lunes, 28 de junio de 2010

Romanos 15 - reunirse en familia

Texto: Romanos 15:22-33

Bueno, claramente tardé bastante en volver a publicar. Aprovecho para contarles que pasé por un tiempo de distancia con el Señor, aunque siempre sin perderlo de vista y siempre sin dejar de amarlo y de buscar todas las formas posibles para estar cerca de él otra vez. Y bueno acá estoy, recién llegado de nuevo a casa.

El capítulo 15 de Romanos, como recordarán, había decidido dividirlo en dos partes. En esta segunda parte, encontrar algo de profundidad parecería a simple vista más difícil que en la primera. Sin embargo, aprendí muchas cosas sorprendentes a medida que leía lo que Pablo comparte con los romanos sobre su interés en ir a verlos.

Cuando leía, me resultó muy interesante que Pablo quisiera ir a visitar a la iglesia de Roma, por varios motivos. En primer lugar, el viaje iba a ser largo y complicado. Viajar en esos tiempos no era nada fácil, y además era muy peligroso. Sumado a esto, Pablo tenía que ir en primer lugar, de Corinto (desde donde escribía la carta) hasta Jerusalén, donde los cristianos no eran bienvenidos, y después volver para el oeste hasta Roma. Como ya dije, un viaje muy largo y muy difícil. Sin embargo, consideraba que era muy importante. Ya en el capítulo 1 veíamos uno de los motivos por los que esto era así (1:11-13). Pablo quería poder animarlos y que pudieran edificarse mutuamente. Para esto último podríamos pensar que verse era requisito indispensable. Ahora bien, para animarlos, después de semejante carta, ¿no era suficiente?

Evidentemente, el contacto directo era muy importante para Pablo, y seguramente debería serlo para nosotros también. No alcanza con el teléfono, la carta, el mail, internet... El contacto visual y físico es fundamental en una relación entre personas, y la iglesia no es otra cosa que eso, una red de relaciones entre personas que se articula alrededor de Dios. Por eso, Pablo quería ir a visitarlos, pasar tiempo con ellos, saber de ellos de manera directa. No solamente eso, sino que estaba dispuesto a entregarse a todos los peligros que implicaba semejante viaje, semejante anhelo. De hecho, anhelar algo es más que desearlo. Es tenerlo como prioridad. Incluso podríamos afirmar que de no mediar su responsabilidad ministerial en Corinto, hubiera ido inmediatamente.

Por otro lado, Pablo dice que quiere descansar con ellos. Seguramente su ministerio era muy desgastante. Estaba permanentemente expuesto a peligros y viajaba mucho. Todo eso le quitaba fuerzas. Evidentemente, reunirse con sus hermanos le servía a modo de descanso. Es bueno pensar esto, sobre todo si logramos asociarlo con lo que habíamos visto en el capítulo 12 sobre la hospitalidad (12:13). Lo bueno de ser una comunidad es que podemos fortalecernos mutuamente, y para eso es necesario reunirnos. ¿Cuántas veces asistir al culto los domingos puede recargarnos de fuerzas en una semana cansadora?

Y por supuesto, reunirnos con nuestros hermanos nos da la oportunidad de saber lo que están viviendo, contenerlos, apoyarlos y alentarlos. Al visitarlos estamos llevando ni más ni menos que la bendición de Cristo, como Pablo mismo observa (15:29). A veces, una abrazo es mejor que cien palabras de aliento, y para eso es necesario estar en el mismo lugar que la otra persona. Por otro lado, no pude dejar a un costado, al leer el texto, que Pablo iba a ir primero a Jerusalén a llevar la ofrenda de Macedonia y Acaya, lo cual me hizo pensar que otro punto importante de reunirnos con nuestros hermanos es que puede ser la oportunidad de ayudarlos, en este caso materialmente, pero podríamos pensarlo en cuanto a ministerios, actividades de servicio social, etc. De hecho, Pablo podría haber enviado a alguien a llevar la ofrenda, por ejemplo Timoteo, en quien él confiaba ampliamente. Sin embargo, prefirió ir él mismo.

Finalmente, Pablo alienta a los romanos a que oren por él, para que pueda llevar a cabo todo ese viaje y visitarlos por fin. Probablemente quería lograr que entendieran la importancia de orar los unos por los otros, pero al mismo tiempo es posible que quisiera que estuvieran bien predispuestos, no solamente a recibirlo, sino también a visitarse mutuamente. Sabemos que orar no es un favor hacia Dios, sino una utilidad para nosotros mismos. Al orar nos alineamos con la voluntad de Dios, y por lo tanto nos predisponemos a llevarla a cabo. Orando por Pablo, los romanos estarían atentos a la importancia de la reunión de la iglesia, y los efectos de esto podrían verse a largo plazo. Por supuesto que además, el poder de Dios se manifiesta en nuestras oraciones, y eso ya es suficiente motivo para orar unos por otros.

Me resulta interesante que a lo largo de toda la carta Pablo escriba muchas bendiciones. En definitiva, el Nuevo Testamento deja muy claro que una bendición es una de las más grandes muestras posibles de amor, especialmente entre hermanos. De hecho, es muchas veces contrapuesta a los insultos, que serían muestra de odio. Pero sobre este tema voy a volver más adelante. En fin, espero que esta reflexión haya sido de bendición para ustedes, y que puedan ser renovados por este pasaje como lo estoy siendo yo al publicarlo. Me parecieron centrales los versículos del 7 al 12, que resumen y agrupan de algún modo las principales ideas del capítulo y las encadena lógicamente.

Que el Espíritu de Dios llene sus corazones y los anime a reunirse, para compartirse sus respectivos dones espirituales y para alentarse y ayudarse mutuamente. "El Dios de paz sea con todos ustedes" (15:33). ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

sábado, 26 de junio de 2010

Romanos 15 - el amor sacrificial

Texto: Romanos 15:1-21

Hola a todos. Una vez más pasó bastante tiempo desde la última publicación a ésta, pero finalmente estoy listo para publicar otra vez. Ya nos acercamos al último capítulo de la carta a los romanos, y la intensidad de los temas a simple vista pareciera ir disminuyendo. Sin embargo, al igual que me pasó con el capítulo 14, en esta reflexión me llevé mucho más de lo que esperaba y de lo que había extraído la primera vez que leí Romanos. Como habrán notado, no tomé el capítulo entero, porque como ya pasó en publicaciones anteriores me pareció que iba a ser una reflexión demasiado larga y diversa. Así que decidí dividir la reflexión en dos publicaciones. Esto no me había pasado la primera vez, por lo que es evidente que esta vez pude sacar muchísimas más conclusiones sobre este capítulo que la primera.

Me resulta muy llamativo que este capítulo pareciera hablar de muchas cosas totalmente diferentes. Sin embargo, prestando más atención, me di cuenta de que en realidad todo gira en torno a esta idea inicial: el desafío de pensar en los que nos rodean antes que en nosotros mismos. Ahora, pensar en los demás antes que en nosotros tiene muchas implicancias. En primer lugar, significa dar sin esperar recibir. De hecho, Pablo lo aclara. Dice el texto que "cada uno debe agradar al prójimo para su bien, con el fin de edificarlo" (15:2). No para que nos reconozca como buenos, como importantes o para que nos haga también lo que nos agrada, sino para que sea edificado. Podemos decir que somos llamados a seguir el ejemplo de Cristo también en esto. Como dice el pasaje, Jesús no se agradó a sí mismo, y de hecho dio su vida para salvar a muchos, y estuvo dispuesto a ser insultado y maltratado aún voluntariamente para edificar a otros. Entonces, si es necesario que seamos pisoteados con tal de edificar a otros, es nuestra responsabilidad. Esa es la clave del amor sacrificial, con el que Cristo nos amó y nos ama. Porque el sacrificio de Jesús no fue tanto su muerte, sino todo lo que padeció en vida para poder enseñarnos y edificarnos.

Por otro lado, no tenemos que preocuparnos por nada. Aún cuando algunos puedan maltratarnos, tenemos nuestro apoyo en la Palabra de Dios. De hecho, cuando el pasaje habla de las Escrituras, dice que "todo lo que se escribió en el pasado se escribió para enseñarnos, a fin de que, alentados por las Escrituras, perseveremos en mantener nuestra esperanza" (15:4). Por lo tanto, siempre vamos a encontrar en ellas todo el apoyo que necesitamos.

En seguida, Pablo da una exhortación a los romanos, y me pareció realmente pertinente, porque precisamente va al hecho de perseverar en la armonía, que es consecuencia directa de ser sacrificial hacia los demás. De hecho, si pensamos primero en nosotros mismos, rompemos la armonía con los demás. ¿No es el egoísmo una de las principales causas de conflicto entre las personas?

Y después pasa a alentarnos a que nos aceptemos mutuamente, como Cristo nos aceptó. Y es que si somos seguidores de Cristo, tenemos que dar el ejemplo para que el resto del mundo vea lo que es realmente bueno. Si nosotros que somos hijos de Dios no vivimos en armonía entre nosotros, ¿quién más puede vivir en armonía con su prójimo? En cambio, si vivimos en unidad y nos amamos, el mundo va a ver que eso es posible y que eso es bueno. Y también va a ver la importancia que tiene, para poder vivir en armonía con el resto, el hecho de poder aceptar a los demás, con sus fortalezas y debilidades, con su forma de pensar, con su trasfondo cultural, con su origen, etc. Así, es nuestra responsabilidad como hijos de Dios estar abiertos a todos, a cualquier persona. Y cuando digo cualquier persona, me refiero verdaderamente a cualquiera. Aún al que consideremos que está demasiado lejos de Dios, sea por el motivo que sea. Cerrarnos es negarle la posibilidad de conocer a Dios y por lo tanto de ser edificado.

En definitiva, el amor sacrificial es parte íntegra y hasta diría que fundamental de nuestra misión como seguidores de Jesús. Es necesario que amemos de esta manera para que en todo alabemos a Dios, y mostremos así su amor. Para que otros se acerquen y puedan ser una ofrenda aceptable a él. Nuestra vida entera tiene que ser proclamar el evangelio, y el evangelio es el amor de Dios. Y el amor de Dios es sacrificial. Y no se trata de hacer el bien por obligación, sino de buscar a Dios y acercarnos a él hasta que amar a los demás nos salga naturalmente, por el mero hecho de hacerles sentir bien. De esta manera lo haríamos con ganas y buena disposición. Y además, seríamos pacientes. Porque a veces no nos acordamos que el cambio en una persona suele ser gradual. Si bien tenemos que ser firmes y claros en lo que respecta a la obediencia a Dios, es importante que podamos ser pacientes, compasivos y abiertos en todo momento con aquellos que no lo conocen, para que no se desanimen y para que no se sientan incómodos.

Y por último, como nuestra misión es dar la buena noticia "a todas las naciones", como dice el pasaje, esto implica hacerlo en todas partes. Por eso, la forma más práctica es amar. Si amamos a todos, estamos predicando el evangelio de Dios a todos, en cada ámbito en el que nos movemos. Cada uno tiene esta responsabilidad. Así, vivir en armonía con los demás es también dejar a cada uno cumplir su parte. No podemos esperar acercar a todos a Dios, porque a cada cual le tocó su parte en esa misión, y Dios sabe a quién enviar para cada persona. Y sabe a quién pone en manos de cada uno de sus hijos y por qué.

En fin, creo que este punto es uno bastante claro donde el capítulo cambia de enfoque y pasa a una aplicación práctica, y por eso me parece un buen punto para dividir la reflexión. La próxima publicación va a ser la continuación de este capítulo, pero espero que esta primera parte haya sido de bendición para cada uno de ustedes. Como exhortación les dejo una de las que Pablo usa en este capítulo.

"Que el Dios que infunde aliento y perseverancia les conceda vivir juntos en armonía, conforme al ejemplo de Cristo Jesús, para que con un solo corazón y a una sola voz glorifiquen al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo" (15:5-6). ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

jueves, 10 de junio de 2010

Romanos 14 - la unidad de los cristianos

Texto: Romanos 14

Hola a todos. Si el capítulo anterior de Romanos me resultó altamente revelador, y encontré un sentido que no le había encontrado la primera vez, con este capítulo me pasó todavía más. La primera vez que hice esta reflexión me había costado sacar jugo de este capítulo, y había quedado tan sólo en que no tenía que juzgar a mis hermanos. Esta vez, mi mente fue mucho más allá.

Lo primero que me llama la atención de este capítulo es cuánto insiste con el tema de la comida. Mientras lo leía pensaba, ¿tan importante es el tema de la comida para Pablo? ¿Tanto discutían los cristianos de aquel entonces por la comida, que Pablo tenía que reprenderlos de esa manera? Pero entonces vino a mi mente otra idea. Tal vez es solamente un ejemplo. Tal vez cuando Pablo habla de la comida no se refiere estríctamente a eso, sino a cualquier otra cosa por la que los cristianos discutimos entre nosotros. Vinieron a mi mente automáticamente dos cosas: las disgresiones teológicas y las diferencias de tradición. ¿No son estos dos puntos de quiebre básicos entre las diferentes iglesias?

Cuando pensé en esto, la reflexión tomó inmediatamente otro sentido. El texto nos está reprendiendo también a nosotros, cristianos de hoy. ¿Por qué criticamos o juzgamos a nuestros hermanos de otras iglesias por sus diferencias en la tradición? Lo hacemos como si la tradición fuera más que una simple forma de vivir nuestra fe. ¿Y por qué nos dejamos llevar por disgresiones acerca de temas teológicos al punto de distanciarnos de nuestros hermanos? Como si la teología fuera algo más que la simple manera en la que concebimos la fe. Al fin y al cabo, todas los cristianos alabamos al mismo Dios y creemos en el mismo Jesús, y mora en nosotros el mismo Espíritu Santo. En todo caso, cada uno tiene que saber si su conducta honra a Dios. Como dice el texto, todos vamos a tener que rendir cuentas cuando estemos ante Dios, y eso es lo que cuenta.

Es interesante que Pablo tenga que aclararnos y recordarnos que Cristo murió y resucitó para ser Señor de todos. Así, todo el que cree vive para Dios, y si muere también muere para Dios. Entonces, mientras todo lo que hagamos sea para él, estamos unidos por una misma fe, porque todos pertenecemos a Dios. ¿Quiénes somos nosotros para juzgar a nuestros hermanos o a sus tradiciones, o a sus cuerpos teológicos? Basta con estar seguros y tranquilos en nuestra conciencia de que lo que hacemos en nuestras iglesias lo hacemos para Dios.

De hecho, Pablo lo dice muy claramente. Cada uno tiene que estar firme en su propia opinión, para que todo lo haga con convicción. Sea lo que sea que practiquemos o sostengamos, la clave está en que sea con convicción. Por eso, cada uno tiene que buscar su lugar en la congregación con la que se sienta más a gusto y cómodo, identificado con sus tradiciones o con su teología. Y hacerlo todo con convicción, no por el simple hecho de ser parte de esa congregación. El texto agrega incluso algo muy fuerte, y es que todo lo que se practica sin convicción es pecado, porque es la conciencia la que determina qué es lo bueno y qué es lo malo. Si hacemos las cosas convencidos de lo que hacemos, y nuestra fe no nos acusa en nuestra conciencia, entonces estamos haciendo lo correcto.

Y es fundamental que podamos tener el suficiente amor por nuestros hermanos para no poner en duda sus tradiciones o su teología. Podemos compartir nuestra forma de pensar o nuestra forma de vivir con otros, mostrárselas, o lo que sea, pero no podemos pensar que la nuestra es más correcta que la de ellos, porque de ninguna manera esto puede ser cierto, o al menos no nos corresponde a nosotros decidirlo. Si discutimos con alguien acerca de estas cosas lo ponemos en riesgo, porque nunca podemos saber qué tan firme está en las bases de la fe. Así, juzgando a nuestros hermanos por estas pequeñeces le estamos poniendo un obstáculo, y lo mismo si lo queremos forzar a vivir o concebir la fe de la misma manera que nosotros.

Por eso, y tal vez esta sea la conclusión a la que llegué después de reflexionar durante un tiempo, lo más importante a lo que tenemos que aspirar es a todo aquello que contribuya a la unidad de los cristianos de todas las iglesias. Nos unen las mismas bases en la fe, como decía antes. El mismo Padre, el mismo Cristo que murió y resucitó por todos, el mismo Espíritu que nos volvió a la vida. Nosotros, como iglesia, somos el templo en el que habita el Espíritu de Dios, y por lo tanto es nuestra responsabilidad que ese templo crezca y esté bien edificado y sólido. Por eso, necesitamos velar por al paz entre los cristianos. Y como Jesús mismo dijo en su oración por los creyentes, "permite que alcancen la perfección en la unidad, y así el mundo reconozca que tú me enviaste" (Juan 17:23).

De hecho, ¿quién puede creer nuestro mensaje de paz y de amor si nosotros mismos no promovemos la paz y el amor entre nosotros? Creo que todo el capítulo está perfectamente sintetizado en los versículos del 16 al 19, y quiero resaltar este último, "esforcémonos por promover todo lo que conduzca a la paz y a la mutua edificación" (14:19). Si hay algo que me quedó claro y que Dios me dijo por medio de esta reflexión, fue eso. Espero que esta reflexión haya sido de bendición para sus vidas

Que la paz de Dios llene sus corazones para que puedan tener limpias sus conciencias y las cuentas claras con él, y que su amor los impulse para que puedan fomentar la unidad y la comunión con todos sus hermanos en todas las iglesias, para la gloria de un mismo Padre, del mismo Cristo resucitado y del mismo Espíritu de Dios. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.

miércoles, 2 de junio de 2010

Romanos 13 - el amor a Dios

Texto: Romanos 13

Hola a todos. Pasó bastante tiempo desde la última vez que publiqué, pero eso es porque estuve muy atareado. Me resulta muy interesante cómo ahora que estoy repasando los capítulos de Romanos para publicar las reflexiones encuentro cosas que no había pensado la primera vez que lo leí. Por ejemplo, nunca había podido asociar este capítulo con el anterior. En ese momento pensé que tal vez era una especie de punto y aparte. Pero no, esta vez descubrí que este capítulo tiene mucho que ver con el amor, sólo que hacia Dios.

En el capítulo 12 vimos que el amor es tal vez la clave para vivir como Dios quiere que vivamos. Ahora bien, el desafío que Pablo deja planteado es tal que siempre es posible amar más a alguien. Sin mencionar que Dios nos amó, decíamos, con un amor totalmente sacrificial por medio de Jesús, lo cual nos pone en una deuda muy grande. Me encanta esa expresión que Pablo usa en este capítulo, cuando dice "no tengan deudas pendientes con nadie, a no ser la de amarse unos a otros". Habla de amarse unos a otros como una deuda. Y es que es una deuda. Se lo debemos a Dios. Y como dijo Jesús mismo, "les aseguro que todo lo que hicieron por uno de mis hermanos, aun por el más pequeño, lo hicieron por mí"(Mateo 25:40). O sea que hay una sola manera de devolverle directamente a Dios ese amor: amando a los demás. Podemos amar mucho a Dios, pero si eso no se refleja en amor hacia los demás, es posible que no hayamos entendido la esencia de amar a Dios.

Ahora bien, amar a Dios tiene otras tantas implicancias. Si aceptamos que tenemos para con él una enorme deuda de amor, tal vez más grande de lo que podemos llegar a pagar con nuestro amor, es fácil pensar que tenemos que ponerlo a él en primer lugar, por sobre todas las cosas. Por supuesto que entonces, cuando eso ocurre, se manifiesta un amor hacia todo lo que Dios creó. Eso incluye plantas, animales, clima, personas. Ahora bien, si hablamos del amor a las personas, este amor tiene que ser hacia todas las personas. A veces pensamos que una persona es "mala" y que por ese motivo tenemos el derecho de no amarla. Esto es un error. No solamente no tenemos ese derecho, sino que tenemos la obligación de amarla. A veces amamos mucho a nuestros hermanos cristianos, pero Jesús mismo dijo que "si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa recibirán?" (Mateo 5:46). Tenemos que amar a todos: cristianos, no cristianos, críticos del cristianismo, y las categorías siguen. Gente que nos ofende, nos insulta, nos roba, nos lastima. Obviamente, no es fácil. Pero sí necesario.

Y de la misma manera, tenemos que amar a nuestras autoridades. No siempre estamos de acuerdo con las decisiones que toman, o incluso pensamos que ponen en riesgo a toda una sociedad entera. Y muchas veces lo pensamos con fundamentos. Pero aún así, no tenemos el derecho a no amarlos. No olvidemos que Jesús murió por todos, incluyendo a ellos. Por supuesto, amar a las autoridades implica amar la ley que estas autoridades o las pasadas establecieron. Es interesante porque la mayoría de las leyes de los países, al menos en occidente, responde a valores morales cristianos, o aún más, universales. Sin embargo la gente se empecina en no cumplirlas o buscar la manera de evadirlas. Pero pensemos, ¿no deberíamos cumplirlas? Si no podemos cumplir leyes terrenales, ¿cómo vamos a cumplir las espirituales? Pablo nos anima a no tener deudas con nadie, y entonces dice algo que siempre me gustó mucho: "si deben impuestos, paguen los impuestos; si deben contribuciones, paguen las contribuciones; al que deban respeto, muéstrenle respeto; al que deban honor, ríndanle honor" (13:7). Se desprende lógicamente de "denle al césar lo que es del césar, y a Dios lo que es de Dios" (Lucas 20:25).

En definitiva, no es otra cosa que ser luz. Así como cumplimos con la ley divina, tenemos que cumplir con la ley terrenal, para que todos sepan que servimos al Dios de la justicia. Jesús nos llamó a ser modelos a seguir en una sociedad que relativiza todo, y eso es lo que de algún modo Pablo reproduce en este capítulo. Es interesante ese versículo que dice "hagan todo esto estando conscientes del tiempo en que vivimos" (13:11). Creo que esto también tiene muchas implicancias.

En primer lugar, nos desafía a saber comprender, a tener conciencia del momento en el que vivimos histórica y socialmente. Estar "ubicados" en nuestro tiempo. Conocer las necesidades de nuestra sociedad, sus maneras, sus caminos, sus reclamos, en resumen conocer bien nuestra sociedad. Como Pablo mismo dice, "despertar del sueño". A veces la vida pasa por delante de nosotros como si estuvieramos dormidos y no la viéramos. Lo mismo con las personas que están a nuestro alrededor. La consigna es, por lo tanto, despertar, y empezar a comprender a las personas y al mundo que hay a nuestro alrededor.

Por otro lado, nos desafía justamente a ser luz. Alumbrar el camino delante de otros con esa luz que Jesús nos trajo. Para eso tenemos que tener un cuerpo limpio, o al menos que no ponga en riesgo nuestra sanidad, tener una mente (y por lo tanto una conciencia) limpia, y tener paz en nuestro espíritu. Si estas tres cosas se dan, estamos viviendo en la luz. Sino, evidentemente tenemos algo que ajustar.

Por último, nos desafía a dejar de lado todo lo que llama las "obras de la oscuridad", porque la noche está llegando a su fin y el día está cerca. Por supuesto que esto hace referencia al regreso de Jesús. No creo que haga falta repetir cuáles son estas "obras de la oscuridad", porque el capítulo 1 las menciona muy claramente. En definitiva, todo aquello que atenta contra nuestra sanidad física, mental o espiritual, o contra la de otros, en la medida que sea, atenta contra Dios y es por lo tanto obra de la oscuridad. No importa su justificación mundana o moral. Generalmente son parte de los deseos de nuestro cuerpo o mente, y por eso mismo son negativas para nosotros. No olvidemos que nuestro cuerpo y nuestra mente eran originalmente pecadores por naturaleza. Por eso mismo dice Pablo que debemos revestirnos del Señor, y por lo tanto de la nueva naturaleza.

En fin, creo que es un capítulo muy desafiante. Muchos cristianos perdemos de vista la importancia de obedecer a nuestros gobernantes, o autoridades de cualquier tipo. No importa qué tan injusto sea con nosotros o los demás, es nuestro deber amarlo. Por supuesto que también es nuestro deber hacer lo posible para que la injusticia que practica cambie, pero eso bajo ningún concepto puede implicar ser injustos nosotros mismos ante los ojos de Dios. De lo contrario, estamos fallando. Me parecieron centrales los versículos del 11 al 14, que de algún modo resumen todo lo que Pablo dijo en los anteriores. Espero que esta reflexión haya sido de gran bendición para todos ustedes.

Que el Dios de la justicia los bendiga, y les de sabiduría para que, conscientes del tiempo en el cual viven, puedan vivir como en la luz del día, saldando todas las deudas que tengan de cualquier tipo, y especialmente la de amor, que tiene que ser saldada permanentemente. ¡AMÉN!

Hasta que volvamos a encontrarnos.