas las cosas de este mundo que nos condicionan para tomar decisiones en favor del pecado, o sea, de la desobediencia. La trascendencia son las cosas del reino de Dios, que nos inclinan a actuar apuntando a la voluntad de Dios. Por eso es muy importante, como dice el pasaje de Mateo, acumular "tesoros en el cielo" (6:20) y no en la tierra, porque los tesoros de la tierra desaparecen, nos los roban, se corrompen, la polilla los come. Pero los del cielo son para siempre, y porque si esos son los tesoros que busco hacia esos tesoros va a estar enfocada mi mente.

Lo más importante para vencer a este enemigo interno, la mentalidad desobediente, es entonces querer hacer el bien, fijar la mente en los deseos de Dios. Esto implica dos cosas fundamentales: aceptar lo que Dios nos dice sobre qué esta bien y qué está mal, y aceptar la realidad que enfrentamos tal y como está, o sea, aceptar que las cosas están siendo de esa manera. Sino no puedo cambiarlas.

Y entender que esto es una guerra: hay batallas en todo momento. Algunas las voy a ganar, otras las voy a perder. Si sufro una derrota, no importa: me aferro al amor de Cristo, que me perdona, y sigo avanzando y luchando. Gálatas 2:20 dice "he sido crucificado con Cristo, y ya no vivo yo sino que Cristo vive en mí. Lo que ahora vivo en el cuerpo, lo vivo por la fe en el Hijo de Dios, quien me amó y dio su vida por mí". Se trata entonces de crucificar al pecado, a la desobediencia, en la cruz de Cristo. Esto no es una acción concreta de un momento, sino algo de todos los días. Es una decisión que va a implicar muchas acciones, y también muchas reacciones por parte del enemigo, porque estamos dándole la espalda a su más importante servidor, el pecado que nos manipula hacia sus fines, su espía dentro de nuestro propio ser.

En fin, donde fijo mi mente, es decir, donde está mi verdadero deseo, está también el fruto, están las acciones que voy a llevar a cabo. Tengo la capacidad de vencer si me aferro en Cristo: "en todo esto somos más que vencedores por medio de aquél que nos amó" (Romanos 8:37). Mientras no estoy siendo tentado, o sea atacado por la mentalidad desobediente, tengo que acostumbrarme a obrar bien y mirar siempre a Cristo, para que cuando llegue la hora ya tenga más desarrollado el hábito y sea más fácil. Es nuestro entrenamiento: "Todos los deportistas se entrenan con mucha disciplina. Ellos lo hacen para obtener un premio que se echa a perder; nosotros, en cambio, por uno que dura para siempre" (1 Corintios 9:25).

Bueno, espero que haya sido de mucha bendición y no haya sido demasiado pesado. En cualquier momento o circunstancia, recuerden siempre esta regla: "No te dejes vencer por el mal, al contrario, vence al mal con el bien" (Romanos 12:21). A mí, tenerla en mente me sirvió muchísimo en innumerables ocasiones. Si el pecado me dice "hace esto", hagamos justo lo más opuesto que se nos ocurra, y esa batalla va a ser nuestra.

Que el Espíritu de Dios llene sus mentes con todo su poder para que puedan mantener sus pensamientos enfocados en Cristo, y así vencer al enemigo interno día a día, en cada área de sus vidas. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.