martes, 11 de septiembre de 2012

Dichosos 7 - Los que trabajan por la paz

Mateo 5:9

Hola a todos. Ya estamos llegando al final de las publicaciones sobre las bienaventuranzas. Hoy nos toca reflexionar sobre "los que trabajan por la paz". La versión Reina-Valera revisada habla de "pacificadores", y algunas versiones dicen "los que procuran" o "los que se esfuerzan para que haya" paz. Buscando un poco sobre el texto original griego, aparentemente la expresión para hablar de estas personas sería algo así como "los que ponen toda su atención y hacen todo lo que esté a su alcance para que haya unión entre las personas".

Dicho de esta manera, la perspectiva de este pasaje puede cambiar bastante. La paz es de por sí una de las bendiciones de Dios, es parte del fruto del Espíritu, que la Palabra describe en Gálatas 5:22-23. Es Dios mismo el que me lleva a trabajar por la paz, por la unión entre las personas. ¿De qué manera? Bueno, en primer lugar porque él mismo hace las paces conmigo. Recibir a Jesús en nuestro corazón nos une con Dios, es decir, nos trae paz con él.

Es a partir de esta paz que verdaderamente podemos desear desde lo profundo de nuestro ser, y sin motivo o expectativa aparente más que el hecho en sí mismo, buscar la paz no solamente con los demás, sino entre los demás. El que tiene paz en su interior, inevitablemente trae paz hacia afuera. Contagia esa paz.

Eso implica que la paz de Dios trae paz no solamente con los demás, sino también conmigo mismo. De hecho, si no estoy en paz conmigo, no puedo esperar estar en paz con los demás, o traerles paz. Ahora bien, si la paz es unión entre las personas, no estar en paz conmigo mismo sería no tener unión conmigo mismo, ¿es eso posible?

Bueno, sí. No sé a cuántos les habrá pasado, pero asumo que al menos a la mayoría de ustedes, que sienten que una parte de ustedes quiere hacer algo y otra parte quiere hacer lo contrario, o que el pensamiento se divide en dos en su mente entre pensar que algo está bien o está mal, o es correcto o incorrecto. En muchos casos esa cuestión se resuelve, me pongo de acuerdo conmigo mismo y llevo a cabo una acción de las dos. Pero en otros casos me crea un conflicto interno. Tal vez termina causando que no haga ninguna de las dos, o que haga una pero me quede preocupado, ansioso o temeroso de no haber hecho la otra. En fin, esto puede llevarme a tener problemas conmigo mismo. Si la acción nos llevó por un camino que nos lastimó, es como si una de las dos partes de mí mismo le dijera a la otra "¿Viste? ¡Te lo dije! Ahora por tu culpa pasó esto". Curioso, como si no fueran en definitiva la misma persona pero dividida.

Lo mismo pasa con las personas. Desde la mirada de Dios, somos por así decirlo una misma persona. Somos un mismo cuerpo, podríamos decir, somos el cuerpo de la humanidad. Sin embargo, a veces pensamos que la culpa de las cosas que nos pasan como sociedad, o incluso como humanidad, es culpa de individuos: los políticos, los científicos, los terroristas, los empresarios, y así podríamos seguir. Sin embargo, ¿no será que todos somos responsables por los problemas del "todo"?

La paz, entonces, es esta fuerza que reconcilia, une a las personas. Y es además la fuerza que restaura, que cierra heridas, une las dos partes de una cicatriz, podríamos decir. Hay muchas maneras de traer paz. Perdonar es una, por ejemplo. Mediar en un conflicto es otra. Y podríamos poner más ejemplos, seguramente a ustedes se les ocurrirán (son bienvenidos a comentarlos). Pero lo central es que no hay paz conmigo o con los demás si no hay primero paz con Dios, porque la paz misma es una bendición de Dios.

Cuando le preguntaron a Jesús cuál era el mandamiento más importante, él respondió "Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente" (Mateo 22:37) y "Ama a tu prójimo como a ti mismo" (22:39). Amar nos lleva necesariamente a traer paz. Amar a Dios nos da paz con él. Amar a mi projimo me da paz con él. Amarme a mí mismo me da paz conmigo. Podríamos expandir estos mandamientos diciendo: concentra todo tu corazón, todo tu ser y toda tu mente en tener paz con Dios siempre, y trabaja por la paz con las personas que te rodean así como por la paz contigo mismo.

En todo esto pareciera que hay como dos momentos de la paz. Uno es el que tiene que ver conmigo: mi paz con Dios, mi paz conmigo mismo, mi paz con los demás. Otro es el de los demás: paz de otros con Dios, paz de otros consigo mismos, paz de otros con los demás. Dios nos da la capacidad de trabajar por la paz en todos los niveles. ¡Tenemos un enorme trabajo para hacer!

Queda por decir que el que trabaja por la paz, trabaja por la felicidad. Dios no sólo bendice al que hace esto, sino a los que reciben esta paz, porque como ya dije, la paz es en sí misma una bendición de Dios. En todo caso, al llevarnos a trabajar por la paz, Dios nos lleva a bendecir las vidas de otros. Por eso dice el texto que los que trabajan por la paz "serán llamados hijos de Dios". Es Dios mismo, por un lado, el que nos llama "hijos", primero porque lo reconocemos como nuestro padre, pero además porque reconoce en nosotros su misma esencia, su misma característica: esforzarnos por la paz.

Pero también debería ser nuestro rasgo distintivo como sus hijos, ya que si lo somos es porque recibimos primero su paz, o sea, hicimos las paces con él. Así, es mucho más probable que otros nos reconozcan como hijos de Dios, o vean esa diferencia en nosotros, cuando trabajamos por la paz. En fin, la paz es el verdadero medio para anunciar la buena noticia a los demás, la buena noticia de la salvación, de la reconciliación de Dios con el mundo. 2 Corintios 5:20 dice "Así que somos embajadores de Cristo, como si Dios los exhortara a ustedes por medio de nosotros: 'En nombre de Cristo les rogamos que se reconcilien con Dios'".

Que el Dios de paz los restaure en su interior para que puedan estar preparados para llevar la paz a todos lados donde vayan, y tengan la bendición de ser llamados hijos de Dios. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

jueves, 6 de septiembre de 2012

Dichosos 6 - Los de corazón limpio

Hola a todos. Esta vez volví a publicar más rápido, y espero poder volver a hacerlo con la próxima reflexión. Reflexionar sobre un pasaje versículo por versículo tiene la dificultad de que si no es continua la publicación se puede perder el hilo. Pero bueno, para evitar eso quiero simplemente insistir en que donde algunas versiones hablan de "bienaventuranza" o "dicha" otras dicen "Dios bendice a los...", y en la primera reflexión un poco agrupé las tres ideas en una, por eso el título de esta serie es "dichosos" y no "bienaventuranzas". Había dicho que esta "dicha" es justamente la bendición de Dios, que me permite disfrutar de una felicidad profunda, que está por debajo de las circunstancias, el "gozo" del que hablan otros pasajes, una paz y un bienestar que permanece aunque en la superficie pueda haber tristeza, enojo, o lo que sea, y que es la fuente del cambio de actitud, porque es una dicha, un gozo que proviene del Espíritu de Dios habitando adentro mío.

Mateo 5:8

Esta vez nos toca reflexionar sobre la bendición de Dios a los de corazón limpio. La mayoría de las versiones, al menos las que revisé, coinciden en la traducción casi totalmente, variando solamente en la expresión para "dichosos" o en la palabra para "limpio", donde también aparece puro.

A lo largo de toda la Biblia vemos un tema que es constante, y es el de la desobediencia del hombre, y su corrupción, que es la consecuencia directa. Jesús mismo dijo que él vino a buscar a los enfermos. En realidad, todos estaríamos en ese sentido enfermos. ¿Enfermos de qué? De suciedad del corazón, de esa falla que es consecuencia de la desobediencia.

Pero entonces, ¿a quienes bendice Dios? Si todos estamos sucios en el corazón, nadie tiene corazón limpio. ¿Será que se refiere a los creyentes? ¿Seríamos nosotros los de corazón limpio?

Bueno, la respuesta es, digamos, que no. Dice Romanos 3:9, hablando sobre la situación de la humanidad, que "no hay un solo justo, ni siquiera uno". No dice "no hay ningún justo que no sea cristiano", ni dice "no hay un solo justo entre la gente no cristiana". Ya habíamos visto esto en la reflexión sobre "los pobres de espíritu", y también aparece en los demás versículos implicitamente, y en toda la Escritura.

Ahora bien, la pureza o limpieza del corazón tiene, entonces, evidentemente otro sentido para Dios. No se trata de una blancura absoluta, de una perfección total. Se trata, entiendo, de la actitud. Porque si mi corazón no está limpio, tengo que limpiarlo. Y como mi ser entero está sucio desde el momento de mi nacimiento, mi corazón vuelve a ensuciarse todo el tiempo. No olvidemos que además existen seres espirituales dedicados a tiempo completo a ensuciarnos. Por todo esto, tener el corazón limpio requiere una lavada permanente. Y eso es actitud: estar atento para seguir siempre un determinado curso de acción frente a la misma circunstancia. Si tengo el corazón sucio, lo limpio.

Habría que preguntarse entonces, ¿cómo limpio mi corazón? En primer lugar es importante saber que tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento el corazón no es otra cosa que la mente. Es el lugar de mi pensamiento, de mis intenciones, mis deseos, mi personalidad, mis emociones, en fin, todo lo que soy, todo lo que me define como persona. Mi corazón sería, en resumen, mi ser, y mi ser sería mi mente.

Por eso, un corazón limpio equivale a una mente limpia, en el sentido amplio: deseos limpios, intenciones limpias, emociones limpias, etc. El de corazón limpio o puro sería entonces el que pone su mente, sus fuerzas, sus deseos y todo lo que él o ella es, en aquello que está limpio, o sea, en lo que viene de Dios. Podríamos decir que es por lo tanto el que aparta sus pensamientos, actitudes y actos de las cosas que desagradan o no le interesan a Dios.

Hay cosas que son malas. Herir voluntariamente a otros es claramente desagradable a Dios. El engaño, la mentira, la traición desagradan a Dios. Hay otras cosas que a simple vista no parecieran ser malas, pero en definitiva son vanas, no le interesan a Dios y por lo tanto nos desvían de lo que Dios quiere para nosotros. Para mantener una mente limpia, de nuevo, tengo que enfocarme en aquello que Dios activamente quiere para mí. "Ama al Señor con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas" (Deuteronomio 6:5). Podríamos parafrasearlo de esta manera: "pon todo lo que eres al servicio de Dios".

La clave, entonces está en volver hacia atrás. Es decir, no es que se pueda volver para atrás en la práctica. Pero cuando pienso algo que sé que es desagradable a Dios, tengo que frenarlo, dejarlo ahí. Cambiar de pensamiento, cambiar de mente. Esto es lo que llamamos "arrepentimiento". Es cambiar de actitud, sea que haya hecho o haya pensado algo que Dios no quiere de mí. Es apartarme de mi suciedad, de mi maldad, no convivir con ella. Arrepentirme limpia mi mente, vacía al menos esa suciedad visible que se manifestó en una idea o en una acción. Es el comienzo de "los de corazón limpio".

La bendición de Dios sobre los de corazón limpio es la más grande que se me pudiera llegar a ocurrir: ¡ver a Dios! No puedo imaginar un disfrute, una felicidad, una bendición mayor que estar cara a cara con el que ES en sí mismo disfrute. No olvidemos que de eso se trata el cielo, el paraíso. La palabra "Eden" significa eso: disfrute. Y estos, los de corazón limpio, los que renuevan su mente a la luz de la Palabra y el Espíritu de Dios y están dispuestos a cambiar y dejar atrás su suciedad, son los que van a subir un día al monte del Señor y van a estar ante su trono, disfrutando de la mayor felicidad jamás imaginada.

No quiero descuidar igual que la bendición es también para este mundo, para esta vida. Romanos 12:2 dice "...sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta". Comprobar cuál es la voluntad de Dios. Verificar, descubrir de manera práctica. Si limpiamos permanentemente nuestro corazón recibimos la bendición de vivir la vida con la óptica que Dios nos transmite, que es la que nos permite apreciar todas las cosas que vivimos desde su perspectiva y por lo tanto vivir nuestras vidas con una felicidad profunda, llevar adelante una vida agradable sin importar cuáles puedan ser las circunstancias, o incluso independientemente de cuál sea nuestro estado de ánimo. Por eso dice el pasaje de hoy que los de corazón limpio "verán a Dios". No sólo lo verán en el futuro, al llegar ante su presencia, sino antes, en esta vida, verán su obrar y reconocerán su mano. Ésta es también una bendición enorme.

Son, entonces, los que tienen actitud de arrepentimiento y de cambio los que llegan a descubrir a Dios y ver su obrar, y lo reconocen en esta vida. No se trata de ser perfecto, sino de ser perfeccionado. No se trata de ser limpio en el sentido absoluto, sino de ser permanentemente limpiado. Por eso es mucho más una actitud que una acción en sí. Es renovar mi mente todo el tiempo, lavarla en el agua de la Palabra de Dios y el Espíritu, la mente de Cristo transferida a nosotros sólo por aceptar nuestra condición y reconocer que necesitamos de Dios. Recibir a Cristo es recibir su mente, y recibir la mente de Cristo es el principio de la pureza del corazón.

Que el Dios de toda pureza llene sus mentes de su Palabra y sus pensamientos, para que puedan tener una mente limpia, una actitud de arrepentimiento, cambio y renovación, y puedan ver a Dios en cada momento de sus vidas, y para siempre. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

lunes, 3 de septiembre de 2012

Dichosos 5 - Los compasivos

Mateo 5:7

Hola a todos. Después de un largo rato vuelvo al blog para seguir publicando la serie sobre las bienaventuranzas, o bendiciones de Dios. Probablemente al final de la serie haga una última reflexión a modo de resumen y de conclusión de todo el pasaje.

Por ahora nos toca la quinta de las bendiciones de Dios nombradas por Jesús en el contexto del llamado sermón del monte: la que corresponde a los compasivos. Ésta es una palabra llena de contenido. En el original griego, la palabra está asociada con la compasión y con la misericordia, dos cosas que a mi entender van de la mano, y que tienen mucho alcance.

La compasión puede pensarse como la capacidad de sentir en carne propia la necesidad del otro. Esto no quiere decir necesariamente vivir lo que el otro vive, sino involucrarme en su necesidad. Tal vez nunca pasé por lo que pasa la otra persona pero experimento una profunda pena o tristeza por comprender lo que significaría estar en esa situación. O tal vez nunca tuve una necesidad como la que tiene el otro, pero puedo sentirme conmovido por entender lo que significa para el otro tener esa necesidad.

Por este lado, la compasión se acerca a la empatía. Poder ponerme en el lugar del otro con todo lo que eso implica. Empatizar es mucho más que solamente entender qué siente el otro, tiene que ver con experimentar lo que el otro experimenta sólo por haberme puesto en su lugar. Creo que Jesús tenía esta capacidad desarrollada al máximo, y creo que es una de las características más básicas de la compasión, al menos en una escala pequeña.

Pero compasión no es sólo ni principalmente empatía. Es también, y en un sentido más importante, misericordia. Ésta palabra creo que es tan conocida y tiene tanta significación cultural agregada que hasta puede haber quedado tapada la magnitud de su significado, pero su raíz tiene que ver con identificarse con la miseria de otra persona. Ahora bien, la miseria no es necesariamente algo externo, una condición mala o pobre de la vida material. Miseria tiene que ver en gran medida con la vida en general, y la misericordia se refiere especialmente a la condición de la vida espiritual, al interior de la persona.

Misericordia tiene que ver entonces con identificarse, comprender e involucrarse siempre con la necesidad y la situación interior de los demás, el estado en el que están. Los compasivos o misericordiosos serían entonces los que viven de esta manera, atentos y abiertos a los problemas, las cargas y las condiciones de la vida de los demás.

Ahora, esto tiene un punto muy profundo que a veces pienso que puede olvidarse. Tener misericordia es solidarizarme con la miseria de los demás siempre. Incluso, y especialmente cuando nos tratan mal, o nos hacen cosas que no nos gustan, o actúan con injusticia o maldad. Todos tenemos miseria dentro nuestro, y reconocer esto es el primer paso para ser compasivo. No es que no pueda comprender que la otra persona sea miserable en su interior, porque a fin de cuentas, yo mismo soy miserable en mi interior. Basta con pensar ejemplos de mi vida en los que reacciono mal, o injustamente, o hago cosas sin pensar en las consecuencias para la otra persona, o pienso sólo en mi mismo. Eso ya es miseria.

Existe un solo remedio para la miseria del hombre: el perdón de Dios. Cuando hago algo malo contra alguien, le pido perdón. Eso implica haber primero reconocido que mi comportamiento estuvo mal. Lo mismo pasa con Dios. Pero con él la situación es más compleja, porque no es solamente pedirle perdón por cosas. Mi propio interior está mal, está corrompido. Esto es así siempre, para cada persona. No hay excepciones. Por eso, es totalmente necesario para sobreponerme a mi miseria que Dios me cambie, me transforme desde adentro. Eso es el perdón de Dios. Él mismo viene adentro de mí y me perdona desde mi interior, descartando mi miseria, ignorándola.

Esto mismo es lo que a mi entender Dios espera que yo haga con el resto. Si alguna actitud o comportamiento del otro refleja su miseria interior, su "parte mala", entonces tengo que "meterme" dentro de la otra persona y tratar de entender cómo es que terminó haciendo eso. Y lo comprenda o no, tengo que tener presente que Dios mismo tuvo compasión de mí, pensó en mi miseria no como una ofensa sino como una enfermedad, una situación mala por la cual entristecerse desde mi lugar. Esto es la compasión.

Por lo tanto, si tengo dificultad para tolerar a los demás o para perdonarlos o mirarlos con bondad a pesar de lo malo que puedan hacerme, es porque tal vez no esté experimentando con plenitud el amor y el perdón de Dios. Tal vez hay algunas cosas malas dentro de mí que no reconocí o de las que no siento que tenga que arrepentirme (generalmente esto pasa porque la sociedad nos ha convencido de que en ciertos casos una determinada cosa es correcta aunque generalmente se la vea como mala, por ejemplo las "mentiras blancas", o cosas así). Éste sería un buen momento para reflexionar al respecto y pedirle perdón a Dios desde mi corazón.

Y la compasión, y por ende el perdón, son en sí mismas bendiciones. Dios me regaló su misericordia como parte de su amor, y el amor es la propia fuerza que impulsó la creación, por lo tanto es un pedazo de ese paraíso de inmensa felicidad del que hablaba en la primera reflexión de la serie. El perdón trae felicidad, de hecho. Por un lado, cura las heridas generadas por la situación que es perdonada, tanto las mías como las del otro. No es un favor al otro, es un remedio para los dos (o la cantidad que sean). Además, genera unidad. Para perdonar a otro me tengo que acercar e involucrarme afectivamente con esa persona, porque tengo que solidarizarme con la miseria de su interior. Esto me une con el otro. Por otra parte ablanda mi corazón y me hace una mejor persona. Perdonar es un acto de humildad, porque digo "no voy a esperar a que la otra persona venga a pedirme perdón o a querer arreglar las cosas, como si fuera la única que hace las cosas mal, sino que voy a ir yo aunque esta vez no creo que haya hecho nada malo". Y finalmente, me libera de una carga negativa que si la mantengo en mi mente me lleva a actuar mal yo mismo, y me lastima lentamente. Perdonar es una cara más de ser libre.

Tengo la certeza de que si ignoro la compasión y me fijo siempre en la miseria del otro sin identificarme y pienso solamente en cómo esa miseria me perjudica a mí, voy a empezar lentamente a desconfiar del amor y el perdón de Dios, y tal vez me olvide de él o deje de tenerlo presente, entonces voy a empezar a tener problemas conmigo mismo. Porque ignorar la miseria del otro es fácil, está fuera de mí. Pero no puedo ignorar mi miseria, y si no recuerdo que Dios mismo descarta mi miseria y me perdona, tal vez empiece a tener dificultades para perdonarme yo mismo por las cosas que veo que hago, pienso o siento mal.

En fin, la compasión es una de las características más importantes que como cristianos tenemos que desarrollar. Si me cuesta, es un punto que tengo que trabajar, pero no dejarlo pasar. Porque todas las personas tenemos la condición de "miserables" en el sentido de que hay miserias y necesidades profundas adentro nuestro. Dios, dice el pasaje, bendice a los compasivos mostrándoles su compasión. No es que no tenga compasión de los que NO son compasivos, pero quien no es compasivo, como ya vimos, pierde de vista la compasión de Dios. Jesús dio el primer paso, enseñándome la misericordia. Puedo seguir su ejemplo o no hacerlo. Pero si no lo hago, me pierdo la mayor de las bendiciones de Dios: el efecto de su amor y su perdón en mi mente, y en toda mi vida. Este efecto no es otro que la felicidad propia de Dios, de su casa, del paraíso. Si no estoy dispuesto a ver al otro como un par que atraviesa las mismas miserias, necesidades, problemas y maldades que yo, me pierdo de disfrutar una porción del cielo acá, en la tierra, en esta vida. Y le niego parte de esa posibilidad a los demás.

Que el Dios de toda misericordia y compasión los inunde con su amor hasta desbordar, para que puedan vivir una vida de compasión y disfrutar y compartir con cada persona que se cruce en sus caminos el pedazo de cielo que Dios nos regala a través de su perdón. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.